Número 49, septiembre 2013
CAÍDO DEL ZARZO
 
CUBIERTAS
 
Elkin Obregón S.

 
La carátula es el espejo del libro. Un amigo mío los forra, antes de empezar a leerlos. Así los resguarda, pero se priva del espejo.

Hay carátulas malas, torpes, dignas de ser forradas (no sé en cuál categoría incluir la que hizo Horacio Longas para el último libro de Fernando González. El hecho es que este, juzgando que el personaje allí plasmado no representaba lo que él quería, borró la figura; conservó, sí, sobre un fondo negro, la silueta de una cruz, y los hermosos trazos del título hechos a mano. Pero esa es otra historia). Pero las hay muy buenas, o excelentes, y las mejores llegan a ser pequeñas obras de arte. No es un arte puro, porque quien hace una carátula debe cumplir con una norma estética, pero también con lo que hay tras ella. Para que sepamos, de entrada, lo que nos espera. No es asunto fácil. El buen diseñador de carátulas es, a su modo, un crítico literario, una especie de hermeneuta al servicio de la imagen.

Allá por los setenta y ochenta fueron famosos los diseños de Daniel Gil en los libros de Alianza Editorial; todos distintos, todos obedientes al texto, todos cumpliendo ese trabajo en la sombra que debe cumplir el diseñador de cubiertas. Imposible hablar de ellas en esta crónica sin imágenes, pero, valga el ejemplo, las que hizo para El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, o Madame Bovary, de Flaubert, son tan exactas y elocuentes que, si eres un lector perezoso, casi te invitan a quedarte con ellas.

Acabo de leer una novela, Intemperie (Seix Barral), ópera prima del extremeño Jesús Carrasco. La pasta es una foto: el perfil de una cabra, inmutable como buen bovino. El fondo es un blanco total, tan inmutable como la cabra. No digo que esa sea la novela, pero no imagino mejor pórtico. Lector, te recomiendo ese libro, duro y bello como los eriales de España. Pero no lo forres.

 

 

 

Elkin Obregon

 
 
 
CODA

La poesía erótica es un campo minado del que pocos poemas logran escapar. A mi modo de ver, éste del portugués Nuno Júdice, que aquí transcribo, puede ser uno de ellos. Usted dirá.

Modelo en el taller del artista

Las telas se amontonan detrás de la mujer que / se desnuda, dejando la ropa encima del banco. / Frente a ella, el pintor interrumpió el cuadro / para tomarle una fotografía; y veo en los / ojos de ella la sorpresa de quien no esperaba el / flash, como si estuviera cansada de ver / su imagen robada, día tras día, / en poses interminables que la obligan / al silencio, bajo los secos gestos de la mano / que comanda el pincel. En el reflejo del espejo, / no obstante, la escena es otra: molduras vacías; / y una cabeza esculpida que apenas se ve, / de ojos tapados por la blusa con que ella / la cubrió, como si quisiera impedirle / verla, mientras se desnuda. UC

 
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