IMPRESOS LOCALES

Bebestiario
David Betancourt
 
 
Bebestiario

 

 

Los cuentos de Bebestiario giran todos alrededor de la cultura del alcohol que se vive en ciertas generaciones y grupos urbanos de nuestro país. Hay un universo de personajes que se cruzan de un cuento a otro, que comparten ideales, sueños, experiencias exacerbadas o sacrificadas, ilusiones, alucinaciones, decepciones generadas por el alcohol; relaciones que se tejen y destejen por culpa de o gracias a la bebida; apuestas, reclamos, fechorías, aventuras y complots que se urden bajo los vapores y efluvios de las borracheras de las que no parecen salir nunca los personajes. Estos beben, viven para beber y beben para vivir.

Bebestiario tiene la capacidad de llevar al lector, no solo a sonreírse con las ocurrencias de los personajes —y del mismo narrador— sino también a desternillarse de la risa con los hechos, relatos y vivencias que se cruzan y entrecruzan. Hay una capacidad sostenida de parodia, de crítica, de mordacidad. En la narración rondan el juego de palabras, el gracejo, la invectiva velada, la sátira y el retruécano, el malabarismo y la aliteración, muy en el sentido y la estirpe de Cabrera Infante; y por supuesto también hay la exageración hasta lo inverosímil, hasta lo rayano en la truculencia —como por ejemplo logra Almodóvar en el cine— y todo, siempre, con una capacidad de hacer cómico lo trágico, absurdo lo cotidiano, burlesco lo acartonado, extravagante lo íntimo y grotesco lo sencillo.

Philip Potdevin


Horacio olvidó la noche que borracho intentó violar a Talita y la vez que corretió a Lucía y el día que le quiso hacer eso a Pola y lo que le hizo a la Nena en diciembre y lo que casi le hace a la pelada del Club de la Serpiente sino es por la Maga que también se salvó por poquito de que Horacio le hiciera tremenda cosa. Pero Horacio no se acuerda de nada cuando bebe así se acuerde de todo. Se me borró la cinta, es lo que dice. Cuando hay pruebas en su contra, olvida, cuando no, desmiente y pide pruebas, pero nunca hay pruebas. Por eso a la finca no fuimos sino el Perico, Ronald, Julito y yo.
―Mi memoria falla, yo qué culpa ―dijo la última vez después de lo que por nada le hace a Susana, y levantó los hombros―. ¿Tienen pruebas?
Horacio fue el primero en llegar a la Terminal del Norte. Al ratico llegamos Perico, Ronald, Julito y yo, desganados, como por cumplir, como por sacarle el cuerpo a la ciudad, con ganas de echarnos para atrás porque una finca sin peladas no tiene gracia. No hay con quién jugar ni a quién espiar ni dónde poner las manos.
En el pueblo compramos más aguardiente de la cuenta con la plata que si no fuera por Horacio se hubiera ido en condones. Para consolarnos, Julito, el dueño de la finca, nos habló de un avestruz que vivía allí, grandota como una jirafa, que su mamá había recogido un día en el pueblo luego de que un circo la botara porque comía más que un pastor alemán y no le dejaba nada a los payasos. Hasta sancocho de gallina comía.
―Es mejor compañía que las peladas ―dijo Julito―... Hace de todo.
Aunque dudamos de sus palabras los ánimos se nos subieron un poquito porque íbamos a ver a alguien distinto.
―¿Habla, o qué? ―pregunté por molestar.
―Mejor que eso ―dijo Julito.
―Qué, no me digás ―habló Ronald―: ¿da placer?
Discutimos un momentico sobre si se le decía “la” avestruz o “el” avestruz, pero no nos pusimos de acuerdo. Julito dijo que la de la finca era “el” avestruz hembra.
Perico, muerto de la piedra, la cogió contra Horacio porque por su culpa no había peladas. Que a quién iba a violar hoy, que a cuál árbol le iba a dedicar la fiesta, que mañana qué iba a olvidar, que qué pruebas iba a pedir. Luego sacó unas hojas con un cuento de Borges y mirando a la cara a Horacio con rabia le leyó fragmentos que tenía subrayados exclusivamente para él, para fastidiarlo, para desquitarse:
Funes no solo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado.
Horacio ni lo miró. Solo se dedicaba a exprimir la botella, como siempre. Se mantenía borracho para justificar sus maldades y el olvido, que nunca era sincero.
Más recuerdos tengo yo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo.
Lo pensado una sola vez ya no podía borrársele.
Horacio tenía una memoria prodigiosa, sin embargo desdecía de ella después de que la cagaba borracho. Para que la escena de Perico molestando a Horacio no se alargara y al final se fueran a los puños interrumpí preguntando por el avestruz. Julito se paró, caminó despacito hacia la marranera y al rato apareció con un pájaro inmenso amarrado con una cuerda.
El avestruz nos saludó con las patas como si se creyera un perro educado y agachó la cabeza en reverencia. Aunque por el asombro no dijimos palabra, el animal se quedó escuchándonos por pura educación. Luego movió un ala como diciendo permiso, jóvenes, y se fue para adentro de la casita caminando igual que un caballo de paso fino. Al momentico regresó con un paquete de cigarrillos entre el pico y se lo ofreció a Julito. Los ojos de todos se quedaron abiertos un rato largo.
De un momento a otro todos nos olvidamos de las peladas. Sentados en círculo mirábamos boquiabiertos a ese pájaro paraíto en la mitad, como si fuera la mujer más bonita del mundo y estuviera a la orden para cualquiera, para el más avispado y educado. Luego nos llegó la timidez. Medíamos ya sí las poquitas frases que nos salían y dejamos de orinar al lado de la fogata. Tampoco sacábamos mocos ni nos rascábamos. Ella nos miraba bonito, por turnos, parecía que nos coquetiara, prestándole atención a nuestras bocas cerradas, como si le interesara lo que no decíamos.
―Horacio se acuesta borracho con Sophia Loren y al otro día se acuerda de todo, pero viola a la mamá o queda debiendo plata o hace cualquier embarrada y ahí si no ―abrió el pico Perico para ganar puntos con el avestruz y quitárselos a Horacio.
Después de mucho rato de ataques el pajarito gigante se solidarizó con Horacio y se le sentó al lado. Enseguida se fueron juntos a hacerse detrás de las vacas. Los muchachos y yo volvimos a extrañar a las peladas y a hacer las cosas que hacen los hombres cuando están solos. De vez en cuando Horacio volvía y llenaba dos vasos: uno de cerveza, para ella, y otro de aguardiente, para él, y nos picaba el ojo.
Aburridos, no sé si celosos, muy de noche los muchachos se acostaron y yo me quedé solo, sin masmelos ni nada, tomando mientras miraba de frente la candelada y de reojo a la nueva pareja. En ocasiones Horacio arreaba al pájaro por toda la finca mientras gritaba feliz, como estrenando novia, que era el ave de su vida y puras cosas por el estilo. El avestruz también había perdido el control porque le seguía la corriente. Está mezclando trago, pensé mientras le miraba el cuello alargado.
Al amanecer vi a Horacio corriendo y brincando empelota como si jugara rayuela por todas partes. Parecía que estuviera queriendo apagarse un fuego que tenía pegado a la piel. Luego tiró una cobija cerca a la marranera y la llamó con soniditos. Apenas la embarace, me dio por pensar. Enseguida me imaginé un niño con la cara de Horacio y las alas del pájaro de Julito.
Quise ir donde los muchachos a ponerles la queja, antes de que Horacio hiciera algo que al otro día no iba a recordar, pero decidí presenciarlo todo. Lo primero que hizo fue mandarle la mano. El avestruz lo miró muy feo, como seguramente lo habían mirado las peladas las veces esas, con odio, como diciéndole respete, borracho degenerado, violador, manilargo, acosador hijueputa. Así lo miró. Él insistió y al ratico el pajarito inmenso lo agarró a picotazos. Horacio echó a correr a toda carrera y más tarde, desde el frente, después de bogarse media botella, le gritó al avestruz que era una perra, una grilla, una zorra y otro poco de nombres de esos animales que se mencionan para insultar mujeres.
Luego pensé: que te desprecie una mujer, vaya y venga, hay muchas, pero que te desprecie un avestruz...
Después, con una mano detrás como si le llevara flores, se le acercó despacio y al segundito sonó el estruendo. De lo que se salvaron las peladas, me dije, aterrorizado, mientras miraba al animal corriendo sin cabeza detrás de él, hasta que se desplomó. Este país está muy inseguro, pensé.
―La despescuezaste ―le grité―, vos si no.
―Yo no me acuerdo ―dijo Horacio, cínico, y subió los hombros.
―Mañana en sano juicio te obligo a recordar.
Horacio y yo bebimos parejo mucho rato, cada uno por su cuenta, discutiendo con la mirada sin decir palabra hasta que me quedé dormido en una colchonetica afuera, en el corredor. Cuando desperté, el avestruz todavía estaba allí. Y también el machete, empuñado en mi mano, y esa cabeza como escondiéndose del frío del amanecer recostada contra mi axila mirando su cuerpo a lo lejos, como si le hiciera falta, y Julito con las manos en la cabeza, aterrado, y los demás muchachos sorprendidos, y Horacio con su celular grabando la escena.
―Ahora sos capaz de culparme a mí ―dijo Horacio. Luego se tomó un trago de aguardiente y continuó grabándome para tener pruebas.