Número 93, diciembre 2017

CAÍDO DEL ZARZO

ENIGMAS AUDIOVISUALES
Elkin Obregón S.

 
Le planteé a un amigo, adicto a varias disciplinas (filología, lingüística, fonética, fonología), un asunto que hace tiempos me intriga, el de saber si Simón Bolívar hablaba venezolano; es decir, si tenía el acento de los patriotas de hoy. Me dijo que no, que por esas calendas (casi mediando el siglo XIX), aún no se habían configurado en América los acentos regionales. Según eso, Bolívar y sus compatriotas, y además los colombianos, los chilenos, los argentinos, los cubanos, todos, en fin, hablaríamos el mismo sonsonete, fuera este lo que fuera. Me resisto a creerlo. Sin sustentación alguna, sospecho que nuestros múltiples acentos, nacidos de confusas mescolanzas hispanas, indígenas y africanas, exigieron mucho más tiempo de formación del que quiere concederle mi amigo. Para no hablar de las innumerables gradaciones que se extienden por todos esos territorios, aumentadas además por factores generacionales, culturales, económicos, etc. Trazar un mapa sonoro de las hablas de nuestro continente es misión imposible; y por eso, que se sepa, nadie lo ha intentado siquiera.

Volviendo al Libertador, frustra nuestra curiosidad saber que, así como no quedan de él registros sonoros, tampoco le alcanzó la fotografía, como sí alcanzó a José Antonio Páez, el León de Apure, su compañero de luchas; por un pelo no ganó el caraqueño ese registro inobjetable, y su imagen real será siempre campo de hipótesis, a pesar de la abundante iconografía de que disponemos. A ese respecto, es preciso mencionar la muy completa Iconografía del Libertador, recopilada por el infatigable Enrique Uribe White. Reproduce ese volumen la figura de Bolívar en centenares de retratos. Para mi sorpresa, varios nos muestran un rostro mulato, que no se compadece, en principio, con la apariencia de un señorito de clase alta, bien recibido en la Corte española. Otros —los más— fueron hechos de oídas, y exhiben casi siempre un aura retórica de heroísmo, sin asomo alguno de intimidad. Así, pues, otra misión imposible; o casi.

Pues dos dibujos, a lápiz o al carboncillo, parecen regalar a este cronista la vera efigie de este hombre de aspecto elusivo. Están en el libro que Beatriz González dedicó al prolífico Espinosa, pintor, dibujante, soldado de Nariño, escritor memorialista. El primer dibujo —1830— nos muestra el rostro, ascético y melancólico, de alguien que se sabe acechado por la muerte. El segundo —1828— nos revela a un personaje de amplio sombrero rústico, a quien imaginamos curtido en mil trochas, campamentos y anocheceres de montaña. No es un héroe, es un viajero de muchos caminos.

Tal vez por haber vivido la guerra, Espinosa supo pintar esas intimidades, para mí lo mejor de su obra; como pintor, se entiende. Porque su gran obra es Memorias de un abanderado; un libro a mi juicio imprescindible, que hoy muy pocos conocen..

Elkin Obregon

CODA
Todo es destacable en el Diario de Jules Renard. El tema es largo y complejo. Quiero regalarte aquí dos reflexiones, o aforismos, de los muchos que pueblan esas páginas: “Al contrario de lo que dice el sermón de la montaña, si tienes sed de justicia, seguirás sediento”.
O esta lección de estilo: “‘Cielo’ dice más que ‘Cielo azul’”. UC

 
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