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Número 16 - Septiembre de 2010   

Crónica verde
Moneda verde

Crónica verde: Moneda verde, Universo Centro N°16
 

Hubo un tiempo feliz en que un barillo se podía cambiar por esa efímera moneda de 1.000 pesos que no logró resistir los talleres de quincallería detrás de los talleres de motos. La monedita dorada con la nariguera Sinú tenía mala fama por blanda pero hacía muy ágil el intercambio. Nunca metí una nariguera en mi marrano de Ráquira, eran todas para el dealer. Los jíbaros están en retirada.

Un país africano, Benín para menos señas, acaba de acuñar una moneda de 100 francos, equivalentes a 0.15 euros, con nueve hojas de marihuana en su mejor cara. Benin es un país productor de algodón pero le apostó a una planta más etérea. Una de las hojas de marihuana goza de su verde habitual contra el fondo plateado de sus hermanas menores. Es la tercera especie de una serie de plantas famosas a las que Benin ha decidido honrar en sus monedas. Antes habían aparecido la rosa y el lirio. De la primera se dice que brotó del pie de Venus, y la segunda fue el emblema de las cruzadas. La marihuana es el emblema de otra cruzada. Tiene su historia de primer demonio en la lucha contra las drogas y de ángel inocente en la pelea actual contra la prohibición. La malahierba ha terminado por ser la embajadora del legalized.

Pero la monedita de Benin no se contenta con las nueve hojas ni con la hoja verde ni con el “CANNABIS SATIVA” apoyado en el cordoncillo inferior. Tampoco le bastó el sello con dos leopardos esculcando unos cuernos de la abundancia como si fueran un cubo de basura.

 

Ni se resignó con la tierna banderola revolucionaria con sus tres palabras verdaderas: “Fraternidad, justicia, trabajo”. Tiene además la cualidad de ser una lamparita de Aladino. Supuestamente usted la frota y le entrega el aroma de un cogollo recién arrancado. Se encargaron los perfumeros del imperio francés. Los coleccionistas más devotos se la ponen debajo de la lengua después del almuerzo o con las cervezas del final de la tarde. Pero no todo es perfecto, ni siquiera en los reinos republicanos del África occidental: el aroma de la moneda sólo resiste cuarenta caricias antes de agotarse. Apenas un poco más la rosa y el lirio.

Es muy factible que ningún beninés tenga en su bolsillo la moneda enmoñada. Cuesta entre 60 y 70 dólares y en realidad más que una moneda es una medalla. No se acuña para intercambiar sino para cultivar la afición del coleccionista. Muchos países han descubierto que las monedas conmemorativas son un bonito negocio. Si Burkina Faso sacara 2.500 ejemplares de una moneda de 100 francos con el Pibe Valderrama en su serie de futbolista famosos, yo estaría entre los 2.000 colombianos antojados y dispuestos a comprar mi Mono. Es una manera de vender el níquel y el cobre un poco más caro.

No estaría mal contactar a los falsificadores criollos con una muestra de la moneda beninesa. El troquel se armaría sin mucha dificultad en los talleres, a cambio del perfume se encimaría un barillo contante y sonante y en el sello se podría poner una Land Cruiser ochentera en la Guajira, con su estela de polvo y de humo.

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