Número 46, junio 2013
CAÍDO DEL ZARZO
 
Viajes lunares
 
Elkin Obregón S.

 
Por boca de uno de sus personajes –Mr. Barbicanne–, Julio Verne enumera en su novela De la tierra a la luna algunos de los escritores que le precedieron en la narración de ese viaje siempre soñado por los terrestres: David Fabricius, Jean Baudoin, Johannes Kepler, Cyrano de Bergerac (tengo ese texto en mi casa, escrito en un francés del siglo XVIII que, por supuesto, no he leído), Fontenelle, Locke, Hans Pfaal… (No incluye en su lista Mr. Barbicanne a Luciano de Samosata, quien en el siglo II llegó a La Luna en un barco convertido por un huracán en una nave interplanetaria. De todo queda constancia en su libro Relatos verídicos). Obviamente, no pudo mencionar el visionario Verne Los primeros hombres en la luna, de H. G. Wells, publicado treinta años después de su libro, ni, muchísimo menos, el notable periplo lunar de Tintín y sus amigos (Aterrizaje en la luna, 1953), suntuoso derroche visual y argumental del gran Hergé. Tintín, periodista que no escribe, viajero impenitente, nunca emprendió excursión más formidable que esta, último y soberbio colofón de esa larga crónica de desplazamientos espaciales. En pocas palabras: tras un viaje lleno de peripecias, él y sus compañeros arriban a una vasta extensión inhóspita, con altas montañas de roca y precipicios amenazantes, penetran en una enorme cueva erizada de estalactitas, Tintín cae a un río subterráneo de hielo… En fin, poco más, pues los excursionistas deben regresar a su base, el cohete que los trajo, para enfrentar allí, a falta de selenitas, a un enemigo humano, demasiado humano.

Todas esas cosas pasaron antes de que Neil Armstrong hollara con sus pies ese oasis de la imaginación, borrando así dos mil años de fantasía. Quedó tan maltrecha La Luna, que ni los gringos han vuelto.

 

 

 

Elkin Obregon

 
 CODA

En un libro de Eric Lax, Conversaciones con Woody Allen, hace este una defensa ética de los ateos, diciendo (él es uno de ellos, y esto es un resumen) que se portan bien porque sí, porque les nace hacerlo, sin requerir para ello el estar espiando con un ojo las puertas del Cielo. Ya lo había dicho antes, y mejor, el poeta brasilero Geraldino Brasil (crédito de traducción para Jaime Jaramillo Escobar):

Haga el bien naturalmente,
como si Dios no existiese,
como si Él no esperara eso de usted.
Como los ateos, como los ateos.
UC

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