Número 2, diciembre 2008

“Me hubiera gustado clavar la noche en el papel como una gran mariposa nocturna. Pero, en cambio, fue ella la que me alzó entre sus aguas como el cuerpo lívido de un muerto y me arrastra, inexorable, entre fríos y vagas espumas, noche abajo”.
Juan Carlos Onetti
El Pozo

 
 
 

Tres parques y una sola noche verdadera(Fragmento)
Jorge Agudelo, Ilustraciones: Trucha frita

 

El parque del Periodista, Guanábano (¿quién ha visto el árbol?) o tontódromo, como injustamente lo llaman algunos, dispone muros y materas, entrega sus costados, dominios de cemento y cal, a los primeros visitantes. Y ahí están ellos, apenas llegando, levantando los brazos en el perpetuo gesto de desperezarse para asumir, en estado de gracia, la promesa de una noche larga; en pequeñas cuadrillas, solos, de a dos o de a tres, sin invitación y sin preámbulos, abordan los primeros comensales, ¿pero quién vino a comer? A lo sumo unas empanadas para despistar la gastritis y, auxiliados por las grasas, poder seguir bebiendo. Aquí y en cualquier parte (menos en el cielo) los primeros serán los primeros, y como al que madruga dios le ayuda... con la ayuda de dios y de la hora, los primeros escogen y deciden por los otros; sea el centro o la periferia, a ras de tierra o con los pies colgando, los palcos están copados y si no se tiene el privilegio... hay que esperar a que la noche avance y disponga, dueña del lugar y de nosotros, nuevas y mejores posiciones. Sin embargo, por más lleno que esté el parquecito, siempre hay lugar; de manera que si aún no han salido y piensan en no hacerlo y se han desanimado, por lo tarde, por la hora, por la falta de sitial... bueno, a la espera de ustedes, viendo la comodidad, el movimiento, el desfile de los otros, lo que parecía un desierto de beduinos calcinados por la última hora de la tarde, se ha convertido en el escenario de las más diversas romerías. Ahítos los maricas, los tristes homosexuales de Denver, que no conocieron Denver, que no han hallado quién esquile tanta pompa, tanto glamour y encuentre en sus meneos la página más triste; ese brillo velado por la violencia de un encuentro, por el eterno flirteo. En medio del colorido, de la distinción, del travestismo, los maricas, Walt Whitman, los maricas/ turbios de lágrimas, carne para fusta,/ bota o mordisco de los domadores,/ esos maricas que en oda lorquiana desnudan sus flancos, pueblan de grititos y sudores la barba del viejo vate, los rincones del parque. Profesores, golfos, chulos, pederastas, se llaman y se esperan, se compran y se venden, en ruedo mercenario, la compañía y la caricia.

En el punto más oscuro, privados de la luz, esquivando los fanales, una logia hermética conspira bajo un árbol. Milimétricamente compuesta, hecha de susurros y de viejas amistades, esta hermandad delega en uno de sus hombres la responsabilidad del vino. Porque los tiempos de Heliogábalo pasaron y las doncellas ya no vierten, generosas, su sangre en ningún cáliz, hay que contentarse entonces con el vino y el sonido de guitarras afiladas. Ceñudos, cabizbajos, condes portadores de una tristeza milenaria, sólo la música los redime, devolviendo a sus pieles esa palidez seráfica que el mestizaje supo negarles. Ignoro los nombres de las castas, esos linajes, esos ritmos que los bautizan y los distinguen... Puedo ver, en cambio, las sortijas plateadas, los talismanes, todo el santoral chorreando sangre. Si estos caballeros medievales poco o nada nos dejan saber de sus gustos, de sus bandas más secretas, ahí están los Punkeros destemplando una guitarra de una sola cuerda, balando sus líricas preferidas. Hay que verlos, encarnizados, envolviendo y desenvolviendo la cinta de un casete, que de tanto rodar y enredarse confundió las canciones en un sólo lamento, en un grito de gesta. Pues, ¿para eso no son los taches y los remaches de cuero, para ir a la guerra? Y como en la guerra estamos, mejor morir con las botas puestas. Si el atuendo que lucen con tanto garbo no tiene por corona un casco camuflado, nos deslumbra, apenas terminada la frente, una cresta de colores. Y si la chamarra traspirada perdió el azul brillante de otros tiempos, convirtiéndose en la paleta de todas las mugres, la cresta, que les parte el cráneo en dos mitades iguales, ilumina la oscuridad de sus cabezas como un camino de luz en noche sin estrellas. Los Punkeros nos piden y hay que darles, por miedo, amistad o compasión... porque cuando estiran las manos y nos arrebatan el ron o la cerveza, lo hacen con tanta gracia, tan confiados en su gesto, en su violencia, que sería una descortesía inadmisible negarles un tónico que les pertenece por derecho propio.

Todavía no me voy, pues la inteligencia apenas llega y el espectáculo es digno de verse. Ése, el otro de más allá, el profesor cojitranco, el poeta, el estudiante, el fotógrafo, el artista, el crítico de cine, todos al abordaje, pontificando desde distintas esquinas, descrestadores de públicos escépticos, admirados por una pléyade de aspirantes al podium de la fama parroquial. Con los ojos enrojecidos, no por la dama de los cabellos ardientes, sí por esas maratónicas jornadas, que de cinta en cinta, oscurecen todas las horas del día, el crítico, al que un viajero comparó con el hombre que va por ahí tirando piedritas, a diestra y siniestra, sin importarle dar con un vidrio, con un ojo o matar a un cristiano, mira complacido, con la pupila ensanchada, como si el mundo y sus cantidades orgiásticas de futilidad y de belleza pudieran rebasarse con un parpadeo. Los poetas, realeza, parásitos sagrados, alambiques... Van destruyendo con la voracidad del comején los libros de sus pares, porque perro no come perro y ¡tanto poeta junto pierde la limosna!... Así, soslayados, rencorosos, defienden a capa y espada la gracia del verso, la 5 pirotecnia, la sintaxis partida, y con el mismo ímpetu atacan, araucanos, los esfuerzos de otros, de ésos, sin gracia y sin talento, que no se ruborizan al blandir malamente la pluma y dejar caer una a una sus gotas de tinta (homenaje al fin de siglo). Omito a otros tantos oficiantes del espíritu, a los que enumeré y ahora evado, no por maldad ni desidia, es sólo que espero encontrarlos en otra plaza, más ebrios, más fotogénicos, más pedagogos...

No todos emigramos, hay quienes persisten, y por más que la lluvia caiga y la ropa pese, ellos, tozudos, decididos Nocheros, fieles al Guanábano... en el Guanábano se quedan.UC

 
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