1. Hace tiempos la carrera Palacé no cruzaba la calle San Juan, hasta ahí llegaba; o ahí empezaba según el sentir de la época, exactamente en un lugar llamado el Baño de la Peña de los Monjes, favorito de las gentes del sector y que debía sus aguas al río Medellín. Sí señores y señoras, ¡el río Medellín pasaba muy orondo por Palacé! Para 1835 corría arrinconado contra la vertiente de La Asomadera, luego, a finales de ese siglo, empezó a planearse su rectificación (la enderezada, mejor dicho) y la recogida de sus aguas, y a principios del siguiente se hicieron las obras.
2. Por allá, en los años 1890 y siguientes, los jesuitas se apropiaron, por orden del gobernador de Antioquia, de lo que fue el Colegio de San Ignacio o Convento de los Franciscanos. Éstos, aunque reclamaron su posesión, tuvieron que contentarse con construir otro por esos lados: el Convento de San Antonio.
3. Ese sector, determinado por la longitud del claustro, se llamó el Camellón del Convento y también Barranco del Convento. En la parte que no ocupaban los edificios religiosos se construyeron mansiones, donde vivieron, al principio del siglo XX, distinguidas familias.
4. Por el lado oriental del Convento vivió una familia Sandino, cuyas hijas no casadas pusieron una panadería que se volvió famosa. La parva de las Sandino fue siempre muy bien recibida por la clases altas de la sociedad medellinense y se hizo especialmente célebre su pastel de gloria, que hasta gozaba de cierta categoría social. Dicen que las reposteras le copiaron la fórmula del exitoso pastel a un negrito que tenía panadería por los lados de Cisneros. No sería nada raro.
5. El Convento de las Carmelitas Descalzas fue fundado por hijas de las familias más poderosas que querían aislarse del mundo. Allí vivían de las rentas de sus dotes y de la venta de lo que producían en las eras y con sus costuras; la temporada anual de primeras comuniones era "bendita" pues despachaban grandes cantidades de insignias para los vestidos. Como era un convento de riguroso claustro, las relaciones públicas de las Carmelitas estaban a cargo únicamente de una de las superiores y una de las monjas, a quienes se les permitía hablar.
6. Plazuela de San Roque, hoy conocida como Uribe Uribe.
7. En la casa antigua que quedaba en la esquina suroriental de Palacé con la plazuela, que era muy bien tenida, mataron a José Manuel Díaz, su dueño. Ya querrán saber por qué: resulta que el señor Díaz, además de solterón, gustaba de las aventuras, y se paraba en la puerta de su bonita casa a invitar a cuanta mujer pasara. Con gestos groseros les proponía pasar la noche con él. Conocido esto, una mujer muy viva se puso de acuerdo con su amigo para matarlo y robarle el tesoro que acumulaba; lo hicieron y aunque fueron descubiertos los absolvieron del crimen. Parece ser que a la señora le gustó ese negocio pues reincidió en dos ocasiones, y hubo una tercera que no consumó por la desconfianza de su víctima.
8. En la esquina nororiental del cruce de la plazuela con Palacé quedaba la Policlínica Municipal. Allí se atendieron los poquitos sobrevivientes del accidente del Campo de Aviación de Las Playas, en el que murió Gardel, el 24 de junio de 1935. En esa primera Policlínica falleció de un infarto Efe Gómez, en 1938.
9. Hubo aquí una casa donde se produjeron las primeras ampolletas de vidrio para inyecciones de toda Colombia. El doctor Pablo Arango se pasó a vivir allí después de estudiar química en Alemania y aprender la técnica para producir las novedosas y útiles ampo- lletas para inyecciones. Muy amigo de experimentaciones, como es apenas lógico, el doctor Arango se intoxicó haciendo un experimento y murió.
10. La casa del muerto. El tétrico nombre se lo ganó porque una señora a la que se le murió el marido, resolvió, en contra de todas las evidencias, que no era cadáver, lo arreglo bien arreglado y se sentó a esperar que despertara. Cuando ya estaba podrido tuvieron que intervenir las autoridades; lo sacaron a las tres de la mañana y lo llevaron a la iglesia de La Candelaria para las ceremonias.
11. El Palacio Amador, como todas las obras de Carlos Coriolano Amador Fernández (1835-1919), fue bien diseñado y bien construido por el arquitecto Crosti. En la primera planta tenía locales comerciales, amplios patios y en lo que normalmente se usaba como solar, un parque con una gran pajarera y una escultura con la imagen del hijo de Coriolano. También tenía espacio una piedra tallada por el sabio Caldas con la posición geográfica de Medellín.
Al segundo piso se acudía por una escalera de mármol blanco italiano. Lo más notable de la planta alta era el comedor, que tenía una vidriera sobre el parque con los retratos de la familia Amador hechos en vitrales fabricados en Bélgica.
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