A la conquista de los lectores
Alfonso Buitrago Londoño
 

Una biblioteca es un punto focal, un lugar sagrado para la comunidad; su sacralidad está en su accesibilidad, en su carácter público. Es el lugar de todos. The wave in the mind, Ursula K. Le Guin.

Cuando se abre una biblioteca, no importa su tamaño o su forma, también se abre la democracia. Prólogo de Bill Moyers a The Public Library: A Photographic Essay, de Robert Dawson
 

Sala Pedrito Botero

En algunos países lejanos mostrar el carné de pertenencia a la biblioteca pública local es motivo de orgullo, les sirve como documento de identidad; en otros países lo es la licencia de conducción. Y en algunos más, como el nuestro, ni lo uno ni lo otro. Aunque sea inútil, yo todavía conservo mi carné de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina (BPP), el número 25234, emitido el 27 de marzo de 1999, hace diecisiete años, cuando tenía veintiuno. Al menos me sirve de comprobante de mi mayoría de edad lectora.

Unos años antes, terminando el bachillerato, cuando la BPP se acercaba a sus cuarenta años de funcionamiento, me pasé cien horas alfabetizando en ella. Creo que ha sido la experiencia más misionera que he tenido. Alfabetizar es algo así como una versión laica de la evangelización, aunque quizás opuesta: acercar a los iniciados en las letras a una fuente de muchas verdades. Como ocurre en toda misión, la mayor transformación fue interior, personal; creo que fue allí donde verdaderamente me convertí en lector. Alfabetizando fui alfabetizado y finalmente entendí las intenciones de mis padres de hacerme considerar a los libros como compañeros de por vida.

La democracia tiene forma de libro

La Biblioteca Pública Piloto es quizás el referente más visible en tierra antioqueña del posconflicto de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, el lugar donde se encuentra ubicada su sede principal –en el costado noroccidental de la intersección del río Medellín con la calle Colombia– es territorio neutral, propiedad de la UNESCO. La creación de una biblioteca pionera en América Latina, pública y gratuita, fue parte de la avanzada física, espiritual e intelectual con la que la humanidad se oponía a la guerra y a la opresión de las dictaduras, que todavía surgen y se nutren de la ignorancia de los pueblos.

Después de creada la UNESCO –el 4 de noviembre de 1946–, uno de sus principales intereses fue promover la creación de bibliotecas públicas para resolver de forma rápida y a bajo costo el problema de la educación para adultos. Fue así como con el liderazgo de su primer director general, el diplomático, ensayista, poeta y escritor mexicano Jaime Torres Bodet, se propuso la creación de una primera biblioteca pública piloto en la ciudad de Nueva Delhi, India, inaugurada en 1951 por el primer ministro indio Jawaharlal Nehru.

Al mismo tiempo, Bodet tenía el encargo de promover la creación de bibliotecas en América Latina como un “producto de la democracia y el mejor agente para la educación integral de los pueblos”, como cuenta Constanza Toro Botero en Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina 60 Años. Una biblioteca con ciudad, una investigación que da cuenta pormenorizada de los antecedentes, instalación y desarrollo de la Piloto, y de las actividades y logros de cada una de las administraciones que han pasado por ella.

La VI Conferencia General de la UNESCO, celebrada en París en 1951, pidió a Bodet concretar la propuesta. Se presentaron varios candidatos: México, Brasil, Colombia, Guatemala, Cuba, Panamá y Chile. Brasil y México eran los más opcionados, pero por razones de distribución geográfica de las actividades de la UNESCO y gracias al plan establecido por el gobierno colombiano para el desarrollo de bibliotecas públicas, Colombia obtuvo la sede del proyecto.

La Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín consiguió traer a la ciudad a Carlos Víctor Penna, experto argentino en materias bibliográficas de la UNESCO, para informar a las autoridades locales y a un grupo de industriales sobre el proyecto. Al final de la reunión, lo convencieron de los beneficios que traería una biblioteca para Medellín, el centro industrial de Colombia, con una importante población obrera, que para 1952 era de 25 mil trabajadores. En la ciudad florecían más de cuatrocientas industrias y tenía un amplio desarrollo universitario y cultural, con unas catorce librerías, pero carecía de una biblioteca pública.

Penna acordó con el gobierno nacional que Medellín sería la sede del proyecto y la Sociedad de Mejoras Públicas se comprometió a aportar el local, la dotación inicial y a construir un edificio de 4.500 metros cuadrados con planos y diseños aportados por la UNESCO. Así, la creación oficial del segundo proyecto piloto de bibliotecas públicas en el mundo, auspiciado por la UNESCO y con sede en Medellín, se firmó en París el 10 de noviembre de 1952. La tercera biblioteca de este género se creó seis años después en Enugú, Nigeria Oriental.

Lo que hoy nos parece tan natural, un lugar lleno de libros donde cualquiera puede entrar, sin importar su origen o condición social, a leer o prestar libros gratuitamente, no existía en esta ciudad hace apenas sesenta años. La Biblioteca Santander, conocida como Biblioteca Municipal, era insuficiente para las demandas de la población –contaba con apenas 10 mil ejemplares– y no ofrecía en préstamo los libros de su colección. Las principales universidades tenían bibliotecas para uso exclusivo de la comunidad universitaria, por lo que los trabajadores, los niños y las amas de casa no contaban con un lugar que fomentara la lectura.

La BPP trajo al país un mensaje profundamente democrático: “Los servicios bibliotecarios estarían a la disposición, gratuitamente y en igualdad de condiciones, de todos los miembros de la comunidad, sea cual fuere su raza, religión, etc. Entre los libros debían figurar publicaciones para la educación, la información, el goce estético, y la recreación, en los que se expongan todos los aspectos de los problemas debatidos, debiendo complementar los servicios de libros del proyecto, un amplio programa de actividades de educación para adultos", como se lee en la investigación de Toro.

Bajo la dictadura del General Gustavo Rojas Pinilla, el 24 de octubre de 1954, se llevó a cabo uno de los eventos culturales más importantes de la región en el siglo XX, y uno de los más democráticos: la inauguración oficial de la BPP en la sede de la avenida La Playa (Cra 52 #42-37), que contó con la presencia del director general de la UNESCO, Luther Evans, representantes de los gobiernos del Reino Unido e India, funcionarios del gobierno nacional, el General Pioquinto Rengifo, gobernador de Antioquia, y Darío Londoño Villa, alcalde de Medellín. El día anterior, dichas autoridades pusieron la primera piedra de lo que sería, siete años después, la sede principal de la Avenida del Río con la calle Colombia.

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El lector conquistado

El ciudadano Lucio Calle fue el primer lector registrado de la biblioteca, que en seis meses de funcionamiento ya acumulaba 15 mil materiales, 2.500 de ellos dedicados al mundo infantil. El lugar contaba con dos cómodas salas de lectura, una para adultos y otra para niños, y los libros se ubicaron en estanterías abiertas para que el lector los tomara directamente, como era costumbre en países anglosajones y escandinavos. La novedad permitía al público escoger los libros, hojearlos y familiarizarse con ellos y una vez utilizados el lector debía dejarlos sobre las mesas para que el personal bibliotecario los ubicara correctamente de acuerdo con la clasificación Dewey.

Julio César Arroyave, el primer director de la BPP, rápidamente puso en práctica la filosofía que había aprendido en Estados Unidos en sus viajes de capacitación: el libro busca al lector y la biblioteca debe estar en la mente del pueblo. Con la convicción de que pertenecer a la biblioteca era hacer parte de una de las más grandes oportunidades de la cultura, y con la ilusión de crear en los lectores locales el sentimiento que había en los países nórdicos donde desde los campesinos hasta las personas más importantes muestran con orgullo su carné de biblioteca, Arroyave estableció el carné de lector, del que cuatro décadas después yo sería un orgulloso poseedor. No vivió don Julio César para constatar que su deseo se había hecho realidad, por lo menos en quien escribe estas páginas.

Así mismo, amplió la cobertura con servicios de extensión bibliotecaria, abrió una sucursal en el barrio Villa Guadalupe y echó a rodar un bibliobús. Promocionó los nuevos servicios con volantes distribuidos casa a casa y con avisos en el aeropuerto, en las estaciones del ferrocarril, en los buses, en los comercios, en los bancos y en los cines. Por primera vez, el pueblo medellinense tenía una biblioteca en su mente.

En el primer año de funcionamiento, la biblioteca contaba con 20 mil volúmenes y 246 mil lectores –160 mil adultos y 86 mil niños–, esta última cifra jamás lograda por ninguna biblioteca latinoamericana. El servicio de referencia atendió más de 70 mil consultas de fábricas, talleres, industrias, almacenes, negociantes, profesionales, colegios y universidades.

Así, en la segunda mitad de la década del 50, la BPP se convirtió en el centro neurálgico de la cultura antioqueña. Se dieron conciertos para niños y adultos; se crearon grupos de teatro y coro; se organizaron tertulias; se acogieron numerosos clubes, como el de Autores Antioqueños, el Cine Club Medellín, la Asociación Antioqueña de Bibliotecarios, el Club Fotográfico de Medellín, entre otros; se abrió una discoteca con 2.400 discos; se proyectaron documentales en colores; en 1955, con la “Exposición Colectiva de Pintores Antioqueños”, con veintidós cuadros de artistas como Eladio Vélez, Horacio Longas y Luis Vieco, se inauguró la sala de arte. Y empezaron a aparecer nombres que marcarían una época: una niña llamada Teresita Gómez dio un concierto de piano que asombró a la concurrencia; Pedro Nel Gómez dictó una conferencia sobre la arquitectura inspirada en la prehistoria; Héctor Abad Gómez e Ignacio Vélez Escobar hablaron de la misión social de la universidad; y Manuel Mejía Vallejo sobre la literatura y la cultura de los países centroamericanos.

Para finales de la década, la biblioteca acumulaba tres millones y medio de lectores –en una ciudad con 600 mil habitantes–, una biblioteca central, un bibliobús con 37 paradas semanales en fábricas, escuelas y barrios, que prestaba 1.380 libros por semana; ocho sucursales: Villa Guadalupe, Santa Lucía, Clínica León XIII, Batallón Girardot y en las escuelas Santa Teresa, Ayacucho y Mariscal Sucre y en el Liceo Marco Fidel Suárez; cinco puestos bibliotecarios ubicados en dos barrios, una escuela, una fábrica y una residencia social; siete salas de lectura: Cárcel de Mujeres, Escuela Hogar para Niñas, Casa de la Providencia, Escuela Agustín Nieto Caballero, barrio Nuestra Señora de Fátima, Policía Militar y en el edificio para el pobre; una caja viajera en el área de Santa Elena; una biblioteca en la cafetería parroquial de La Candelaria y un club de lectura en el dormitorio para niños desamparados. El objetivo y la estrategia estaban claros: conquistar lectores, estuvieran donde estuvieran.

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Una vitrina para el pueblo

En septiembre de 1955 El Colombiano informó a la comunidad medellinense sobre la construcción de “un edificio de un millón de pesos” para la BPP. A finales de ese mismo año, llegó a la ciudad el arquitecto estadounidense Charles Mohrhardt, contratado por la UNESCO para asesorar la construcción del edificio. Mohrhardt era el director de la Biblioteca Pública de Detroit y había participado en la construcción de bibliotecas en distintas partes del mundo. Mohrhardt propuso un edificio con ventanales de vidrio, a la manera de una gran vitrina para exhibir las obras distribuidas en los estantes y así provocar la lectura. Desde el exterior se verían dos pisos como dos vitrinas iluminadas en todas las direcciones y en el interior las diferentes secciones se ubicarían en amplios salones sin divisiones.

Con estas consideraciones, los arquitectos del Plan Regulador de Medellín, con la asesoría de Ariel Escobar y Roberto Trujillo, definieron los planos de un luminoso edificio de dos plantas con capacidad para 250 mil volúmenes, adaptable a cambios en su interior y a una expansión futura por aumento de la población, con utilización intensiva de los servicios y de forma arquitectónica simple, con jardines y parqueaderos externos. El plano también contempló pinturas murales para la gran sala de lectura y varias fachadas externas, y un edificio adyacente para un auditorio.

El Instituto de Crédito Territorial donó a la UNESCO un terreno de 4.343 varas ubicado en uno de los ejes de desarrollo de la ciudad, en el sector de Otrabanda, a un costado de la moderna avenida Colombia y al alcance de universidades, colegios, escuelas, fábricas, supermercados y centros deportivos. En palabras de Constanza Toro, la biblioteca debía erigirse “como un verdadero club del pueblo”, aunque por problemas financieros su terminación se retrasó más de lo previsto. En 1961, aún en obra negra y con dotación insuficiente, la biblioteca trasladó sus libros a su nueva sede, que no estaría terminada completamente hasta 1974. Más de cuatro décadas después, en 2015, el edificio fue declarado Bien de Interés Cultural Municipal.

Así como un libro tiene el potencial de cambiarle la vida a un lector, una biblioteca puede cambiar una ciudad. Lo que se creó en Otrabanda fue uno de los sectores más cultos de la ciudad, un barrio residencial que por décadas ha sido referente de la expresión cultural del pueblo antioqueño. Por fin, Medellín contaba con una vitrina abierta a todas sus gentes donde albergar y exhibir una parte del conocimiento del mundo. Un ombligo piloto para América Latina que la ataba a una matriz universal.

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Patrimonio latinoamericano

La BPP no sólo es un patrimonio de los colombianos –y de todos los latinoamericanos– por la importancia de su edificio, sino por la extensa actividad cultural que ha desarrollado y por los fondos documentales y audiovisuales que alberga. Entre ellos cabe destacar el Archivo Fotográfico, declarado por la UNESCO en 2012 como "Registro Regional de Memoria del Mundo", que cuenta con imágenes desde 1849 y un inventario de dos millones de piezas en diferentes formatos –el segundo archivo más grande en volumen de América Latina y el primero en negativos.

Está ubicado en el segundo piso de la Torre de la Memoria y cuenta con una sala de artículos fotográficos que ofrece visitas guiadas en las que se puede apreciar, por ejemplo, cómo era un estudio fotográfico del siglo XIX, con cámaras y objetos originales de Melitón Rodríguez, así como fotografías en diferentes soportes, como daguerrotipos, ambrotipos, tarjetas de visita, opalina y coloidón.

El archivo se inició en 1980 con la adquisición de 7 mil placas de vidrio del fotógrafo antioqueño Benjamín de la Calle. En diferentes momentos, ha ido enriqueciendo su colección hasta sumar 37 fondos de reconocidos fotógrafos, entre los que se encuentran 220 mil negativos de Melitón Rodríguez; 400 mil fotogramas, entre negativos y diapositivas, de Gabriel Carvajal; 450 mil, entre negativos y transparencias, del reportero gráfico Horacio Gil Ochoa; 120 mil de Diego García; el archivo fotográfico de la Fundación Antioqueña para los Estudios Sociales (FAES), con imágenes de Francisco Mejía y Rafael Mesa, y el de Discos Fuentes.

En 2008, la BPP hizo parte del premio ATLA (Access to Learning Award), otorgado por la Fundación Bill y Melinda Gates a la Red de Bibliotecas de Medellín y el Área Metropolitana, gracias al cual se inició el proceso de digitalización de imágenes entre 1849 y 1950 y se creó el repositorio digital de la biblioteca, que hoy cuenta con 25 mil imágenes digitalizadas disponibles en red para cualquier usuario, así como 400 grabaciones sonoras y documentos impresos frágiles como cartas, servilletas y cajas de cigarrillos utilizados por artistas y escritores.

Otra de las colecciones que refuerzan el carácter patrimonial de la biblioteca, impulsado decididamente por la administración de Gloria Inés Palomino Londoño (1983-2015), es la Sala Antioquia, inaugurada en abril de 1985 con el objetivo de “identificar, recopilar, rescatar, conservar, organizar, analizar, evaluar y difundir el patrimonio documental, bibliográfico y artístico de la región antioqueña”. También está ubicada en el segundo piso de la Torre de la Memoria y se ha convertido en un acogedor lugar de encuentro de la cultura antioqueña.

Durante más de veinte años contó con la hospitalidad y la conducción de Miguel Escobar Calle (q.e.p.d), quien fue su mayor animador, acompañado y apoyado por los escritores José Gabriel Baena Gaviria (q.e.p.d) y Jairo Morales Henao, entre otros. La sala está “amoblada” con quince archivos personales de escritores como Ciro Mendía, Manuel Mejía Vallejo y Carlos Castro Saavedra, la correspondencia de varios escritores nadaístas y las cartas de Gonzalo Arango a familiares y a Aura de Mera, la colección de la UNESCO, la pinacoteca de artistas antioqueños y nacionales, la colección de libros antiguos, raros y curiosos (fechados desde mediados del siglo XVIII), la colección del Club Unión y de Simesa, nueve mil volúmenes de las bibliotecas particulares del poeta León de Greiff y su hermano músico Otto de Greiff, con las partituras y la discoteca particular de este último con más de siete mil discos, más de 25 mil libros, 3.600 folletos, 16.300 revistas, 380 títulos de periódicos de Medellín y 300 de municipios antioqueños, 2.400 caricaturas –el banco más grande de ilustraciones e imágenes de escritores y artistas antioqueños–, un archivo vertical con 120.000 materiales entre recortes de prensa, plegables, catálogos y postales.

En sus más de seis décadas de funcionamiento, la BPP ha contado con visitas míticas como la de Jorge Luis Borges, y las de otros ilustres escritores e intelectuales como Juan Rulfo, Manuel Puig, Marta Traba, Jesús Martín Barbero, Estanislao Zuleta, cuyas voces se encuentran grabadas y hacen parte de una colección de 5 mil casetes en proceso de restauración sonora; en la memoria del pueblo lector se conserva el Taller de Escritores dirigido por Manuel Mejía Vallejo, cuna y abrevadero de quienes serían luego escritores locales reconocidos como José Libardo Porras, Luis Fernando Macías, Elkin Restrepo y Juan Diego Mejía; y las exposiciones de arte que convirtieron a Otrabanda en un referente del itinerario artístico nacional.

La conquista del lector, de la mano de la experiencia de la BPP, se ha ido extendiendo por todo el territorio. Hoy Medellín cuenta con un Sistema de Bibliotecas Públicas que se compone de nueve parques biblioteca, once bibliotecas de proximidad, la BPP y sus cuatro filiales, cinco centros de documentación, la Casa de la Lectura Infantil y el Archivo Histórico de Medellín. Y existe la Red de Bibliotecas Públicas de Medellín y el Área Metropolitana, que abarca las bibliotecas públicas de todos los municipios del Valle de Aburrá, de Caldas a Barbosa.

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En buena compañía

En mi humilde función de alfabetizador, cuando entré a hacer parte de esta historia, hacía mi trabajo con devoción, como si verdad trabajara en un lugar sagrado: recibir a los visitantes, decirles que solo podían ingresar con papel y lápiz, guardarles sus pertenencias en un casillero de madera ubicado en la recepción, entregarles un ficho a cambio, orientarlos en cualquiera de los servicios que prestaba la biblioteca, recibirles el ficho a su salida, devolverles sus cosas y revisar que los libros a retirar tuvieran el sello del servicio de circulación y préstamo. Mi guía en esta sucesión de actividades mecánicas, que se asemejaban a un ritual de iniciación, era Sigifredo Vasco, un bibliotecario bajito, de color madera oscura como los muebles de la biblioteca, quien todavía está al servicio de los libros y de los usuarios en una de las sedes descentralizadas de la Piloto.

Sigifredo, después de mi padre, fue algo así como un mentor desprevenido en el arte de leer. No creo que fuera consciente de lo que haría en mi vida, pero me enseñó a no sentirme perdido. Recorriendo las hileras cuadriculadas de estantes de la biblioteca, enseñándome a leer la ubicación de los libros, que es como un caos milimétricamente organizado, me mostró que no importaba el laberinto de caminos en el que me metiera, siempre podría encontrar lo que estuviera buscando. Que en la biblioteca, como en la vida, siempre encontraría amigos que me tenderían una mano. Como decía E.B. White en una tierna carta a los niños de un pequeño pueblo de Estados Unidos que inauguraba su biblioteca pública: “Los libros son buena compañía, en tiempos tristes y alegres, porque los libros son gente, gente que se las ha arreglado para permanecer viva escondida entre las tapas de un libro”. UC

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