IMPRESOS LOCALES

Turbo un año de juicio
Rubén Vélez

 
 
Turbo un año de juicio
 

—Hay dos libros en uno. Los textos hablan de un muchacho que fue juez en Turbo, entre 1977 y 1978. Las imágenes, de la misión evangelizadora que en los años treinta del siglo pasado realizaron los carmelitas descalzos en la selva de Urabá. ¿Con qué historia deberíamos quedarnos, con la explícita o la sugerida?

—Con la sugerida. Mi temporada en Turbo fue una época de vacaciones. Lo de esos “siervos de Dios y amos de indios” no fue precisamente una experiencia turística con muchos padrenuestros. No pocos de ellos fueron destruidos por la selva o el mar. “¡Urabá, nunca pagarás al Carmelo lo que le debes!”, clama fray Pablo del Santísimo Sacramento en una amena crónica que recoge su vida de sacerdote y misionero en las tierras urabaenses. Él bregó a lo largo y ancho de un oeste todavía lejano y letal desde 1932 hasta 1945 y quedó con ánimos para contarlo.

—¿Por qué Turbo?, ¿fue un destino impuesto por el Tribunal Superior? Su año de la judicatura rural habría sido más placentero en un pueblo de clima benigno. Hace cuarenta años Turbo era demasiado incómodo. El agua y la luz se iban a menudo y el anofeles siempre estaba ahí.
 

 

Turbo un año de juicio

 
Ese jovencito viene a morirse de la picadura de una avispa

Esa graciosa frase la saqué de Toá, una novela de César Uribe Piedrahita no apta para almas jovencitas o delicadas. Es una terrible denuncia. Es un libro de aventuras. Es una historia de amor. Era, porque ya se la tragó el olvido. Al Mono Uribe, así lo llamaban sus amigos, casi se lo traga la selva amazónica. Después de muerto, otra selva se quedó con él (con su obra), y no creo que haya manera de sacarlo de esa oscuridad. De ahí no lo saca ni Orfeo. Ahora aireo su cadáver porque pasó medio año en Urabá. Somos dos cadáveres con algo en común. La misma geografía, distinta filosofía. Él, entre 1918 y 1919, aprovechó bien el tiempo. No hizo pereza al raso ni bajo techo. No se sentó a imaginar las costumbres de las musarañas. Tenía un plan en mente. Serio. Científico. Lo que menos me gusta de la tesis de grado que empezó a escribir en Turbo son sus personajes asquerosos, como los parásitos tropicales y las bubas, y lo que más, la fórmula del niaara, un poderoso veneno de los catíos, y la formulación de un ferrocarril que sortea toda suerte de obstáculos andinos y por fin llega a un mar todavía exótico. Viajemos a bordo de esa fantástica máquina, a ver qué pasa. Una ciudad hermética deja de mirarse el ombligo para mirar hacia un afuera sin límites. Gente provinciana deja de aferrarse a las montañas, como si fueran las faldas de su madre. Se sueltan. Se abren. Se bajan de su caballo y se suben a un barco que hace escala en los grandes puertos. Son medio terrestres y medio marítimos. Son como el Mono Uribe... Debe seguir una biografía rigurosa, para que se sepa bien de qué estoy hablando. Pero las resurrecciones cabales no son mi especialidad. No sé cuál es mi especialidad, y no creo que esa cuestión valga la pena. Toá es una voz amazónica que quiere decir fuego. El 9 de abril de 1948, en Bogotá, el fuego se metió en la casa del Mono Uribe, y se llevó un valioso y variopinto patrimonio cultural. Todo, se propuso el jaguar toá, y se abalanzó sobre todo, y no quedó más que un montículo de pavesas. Al fuego no le gusta hacer concesiones. Oh, no, también los artísticos bocetos del “Ferrocarril de Urabá”. Esa poesía tan seria, tan necesaria. Oh, no, también nuestra máquina del futuro. Vamos a ser montañeros hasta el término del viaje.
 

Turbo un año de juicio