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Historias del campamento de las FARC en Conejo, Guajira en diciembre de 2016.
 

Bailando venceremos.
Katalina Vásquez Guzmán*. Fotografías: Juan Arredondo.
*Generación Paz


 

I

Cuando nos acercábamos al campamento, el Ejército –a lado y lado de la vía polvorienta– nos observaba a lo lejos. Pedro, el guerrillero que conducía la camioneta, no tuvo que esperar señales para detenerse. El motor ronroneaba mientras junto a su ventana apareció, en primer plano, el rostro del sargento que coordinaba unos seis muchachos con fusiles que avistaban todo a orillas de este camino que ondean en las entrañas de La Guajira.

–Buenas –se dijeron mutuamente mirándose a los ojos. Luego, estiraron el brazo y se apretaron la mano.

–Más tarde vamos a arreglar esa llanta que va atrás –le explicó Pedro al sargento.

–Bueno, hágale, mucha suerte.

Estábamos a un paso de la Ye de las Marimondas, donde se dieron los últimos enfrentamientos antes del cese al fuego entre la Fuerza Pública y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc). Llegar al sitio de árboles gigantes y brisa que refresca junto a pequeñas montañas no era ya una hazaña. Ejército y Naciones Unidas cuidaban a la guerrilla y, civiles como yo, por primera vez en estas tierras, no llegábamos con miedo.

Otros periodistas visitaron a lo largo de diciembre a Conejo, que para mí fue como un cofrecito de donde, al destaparse, brotaban –generosos– sonidos, palabras e imágenes de una Colombia que está naciendo: policías que aconsejaban a los locutores de la emisora guerrillera qué artistas sonar en épocas decembrinas, exguerrilleras ahora convertidas en madres, llamadas telefónicas a seres amados para desear felices fiestas, entre extraños acentos uruguayos y españoles de los funcionarios de Naciones Unidas que colmaron de aplausos la sede de Monitoreo cuando se aprobaron el Fast Track y la Ley de Amnistía. En sus camionetas viajaban las guerrilleras embarazadas. ¡Tres barriguitas destellaron preciosamente cuando sol y agua se mezclaban sobre ellas a la hora del baño colectivo y al descubierto!

Vida y futuro fueron las palabras que pararon en mi libreta de notas al catalogar, tercamente como enseñaron en la universidad, las situaciones que ocurrían ante mi mirada de reportera urbana. No tenía el afán de contar noticias pero sí la intención de conocer –entre los protagonistas de carne y hueso y no apenas con las voces del poder– cómo estaba evolucionando nuestra paz al final de este año tan sufrido.

Al llegar a Conejo, mi espalda se quejaba al fin de los tres años de vuelos, viajes en carro, lancha y a pie persiguiendo las voces de esta larga historia, yendo y viniendo decenas de veces de La Habana a las montañas y llanuras de Colombia. Pero, con tan solo la primera noche a la luz de la luna y una cama bajo las estrellas, el dolor se alivió hasta que no lo recordé más. “Uy, ¿cómo sería –me preguntaba– dormir en una caleta de estas contra la voluntad de uno por años?”.

Y recordaba al General Mendieta dándome consejos en una terraza de Bogotá antes de partir a la Décima Conferencia de las Farc:

–Lleve botas, y lleve comida, la comida que más le guste.

Con el sonido de los bichos de fondo, y rodeada de plásticos comprendí porque Mendieta me insistía en las instrucciones cuando lo llamé a pedirle unas fotos desde los Llanos orientales. Deduje, tal vez me equivoque, que me hablaba como si él hubiera tenido la oportunidad de elegir qué llevarse a sus años de cautiverio. “Uy, si quiera se acabó eso, gracias a Dios, gracias a Dios, gracias a Dios –repetí para empatar con una oración antes de quedarme dormida en mi nuevo cambuche dotado de colchoneta, sábana, toldillo y agua”.

Ese mantra de gratitud por el fin del fuego lo repetiría en mi cabeza cuando Ovidio –26 años en la guerra– nos contó que su primera mujer murió en enfrentamientos y la segunda bajo un árbol gigantesco que la aplastó a media noche mientras dormía a su lado. También cuando un comandante nos explicaba que tomó su nombre de guerra de un compañero asesinado. “Siquiera se está acabando esta guerra, siquiera se está acabando esta guerra”, repetí.

A las tres de la mañana sonó la alarma del celular y me revolcó de una para lograr apagarlo. Pensé que de inmediato o al otro día me podrían regañar, pero cuando noté que nadie se quejó de nada entendí que, efectivamente, la guerra había terminado al menos entre gobierno y Farc. Desde que me paré de la cama hasta que salí del campamento, la gente que conocí y las escenas que presencié fueron todas al cuaderno con la categoría Paz. En las flechitas que detallaron los sub temas decía: Pintura, celulares, alimentación, decoración, y baile.

Salí de Conejo con el corazón hinchado de la emoción por los relatos que encontramos. Para mi cuello y yo, que solíamos salir llenos de nudos después de reportear por las zonas rurales del país, fue sanador conocer testimonios de amor y confianza. Nos hablaron las mujeres, nos dieron entrevistas los comandantes, le sacamos declaraciones a la ONU y, por supuesto, bailamos después de trabajar.

La última noche nos mezclamos entre la guerrillerada como en los Llanos del Yarí y fuimos un solo país al son de salsa, bachata, reguetón y vallenato. Al día siguiente, antes de partir, solo lamenté que no pude despedirme de algunos y pensé: “Tan bueno pa Juan que se queda”. Andaba con un colega fotógrafo que, como los muchos periodistas que estaban llegando a la Y de las Marimondas, quería registrar cómo se está viviendo la paz. Los de EFE lo encontraron de inmediato: al paso del baile en fin de año.

Fotografías: Juan Arredondo

Pero otros, unieron baile con imparcialidad, baile con irresponsabilidad, baile con amargura, y con palabras que se oyeron como tiros de fusil iniciaron esa absurda campaña que resultó por dejar el Mecanismo de Monitoreo de Conejo hoy sin funcionarios de la ONU y con mil miedos más en un país donde empezar a acabar la guerra ha sido tan duro. Cuando abrí las redes sociales tras unos días de sol y desconexión en este inicio de año y vi un par de titulares, me dolió el pecho y apagué el compu.

“¡Este país! ¡Cómo puede preferir que la gente se eche bala a que se echen una bailada!”, pensé con una rabia parecida a la del día que ganó el NO en el plebiscito, y llamé a mi compañero para confirmar si las resonadas fotos eran de nuestras visitas. Sabía que suyas o no, cualquiera que hubiera publicado eso no lo hizo camuflado o “filtrándolas”. Las malas intenciones no pueden existir entre quienes –a diferencia del país de curules, haciendas y centros comerciales– se cuelan en las entrañas de la Colombia olvidada con cámaras y lápices.

Conversé con Juan un ratico y me quedé pensativa todo el día. En la noche decidí que era el momento de romper el estilo de periodista de tribuna en tercera persona. Me decidí a empezar a contar relatos desde mi corazón y el primero es este, una incómoda primera persona donde solo así, creo, podré comunicar que no solo el baile, sino nuestros gestos humanos y culturales son el botín de esta paz y hay que cuidarlos y defenderlos como los papeles firmados en La Habana o Bogotá.

Es que, gente: que policías, ONU, soldados y periodistas podamos bailar, pintar, comer y conversar con la guerrilla en vez estar huyéndonos los unos de los otros –o disparándonos– es la ganancia más grande de los que hemos puesto pecho y espalda para narrar y defender este Proceso de Paz. ¡Convivir no es una amenaza! Es un logro. Es nuestro premio. Y no podemos entregarlo así no más. Bailaron soldados, campesinos y guerrilleras en Pueblo Nuevo, Briceño, el 23 de septiembre cuando se firmó la paz en Cartagena, en una marranada hasta que salió el sol. Y fue así, y solo así, cómo los habitantes que aún eran escépticos terminaron por confiar al fin en que la Fuerza Pública los cuidará tan bien como la guerrilla de los paramilitares durante décadas, en que el gobierno cumplirá ahora sí con los cultivos que sustituyan la hoja de coca, y en que las Farc –aún después de entregar el fusil– podrá defender al pueblo con palabras y luchar por el poder.

Eso me lo contó –gracias al internet que llegó con la paz– una campesina dulce que vive en esa tierra fértil y perdió a una hermana por una mina antipersonal, y a decenas –sí, decenas– de familiares en años de confrontación. Y fue, según me dijo, el mejor baile de su vida. Avergonzados por andar exhibiendo sus fusiles ante niños y adolescentes, mientras la guerrilla no portaba ningún arma, decidieron guardarlo y disfrutar la paz.

–Eso era como un sueño. Era como increíble. Uno ver a todo el mundo tan unido. Sobre todo los soldados dizque bailando con las guerrilleras. No, no, no, mija, de verdad, ¡era como estar soñando! ¡Hubiera venido!

Estas anécdotas están en otra libreta llena también de categorías y flechas entre las veintitantas que he llenado con el título de Paz y que, quizá, algún día sea un libro. Pasando pues de reportera aséptica a colombiana que investiga y relata esta paz como algo propio empiezo por compartirles las impresiones de mi visita al Campamento por la Paz en Conejo, en el municipio de Fonseca, donde, como en Briceño, en mi mente y en mis pies está quedando claro que bailando venceremos.

Fotografías: Juan Arredondo

Eran los primeros días de diciembre y los integrantes del Bloque Martín Caballero concentrados en este Punto de Pre Agrupamiento Temporal vivían, por primera vez, una navidad sin plomo. Como niños, los guerrilleros ayudaron a adornar el árbol de navidad con instalaciones sonoras y rimbombantes. Ya no había que esconderse del enemigo, las luces podían resplandecer cuanto quisieran y las horas se ocupaban en pintar junto a niños y niñas un pesebre artesanal y las paredes de Conejo, y organizar un festival por la reconciliación.

Cada tarde los muchachos del equipo de fútbol local subían al campamento y practicaban con los guerrilleros y un par de rudas combatientes que, lejos del fusil, pateaban el balón a carcajadas. También las horas se iban a la espera de las noticias sobre los trámites en el Congreso para la implementación del Nuevo Acuerdo de Paz. Y, además de las actividades diarias de supervivencia, cada mañana, aún de noche, un comandante daba un charla sobre algún tema de actualidad.

-¿Cuántos niños han muerto de hambre en La Guajira y cuántos combatientes soldados y guerrilleros han muerto este año? -preguntaba Fabio a los muchachos quienes, aún sin luz todavía, tomaban nota de la respuesta.

La crudeza de la guerra y la ternura del campesinado se mezclaban en cuerpos cicatrizados por heridas de armas de fuego y en el asombro ante nuevos modelos de smartphones que llegan al campamento. La fuerza del trabajo en equipo deslumbraba desde las 4:45 a.m. cuando unos setenta hombres y mujeres que habitan este campamento salían de sus cambuches a cumplir las tareas del día: ranchar (cocinar), surtir el agua, alimentar los cerdos, surcar los cultivos de yuca, fabricar cometas para los niños guajiros, o repartir tinto a las visitas.

 

 

Fotografías: Juan Arredondo

 
II

Algunos, como Juan Arredondo –fotógrafo– y yo, abusábamos de la generosidad de la cocina y de los guerrilleros que nos buscaban incluso cuando hacíamos entrevistas y pedíamos café en la mañana, en la tarde y en la noche.

–Cucha, qué café tan bueno, qué comida tan buena.

–Cierto, ¿por qué será?, ¿la leñita?, ¿la comidita fresca?, uno sí come muy mal en la ciudad.

Así, en minutos donde nadie podía hablarnos o queríamos simplemente contemplar, teníamos diálogos absurdos y profundos sobre lo cotidiano.

–Ayer qué, ¿se acostaron muy tarde después de ese baile?

–Jummm. Yo no sé. Nos quedamos unos poquitos y nos fuimos a unos arbolitos donde caía la luz de la luna, más bonito. Ahí pusimos musiquita en un celular y les enseñé unos pasos de reguetón y todo.

-Juaaaa, ¿en serio?

–Claro. Técnicas para la vida civil. Jajaja.

–Yo sí tenía un sueñito más bueno, aquí estoy durmiendo toda la noche parejo entonces tengo que aprovechar.

–Muy bueno. Yo también dormí más bueno. Ve, y no nos hizo daño el agua.

Para muchos campesinos en Colombia, las Farc han sido la única posibilidad de ayuda en momentos críticos como le ocurrió a una joven mujer embaraza que perdió a su bebé y, ante nuestros ojos, llegó en un carro de la guerrilla a la Y de las Marimondas después de horas en una camilla al hombro de los guerrilleros que recorrieron rincones donde el Estado –por décadas– apareció apenas en forma de bombas lanzadas desde el cielo mientras todos, incluso los civiles con sus hijos, dormían con un ojo abierto.

Con la piel amarilla y los ojos cerrados, la madre abandonó el campamento hacia los centros de asistencia cuando se confirmó que la hemorragia estaba detenida y que recibió los primeros auxilios. Fabio, el comandante responsable de educación de este Bloque, se ocupó de llamar a sus contactos para advertir de la situación. Días después, la mujer siguió su recuperación en las camillas que su estatus de no afiliada a Eps ni Sisbén alcanzó a pagar. Otros, como Damaris, guerrillera de este Frente, no tuvieron la misma suerte. Hace apenas un par de semanas la mestiza de ojos expresivos y sonrisa grata perdió la vida esperando las atenciones dictadas por el protocolo que entró en vigencia al agruparse en este punto. Nunca llegaron. Tuvieron que salir por su cuenta a buscar atención y era demasiado tarde.

Sin embargo, bailar curaba el sinsabor de la pérdida de “Dama”. El viudo practicaba los pasos de cumbia que la profesora enseñaba a una docena de combatientes en un aula de techo de madera construida para la Vigilia por la Paz. Ese día, el campamento se copó con más de seiscientas personas… Y llegó hasta el cura Bernardo Hoyos, quien presidió la eucaristía. Nos lo cuenta el comandante Alirio con un brillito en los ojos. Fue él quien nos recibió e instaló en el campamento preguntándonos, antes de ir a dormir, si habíamos cenado y si necesitábamos algo más.

–Jumm. ¡Nos comimos una comida! Sobre todo ella que come más que…

Soltamos los nervios. Y empezó el juego infantil de hacer chistes uno sobre otro en medio del trabajo de campo, siempre que trabajamos juntos Juan y yo. Es espontáneo. Y siempre tenemos que terminar por aclarar que, aunque parezca porque nos mantenemos “agarrados”, no somos pareja.

–Bien lejos por favor –le respondimos a Alirio cuando nos preguntó cómo nos acomodaba y nos reímos. Toro, como también es conocido este guerrillero oriundo de Sucre, ha trabajado de la mano de Ivan Márquez, el Mono Jojoy y Simón Trinidad. Y hoy es uno de los hombres que dirige el Bloque Martín Caballero.

–Mi corazón late Caribe y por eso ingresé en este Bloque–nos contó durante una entrevista de una hora a la luz de un sol de mañana que todavía no arde en la piel como la herida por la reciente muerte de Damaris Lee.

La partida de Damaris, para la guerrilla, se atribuyó a la falta de atención médica para entonces en este Punto de Pre Agrupamiento al que llegaron casi un centenar de guerrilleros cuando, preparados para reunirse en las zonas transitorias de normalización, el acuerdo de paz fue derrotado en el plebiscito y el limbo jurídico obligó a crear estos puntos. Hoy, aunque quisieran y el Secretariado diera la orden de moverse a las zonas y puntos transitorios, aún no están listas las condiciones logísticas. A finales de año varios insurgentes tuvieron que moverse a los territorios donde se concentrarán por seis meses para dejar las armas, para apoyar la construcción de las obras.

–¿Qué sentimientos y qué miedos tienen ahora? –le pregunté a Alirio entre muchas obviedades.

–Hay nostalgia, hay alegría, hay optimismo, pero lógicamente hay preocupación, porque nosotros estamos cumpliendo y el gobierno no. Si nos preguntas cuál es la preocupación máxima de una persona que ha estado en armas, quedas desprotegido, es garantizar la integridad física de esas personas que se la jugaron por un momento histórico. Pero también están la alegría, el optimismo y la esperanza de tanta gente que te rodea y viene a darnos el mensaje de que somos la esperanza.

III

Fotografías: Juan Arredondo

Como un ángel, Damaris reposaba en una foto en el kiosko donde oraron por la paz el 31 de octubre en simultánea con todos los bloques farianos del país. Junto a dos palomas y el mensaje Feliz Navidad, el rostro radiante de la guerrillera parecía saludar junto a los pendones con fotos ampliadas del Mono Jojoy y Martín Caballero. Un niño que llegó al campamento de la mano de su madre, quien quería que los comandantes lo escucharan cantar, observaba los retratos en silencio antes de entonar un vallenato con la mano en el pecho.

Ahora, en vez de planear un asalto armado, las “unidades” del Campamento por la Paz en Conejo estaban dedicadas a escuchar y conocer a la comunidad que, por años, ha habitado estos territorios y son, en muchos casos, los tíos, padres o primos de los guerrilleros. La alegría sin balas que pudimos presenciar también era nueva para la población civil que aprovechaba el paso de Pedro por el casco urbano de Conejo para pedir un poco de gasolina o enviar cartas de amor.

–Tienen muchas fans en el pueblo –le comenté al comandante Silfredo, quien también nos habló con honestidad ante las cámaras agradecido porque, gracias a los acuerdos de paz, logró uno de sus sueños: darle la mano a su enemigo.

–¿Muchas qué?

–Fans. Admiradoras. Fanáticas.

–Ahhhh. Jajaja… –responde sonrojándose y despidiéndose al instante para cumplir su misión principal: coordinar este campamento. Como el productor de una gran película, está al teléfono todo el tiempo, conversa con la gente, toma notas, delega tareas, organiza el transporte, proyecta las raciones de alimento y demás necesidades, y luce una camiseta con paisaje habanero.

El “temible” Silfredo –por quien Ejército ofrecía millones meses atrás, luce apenas como un muchacho trabajador brindando apretones de manos por todos lados. Policías, delegados de Naciones Unidas y militares se sorprenden al ver su rostro y amabilidad. Otros guerrilleros también portaban prendas traídas de Cuba que lucen avisos como Havana Club. Éstas y las faldas coloridas que usaron en los ensayos de baile cada noche, son –en muchos casos– sus primeros vestidos de civiles. Esperanza “La Flaca”, primera en dar a luz de las tres gestantes en este campamento, luce unas camisetas coloridas desde que la panza le empezó a crecer. Desconfiada, no nos quiso dar entrevista en esta visita de principios de diciembre, pero semanas después, entre desayunos, chistes y por supuesto música, se fue soltando hasta concederle unas palabras a Juan ante la cámara.

–Sonrían, carepalos –les gritaba a las bailarinas días antes de dar a luz a Sara Sofía, la primera hija de esta paz nacida en campamentos farianos. Conseguir ropa de bebé o grandes cantidades de prendas no militares, ha sido nuevo para las Farc.

Ovidio nos lo contó mientras empacaba en una pequeña maleta azul su traje aún sin estrenar: un par de camisas claras de manga larga, un pantalón azul oscuro y unos zapatos aseñorados.

–La cuestión de la indumentaria ha sido difícil (…) Esto me lo dieron acá los jefes porque de pronto me voy para Pondores, allá donde está el Mecanismo Tripartito.

Ovidio, entrenador por años del curso de Fuerzas Especiales, limpia su fusil antes de abandonar su último frente. En vez de enseñar a trepar para escapar o lanzar granadas para destruir, ahora se prepara para apoyar las tareas de la paz en el Punto Transitorio de Normalización donde sus compañeros del Bloque arribarán próximamente para dar el paso más importante de sus vidas: volver a la democracia.

Por ahora, cuando el sol de cada tarde se torna rojo y desciende en el horizonte guajiro, en Pondores solo quedan policías y funcionarios de Naciones Unidas. La guerrilla se “replegó” del lugar tras el escándalo reciente. Y aunque el comandante en jefe de las Farc “Timochenko” desmintió que su ejército se retiraba del Mecanismo de Monitoreo y Verificación, ninguno de los diez guerrilleros que había en 2016 queda por estos días en el futuro punto de normalización.

Mientras preparan su próximo baile en compañía de la comunidad de Conejo para este 13 de enero, el también conocido como Bloque Caribe está concentrado en el Punto de Pre Agrupamiento Temporal de Conejo. Al paso de las cumbias y el trabajo diario sigue cumpliendo el compromiso firmado en La Habana, en Cartagena, en Bogotá y en las pistas de baile improvisadas en Briceño, Cauca o Conejo.

Aquí en la histórica Y de las Marimondas, donde durante la construcción del campamento se encontraron y destruyeron los últimos restos de munición y vestigios de la guerra, ya no existen los enemigos. Cada hombre y mujer de las Farc que se inspira cada mañana cuando se avista la Sierra Nevada al despuntar el alba, parece firme en su propósito de no desaprovechar, como decía su comandante en la Décima Conferencia, esta segunda oportunidad sobre la tierra.UC

*Generación Paz
 

 
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