Número 78, agosto 2016
“Es lo mismo caer que quedar colgando”.
 

SACHA
Juan David Escobar. Fotografías: Carlos Esteban Orozco

I

Ese man me entregó el carro en Caucasia, y yo lo traía. ¡Ta! ¡Ta! ¡Ta!... Y subiendo, después de Puerto Valdivia pa arriba, en la cuarta curva, seguí derecho. Amanecidos y llevados. ¡Dormidos! Imagínese que de la salida de la carretera hasta que se estrelló allá abajo, fueron unos, póngale, seis segundos. ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! Hasta que cuente seis u ocho segundos.

Íbamos en un camión inmenso, grande. Llanta 1200. Rin 24. Era un International R210. Lo más grande para carga en esa época. Nosotros traíamos dieciocho mil kilos de cemento. ¿Y usted sabe qué son dieciocho mil kilos? Hacía seis días habíamos salido de Barranquilla, estábamos en un invierno miedoso. Por esos días octubre sí era igual a invierno. Ese 10 de octubre, me parece que era un jueves ¿o sábado? Ya no sé. Era 1970. Bajamos tumbando árboles y de todo, y con ese peso encima. Yo me reventé la boca con las ramas y pensé: ¡Dios mío bendito! Y seguía sembrado en el freno. ¡Cuál! ¡Pa abajo! Era como si se estuviera viniendo una catedral o un edificio encima. Dieciocho toneladas de cemento atrás de uno. ¡Más lo que pesa ese camión! ¡Aaaahhh!

¡Cómo es la vida ome! Yo estaba trabajando por una calle que se llamaba el Fundungo. Esas son calles que ya desaparecieron. Estaba trabajando mecánica allá, y entonces llegó aquel muchacho, Jairo Berrío, amigo mío y un tipo berraco, con ese camión: “¿Quiubo loco, entonces nos vamos a ir pues?”.

Llegó a las ocho de la noche, yo estaba subiendo una caja a un bus. Me acuerdo patentico. Un bus de Prado Brasil. Le dije: “Nonono loco. Yo tengo todo listo para irme para Australia, no, no, no, solo falta el pasaporte que me lo mandan de Bogotá, y listo”. Ome, y me convenció: “Camina güevón, no nos demoramos”. Yo que no y el que sí. Y a lo último sí.

La idea era llevar catorce mil kilos de varillas a Barranquilla. Nos fuimos en ese pedazo varados, ¡varados! Yo casi que me le devuelvo en Puerto Valdivia. La carretera toda destapada, los tragadales más horribles de la vida. Imagínese que en un camión se cargaba pala, pico, cadena y tablas. Eso era como si fuera uno para una guerra.

De ahí nos fuimos a Santa Marta a cargar un viaje de arroz, a meter ese carro a un barco, a un trasatlántico que había estado descargando yo no sé cuántos miles de toneladas de arroz. Sacamos unas dieciocho toneladas de arroz pa llevarlas a Barranquilla, y en el setenta no había puente ni nada, tocaba en ferri. Yo le dije, “ay no, vámonos hermano, no hagamos más viajes aquí, vámonos, es que de pronto ya llegó ese pasaporte”. Y precisamente el mismo día que me fui llegó ese bendito pasaporte. ¡Cómo es la vida!

Donde caímos era un abismo como de cien metros. Paró porque ahí sí tenía que parar. Eso no hubo tiempo de nada. Ni de llorar, ni de suplicar, ¡ni de nada!

Cuando eso se estrelló allá abajo ese muchacho estaba partido a la mitad. ¡Yo no sé qué lo partió! No sé qué lo partió a la mitad. ¡Por Dios sagrado! Partido a la mitad sinceramente.

Yo enredado en todo eso con los pies así, amasados, y eso hizo ¡fúuu! Y estalló en llamas.

¡Usted sabe lo que es que un carro de esos, con todo ese tonelaje, se le venga a uno encima y empiece a doblarle la espalda y a comprimirle el hombro! ¡Eso es miedoso hombre! Y mis piernas enredadas, y así amasadas, y para acabar de ajustar el carro en llamas. Yo no perdí el conocimiento, sino como que perdí la noción de todo porque la candela me acosaba, y a los que nos trataban de rescatar y medio alcanzaba a ver por esas ventanillas yo les gritaba que me mataran. Duraron más de cuatro horas sacándonos, levantando todo eso, sacando todos esos bultos. Ese carro no lo apagó nadie, eso se apagó porque yo me encomendé a Dios. Recé para no morir quemado del todo. Donde el carro no se hubiera incendiado, yo no hubiera perdido los pies. Los pies salieron enteros, pero carbonizados. Yo, en medio de todo, esperaba desangrarme, y los médicos me dijeron que no me desangré porque la candela cauteriza las venas.

El caso es que el muchacho se mató, yo quedé inválido. Y hasta ahí llegó la juventud y el viaje para Australia, y me tocó llevar esta vida.

II

¿Por qué me llaman Sacha? Porque en los años sesenta había un artista que se llamaba así: Sacha Distel. Cantaba una música muy linda, unas canciones muy lindas. Búsquelo en internet:
Sacha Distel. No sé si era ruso. Me decían que físicamente me parecía a él, y me gustaban sus canciones. “En casa de Irene se baila y se bebe. En casa de Irene te quiero encontrar. Días crueles y fríos, y yo suspiro, por ti”.

Yo soy de Manrique, nací el 26 de mayo del cincuenta. Soy el cuarto de seis hermanos, dos hombres y cuatro mujeres. Hice dos meses de cuarto bachillerato en la UPB, y ya no quise más.

Me volé de la casa en el año 62, a montar llantas por allá en Caucasia donde un primo. Me devolví como a los seis meses con anemia y un paludismo el berraco, ¡llevao!

Entonces ya me tuve que poner a trabajar. Fui chofer hasta los veinte años, de los buses pa Manrique. De esos choferes titinos. Muy encopetonado, zapatos blancos estilo italiano. A mí solo me gustaba calzado italiano. Yo fui muy pinchado hermano.

¿A dónde lo lleva a uno la vida? Mira cómo se reduce de tamaño a la vuelta de la esquina.

Yo medía un metro ochenta y dos. Y ahora mido… ¿qué? Uno con ocho, o uno con diez, o uno con doce.

III

Los camiones me quitaron los pies, fue una catástrofe. Y hoy con más pasión quiero los carros. Y si son de esos viejos, más pasión y amor me causan. ¿El más hermoso? El V82, que era un dobletroque, esos carros vinieron para las empresas públicas acá o para el cuerpo de bomberos. Eran carros elegantes, hermosos. Tenían una cabina hermosa, pues, para la época, ahora hay naves muy sofisticadas; pero no, me llaman la atención son esos carros viejos. Los que tenían esos guardabarros así volados, del modelo 56 hasta el 64 y no más. Yo oía subir esos carros por la 45 pa arriba, eso era cosa de otro mundo, como oír una nave espacial.

IV

Pensaba en el suicidio. No me hallaba. Yo que fui hasta modelo de una fábrica de camisas. Una juventud bien linda donde gané varios campeonatos bailando pasodoble, y ya dizque sin piernas. ¡Dios mío! ¿Esto qué es ome? A mí me parecía que todo era un sueño. La pérdida de un miembro, la persona que lo pierde sabe. Yo he visto muchas personas que porque van perdiendo el pelo se matan. Si no que Dios, no sé, le va dando valor a uno, a medida que uno va viviendo se va llenando de valor. Y en la casa no se pusieron con consentimientos conmigo. Mi mamá era muy seca conmigo y mi papá también. “No, no, no, hágale como un hombre de aquí en adelante. Recuerde que este mundo se hizo para los valientes”. Esas palabras me taladraron. Mamá me estructuró muy bien, porque mamá era una montañera, pero psicológicamente era una mujer muy tesa. No lloraba por nada. Yo creo que donde mamá hubiera sido un macho, ¡ay fuepuerca! Hubiera sido un militar.

Mi papá tenía plata, por eso nos tuvo en buenos colegios y buenas casas. Él fue negociante. Hizo billete en la época que no habían mafias ni nada. Todo era derecho. Unos montañeros de racamandaca. Yo tuve muchas oportunidades de estudiar, hasta después de inválido. Pero no, yo enfocado siempre en estos aparatos. Me gustaba otra vuelta: las máquinas. Entonces mamá me vio una vez contando plata y me preguntó: “¿Esa plata de qué es?”. “Con los camioneros, amigos míos, tomamos trago, me dieron trago, y me dieron platica”, le dije. “No, no vas por donde es, eso se tiene que acabar. Es mejor loco que lo admiren, no que le tengan lástima”. Entonces papá me puso a trabajar relojería. Cuando eso los relojes no eran electrónicos, eran de cuerdas. Eso traía una mano de piñones por dentro. Yo le cogí amor a eso, porque eso era mecánica. Me identifico con la mecánica, yo no me identifico con más nada.

V

Trabajé un tiempo la relojería. Y esa niña comenzó a pasar por ahí, y por la casa. Yo me casé como cuatro años después de estar inválido, con esa niña de Manrique, que no tenía ni dieciséis años. ¡Otro infanticidio! Fue un proceso duro, entre peleas y cosas, pero duramos catorce años, y pudieron ser las travesuras mías, pero esa mujer se me voló deUrabá con dos niñitas mías. Y hasta el sol de hoy. Hace cuatro años me dijo un man de por allá del Centro que una de esas muchachitas es doctora. Yo pienso, viví catorce años con ellas, ellas se fueron ya criadas, y si ellas no se dan cuenta qué sacrificios hice yo, que sean doctoras, que sean lo que les dé la gana, que sigan su camino, yo sigo el mío.

Eso lo sé yo. A mis hermanos hace 28 años que no los veo, y tan hermanaos que fuimos. Están en Australia y saben en qué condiciones estoy y ni unas saludes ni nada. Ya lo dijo Palito Ortega: “Gracias señor tiempo, porque con tu magia dejas en la nada, muere en el olvido, el dolor, que soportando mi alma soportando está...”. El tiempo va borrando todo. ¡Todo!

Haciendo las cuentas fueron como dieciséis hijos. Con la que más duré fue con la pelada con que me casé. Y tuve un hijo con la hija del alcalde de Cartago. Tuve un hijo por allá en La Guajira con una india zarca. Y unos hijos con unas muchachas que eran sirvienticas en la casa. Y a las muchachas coperitas de bares de carretera les metía su pelado también. Un chofer de carretera es como un marino. Ese nunca sabe para dónde va, ni donde se va a quedar o si se pierde en altamar. Los choferes eran muy mal vistos, y más los de carretera: vagabundos, irresponsables, tomatrago. Y todo eso tiene mucho de cierto.

VI

Vivíamos en Prado. Mi papá ya había perdido toda la plata porque vendió todo y la metió en Furatena, una pirámide de unos mafiosos. Ciento cuarenta millones se perdieron ahí. Papá se desviruló todo, no aguantó esa tacada. Y empezó el hogar económicamente pa atrás, pa atrás, pa atrás. Ahí nos pasamos a Conquistadores. Me tocó salir a pedir trabajo por ahí. Papá enfermo y mamá con una osteoporosis, y yo sin mujer, sin nada, entonces ahí fue cuando vine al Naranjal y le pedí trabajo a ese señor.

Si hoy en día marginan a un inválido, hace 32 años mucho más. Yo anduve mucho en silla de ruedas, con pies ortopédicos y todo. A mí me preguntaban si era el dueño de ese taller, por lo elegante que venía. Pero nada, yo trabajaba gratis. Fue la única manera de que me diera trabajo. Y yo he tenido mucha habilidad, porque no estoy mal de la columna. Yo ponía un banquito así, para subirme al Pegaso. ¡Pam! ¡Pam! Y ya estaba arriba. Yo le bajaba las culatas, y que hay que bajar la bomba de agua, que hay que bajar el radiador, que la bomba de inyección, lo que sea. ¡Lo que sea! Y yo soy muy malicioso, y soy muy práctico, yo soy geminiano, tengo un desenvolvimiento miedoso. Muy hábil. La gente se queda aterrada: “¿Cómo es que hacés tanta cosa, güevón?”. Es por naturaleza.

Suena increíble, pero le trabajé gratis doce años. Y en esa época vinieron mis hermanas de Australia ¡llevadas! Hicieron vender lo último que teníamos. Le dije a mamá: “No venda la casita. ¿Cómo nos vamos a quedar sin casa?”. “Usted es muy egoísta. Esto lo vamos a invertir en el eje cafetero, y por ahí nos va ir muy bien”, fue la sentencia de mamá.

Pues dicho y hecho, le hicieron vender la casita y quedamos nadando por ahí, y preciso fue cuando me echó este man del taller. Todo mal. ¿Yo pa dónde me voy? ¿Pa dónde? Me fui para la autopista Medellín-Bogotá. ¡La berraquera! Llegando a Doradal monté un taller, con herramienta linda y todo. Y cuando estaba bien plantao y bien bueno, se prendió esa violencia y nos mandaron unos panfletos: que había que desocupar eso. A la brava.

Otra vez volver a Naranjal... A dormir en una volqueta. Y después me fui a cuidar un taller, pa allá abajo, y después una piecita acá, y otra pieza allá y viví en un camión que lo dejaron muchos años abandonado.

VII

Yo por eso no uso silla, para que no me de rabia. ¿Vos crees que con una silla de ruedas puedo subir por todas partes? Tengo que decirle a alguien que me empuje, y eso no no no, no me gusta. Si usted me quiere ver ofendido, regáleme una silla de ruedas. Regáleme más bien dos balazos y se los recibo.

Este ranchito se construyó cuando yo viví en un furgón, y el dueño dizque iba a venir a darme bala porque lo iba a dañar. ¡Sabiendo que eso a lo último quedó tirado! Antes de que eso sucediera, conseguí estas tablitas, y estas laticas me las regaló otro amigo. Y como estaba muy enfermo de los hombros, los manguitos rotadores se me acabaron de vagabundiar de tanto subir y bajar. Por eso en la casa todo es rastrerito.

En esta estiba, que es pequeñita, aquí pongo un colchoncito encima y mantengo mis coroticos allí organizaditos. Y aquí tengo la comida y la cocina, y un fogoncito que yo tenía guardado. Y tenemos agüita gracias a Dios, y energía, y pues ahí se defiende uno.

VIII

Y yo pinto, pinto cuadros. No da plata, pero me tengo que pegar de algo para disimular que estoy triste, que estoy acongojado, para eso es. Se me olvida que estoy mocho, que no tengo nada en la vida, que estoy viejo, que tengo estos hombros vagamundiados. Ahora, 46 años después, la pérdida de los pies está superada. Pero a los dos meses, ¿vos qué crees que yo quería? Morirme. Hoy mismo si me ofrecen que me ponen otras patas de otro loco que en Rusia las donó, yo les diría que no, porque ya eso me estorbaría. La costumbre hace ley.

Hace años, muchos años, me tomé la última cerveza. Ni vino de consagrar ya. Me mantengo muy mal del corazón. No puedo comer fritos, ni chicharrón ni grasa. ¡Nada! El afán mío es conseguirme una pendejadita para hacerme algo de comer. Soy un tipo muy práctico, me gusta un pantaloncito aunque sea remendado, pero aseado. Me gusta mucho el aseo, el juicio y el orden.

Nunca llegué a nada. Como pintor no llegué a nada. Como músico tampoco. Ahora es que veo las locuras mías: no hice nada, no alcancé a nadie nunca. No hice sino pescar una invalidez.

¿Una canción que resuma mi vida? Claro, la de Manolo Galván: “Yo tengo amores por ahí, tengo un perro sin collar, y camino por el mundo. Sé comer frutas sin pagar, beber vino con mendigos, y charlar con pajarillos. Yo que soñé ser ruiseñor y hoy me puedo acostumbrar a vivir de cualquier forma. Yo que soñé ser ruiseñor y cuando empecé a volar se me fue haciendo de noche. Yo que soñé ser el mejor, hoy me puedo acostumbrar a vivir de cualquier forma”.UC

 
Fotografía: Carlos Esteban Orozco Fotografía: Carlos Esteban Orozco Fotografía: Carlos Esteban Orozco Fotografía: Carlos Esteban Orozco

Sacha canta "En casa de Irene"

 
Sacha canta "Gracias señor tiempo" de Palito Ortega

 
Sacha canta "Sueños" de Manolo Galván

 
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