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Número 24 - Junio de 2011   

Artículos
Sexo por la webcam.
Andrés Delgado

El atractivo de los sitios es ofrecer porno hecho en casa, desde la cotidianidad y la cama de una chica común y corriente y, lo mejor, a la medida de los deseos más acalorados del visitante.
 
Sexo por la webcam

La página webcam.com se carga y aparece una colección de chicas semidesnudas. Trabajan encerradas en una alcoba, sentadas en la cama, con el vibrador y el lubricante a la mano y una cámara al frente. Estoy a un clic de entrar en sus habitaciones, halagarlas con un piropo y pedirles que hagan algo por mi salud mental. El visitante puede invitar a una de las chicas a pasar a un chat privado y participar en un juego erótico, directo e interactivo, donde ella realizará un show de striptease, se masturbará o, incluso, sofocará los deseos más insólitos de su cliente. Son las chicas del cibersexo, mejor conocidas como webcamers.

Voy pasando el cursor por el menú de fotos. Las webcamers evitan a toda costa las habitaciones infestadas de cámaras, luces, asistentes y directores. Por el contrario, prefieren las alcobas de vecino, las cobijas revueltas y tibias por el caldo de la pereza, los bluyines en el piso, las colecciones de cremas en el armario y las tangas revueltas en los cajones del tocador: todo muy discreto y cotidiano. Así satisfacen uno de los fetiches más atizados de los fisgones: ojear la alcoba de una chica común y corriente.

En el menú me detengo en unas tangas diminutas que parten en dos la tierra prometida. A su lado hay un escote voluminoso a punto de derramar el embalse. Más abajo, un vibrador de tamaño insultante toca con su cabeza el triángulo sagrado. La minuta de zonas geográficas se despliega: Latinas, EE. UU., Europa occidental, Europa oriental, África y Asia. Otras opciones incluyen amas de casa, pubis con vello, parejas en vivo, musculosos, transexuales, fumadores y osos. Configuro los campos: Chicas Universitarias Latinas.

La página se actualiza y aparece una colección de jovencitas. Una de ellas está disfrazada de colegiala y reconozco la sonrisa iluminadora. Su nickname: Jimenita. Por Internet se ve divina y coqueta. Me gustan su sonrisa radiante, sus labios color rojo Marlboro, su minifalda a cuadros rojos y blancos y sus piernas torneadas. Me gustan las gafitas de nerd que se ha puesto y la blusa blanca y translúcida que revela con discreción los pezones. Jimenita es una lolita que no es tan lolita. Entramos a una sala de chat privado, como hemos convenido.

   

Días atrás me encontré en persona con Alexandra, o como ella misma se publicita: “la divina y siempreviva Baby Alexandra”, una webcamer que aceptó tardear en el bar El Guanábano para conversar sobre su trabajo. El día está soleado y el cielo revienta en un impresionante azul esférico. Ella pide jugo de mora y yo de mango.

Baby Alexandra comenzó en el negocio del cibersexo con su novio. El sujeto arrendó una casa en Guayabal, donde cada pieza era utilizada como “estudio” por una webcamer diferente. Él era una especie de proxeneta, aunque el término no es exacto porque este asunto no es de prostitución: las webcamers ofrecen entretenimiento sexual a cambio de dinero, sin amasar las carnes de sus clientes; es más: ni siquiera ven sus rostros. La divina y siempreviva Baby Alexandra lo dice: “pocas veces les doy cámara, porque no me gusta encontrar un viejo calvo y gordo haciéndose la paja”. Ya lo dijo Gabriela cuando se disfrazó de puta virtual: “En realidad soy mucho peor que una puta. Las putas entregan su cuerpo pero no su alma. Yo ni siquiera el cuerpo”.

Sentados en la mesa del bar, sentimos el viento seco de la tarde. El jugo helado es un bálsamo para aliviar la sed. Baby Alexandra ha trabajado para webcam.com, livejazmin.com y cams. com. Inicialmente los shows fueron del estilo “Muestro mis senos, mi cola, juego con mi pussy”. Luego pasó a juegos más sofisticados: disfraces de enfermera, sádica, policía, profesora, santa y puta.

― La profesora con falda de señora ―me dice― puede actuar una clase diciendo: “Mira lindo, te voy a mostrar cómo hacer una doble penetración sin que duela tanto”.

El éxito del negocio está en función del tiempo que el cliente permanezca conectado. Por eso la modelo tiene que trabajar duro, esto es: poseer carisma de exhibicionista y trepadora, sin ser indiscreta y facilista. Para conservar el hechizo, apela a sus más refinados trucos; entre ellos, nunca decir NO.

―¿Y si te piden que hagas chichí? ―le pregunto.

La Lluvia de oro o Golden Shower es uno de los embelecos más comunes que tienen los fisgones virtuales. En las películas porno, se resuelve cuando uno de los actores es bañado en orina por el otro. Baby Alexandra sostiene el vaso de jugo y se inclina para besar el pitillo. El rojo encendido de la mora se repite en los labios y en las uñas.

―La ventaja de este negocio
―dice― es que el visitante no puede ver todo lo que sucede en la pieza..

Para ejecutar un Golden Shower, Baby Alexandra dice al sujeto: “Ya vengo para mearte la cara”. Se levanta de la cama y se mete al baño. Mezcla Cocacola y agua en una jeringa y vuelve a las cobijas. Pega su sexo a la cámara, se frota el clítoris y entre delirios actuados dispara el chorro desde la jeringa camuflada. Sentado en el bar, me doy un trago largo y amarillo de jugo de mango.

El Fist es el género porno que utiliza los puños como herramienta para perforar las cavernas del cuerpo, práctica que a Baby Alexandra le estaba floreando la sonrisa vertical. El arequipe de café, untado en la cola, remedia una solicitud engorrosa y bizarra, sabiendo que el quid del pedido escatológico estriba en que la modelo se coma el arequipe. Las flagelaciones en muslos y nalgas se pueden fingir con maquillaje y sombras rojas, amarillas y azules, y actuar frente a la cámara los gritos y los azotes. El Squirting, género porno donde las chicas lanzan chorros de eyaculación por los aires, también es solicitado en el chat. El truco consiste crear una solución pegachenta con lubricantes y llenar con ella la vulva, fuera de cámara. Más tarde, actuando frente al visitante, se bombea con energía el vibrador y se extrae de una rápida sacudida. El fluido sale disparado y los tipos al otro lado de la cámara se sacuden en la soledad de sus delirios.

   

Metido en una sala de chat con Jimenita, vestida de colegiala, leo los mensajes de otros fisgones. Longaniza02 dice: “Linda, las tetas, muestra las tetas”. Jimenita coquetea. Me encantan sus labios rojos. Estira la tela de algodón para que adivinemos un pezón de princesa. Lindo3X dice: “No seas mala, candela”. Jimenita se desabotona la camisa, nos enseña un pezón y, muerta de la risa, vuelve a esconderlo. “Así no, carajo ―se ofusca Totem45―; culo, culo, culo”.

En el negocio intervienen tres beneficiarios: la página web, el proxeneta virtual y la modelo. La página, que reúne a las modelos a nivel mundial, se queda con el 50% del valor del minuto; el proxeneta gana el 30 y la chica el 20.

Dentro de la política de las web está prohibido el romance entre las modelos y los clientes. Está totalmente prohibida la zoofilia y la participación de menores de edad. También se aclara que en todas las conversaciones hay un testigo oculto que hace el “control de calidad.” Este funcionario es un árbitro que, por un lado, puede sancionar hasta por una semana a la modelo que se niegue a realizar los pedidos de los visitantes y, por otro, defiende a las chicas, expulsando a las personas que las ofendan o las humillen.

En el chat con Jimenita le digo que nos vamos ya para una sala privada. Quiero estar solo con ella, sin tanto morboso encima. Ella ha reservado la tarde para nosotros dos. Me animo pensando en todo lo que voy a pedirle que haga para mí.

   

En el bar, el azul violento de la tarde nos hace inclinar sobre los pitillos de los vasos largos y helados.

—La gente se conecta para masturbarse y tener un rato divertido —me dice Baby Alexandra—, pero no se puede olvidar que las modelos son sensibles y necesitan un trato amable.

El contacto entre la modelo y los administradores de la web es constante. Baby Alexandra usa frecuentemente este canal para reportar el atraso de sus pagos y preguntar qué se puede meter en la vagina y qué no. “Métete lo que quieras —le dijeron— pero siempre usa un condón.” También ha llegado a preguntar cómo puede trabajar cuando tiene la menstruación y ha reportado la dolencia de una infección vaginal a causa del azúcar de un bombón gigante que se empotró sin condón.

La meta de las webcamers es evitar los pajeros baratos y conquistar clientes estables; sujetos que buscan una mujer para comentar sus problemas, sentirse acompañados y para que, de vez en cuando, la chica muestre sus tangas. Baby Alexandra alcanzó la meta: concertaba los shows con sus clientes y, trabajando cuatro horas diarias, llegó a ganar 800 mil pesos semanales. Dejó la casa “estudio” de su novio, se pagó un apartamento y siguió ganando dinero sin salir a la calle. En adelante, las utilidades se dividieron entre ella y la página web. Su novio desapareció de su vida y del negocio.

Dominar el inglés es un plus para potenciar el mercado. Pero si una chica domina el inglés deberá repasar un abanico de expresiones sucias y rastrilladas al estilo de fuckme baby, touch my ass y oh my God, baby oh my God!

El cliente favorito de Baby Alexandra era Mr Blood, un fanático de las prendas de cuero y de los latigazos. Mr Blood llegaba a pagarle hasta cinco horas diarias de chat. En una oportunidad, Baby Alexandra usó la misma tanga durante una semana. Con ella fue al gimnasio y rumbeó el viernes y el sábado. Para encoñar a Mr Blood, empacó la tanga y le mandó el regalito a México. Al día siguiente recibió una gratificación en la cuenta de banco. Cada semana, le enviaba un amuleto: una foto desnuda, un viejo juego de sombras, unas bolas chinas sin lavar. Mr Blood no aguantó: al mes pagó un boleto y vino a buscarla a Medellín.

—Sentí miedo por su tendencia sado —dice Baby Alexandra—, porque una cosa es la web y otra muy diferente un azote de verdad, pero finalmente me convenció, como se convence a todas las mujeres: me invitó a un centro comercial para comprarme ropa y zapatos.

Se hicieron novios y se juraron amor eterno hasta el próximo fin de mes. Mr Blood era un señor “muy limpio”, de cuarenta años, que recorría Suramérica trabajando para una firma logística. Pasearon por Santiago de Chile, Buenos Aires y La Paz. La aventura con Mr Blood duró hasta que él tuvo que volver a México y continuar su vida matrimonial.

En el bar, el rojo vivo del jugo de mora intensifica el rojo de los labios de Baby Alexandra. Le digo que, evidentemente, disfruta su trabajo.

—¡Me encanta jugar! —dice—.

Cuando éramos chiquitos jugábamos con carritos y muñecas. Ahora grandes lo hacemos con disfraces, bolas chinas, velas y aceites.

Nos despedimos y acordamos nuestro siguiente encuentro.

En el chat privado con Jimenita, comenzamos un juego de roles. Ahora soy un profesor exigente y rajador y ella una alumna tierna y juiciosa. Hará todo lo que yo quiera. Lo primero que le pido es que se quite las zapatillas negras del cole. Ahora puedo verla sentada en el borde la cama, desamarrandose los cordones. Mientras lo hace, tiene el cuidado para no estropear el esmalte rojo que tiene en las uñas. Me parece estar al frente de un reality. Quiero que se quite las medias largas y blancas y me muestre los talones. Jimenita es una alumna muy obediente. Me muestra los pies y sus deditos son como snacks de Yupi. Nuestra relación es asimétrica: veo sus muslos sin que ella me vea. Lo único que reconoce es mi voz. Me dice que no puede creer que ahora estemos haciendo esto. Nos reímos. Me pica el ojo y me manda un besito con sus labios color rojo McDonalds. Pienso en pedirle que se gire de espaldas, se baje las tangas a las rodillas y se incline sobre la cama.

En realidad lo que quiero es que se quite toda la ropa, menos la camisa de colegio. Así lo hace. Le pido que camine descalza y vaya hasta el armario y busque un CD que le guste. Jimenita camina en puntillas, como una bailarina de ballet, pone un CD de Madonna y ahora canta “I dont wanna hear, I dont know”. Baila y mueve los hombros como una niña chiquita. Estamos encerrados en una alcoba de motel, somos amantes, estamos muy cerca y terriblemente lejos. Le pido que se ponga en cuatro y me enseñe la tierra prometida. Jimenita es muy juiciosa y se monta a la cama. Se acaricia el lomo, resbala la palma por el muslo, sostiene la barra del lubricante y se embadurna el dedo medio.

Jimenita termina con lo suyo un tanto sudorosa y no deja de enamorarme su sonrisa de lolita. Vestida solamente con la camisa, deja la cámara. Al minuto vuelve con un cigarrillo en la boca y un vaso de jugo rojo, de mora con hielos. Me muestra el vidrio escarchado, me pica el ojo y me pregunta si quiero uno de mango. UC

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