Número 43, Marzo 2013
CAÍDO DEL ZARZO
 
Luces de ciudad
 
Elkin Obregón S.

 
En las grandes ciudades, por modernas o caóticas que sean, queda siempre (supongo) un reducto de aldea. O, al menos, de otros tiempos. Sospecho que esto vale para Nueva York, Rio de Janeiro, México, Bogotá, Medellín (no vale tal vez para Brasilia, que, según referencias, no es una ciudad, sino un stand).

Habrá aún por fortuna muchos ejemplos en Medellín, la urbe de nuestras cuitas. Menciono un hecho mínimo, y agrego una ñapa; por ambos pido perdón, y omito referencias a edificios o lugares históricos, pues esos, cuando sobreviven, obedecen a otras normas, que no caben aquí.

Había en el centro una especie de callejón, de no más de 50 metros, sinuoso y estrecho, perdido entre dos amplias avenidas. El que lo transitaba se veía de pronto en un inesperado rincón caribeño, con ventorrillos de pescados, mariscos y ceviches, y generosos decibeles de porros y vallenatos. Se aconsejaba no visitarlo, sobre todo de noche, porque era peligroso, pero ese posible peligro le añadía cierto atractivo; no sé si existe todavía, y, en tal caso, si su peligrosidad se ajusta a las cuotas que hoy nos rigen y nos regirán.

Y la ñapa, casi invisible: Al frente de mi casa hay ahora una sastrería, ubicada en un lugar tan pequeño como amable; el dueño es un hombre de paz, que me cobra seis mil pesos por dejar a punto mis añejos pantalones. Trabaja hasta tarde, y su luz en la noche regala una calidez que tal vez sus vecinos ya no merecemos. No lo ha detectado aún el urbanismo paisa de hoy, incapaz de respetar, pero experto en arrasar. Tiemblo al pensar en la inminente suerte que le espera a don Antonio.

 

P.D. También la ficción, siempre tan veraz, ha tocado mil veces este tema. Recuerdo la bella película Sombras en la niebla, de Woody Allen, y Angosta, la mejor novela de Héctor Abad; en ella hay una espléndida descripción de un oscuro restaurante chino —situado en la zona baja, por supuesto—, que no me dejará mentir.

 

 

 

Elkin Obregon

 
 
 
CODA

Se retira Memo Cardona de la dirección de la Fiesta del Libro. Le aportó a ese evento creatividad, imaginación y un gran entusiasmo. Ahora, ya retirado a sus cuarteles de invierno, podrá dedicarse a continuar su saga de novelas sangrientas. Lo sustituye en el cargo Juan Diego Mejía, otro peso pesado. Tiene larga experiencia en manejos de la cultura, y es además un excelente escritor. Ha parido muy bellos libros, y además un cuento que es una obra maestra. Después lo amplió a novela, muy buena también; pero no es lo mismo.UC

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