Historia de un atraco
Cuatro ladrones
aprovechan trancón


David E. Guzmán
 
 

A Dayanna Ospina nunca la habían atracado hasta que llegó el martes 2 de abril de 2013. A eso de las seis de la tarde, como es costumbre, pidió un taxi a la Flota Bernal desde Barrio Triste, donde trabaja en un taller de repuestos de retroexcavadoras. Iba para su casa, por la Placita de Flórez en el centro de Medellín, luego de una larga jornada laboral.

En la calle San Juan con la carrera 44, sector Niquitao, el taxi llegó a un semáforo donde había un trancón por unos arreglos de acueducto que estaban haciendo en la zona. Carros atrás y adelante del taxi, quietos o avanzando a menos de un kilómetro por hora. De repente, cuatro tipos se acercaron al taxi. Dayanna tenía las puertas con seguro y los vidrios arriba, pero uno de los tipos metió la mano por la ventanilla del conductor y quitó el seguro de su puerta.

Los cuatro malechores se repartieron: dos abordaron a Dayanna y dos al taxista, todos por el mismo lado. Como la mujer se resistió y no quiso entregar el bolso, le pusieron un cuchillo en el cuello. “Era como un cautín de madera”, recuerda Dayanna días después. Lo que le robaron: el bolso, un Iphone 5, la cartera con setenta mil pesos, sus tarjetas y la agenda. Al taxista le robaron la plata, pero no el celular, ya que lo tenía encaletado en el pantalón. Los sujetos huyeron y las víctimas llamaron a la policía inmediatamente.

El taxista decidió dar un par de vueltas por si veía a los malandrines, mientras aparecía la ley, pero esta nunca llegó.
 
 

 

 

 

Dieron un recorrido por el sector y volviendo a subir por la calle del robo Dayanna vio algo que se le hizo conocido: la coca del almuerzo... y más adelante, los papeles, las tarjetas y su bolso, tirados en la calle. Después de recuperar sus pertenencias, el taxista llevó a Dayanna a su casa. El taxímetro ya marcaba once mil pesos, que pagó con un billete que siempre guarda de reserva camuflado en sus ropas.

Dayanna dice que lo peor es que son delincuentes que se ven frecuentemente en el sector, “andan cuatro juntos, jóvenes, no pasan los 25 años y uno de ellos es moreno”, dice la mujer, que también lamenta la ineficiencia de la policía. Cuenta que al día siguiente llamó varias veces a quejarse al 123 y ahí le redirigían la llamada al CAI de San Antonio. No puede creer, tampoco, que solo reciban denuncias en horario de oficina. Cuando fue al CAI, entre las once y las once y media de la mañana, contó quince personas que llegaron a poner una denuncia de robo.

El centro arde, la ciudad arde y la inseguridad es la leña que aviva el fuego. Ahora Dayanna le advierte a los taxistas cuando van a tomar la misma ruta. Y no solo es prevenida, sino que está decidida a no dejarse atracar otra vez, así tenga que apagar el fuego con candela; por eso, además de la coca del almuerzo, la cartera, a un celular nuevo, carga un tarrito de gas pimienta que espera no tener que usar. Esta fue una historia más de un atraco real para Me robaron y punto. UCMe robaron y punto

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