Los poemas de Plantas de sombra responden a preguntas por lo concreto; por la trascendencia de lo concreto, mejor. Santiago Rodas encuentra valor poético en el cierre del supermercado que ha visitado toda la vida, en los trastos abandonados por un desconocido, en la aspereza de las manos de un tío. Hay una idea que gravita en la lectura de este libro: el poema se encuentra oculto a simple vista y alguien, Rodas, es capaz de señalarlo.
Las manos
A Luis Fernando Rodas
Esta tarde he pensado
en las manos de mi tío Luis,
unas manos duras, ásperas
en las que no cabe un callo más.
Cuando uno le da la mano
él la aprieta firme
y se siente la sombra
de días bajo el sol y la lluvia,
el peso
de los millones de golpes
con un martillo
que ha derribado
y construido cientos de muros.
Cuando él me suelta la mano
queda un vacío,
como si la de mi tío
por un momento
me protegiera con su fuerza
y luego mi mano quedara abandonada a mi destino.
Pienso
que esas personas
que son capaces de levantar una casa con sus manos
sienten algo que a los demás
se nos escapa.
La piel de las gringas jóvenes
La piel de las gringas jóvenes
me habla desde la distancia
en las calles del Poblado.
Las gringas no,
ellas
no me llaman con su boca ni con sus manos,
no me hacen gestos, no me piden mi número,
a ellas no les intereso
porque no tengo rasgos indígenas
ni soy negro ni tengo cara de latino
ni soy un rapero que trabaja con oenegés,
tampoco mucho aspecto de dealer.
Lo que me habla es la piel,
la piel de las gringas,
me dice
que la mire, look at me, dice esa piel
bronceada, esa piel rubia, extranjera,
televisiva,
como si no tocara del todo las cosas que la rodean.
Esa piel me dice
llévame a los barrios
muéstrame la pobreza que yo no soy una turista
i'm not a turist, no quiero saber nada de Pablo Escobar,
quiero conocer La realidad,
mientras me dice esto la piel brilla
aceitada y tersa
bajo bluyines recortados y camisas de colores étnicos.
Quiero entender las cosas que pasaron,
explícame,
llévame al centro, muéstrame las comunas,
agárrame, no me sueltes.
Hazme rodar por las mangas donde arrojan los cadáveres.
Cógeme, fóllame, fuck me, en los moteles donde descuartizaron
a una generación entera,
déjame ensuciarte con mi sintaxis.
Tira conmigo frente a los espejos en los que se miraron
por última vez sicarios homosexuales.
Hazme venir a la vera del río Medellín
que mis fluidos y mi sudor se mezclen con el caldo
de huesos humedecidos y carne acuosa y
dedos y cabezas y manos y lo que alguna vez
fueron cuerpos humanos.
No quiero hacer tures para gringos, quiero saber, descubrir por mí misma
dale, anda,
me dice la piel de las gringas
y yo me quedo embelesado
sin lograr hacer nada,
sin saber qué decirles,
sin poder ofrecerles droga
ni la experiencia real del tercer mundo.
No le puedo competir a los raperos
ni a los centroamericanos de los barrios pobres
y entonces me quedo callado,
agacho la cabeza
para dejarlas pasar
con sus chanclas de cuero,
sus morrales North Face
y veo cómo un hombre que
duerme en la calle
les pide una moneda y sonríe
cuando le sacan una foto.