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     Número 42 - Febrero de 2013


ARTÍCULOS
Misterios del vaticano
Eduardo Escobar. Ilustración: Verónica Velásquez

Más pronto que tarde aparecerá la edición millonaria del libro, escrito por un periodista inglés necesitado de dinero y de notoriedad, sobre los motivos que llevaron al papa Ratzinger a renunciar al trono de San Pedro. Allí se nos dirá que fue a causa de las amenazas del cardenal Bertoni, aupado por la mafia siciliana; que fue llevado a tomar la decisión inesperada por un combo de banqueros, socios del Banco Vaticano en una productora de películas pornográficas con niños; o a causa de un desfalco hecho a sus espaldas por uno de sus secretarios en la tesorería de una red de prostíbulos regentados por jorobadas en Rumania. Y podrá ser cierto. Pero también podrá no serlo.

El Papa estaba muy cansado, tanto como se le veía en la cara y en el paso vacilante, porque los rottweiler de Dios –así se le llamó al principio de su principado, El rottweiler de Dios–, también se cansan. Y porque no estaba dispuesto a darle al mundo el espectáculo más triste que sagrado del Papa anterior, muertovivo, llevando su santo cuerpo lleno de secretos malsanos con dificultad, deformado por el peso de las penurias físicas y los remordimientos. Porque los papas, por más que sean inspirados por el Espíritu Santo, también han de sufrir remordimientos como todos nosotros. Sobre todo cuando dirigen una organización milenaria plagada de porquerías desde el comienzo, con la herencia de todas las lacras de los seres humanos que no podemos ser mejores de lo que Dios nos hizo a partir de una bola vil de barro sacada de una orilla podrida de los ríos que forman la Mesopotamia, donde dicen que estuvo el Paraíso.

Yo creo que el Papa se apartó por cansancio. Aunque no haya sido solo por el cansancio de los huesos y los músculos que aquejan la procacidad de la vejez, sino también por la fatiga espiritual, como él mismo confesó en el discurso de abjuración, rendido de lidiar con las corruptelas de los cardenales, los obispos y la multitud de los párrocos, unidas a las innumerables que aquejan a los fieles del rebaño de Cristo en todas partes, a los de la Santa Mafia, que es el otro nombre del Opus Dei, tanto como a los simples de pata al suelo.

"Guías ciegos, coláis el mosquito pero tragáis el camello", clamaban los profetas en tiempos de Jesús. Y es inevitable recordarlo otra vez al repasar la historia del papado desde los tiempos del papa Esteban que hizo exhumar a su antecesor Formoso para acusarlo de usurpador y cortarle los tres dedos que usaba para bendecir, pero que murió estrangulado un año después. Y desde Juan X que también murió estrangulado. Y Juan XII que hizo arrancar la mano derecha a uno de dos curas adversarios suyos y al otro la lengua y la nariz. Y desde Gelasio II que huyó de Roma a Gaeta protestando: "salgamos de Sodoma…".

La lista de los papas conflictivos es larga. No se pueden achacar a la pobre modernidad problemática los vicios de Roma hoy. Ya un dulce de brevas envenenó a Benedicto XI. En los umbrales de la modernidad la sede de la iglesia de Cristo ya era famosa por las miserias que albergaba su seno. Un papa ejemplar fue Alejandro VI, perteneciente a la ardiente casta española de los Borgia, una familia tan unida como ya no se ven, en la cual los tíos compartían sus lechos con sus sobrinas y los hermanos con sus hermanas en una confraternidad que superaba con creces el ágape que a partir de Platón practicaron los primeros cristianos.

Ese Alejandro fue el primero en proclamar la idea de la inmaculada concepción de María, vaya uno a saber por qué compensación de su lujuria, de la Inmaculada convertida en dogma siglos más tarde. Y fue en su época cuando en el papado aparecieron las inclinaciones a la piromanía que infestó de hogueras a Europa, para que miles de protestantes, lectores de la Biblia, librepensadores y yerbateros, acabaran abrasados, a veces en presencia de sus pequeños hijos. Porque como dijo un inquisidor de nota, era bueno que los hijos asistieran al sacrificio de sus padres para que crecieran en el santo temor de Dios.

Clemente XIV suprimió la compañía de Jesús en 1773 y temiendo que los hijos de Loyola lo envenenaran se dedicó a comer huevos pasados por agua que él mismo se hacía, y que acabaron matándolo por consunción. Un Pío entre los Píos píos condenó la libertad de prensa, de modo que en sus tiempos este artículo nunca hubiera podido ver la luz. Pío Nono no tuvo par pues con él fueron confinados los papas al Vaticano para ceder sus habitaciones en el Quirinal al rey Víctor Manuel, que a su vez debió dejarlas a los presidentes de la república. Pío X condenó la separación de la iglesia y el Estado. Pío XI solía decir que cuando obraba como papa le dejaba la responsabilidad al Espíritu Santo. Pío XII, un políglota famoso, proclamó el dogma de la Asunción de María. Y Juan XXIII se declaró prisionero del Vaticano, el Papa Bueno, el que avaló las teologías de la liberación que acabaron por llevar a muchos curas rasos a las guerrillas. Y de Juan Pablo I, uno de los papas más efímeros en los tiempos modernos, se sospecha fue envenenado. Juan Pablo II, que dejó fama de justo, encubrió con su silencio a los curas rijosos, a los pederastas incorregibles como el famoso padre Maciel, que además llenó de hijos a sus parroquianas y dicen que se comportaba con estos como cualquier Borgia.

Lo misterioso para mí, lo que me habla de la misión sagrada de la Iglesia y de su probable origen divino, es que una organización tan corrompida haya podido sobrevivir dos mil años y haya influido de un modo tan poderoso en la sociedad por tanto tiempo. Asombra que el Papa en un mundo pecador y escéptico aún convoque multitudes como un cantante de rock. Se comprende que Mick Jagger llene los estadios, pues brinca, aúlla y llama a la felicidad del desorden. Pero que un anciano mascullando una lengua inteligible, quien además nos reprocha nuestros besos privados, condena el humilde condón y nos conmina a cuidar de los pobres tan engorrosos e inacabables aunque él mismo no lo haga, fascine al mismo tiempo las masas, tiene que deberse a alguna razón misteriosa.

Ilustración: Verónica Velásquez

 

Habiendo sido educado en un seminario de lo más ortodoxo y habiendo albergado el secreto deseo de acceder al trono de Pedro, yo mismo me siento ofendido con las diatribas que algunos usan para desacreditar el papado. Incluso con algunas que usé en los renglones anteriores. Las grandes ideas no consiguen ser rebajadas por las miserias de los hombres encargados de guardarlas y transmitirlas. Las ofensas que los fernandos vallejos, católicos resentidos a veces, los ateístas militantes del materialismo y los luteranos que llegan a confundir la puta de Babilonia del simbolismo arcaico con el Vaticano, son solo frutos de la incomprensión y la mala información histórica. El catolicismo también aportó a la civilización una ética, un misticismo admirable, el heroísmo del monacato, la música de Palestrina y Bach, las obras más poderosas de Miguel Ángel y un largo etcétera de dones que quizás equilibran lo demás, entre los cuales vale contar el pionono que inspiró el papa del mismo nombre y el vino Mariani a base de coca y opiáceos que conseguía mantener despierto a León XIII que se dormía parado.

Todas las cosas humanas conllevan la desgracia fatal de una sombra. La figura inolvidable del penúltimo Papa, agobiado por las enfermedades y el peso del secretismo sobre las lacras del clero, me inspiran más compasión que repudio. Siempre será bueno recordar, antes de condenar al prójimo, aquello de que quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Y tener en cuenta lo que se sabe: que quien señala a su vecino apunta al mismo tiempo tres dedos hacia sí mismo.

Ahora con la renuncia inesperada del Papa alemán solo queda aguardar el resultado del próximo cónclave, perdonándole que haya destituido a los pobres burros de la tradición del pesebre, y hacer cábalas sobre el nombre de quién lo reemplazará al frente de esa organización larvada de tristezas y pecados grandes y pequeños y brillantes grandezas. ¿Será un chino que ponga el Vaticano del lado del nuevo imperio amarillo; un negro africano que compense los sufrimientos de su raza en nombre del Señor; o para darle la razón al profético San Malaquías, un Pedro, Pedro Romano que podría ser Bertoni, según el vaticinio del irlandés, antes de que la iglesia sea abatida, los musulmanes ocupen Roma con sus huestes fanáticas y se realice la segunda venida de Cristo entre centellas y juicios y desarreglos sinfónicos en el orden de la naturaleza, según pronostica el Apocalipsis? Escenografía esa que hace de San Juan un adelantado de la imaginación estilo Disney.

Todo puede ser. Por lo pronto un rayo golpeó la cúpula del Vaticano el día de la renuncia de Ratzinger, un aerolito la Rusia ex soviética, y un asteroide se aleja de nosotros ahora para volver, siguiendo los ciclos eternos de los acontecimientos estelares, que son en últimas la representación externa de nuestros vicios, eternos también. UC