Número 58, agosto 2014

Cultura… a Metros
Fotografías del metro de Nueva York por Javier Mejía.

 
Un metro es el eje donde confluye una ciudad, el sistema muy nervioso donde los habitantes se encuentran, donde los ciudadanos de sombrero, de gorra, de capucha, de calva, de mugre, de bálsamo, de cresta viajan en el mismo vagón.

Por eso lo que ocurre en el Metro de Medellín es tan torpe y chato. Es tan absurda su obsesión y relación con los ciudadanos —a quienes trata de feligreses—, que al dar el primer paso dentro de alguna estación una trapeadora te persigue como si hubieras ingresado a la Estación Sixtina. ¡Y no! Es un tren, son vagones, estaciones y rieles, no ha sido declarado patrimonio de la humanidad; tampoco es un lugar de atracción turística, y menos una parroquia. El sistema ha comenzado a estar fuera de control por exceso de control.

La cultura corporativa, que han llamado Cultura Metro, no es más que una forma de manejar un sistema de transporte masivo como una porcelana y de convertir las estaciones en oficinas bancarias. Porque el Metro y Bancolombia son compatibles culturalmente. Por eso generan en los usuarios la terrible sensación de que el metro no es suyo sino que se los prestó la tía rica, de esas a las que les gustan las Capo di Monti, que no soportarían la chucha de una guerrera de la calle que hurga y disfruta su hedor mientras espera un vagón.

¿Qué haría el Metro de Medellín ante estas escenas de su colega de Nueva York? UC

 
Javier Mejía
 
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