Número 74, abril 2016

La tienda del humor
Sergio Valencia. Fotografía: Juan Fernando Ospina
 

Juan Fernando Ospina

Nunca he visto en acción a un controlador aéreo, pero creo que Puntilla es muy parecido. Sin salirse del pequeño cuadrado que forman el mostrador, la vitrina, dos impresoras del porte de lavadoras y un computador amarillento, al mismo tiempo que le indica a una novata que mueva el maus para que se le ilumine la pantalla y a otro que marque 593 para llamar a Ecuador, le pega la foto 4x4 a la hoja de vida que un muchacho acaba de fotocopiar. Todo eso sin dejar de mantener aterrizada nuestra conversación y darse el lujo de bromear con un cliente: “Le devuelvo con monedas porque los billetes de mil están más escasos que los de cincuenta”.

No sé si deba extrañarnos o preocuparnos, pero lo cierto es que La Tienda del Humor de la Plazuela Uribe Uribe, en pleno Centro de Medellín, es papelería, fotocopiadora, central de llamadas internacionales, alquiladero de internet, menudeadero de minutos, y últimamente puesto de exhibición de las cremas y lociones que ofrece la esposa de Puntilla. De otra forma no se mantendría en pie, pues lo que es el surtido de libros, afiches, videos, cidís y revistas de humor poco se mueve.

Y es un buen surtido. Abarca desde la recopilación de chistes del clásico Montecristo hasta libros extraños como Cuentos humorísticos y sentimentales, de Christian Andersen, pasando por las películas de Cantinflas y Chaplin, los dibujos de Fontanarrosa, los videos de Tola y Maruja, los de Benny Hill, los de La Nena Jiménez, los de Les Luthiers, los de Los Tres Chiflados, los de Risaloca, los del Águila Descalza, los de los Tolimenses… y un elepé de los otrora célebres payasos Gaby, Fofó y Miliki.  

 

También se encuentran allí Osuna, el Diccionario zurdo, el Chichipato Times, Álvarez Guedes, Kurt Vonnegut, Cimifú, Vladdo, Don Abundio, Condorito, Picardía mexicana, El arte de holgazanear, Daniel Samper, Jardiel Poncela, Quino, Coco Legrand, El huevo simbólico, Risas y sonrisas de Francia, Mecatiándome la vida, una colección empastada de Memín… y un libro que no me quiso vender porque lo está leyendo: El humor de Borges, de Roberto Alifano. A cambio, me dejó en ocho mil pesitos Figuras políticas de Klim, autor que, cuenta extrañado, se está volviendo a vender.

Jorge Londoño se autodenominó Puntilla desde que empezó a contar chistes en el colegio y en el Ejército, y con ese nombre lo han visto desfilar por Sábados Felices y por varios festivales de mentirosos, y por montones de escenarios donde ha ejercido y ejerce su show. Desde hace nueve años montó la rarísima Tienda del Humor (“la única en el país”) y allí sigue porque además de humorista es muy terco. Y buenagente también: lo vi ayudándole por teléfono a una desconocida que llamó para que le colaboraran con un chiste que le pidieron de tarea a su hija. Tan buenagente que a quienes visiten la Tienda y muestren este artículo les obsequiará el cidí con los mejores chistes de su cosecha. “Pero ponga ahí que hasta agotar las tres existencias”.UC

 
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