Número 79, septiembre 2016

El Diamante en bruto
Andrea Aldana. Fotografías por la autora

 

"Florencia dice No al plebiscito”. La frase está al centro de una enorme valla publicitaria en lo alto de un edificio de quince pisos en la zona céntrica de la capital de Caquetá. Curiosamente, fue lo primero que vi cuando salí a caminar sus calles antes de salir hacia El Diamante, la vereda en la que se llevaría a cabo la décima (y última) Conferencia Nacional Guerrillera de las Farc. Florencia se niega a aprobar los acuerdos según la valla más visible de la ciudad, pero de los más de diez florentinos con los que hablé oí un Sí al plebiscito del 2 de octubre. Esa fue la primera paradoja de un viaje lleno de ellas, en el que me quedó claro que nada está claro más allá de los acuerdos sobre el papel.

La segunda paradoja no tardó en aparecer, y a partir de aquí dejaré de enumerarlas. Durante las tres horas que duró el trayecto desde Florencia hasta el municipio de San Vicente del Caguán, alcancé a contar quince tanques del Ejército Nacional flanqueando la carretera, distribuidos a lo largo de los 154 kilómetros que completan el camino; vehículos, blindados y armados, comprensibles para los días en los que el territorio se consideraba zona roja, pero no para los tiempos del cese al fuego bilateral. Ningún uniformado me supo responder si estaban allí para protegernos, para protegerse, y quién era el potencial enemigo.

Los retenes del Ejército, con tanques y sin ellos, se mantuvieron a lo largo del trayecto. El último se ubicó a la salida de San Vicente del Caguán, donde se desprende el camino de tierra que lleva hacia el sitio en el que se desarrolló la conferencia. Y justo allí, en una especie de caseta construida con costales verdes llenos de arena, fue donde nos empadronaron.
—¿Pero por qué te tengo que dar mi nombre y mi apellido?
—No solo usted sino todos los que van en esa camioneta. ¿Cuántos son?
—Pero es que no entiendo, explíqueme por qué debo quedar anotada en los libros del Ejército, qué pasa si yo no quiero dejar registro de que estuve aquí.
—¿De dónde es que es usted? ¿Cuántos son ustedes?
—Ya le dije: prensa. Somos prensa. Los logos están por toda la camioneta, usted puede verlos. No entiendo para qué los nombres. Eso ni siquiera es legal.
—Vea niña, necesitamos tener registro de cuántos entran por si algo le pasa a alguien allá.
—Bueno, entramos cinco, con esa información le debe bastar.

Empadronar, así se conoce en la jerga oenegera al momento exacto en que la fuerza pública se hace con los nombres y los apellidos de quienes detiene, y esto fue lo que hicieron con nosotros, so pena de impedirnos seguir hasta el sitio de la conferencia. De haber sabido que faltaban casi siete tortuosas horas de trayecto para llegar a El Diamante, habría discutido un poco más antes de dejar mi nombre anotado en los registros del Ejército.

***

“Normas de convivencia” titula una cartelera en la que se asignan los valores de la sanción que deben pagar quienes se involucren en una pelea. El aviso se repite en casi todos los establecimientos comerciales de la vereda Las Damas, ubicada en la mitad del camino entre el último punto de control del Ejército y El Diamante: si es con arma de fuego, la multa son dos millones de pesos; arma blanca, un millón; si es a puños, botellas o insultos, quinientos mil pesos, el mismo valor que debe pagar quien inició el tropel. Todos los carteles cierran con la misma frase: “Quien viole estas normas debe responder ante la comunidad”; y a mí me costó creer en una comunidad tan organizada.
—La primera instancia es la comunidad, eso es cierto, pero si incumplen, la segunda instancia somos nosotros — me dijo un guerrillero que hizo parte de la delegación de paz esa misma noche, cuando ya estando en El Diamante le pregunté por esos carteles.
—¿Y qué va a pasar con esos modelos de orden establecidos que se cumplen porque evidentemente son respaldados por las armas? —fue lo siguiente que pregunté.
—No sabemos. No está claro. Muchos campesinos no quieren que dejemos las armas. Mire, en el Catatumbo nos pasó lo siguiente: reunimos a la comunidad de varias veredas y les preguntamos quiénes querían que las Farc continuaran en armas: todos, absolutamente todos, alzaron la mano; después preguntamos quiénes estaban dispuestos a empuñarlas con nosotros: ninguno la alzó. Esto no va a ser fácil, algunos sectores del campesinado se acostumbraron a una figura de autoridad y es como si la quisieran conservar. Lo difícil de los acuerdos viene es ahora.

Las palabras me devolvieron a Las Damas, donde un amigo le preguntó a un vecino de la vereda cómo veía el tema del plebiscito. La respuesta no fue ni positiva ni negativa, solo dijo que ellos (la vereda, supongo) estaban asustados de que las Farc dejaran las armas: “Cuando lo hagan, ahí sí el Estado nos va a quitar las tierras, nos va a expropiar más rápido”, fue lo único que respondió.

***

Treinta minutos antes de llegar al sitio de la conferencia nos topamos con un retén de la guerrilla, el único de las Farc, o por lo menos el único visible. No nos pidieron nombres, solo preguntaron si éramos prensa y luego de la respuesta nos dejaron seguir. Los chicos, todos muy jóvenes, no portaban fusiles, los tenían colgados en estacones en medio del follaje, donde también había un grupo grande de guerrilleros y tiendas de campaña. Entonces empezó la sensación de estar en un mundo surreal.

La conferencia recibía a los invitados con una especie de arco formado con lonas blancas y azules, adornadas con la silueta de Manuel Marulanda, y en las que se leía el nombre del evento y un “bienvenidos” en español y en inglés. Veinte metros después de cruzar el arco, al costado izquierdo se encontraba el primer campamento guerrillero a cargo del Bloque Oriental; y de él salía a paso lento, cabizbaja y cubriendo su rostro con una gorra celeste, Salud Hernández Mora. Surrealismo español.

Frente a este campamento estaba la bandera de las Farc y al lado, un grupo de reporteros esperando turno para tomarse una foto junto al trapo. Me bajé del carro, cámara en mano, libreta de notas en el bolsillo, ávida de hacer reportería pero las escenas que encontré me causaron cierto fastidio: los guerrilleros eran asediados por periodistas que querían obtener sus pensamientos más íntimos; los filmaban y retrataban mientras dormían, comían, caminaban, lavaban ropa, incluso mientras se bañaban; el único espacio en el que conservaron su intimida fue en las letrinas, y no estoy tan segura.

A un costado del campamento un grupo de guerrilleros despellejaba una res y los lentes, en masa, enfocaron el momento. Entonces tuve la primera impresión de la conferencia: un parque de atracciones guerrilleras y, como tal, los subversivos eran retratados como fenómenos de circo.

Avanzamos hacia el punto de acreditación en el que, además de la escarapela, nos daban una hoja de solicitud de entrevistas: pensando que era pan comido, solicité a casi todo el secretariado. Solo hasta el día siguiente, domingo 18 de septiembre, entendí el gesto medio burlón de la chica que me recibió el papel.

***

Nos asignaron cinco caletas en el segundo campamento guerrillero, a cargo del Bloque Sur de las Farc, ubicado en un extremo izquierdo y lejano del sitio donde se concentraba casi todo el evento. Este campamento tenía capacidad para cuatrocientas personas en una especie de cuartitos individuales que incluían colchoneta y que nada tenían que ver con las caletas guerrilleras que yo conocía, a las que se asemejaban más las instalaciones del campamento del Bloque Oriental. No obstante, los cubículos trazados con plásticos verdes y reforzados con un toldillo, fueron suficientes para que algunos periodistas extranjeros se sintieran bajo el fragor de la guerra colombiana.

El hotel guerrillero estaba bien organizado y nos ofreció tinto mañanero, almuerzo y cena gratis. Lo cual fue muy útil ya que el restaurante “oficial” cobraba doce mil pesos por un desayuno que podía traer huevos, arroz y tostadas. Pero no puedo quejarme porque en el restaurante –tipo bufet– una vez puse cara de muerta de hambre y pedí el favor de que me echaran bastante comida porque venía con un amigo que no tenía plata; desde entonces les caí en gracia a quienes servían, asumieron que venía con un novio pobretón y se solidarizaron rebozando mi plato y doblando la ración de sopa con suma discreción. De mi plato siempre se beneficiaron dos o tres comensales.

Las instalaciones del evento estaban compuestas por una amplia sala de prensa con un auditorio lateral, el restaurante, las zonas de camping y de literas, una tarima para los conciertos, una carpa para la acreditación, varios locales para el comercio, una estación de gasolina, un punto para hacer llamadas y otro para intentar conectarse a internet, un aserradero, el sitio donde a puerta cerrada se adelantaba la conferencia con los delegados de las Farc y tres campamentos guerrilleros: el del Bloque Oriental, el del Bloque Sur, y el tercero, un tanto secreto, en el que se hospedaban los delegados y parte del secretariado, custodiado en su totalidad por la Columna Móvil Teófilo Forero, las fuerzas especiales de las Farc. Después supe que la Teófilo no portaba camuflado y estaba mimetizada entre los civiles para labores de seguridad e inteligencia.

Todas estas edificaciones formaban una pequeña ciudadela que se unía por una carretera destapada que de repente comenzaba a trazar unas curvas pronunciadas e innecesarias: “¿Notaste que la carretera es el mapa de Colombia?”, me dijo después Félix Antonio Muñoz Lascarro, que no es Pastor Álape, como los medios erradamente aún reseñan. Pregunté quién había construido el camino de esta “Colombia” y me dijeron que un ingeniero; pregunté quién había pagado el ingeniero, y el resto de instalaciones y el personal del evento… Nadie sabía de dónde salía el dinero. Pero entre chanzas y risas, siempre quedó la sensación de que la financiación era mitad del gobierno y mitad de la guerrilla.

Las preguntas eran muchas y la curiosidad de los periodistas creció con la la inutilidad de los teléfonos y los portátiles por la falta de internet. No había redes sociales para esculcar y ninguna cabeza fijaba su vista en las pantallas. Entonces nos vimos obligados a hablar entre nosotros. Periodismo de manigua y paciencia, de rumores e interpretaciones.

De esos diálogos salieron las mejores anécdotas, como la de Salud Hernández, que en horas de la noche se fue a buscar un baño y al parecer se perdió, por lo que enviaron un grupo de seis guerrilleros a buscarla pero regresaron sin éxito y preocupados. La tensión se rompió cuando una voz entre la noche dijo: “Qué va, dejen que esa vieja se pierda”. También se especuló sobre los comandantes guerrilleros y su líos amorosos; y sobre los periodistas, especialmente sobre qué hacía allí, en la boca del lobo, Jairo Banquet, periodista de la Universidad de Antioquia, director y propietario de La Chiva de Urabá, quien fue condenado a 94 meses de prisión por paramilitarismo y tenía una orden de captura vigente.

***

El sábado terminó, el domingo estaba terminando y no lograba hablar con nadie del secretariado. Las entrevistas no eran aprobadas y la rueda de prensa solo permitía nueve preguntas para más de 350 medios inscritos: tres preguntas para los internacionales, tres para los nacionales y tres para alternativos. Las respuestas eran superficiales y evasivas. Entonces empezaron a reventar los ánimos de los periodistas y las voces de inconformismo tronaron poco a poco.

Entrevistar a un comandante del Estado Mayor Central, a un miembro del secretariado, o alguien de la delegación de paz que estuvo en La Habana, se volvió una hazaña de caza entre los periodistas. Durante esos días nos consultábamos constantemente con quién habíamos hablado, como si estuviéramos midiendo la ganancia, contando la menuda de palabras recogida en el día. La vanidad nos la pateó el corresponsal de CNN, el primero en lograr una exclusiva que le dio Iván Márquez y nos fue restregada en la noche del lunes 19 de septiembre.

No había “material duro”, como lo llamábamos, y todos los medios de comunicación se dedicaron a recoger historias de vida de la guerrillerada, a registrar notas sobre las instalaciones, a cubrir los conciertos. Por mi parte, “colgué los guayos” de reportera y salí a caminar por ahí para hablar con los combatientes rasos y con los campesinos que me cruzaba.

En mis entrevistas de sábado y domingo los guerrilleros parecían repetir un discurso aprendido, positivos frente la firma de los acuerdos y “con muchas ganas echar pa adelante”. A partir del lunes, y ya sin chaleco ni cámara, ni grabadora, el discurso perdió un poco el camuflaje.

—¿Miedos? ¡Claaaro!, todos. Nos da miedo que nos maten. Tememos que el gobierno incumpla, pero el principal miedo es que nos maten. El paramilitarismo sigue ahí y nosotros vamos a soltar las armas; lo hacemos porque es la orden de los comandantes.
—¿Pero entonces ustedes quieres seguir en guerra?
—Nooo. Tampoco. Acá el que no está mutilado, está muerto. El otro ha sido de buenas y al que no le ha tocado vive todo el tiempo esperando la muerte. Tenemos mucho miedo pero la verdad es que casi nadie quiere seguir en guerra. Ni nosotros, ni el Ejército.
—¿Ya han hablado con el Ejército?
—Sí, y también están cansados. Vea, acá hay que entender una cosa: somos soldados de un mismo pueblo y nos estamos matando somos nosotros, no los hijos de los ricos. Nos estamos matando nosotros, y todos tenemos familias que queremos volver a visitar. Esa es la verdad.
—¿Se volverían a armar?
—Sí, si el Estado incumple.

La última respuesta me la repitieron todos los guerrilleros, rasos y comandantes, al igual que el miedo principal, aun así la actitud conciliadora y con ganas de lograr un positivo proceso de paz se sintió durante toda la estadía. El mismo campamento fue un símil de lo que podría ser Colombia después del 2 de octubre, los más de novecientos periodistas convivieron, al principio de manera extraña y forzada, luego de manera natural, con casi quinientos guerrilleros que ya no portaban fusiles porque, por directriz, debían dejarlos en las caletas y confiar a ciegas en los extraños que los rodeaban: una lección aprendida de parte y parte.

***

No desistí de mi objetivo de conseguir “material duro”, así que en horas de almuerzo hice campamento con otros colegas en la entrada del sitio donde se discutían las quince tesis guerrilleras que iba a abordar la conferencia, a ver quién asomaba. Entonces logré mi primer trofeo: Jesús Santrich. No recuerdo absolutamente nada de lo que me dijo. Emocionada olvidé prender la grabadora y la euforia del instante me nubló la memoria, solo me quedó una foto como suvenir. En país de ciegos, el tuerto es rey.

Al segundo que abordé fue a Romaña, y debo confesarlo: me intimidó. Jamás había visto a alguien que tuviera tanta presencia militar aunque estuviera vestido con una camisa rosa pastel, en pocas palabras, alguien que produjera temor con solo pararse al frente. Cuando me acerqué, le decía a una periodista que si pasados 180 días el paramilitarismo no se desmontaba, los acuerdos iban a empezar a temblar. Cuando terminó la entrevista le cerré el paso e, incrédula, repetí la pregunta sobre qué iba a pasar si el paramilitarismo no se desmontaba. Romaña se ratificó con una firmeza que parecía anticipar que eso sucedería. Su escepticismo por el proceso casi se podía olfatear.

Después vi declaraciones suyas en medios de comunicación, especialmente las que hacen referencia al tema del secuestro, y en sus respuestas noté una vaguedad que no supe si era fanfarronería programada, y si ante el Tribunal Especial para la Paz sus respuestas ya serían similares a una confesión; o si desconocía en absoluto que un ataque repentino de mala memoria le podía traer veinte años de cárcel. Lo que sí puedo aventurar es que un hombre como Romaña, el hombre más buscado de las Farc, no va a pasar dos décadas tras las rejas; por lo que si a futuro las Farc tienen una disidencia esta podríacontar desde ya con su comandancia.

Sin embargo, y debo escribirlo, al cierre del evento Iván Márquez fue enfático en manifestar que todas las delegaciones habían aprobado unánimemente los acuerdos logrados en La Habana. “¡Se acabó la guerra! Díganle a Mauricio Babilonia que ya puede soltar las mariposas amarillas”, con esta frase cerró Márquez su discurso; no vaya a ser que ahora le dé a Romaña por enjaularlas.

***

Después de lograr a Santrich, Romañá y Victoria Sandino –está última me adelantó que se estaban peleando, “pero sin pelear”, mayor representación de las mujeres en el Estado Mayor de las Farc, “por ahí el cuarenta por ciento”, lucha que al parecer lograron porque al cierre de la conferencia pasaron de 32 integrantes a más de sesenta– me cansé de la cacería y desistí de los trofeos. Entonces, en las noches me dediqué a hacer lo que haría cualquier periodista disidente: beber.

Escuchando el concierto de Los Rebeldes del Sur, o Alerta Kamarada, no recuerdo, me tomé un par de rones con Marcos Urbano, uno de los veinticuatro presos políticos a los que el gobierno permitió salir para asistir a la conferencia y que a esta hora ya deben estar de nuevo en sus celdas. De Marcos, que está en una cárcel de Medellín y es bastante reconocido por su operar urbano, supe que los integrantes de la estructura criminal conocida como Oficina de Envigado tienen un serio interés de iniciar una negociación para lograr “una paz urbana”, o eso es lo que le han manifestado en los patios.

Cuando no estaba en los conciertos, estaba en el restaurante, en donde parecía tener sitio asignado: todas las noches hubo una botella de Old Parr sobre la misma mesa y unas cuantas cervezas Club Colombia que compartí con guerrilleros, colegas de la prensa y defensores de derechos humanos. Y entre trago y trago, como suele pasar, fue cuando obtuve las declaraciones más veraces y espontáneas: según Prometeo, integrante de la delegación de paz que estuvo en La Habana, las Farc le apuestan todo a que en las próximas elecciones obtendrán casi seis millones de votos de los doce millones que se estiman del área rural del país. Una especie de utopía electoral si se tiene en cuenta que la mayor votación histórica de la izquierda son los 2’600.000 de Carlos Gaviria en el 2006. La realidad electoral podría ser un primer estrellón para el “Ejército del Pueblo”.

También supe que las Farc habían peleado en los acuerdos, hasta el último minuto, que les permitieran constituir (y construir) una EPS que “prestara un servicio de salud más digno y que estuviera extendido hasta las zonas rurales a las que nunca llega el Estado”, pero el gobierno se negó y no dio el brazo a torcer en esta negociación. La nueva sigla alcanzó a sonar, Farc-EPS.

***

Los cultivos ilícitos van a ser remplazados por cacao, café y otros, serán vendidos a través de cooperativas y la ONU se comprometió a comprar todo lo producido durante los primeros cuatro años, una vez implementados los acuerdos.
—Pero acá va a pasar algo. Un ejemplo: en el sur del país podemos controlar el setenta por ciento de la producción de la droga. Le explico, este setenta por ciento se remplaza por un cultivo legal, pero la droga remplazada tiene una demanda internacional que involucra carteles: ¿quién la va a suplir?
—¿Quién la va a suplir?
—Se especula que este coletazo lo van a sufrir Perú y Bolivia, que será quienes posiblemente compensen la demanda de droga, ¿pero y si no?
—¿Pero y si no?
—Por eso le digo, vieja, acá va a pasar algo. Esto afecta el panorama internacional y eso no está planteado en ningún acuerdo. Acá puede a pasar algo, y feo.
—¿Acá puede pasar algo?

***

La conferencia no terminaba y el miércoles decidimos irnos. Irónicamente, Pastor Álape, a las siete de la mañana de ese día, nos dio entrevista. Fue mi último trofeo de caza y no tuve con quien presumirlo porque una vez terminamos de entrevistarle, nos bañamos y nos fuimos. Álape fue más diplomático y dejó ver un talante de político, le repetí la pregunta que le hice a Romaña: ¿Qué va a pasar si en 180 días no se desmonta el paramilitarismo?

—Yo no creo en los plazos, ponerle fecha a eso es muy difícil. Es un proceso complejo, es un tanto iluso pensar que en seis meses va a terminarse con el paramilitarismo, cuando las soluciones al problema son estructurales. Las salidas no siempre son militares.
—Romaña planteó que de no desmontarse, los acuerdos empezarían a temblar.
—Los acuerdos se aprobaron unánimemente, pero unos compañeros guardan escepticismos. Todos queremos que esto funcione, pero unos, de pronto, son más precavidos que otros.
—Obama no viene para la firma en Cartagena, ¿qué opinión le merece eso?
—Allá están en campaña y necesitan que gane Hillary, es natural y completamente comprensible que no vengan.
—¿Cuál es el sapo que se tuvo que tragar las Farc en estos acuerdos?
—No me gusta esa palabra, es peyorativa. El tema de la tierra es muy complejo, la verdadera reforma agraria aún no se logra. El trabajo viene ahora.
—Comandante, regáleme ese sombrero.
—Hombre, qué tienen todos con mi sombrero, ya me lo han pedido en tres partes. Cómo le voy a dar el sombrero, no ve este sol tan bravo.

Intentando pronósticos, me atrevo a formular que entre los futuros candidatos electorales de las Farc, Pastor Álape y Victoria Sandino tendrán un papel clave.

***

Atrás, en El Diamante, se quedaron los AK47, los norinkos, las franelas, las botas de caucho, los camaradas, y René Higuita que, siempre desatinado, aparece en los escenarios históricos, como si fuera el Forrest Gump colombiano; y volvieron los Galil, los M16, los camuflados que incluían cascos y botas militares. Al pasar por el puesto de control del Ejército en el que nos empadronaron, en vista de que faltaba un integrante, dijimos que veníamos cuatro. El soldado dio el informe en la caseta de costales verdes y después, sin más, nos dejó seguir.

El riguroso control militar, que no dejaba avanzar si no registrábamos nuestros nombres y la placa del carro, ni siquiera se inmutó ante la ausencia de uno de los pasajeros. Pero adaptada, como estaba, a las paradojas, no me sorprendí.

En las tres horas que tomó el retorno a Florencia tuve claro que este viaje derrumbó mis hipótesis y me dejó una certeza: todos tenemos miedo, diferente, pero miedo al fin y al cabo. Cerré los ojos y pensé que el camino de regreso podía ser igual al que debemos emprender para encontrar paz en este proceso: parece tranquilo pero no deja de ser delicado y peligroso, y aunque no sepamos bien de qué, puede que toque flanquearlo con tanques de guerra para protegerlo.UC

 
Fotografía Andrea Aldana

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Fotografía Ricardo Cruz
Fotografía por Ricardo Cruz

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Fotografía Ricardo Cruz
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