TEXTOS FUTBOLEROS
Los profesionales
Daniel Rivera Marín

Quinterito
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Ibarbo
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Zuñiga
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Cuadrado
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Arias
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La Roca
La Roca
Ospina
Ospina
James
James

Solos, en las tribunas, están los responsables. Son como tiburones: conocen la sangre de los escogidos, de los que parecen señalados por un dedo divino para hacer con el balón lo que pocos. Algunas veces dan con el tipo pero nunca logran ver qué pasará con los años. Por ejemplo: ¿el empresario que vio a James Rodríguez en el Ponyfútbol vio el futuro luminoso? Difícil. Lo importante es pescarlo joven y sacarlo del país. Ganar unos pesos. Esta no es una crónica sobre James, y sin embargo una muestra: cuando el diez de la Selección Colombia hizo su primer gol con el Real Madrid, el comentarista deportivo del canal Bein Sports, Ray Hudson, dijo en un inglés elegante y seco: “Esto es lo que adquieres cuando vas de compras a Envigado”.

En las tribunas colombianas, hace unas décadas, solo había aficionados, todos haciendo fuerza por el equipo del barrio, del pueblo, de la ciudad. Ahora, siempre están ahí los que saben del talento, los que son como tiburones. Entonces apareció esa generación impresionante, la que alimentó a Nacional, a Millonarios, a América, a Cali, entre 1989 y 1994, la primera camada de futbolistas que salió del país para ver qué pasaba afuera.

“Nosotros llegamos al Mundial de Italia 90 y lo único que nos preguntaban era sobre Pablo Escobar”, dice Francisco Maturana, serio, parco, argumentando que a los futbolistas de antes y a los de ahora les tocaron momentos muy distintos.

Por esos años Colombia era, sobre todo, un gran exportador de talento narcotraficante. Un país que parecía perder el partido contra los carteles. De esa maraña salió un grupo de futbolistas que todos recuerdan y que fue superado veinte, veinticinco años después. Entre ellos estaban Carlos Valderrama, Faustino Asprilla, Adolfo Valencia, Freddy Rincón. Pero no fueron los primeros en salir del país.

El primer preparador físico que tuvo la Selección Antioquia, Ricardo Lagoueyte García, recuerda que el primer futbolista que fue al extranjero fue Roberto Meléndez Lara, conocido como el Flaco, delantero del Juventud Junior que en 1939 pasó al Centro Gallego, de Cuba; en 1948, el San Lorenzo de Almagro, de Argentina, contrató al famoso Efraín Sánchez, a quien le decían el Caimán, arquero de la primera Selección Colombia en clasificarse a un mundial; luego, en 1954, el arquero de Sopetrán, Gabriel Ochoa Uribe, fue a jugar al América de Río de Janeiro, en Brasil.
Después vino un silencio largo.

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En 1988 no había otro. Su parsimonia, sus pases precisos, la forma en que comandaba el equipo lo llevó a ser elegido el mejor jugador de América en el 87. Tras ocho años en el fútbol colombiano, de pasar por Unión Magdalena, Millonarios y Deportivo Cali, el Montpellier Hérault S.C. de Francia se llevó al Pibe Valderrama. Pero los primeros años no fueron buenos: el Pibe no supo descifrar las maneras del fútbol de su equipo y el lenguaje le era esquivo, no lograba muchas palabras, así que solo hablaba con los que sabían un poco de español. Ni los franceses sabían qué hacer, así lo publicó la revista Semana: “Cuando recibió al enviado especial de Semana, el gerente del club, Michel Mezy, se dedicó a pedir consejos a lo largo de la entrevista. Más que un empresario deportivo, el francés daba la impresión de ser un padre desorientado a cuyo hijo no le va bien en el colegio”.

En 1992 Faustino Asprilla pasó del Atlético Nacional al Parma de Italia. La historia se sabe: fue la primera gran estrella del fútbol colombiano: en tres años ganó la Recopa de Europa, Supercopa de Europa y la Copa Uefa. En alguna entrevista, el Tino dijo: “Lo primero que me preguntaron cuando llegué fue qué pensaba de Pablo Escobar”. Y cuando pasó al Newcastle United, de Inglaterra, “algunos me decían fuck you, y yo, como no sabía, les respondía thank you”.

El mundo entonces era nuevo y desconocido para los colombianos. Los de afuera sabían tres cosas: drogas, Pablo Escobar, la guerrilla. Poco más.

“Aquí no hay jugadores profesionales. La generación del Mundial del 90 no era profesional, eran muy talentosos, muy buenos, los mejores, pero no profesionales. Los únicos que mejoraron un poco son los que se fueron del país”, dice Ricardo Lagoueyte García, convencido.

De esas épocas hay anécdotas.

Hubo un jugador que se demoraba mucho para bañarse, era un gran misterio. Un día le preguntaron por qué y él respondió que bañarse agachado y con agua tirada era muy complicado. No sabía controlar la combinación de las llaves para que el agua saliera de arriba. Otros, en su primer viaje de avión internacional, cuando la azafata pasaba repartiendo los refrigerios, que por esos años parecían almuerzos, intentaban pagarle, unos más se abstenían de recibir porque no tenían plata. En los hoteles, cuando en Estados Unidos empezaron a usar tarjetas en lugar de llaves, las quebraban creyendo que para abrir debían girarlas.

Ilustración: Alejandra Congote“Para nosotros era muy complicado salir de acá, solo imagínese que cuando fuimos a jugar las Copas Marlboro en Miami, un amigo me preguntaba como se decía Seven Up (la gaseosa) en inglés, porque quería pedirla y no sabía cómo. Ese tema del lenguaje fue muy difícil, algunos compañeros decían con asombro: ‘Estos niños tan chiquitos hablando en inglés y nosotros no hemos podido aprender’. Nos tocó la época dura de la mafia, nos invitaban a comprar ropa, a restaurantes… Recuerdo que a los teléfonos públicos se les metía un alambre y nos ponían a llamar, entonces les decíamos a las novias que la llamada nos estaba saliendo muy cara pero que no importaba, pero mentiras. Esa fue la época en que mucha gente estaba en Estados Unidos y ganaba. En esa época nosotros sufríamos mucho también por la comida, entonces buscábamos los restaurantes colombianos, porque queríamos fríjoles y arroz, buscábamos lo de nosotros, o íbamos a comer donde los cubanos, que también era bueno”, dice Gabriel Jaime Gómez, Barrabás, hoy entrenador, y se ríe recordando las épocas en que los futbolistas colombianos apenas estaban conociendo el mundo.

Lagoueyte dice que los jugadores paisas eran muy apegados a la mamá, por eso cuando los compraban en el extranjero se la querían llevar, y también a un grupo de amigos para que así no faltara ni la comida ni la música.

“En la Liga tuvimos un jugador que se fue a jugar con el Cali y se devolvió porque le hacía mucha falta la mamá”, recuerda Lagoueyte.

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Ahora no son dos, tres, cuatro jugando en Suramérica y otro par en Europa. Son muchos. Están los que sueñan con ganar la Champions, con ser goleadores, con sorber un poco de gloria; están los que tratan de mantenerse a flote, de seguir una carrera imposible. Los jugadores caros, esos que el entrenador no se puede dar el lujo de mantener en la banca, son los menos; el resto trata de llegar a alguna orilla.

Pero, ¿en qué momento sucedió esto? ¿Cuándo empezaron a surgir los profesionales?

“Miremos lo que pasó con Radamel Falcao: desde muy pequeño se fue para Argentina, lo que antes era algo muy complicado para un jugador colombiano porque no se adaptaba, y ahí recibió toda esa escuela de los juveniles y la mentalidad argentina de ser muy disciplinados y competitivos, diferentes. Ese es un factor clave para entender lo que ha sucedido con los jugadores colombianos, aunque creo que la globalización influye, muchos de esos métodos europeos para preparar jugadores han llegado también aquí”, dice Felipe García, periodista de Gol Caracol.

Juan Jairo Galeano, exjugador de Nacional, hizo parte de la Selección Colombia que en 1987 le ganó a Argentina en la Copa América. A los de su época, dice, les tocó pagar los platos rotos. “Lo que cometíamos eran montañeradas, metidas de patas, ordinarieces, no sabíamos qué hacer con la comida porque solo conocíamos los fríjoles. Hay miles de anécdotas sobre eso, solo que yo no me acuerdo. Es que en la década del ochenta, que fue la que nos tocó a nosotros, escasamente teníamos televisión nacional con tres canales, radio con las cadenas locales y teníamos dos periódicos en Antioquia, El Colombiano y El Mundo, y súmele que no salíamos a ningún lado, entonces a la primera parecíamos animalitos. Hasta que llegó la época de Pacho Maturana, que logró traspasar las fronteras, traer un cambio de mentalidad, un cambio sociológico y cultural. Ahí se vieron las posibilidades de conocer otras culturas, tener acceso a otros medios. Por eso ahora al que meta las patas sí se le puede considerar un ignorante total, porque ahora tenemos el acceso desde un computador, desde internet, desde las redes sociales”.

Galeano habla de la globalización, del cambio de la cultura, del acceso al mundo; para poner un ejemplo habla de ciclismo y explica que Nairo, Rigoberto y todo el resto son competidores de primera línea, que hicieron esfuerzos increíbles para llegar a Europa, a los grandes equipos y no defraudaron, “eso mismo está sucediendo con los futbolistas”.

Ahora los hay en todos los lugares de la cancha: arqueros, defensas, centros, delanteros; rápidos, lentos, rengos, con un baile engañoso que siempre se llamó gambeta y por el que los europeos tiemblan. Los colombianos empiezan a aparecer en los mejores equipos como una marca contundente, no como el estertor de hace veinte años. Está el talento y están las cifras. El Real Madrid pagó por James Rodríguez ochenta millones de euros; el Mónaco, por Falcao, sesenta millones; Jackson Martínez llegó al Atlético de Madrid por 35 millones; en 2001 el Aston Villa le pagó a River Plate casi quince millones por Juan Pablo Ángel; el Inter de Milán fue ambicioso y por Iván Ramiro Córdoba soltó catorce millones de euros, muchos años después hizo lo mismo por Freddy Guarín, por quien pagó once millones.

Detrás del negocio de los jugadores que se vuelven exitosos en el extranjero están los empresarios. El primero que tuvo Colombia fue José Castaño, quien estuvo detrás de la venta del Pibe Valderrama al Montpellier y por el que pagaron un millón novecientos mil dólares. Castaño fue el primero, luego vino Efraín Pachón, quien dice que hizo gestión en casos emblemáticos como los del Tino Asprilla, Freddy Rincón, Adolfo Valencia, Jorge Bermúdez, Mauricio Serna, Mario Alberto Yepes y Juan Pablo Ángel. Toda esa generación que deslumbró a Latinoamérica, que comandó a equipos argentinos que perseguían copas y títulos como si se tratará de la vida eterna. Hoy son muchos los que buscan el talento que viene de las ligas menores, del Ponyfútbol, esos jovencitos inquietos que podrían ser genios o no. Y, sobre todo, son los padres los que no renuncian cuando ven en sus hijos ese animal raro: el talento.

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Ahí está el mítico entrenador, Francisco Maturana, serio, parco, esperando que le haga la pregunta.
—¿Qué ha pasado con el futbolista colombiano en los últimos treinta años?
—El futbolista colombiano ha evolucionado como lo ha hecho el país, eso ocasiona que cuando se vayan estén en un entorno positivo. Cuando nosotros llegamos a Italia para el Mundial toda la rueda de prensa giró alrededor de Pablo Escobar, ahora gira alrededor de ellos, de los futbolistas. Piense en eso, son dos entornos distintos. Eso era aburridor porque cuando hablan mal de tu país vos te sentís mal, independiente de que sepás que no tenés nada que ver con ese entierro. Hay que reconocer que estos muchachos de ahora tienen escuela, la mayoría tiene un suramericano, o panamericanos, o mundiales, que ya tienen un roce internacional importante, a nosotros no nos tocó eso, nosotros fuimos los primeros. Ahora no hay sorpresa para los jóvenes, el hijo mío conoce más los jugadores internacionales que los que juegan en Colombia.
—¿Hay alguien que haya trabajado por esta generación?
—Este grupo es una hechura, en su gran parte, en su gran esencia, de una generación cuyo jefe fue Eduardo Lara, gente que creció con principio y valores.

El futbolista colombiano sufría de un mal que los argentinos no, que los brasileros tampoco, que los chilenos menos: estaba muy arraigado. Esas eran culturas más abiertas, con una fuerte migración europea; Colombia, por tantas cosas —el conflicto, el narco, Pablo, todo sin tregua—, no. Lo dice Juan José Peláez: “El colombiano eran un buen jugador pero cuando jugaba afuera se devolvía, entonces los empresarios de esa época no confiaban mucho. Hubo ciertos detalles que mejoraron la credibilidad, lo de Faustino en Italia, lo de Ángel en Inglaterra, lo del Tren Valencia en Alemania, lo del Pibe en Francia. Posteriormente el crecimiento del futbol colombiano, las copas libertadores y los mundiales generaron cierta confianza en el jugador, esas apariciones generaron el ambiente propicio. Hoy en día esto es totalmente distinto, los jugadores se van muy jóvenes y se terminan de preparar. Hay gente, entre esos los papás, que se atreven a mostrar a sus hijos, es el caso de Falcao y el de James con su padrastro”.

Prepararse. Elegir un oficio, vivir para él, hacer de él, todo. Saber dónde juegan los mejores y buscar esos lugares. Antes estaban las taras: los apegos a la tierra, a la familia, a la comida, a los amigos, a la fiesta, el fútbol como medio, no como fin. Para los nuevos, para los profesionales, el fútbol no solo es el medio para la gran vida, es el fin.

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Wilson Díaz es periodista deportivo en El Colombiano y cree que en 1985 empezó un pequeño cambio cuando la Selección Colombia juvenil estuvo en el Mundial de la Unión Soviética, no fue el inicio de una mentalidad profesional pero sí una apertura: conocer otras maneras de juego, conocer otros países. Pero lo definitivo es que los jugadores colombianos están dejando el país siendo muy jóvenes.

“Muchos aprendieron en Argentina hace diez o quince años, cuando los argentinos tenían los mejores clubes de América. Aprendieron a comer bien, a descansar bien, a entrenar bien, aprendieron disciplinas. Los jugadores colombianos se hacen profesionales cuando se van jóvenes para el exterior”, afirma Wilson.

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El de los fichajes se ha vuelto un negocio rentable y grande. Las nóminas de los equipos europeos cada vez están más llenas de latinoamericanos, de extranjeros. Hombres que fueron entrenados para darlo todo en la cancha, profesionales. Colombia está enrutada. Cada tanto aparece un nuevo jovencito que nadie conocía y que hizo goles magníficos en algún partido de ligas inferiores, un talento que pocos vieron. Hay un factor común, nuestros profesionales, los profesionales criollos, hace mucho rato dejaron el nido. UC

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*Este texto hace parte del libro De ida y vuelta de la Liga Antioqueña de Fútbol, editado por Universo Centro.

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