Número 78, agosto 2016

En 1880 aparece en Francia el libro del doctor Ernest Martin Historia de los monstruos. Un recuento temprano de la teratología, la ciencia de los monstruos. La obra describió aspectos tan importantes como los tratados científicos de la época, además de narrar en detalle las leyendas, las creencias y los mitos que transformaban las deformidades en monstruos de fábula. Desde la Antigüedad el monstruo no solo fue el objeto de las leyes divinas y humanas que decidían su derecho a vivir, también fue protagonista del espectáculo y el tumulto cruel de los curiosos durante su exhibición. Presentamos una pequeña colección de engendros encerrados en el capítulo “Los monstruos famosos”, tomado de la primera edición en español publicada en Medellín por Epistemonauta (2016), con el apoyo de la librería Exlibris.
 
 
 
 

Los monstruos dobles
Traducción de Rodrigo Zapata
 

Uno de los más famosos es descrito en un texto muy interesante de uno de los historiadores más conocidos de Escocia, que también era uno de los mejores poetas. Este monstruo nació bajo el reinado del rey Jacobo IV: en su parte inferior se componía de un solo cuerpo que, a partir del ombligo, se bifurcaba y daba nacimiento a dos pechos, dos pares de brazos y dos cabezas: el rey los tomó bajo su protección y los educó. Cuando crecieron les asignó maestros. Gracias a su inteligencia, su instrucción aumentó de forma notable. Aprendieron muchas lenguas. Además, estaban afortunadamente dotados para la música, donde se destacaron. Sus deseos eran opuestos algunas veces y de esto resultaban pequeñas querellas que no dejaban de ser muy divertidas y que, por lo demás, nunca tenían consecuencias graves. Murieron a la edad de veintiocho años. Berger de Xivrey, según una traducción del historiador Buchanan, dice que transcurrieron muchos días entre sus muertes. De otro lado, Isidore Geoffroy Saint Hilaire, quien relata el mismo hecho, dice que perecieron solo con algunas horas de diferencia. Nos parece que esta última versión es la más plausible.

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En 1701, en Szony, ciudad de Hungría, una mujer dio a luz dos gemelas unidas por la pelvis. Recibieron el bautismo con los nombres de Hélène y Judith. Sus padres las exhibieron en todas las grandes capitales de Europa. Le inspiraron a Pope estrofas muy sentimentales. Su inteligencia era destacable y habían aprendido con facilidad muchas lenguas. Su dualidad afectiva no era dudosa e incluso se traducía en discusiones que algunas veces degeneraban en luchas: había pues intercambio de golpes cuyas consecuencias nunca podían ser muy serias. A pesar de sus largas peregrinaciones y de los numerosos exámenes a los que fueron sometidas por los sabios de la época, fueron menos favorecidas que las Agripinas y no aumentaron la fortuna de sus padres. Además, hacia los diez años aceptaron la protección del arzobispo de Strigonie y se refugiaron en un convento de Presbourg. Judith, que desde la edad de seis años estaba paralizada de un lado, se debilitaba cada día. Su inteligencia se volvía cada vez más obtusa. Por último, al cabo de un año fue golpeada por una afección grave de los pulmones. El peligro parecía inminente y se apresuraron a administrarle los últimos sacramentos al mismo tiempo que a su hermana, que continuaba saludable. Sin embargo, a fuerza de atenciones y cuidados, lograron curarla. Tres años después, fue atacada por la misma enfermedad, pero esta vez le sobrevino una complicación muy grave y muy pronto su estado no le dejó más esperanza. En efecto, la enfermedad le había invadido el cerebro. Hélène no tardó en perder sus fuerzas y ambas expiraron más o menos en el mismo momento.

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A comienzos del siglo XIX, los periódicos ingleses hicieron un gran escándalo por la llegada de un monstruo nacido en 1804 en una ciudad de la India. Estaba constituido por dos gemelas unidas de tal manera que se oponían frente a frente. Su fusión afectaba casi toda la región lateral de cada cuerpo. Así pues, desde el nacimiento estaban condenadas a una casi inmovilidad. Afortunadamente estaban dotadas de una gran vivacidad y lograban torcerse de tal modo que podían caminar sin mucha dificultad o sin molestia recíproca.

Demos ahora los principales detalles sobre el monstruo que nació el diez de marzo de 1829 en Sassari, pequeña ciudad de la Cerdeña y que fue llevado a París durante el mes de noviembre del mismo año. Tenía entonces ocho meses. Excitó mucho la curiosidad de los sabios, que lo sometieron a frecuentes exámenes. Además, es muy probable que la necesidad que tenían sus padres de prestarlo, para ganarse la vida, no fuera ajena al fin prematuro de estas dos pobrecillas. Sus ingresos hubieran sido más fructuosos si los hubieran podido exhibir en público. Pero, menos afortunadas que otros, se les negó la autorización por la policía de entonces. Sus recursos se agotaron poco a poco y descendieron a tal estado de indigencia que no pudieron mantener caliente el cuartucho donde vegetaban. Cada vez que un visitante se presentaba exigía naturalmente que se descubriera el monstruo. La remuneración dependía de esto y nunca se negaba. Pero un día Rita se resfrió, la fiebre la abrazó y exhaló su último suspiro al cabo de tres días de una agonía contra la cual los pobres padres no pudieron hacer nada. Christina había corrido la misma suerte que Eng, la mitad del monstruo siamés cuya historia contaremos más adelante. Durante todo el transcurso de la enfermedad de su hermana había conservado el vigor, la salud y toda su serenidad. Como Eng, murió casi al mismo tiempo.

Entre los monstruos más recientes y cuya historia ofrece algunas particularidades que vale la pena describir, encontramos el pigópago (monstruo doble, soldado por las nalgas) del cual el señor Broca disertó en la Sociedad de antropología en 1873. Fue designado con el apelativo de Ruiseñor con dos cabezas, el cual es legítimo, pues Christine y Milie eran excelentes músicas. La primera poseía una voz de soprano muy amplia y la segunda fue una contralto destacable.

Nacidas en 1851 en un pueblo del condado de Columbus dependiente de Carolina del Norte. Su madre era negra y su padre, mulato. Además, su tez estaba fuertemente coloreada. Tuvieron muchos hermanos y hermanas muy bien conformados. Aparte de la fusión completa de las dos pelvis que formaban una muy considerable, a su cuerpo no le faltaba ninguna parte. Su estatura era pequeña, sus miradas afables, sus fisonomías expresivas y denotaban inteligencia. Hablaban muchas lenguas con soltura. Si una sostenía un diálogo en inglés, la otra podía conversar en alemán, lo que es un indicio cierto de su dualidad moral. Se cuidaban muy a menudo la una a la otra y, fuera de algunos ligeros desacuerdos, la más grande armonía fue la regla habitual de esta indisociable pareja.

Todos los científicos que intentaron dirigir sus investigaciones del lado de la región fusionada experimentaron una resistencia invencible. P. Bert en París y Virchow en Berlín nunca lo lograron. No obstante, no estamos privados en absoluto de informaciones sobre este punto. En efecto, el doctor Towsend asistió a la madre cuando parió las dos gemelas y esto, parece, con prontitud y facilidad. Ahora bien, este médico afirma que la fusión llega hasta el útero. Muy recientemente el doctor Pancoast emitió la opinión de que los órganos sexuales son simples. Sin embargo, este no es el punto de vista del doctor Ramsbotham, según el cual existirían dos úteros y dos conductos bulbares distintos. Así pues, estas observaciones han conducido a resultados contradictorios que no carecen de interés para la medicina oficial.

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La que más ha despertado la curiosidad del público en los últimos años se conoce con el nombre de Blanche Dumas. Esta joven, que nació el 25 de abril de 1860 en Segry, pequeña localidad situada cerca de Issoudun, departamento del Indre, llegó a París hacia 1877, después de haber recorrido distintos países de Europa. Desde la cabeza hasta la mitad del cuerpo, Blanche estaba normalmente constituida: era rubia, sus rasgos muy regulares, fisonomía afable, su expresión denotaba una inteligencia menos que ordinaria, pues nunca pudo aprender a leer completamente. Parece haber llenado esta laguna con una gran habilidad para coser.

Su monstruosidad consistía en lo siguiente: entre las dos piernas normales se percibía un tercer miembro que, aparte de una ligera deformación del pie, no difiere del miembro abdominal derecho. Así, tenía una pierna izquierda y dos derechas. Al lado de esta pierna supernumeraria existía el rudimento de un cuarto miembro frente al cual se exponía un seno. Para Blanche caminar era excesivamente difícil. Callaremos sobre los otros detalles que atañen a los órganos sexuales y que hacen el caso tan interesante como difícil de analizar desde el punto de vista teratológico. Así lo consideraron los científicos que pudieron examinar a Blanche y se plantearon el problema de saber a qué tipo convenía vincular esta monstruosidad que, desde el punto de vista en el que nos ubicamos aquí, es un ejemplo curioso de monstruo doble que, no obstante, tiene las apariencias de un monstruo simple.

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Terminaremos esta lista de los más famosos monstruos compuestos con el que alcanzó la fama más universal y se conoció con el nombre de Hermanos Siameses. Hacia 1811, Cheng y Eng nacieron en un poblado situado cerca de Bangkok. Su padre era de origen chino y su madre siamesa.

Cuando nacieron eran de una pequeñez excepcional y presentaban una situación tal que uno tocaba con su cabeza los pies del otro. Era la misma posición que presentaban en el seno materno con el fin de ocupar el menor espacio posible. Durante su primera infancia, tomaban algunas veces instintivamente esta forma ya sea que durmieran o que se dedicaran a sus juegos.

Una humilde aldea fue la primera en saber de la existencia de este monstruo. Pero un día, el señor R. Hunter, negociante y residente inglés en Bangkok, al oír hablar de él, visitó a sus padres y al verlo, concibió enseguida el proyecto de exhibirlo en diversos países del mundo. Pensaba que podría interesarle a la ciencia y vislumbraba al mismo tiempo una fuente de ganancias.

Así pues, compartió el proyecto con la familia. Esta no quería consentirlo y además le comunicó a Hunter que el rey Chao-pâ-yè se oponía formalmente a la partida de Cheng-Eng. Volvió a su casa decidido a no abandonar su resolución, pero también con la idea de esperar algún tiempo antes de empezar nuevas negociaciones. En efecto, después de algunos años, hizo propuestas más ventajosas que la primera vez. Los padres estaban en una situación muy precaria: no pudieron resistir y después de obtener del rey, su amo, el pasaporte necesario, se separaron de su niño monstruo.

Provisto con su tesoro, el señor R. Hunter se embarcó con destino a Boston, donde llegó en los primeros días de agosto de 1829. Visitó primero al profesor John Waren quien, después de haber examinado con mucho cuidado a Cheng y Eng, consignó el resultado de su estudio en un artículo que apareció en el Journal des annonces, en el número del 27 de agosto de 1829.

De aquí en adelante, en posesión de un testimonio procedente de una alta autoridad científica, el señor R. Hunter estaba seguro del resultado de las exhibiciones: su fortuna se estaba agotando. Se dedicó pues con ahínco a pasear de ciudad en ciudad a su fenómeno, y después de dos meses de abundantes ganancias, considerando que la curiosidad del público se satisfacía poco a poco, navegó rumbo a Inglaterra donde desembarcó en el mes de diciembre del mismo año.

Precedido de tan grandes éxitos, podía lograrlos también en este país. Siguió enriqueciéndose y, después de esta segunda y fructuosa campaña, se preparó para ir a Francia. No suponía que allí encontraría un obstáculo para la exhibición de su monstruo. La administración le negó la autorización y, aunque lo intentó, debió renunciar a exhibirlo en público y conformarse con hacerlo examinar en privado por algunos científicos.

Pero este no era su negocio, ni mucho menos el de Cheng y Eng. Además, desde hacía algún tiempo estos recibían malas noticias de Estados Unidos: las inversiones de dinero que hicieron habían fracasado. Así pues, había necesidad de llenar los déficits causados por las desafortunadas especulaciones. En vez de volver a Estados Unidos, que fue lo que siempre deseaban, resolvieron continuar con sus peregrinaciones y, después de algunos viajes en Europa, volvieron a París. Los reveses de la fortuna habían podido repararse en parte. Estaban decididos a volver al país que consideraban su patria de adopción y, después de algún tiempo de descanso, debían embarcarse definitivamente. Pero su explotador no había perdido la esperanza de obtener en París lo que le habían negado la primera vez. Se dirigió a los científicos para que le resolvieran las dificultades administrativas y, gracias a Coste y a muchos otros personajes importantes del mundo médico, terminó por obtener la tan deseada autorización. Pero no fue fácil, sobre todo sin una estratagema que los mismos científicos no habían sospechado: en efecto, pretendió que deseaba consultar el mayor número de cirujanos famosos con el fin de saber si existían algunas posibilidades para separar a los dos seres que componían el monstruo.

Así pues, tuvo éxito con este recurso extremo. Pero, en el fondo, sabía muy bien que Cheng y Eng nunca consentirían semejante operación. En 1829, el doctor Thomas Harris ya les había hablado una primera vez sobre el tema y no había logrado convencerlos. Por el contrario, había suscitado en Eng una violenta cólera e incluso estuvo a punto de ser golpeado por la más irascible de las dos mitades del monstruo.

 

Historia de los Monstruos
Epistemonauta, 2016.

Pierre Boaistuau, Historias prodigiosas, 1560.
Pierre Boaistuau, Historias prodigiosas, 1560.

Nicolas Francois Régnault, Los desvíos de la naturaleza
Nicolas Francois Régnault, Los desvíos de la naturaleza.

Cheng y Eng Bunker, alrededor de 1870.
Cheng y Eng Bunker, alrededor de 1870. 

Cuando el explotador les consultó a Sauvage y Coste sobre este asunto, que solo lo hizo, como lo hemos mencionado, con desinterés y con el único fin de comprometerlos en la solución de la dificultad administrativa, estos dos científicos opinaban que dicha tentativa tenía posibilidades de éxito. Por lo demás, no eran los únicos, pues muchos cirujanos ingleses y estadounidenses habían expresado el mismo sentimiento.

Está completamente comprobado que Cheng y Eng nunca se hubieran decidido a enfrentar los peligros de una operación, es decir, como lo pretende Isidore Geoffroy Saint Hilaire ¿su resistencia fue tomada del afecto que sentían el uno por el otro?

Sin duda, existió ese afecto, pero quizás no hasta el punto en que Isidore Geoffroy Saint Hilaire le lleva en su relato, cuando escribe que lo que los hizo rechazar las propuestas de los cirujanos fue más la felicidad que experimentaban constantemente al sentirse cerca el uno del otro que el temor a la muerte. El hábito de esta mutua esclavitud a la que estaban condenadas cada una de sus acciones, incluso las más secretas e íntimas ¿no había acabado por embotar su sensibilidad? ¿Desde su más tierna infancia, cuando se habían formado en esta alianza, un secreto instinto les hacía avizorar que esta solo se podía romper bajo la condición de exponerlos a morir a ambos?

Es realmente conmovedora la pintura que este escritor hace de la armonía que, según él, no dejó de reinar entre ellos desde su infancia. Aquí tenemos el bosquejo de un epitalamio. Los compara con dos instrumentos que resuenan al unísono cuando se hacen vibrar sus resortes. Esta armonía no resulta de la individualidad fisiológica que se puede suponer única en este doble cuerpo, puesto que uno puede sentir malestares sin que el otro experimente la menor indisposición. Su individualidad moral estaba muy claramente separada como lo prueba la expresión simultánea de los sentimientos más opuestos. Mientras que Cheng estaba triste, Eng permanecía alegre. Eng se dejaba llevar por un movimiento de cólera cuando Cheng permanecía calmado. Cheng sostenía una plática cuyo tema era por completo ajeno al de la conversación que Eng sostenía con otra persona. Por último, cuando la muerte sorprendió a Cheng, no le habría producido el más leve trastorno a la salud de Eng, si este último solo hubiera sobrevivido algunas horas a su hermano, pero la noticia fatal lo sorprendió sin que hubiera estado preparado y le produjo una estupefacción nerviosa que lo mató súbitamente.

Pero retomémoslos en esta fase de su existencia cuando consideraron que había llegado el momento de terminar con su vida nómada e ir a residir por siempre a su patria adoptiva. Las pérdidas de su fortuna se habían reparado poco a poco. Podían comprar una propiedad, casarse, vivir libres y felices. Se embarcaron entonces hacia los Estados Unidos y llegaron a una localidad llamada Mount Airy, situada en una de las ricas laderas de las montañas Azules.

Allí adquirieron una granja y se establecieron como cultivadores, con el nombre de los hermanos Bunker. Sus gustos muy marcados por los trabajos del campo muy pronto los hicieron agricultores muy expertos. Una vez que lograron una situación muy cómoda, buscaron casarse y contrajeron nupcias con dos hermanas, como si hubieran querido apretar más fuertemente los vínculos que los unían. El destino les fue favorable en este aspecto, pues tuvieron hijos cuyo número llegó a veintidós, todos bien constituidos, robustos y sanos.

En los momentos de ocio que les dejaban sus ocupaciones agrícolas, no tenían un pasatiempo más agradable que entregarse al ejercicio ya sea de la pesca o de la caza. En fin, nada había llegado todavía a perturbar la felicidad de esta interesante familia de la granja de Mount Airy.

Pero un día, un punto negro ensombreció este bello cielo. Cheng fue atacado de congestión cerebral. Después de algún tiempo, se entregó a copiosas libaciones y su intemperancia había alcanzado tales proporciones que tarde o temprano debía llegar a ser su víctima.

La enfermedad no fue mortal, gracias a los asiduos y consagrados cuidados con los que fue rodeado, pero le quedó una parálisis en todo un lado del cuerpo. Advertido por este golpe que hubiera podido matarlo, tuvo la fuerza de corregirse. Se volvió sobrio y después de algunos años solo le quedaban algunos rastros de su hemiplejía. Se le concedieron todavía muchos años de felicidad y nada hacía prever que la hora fatal se acercaba, cuando una tarde, después de una cacería, Cheng, cuya salud nunca fue dotada de la misma resistencia que la de su hermano, fue presa de un resfriado que no era ajeno a la gran fatiga de la jornada. Se fue a la cama, pasó una mala noche y en la mañana presentó todos los síntomas de una pleuresía..

La enfermedad progresó rápidamente. Todo su entorno fue asediado por tristes presentimientos. Solo Eng no dudaba del acontecimiento siniestro que se preparaba. La situación había empeorado el cuarto día. La opresión había aumentado y la fiebre era más alta. Por último, murió en la noche del 17 de enero de 1874, sin que su hermano lo percibiera y sin que esta catástrofe hubiera interrumpido su sueño.

De madrugada, uno de los hijos entró en la habitación, se acercó al enfermo y notó que ya no respiraba. Comprendiendo que el desenlace había llegado, despertó a Eng, quien al ver el cadáver de su hermano gritó angustiado: ¡estoy perdido!

Y entró en una violenta agitación, su cerebro se turbó, pronunciaba palabras incoherentes que dieron paso al delirio y la agonía. Después de algunas horas, la muerte llegó y puso fin a esa escena donde toda la familia fue herida en sus más queridos afectos.UC

 
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