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Número 07 - Noviembre de 2009   

Byron White
Salados a carisellazos
al son de tinto y cuplé
De nuevo lanza en ristre con el arquitecto e historiador Rafael Ortiz, recorriendo y recordando
por los lados de Junín
 

Byron White

1. En la esquina suroriental del cruce de La Playa con Junín se encontraba el Café La Bastilla, sede de numerosas tertulias, pues allí se reunían de manera informal los sábados por la mañana todos los artistas de la ciudad, y entre tragos y empanadas bailables discutían los problemas y chismes de la profesión. Ayudaba a que se dieran las tertulias, principalmente, el que al frente, en el que por mucho tiempo se llamó Edificio Parisina, en el tercer piso, estaba la oficina de Francisco Antonio Cano, pero el fuerte del Café La Bastilla era la venta de licores extranjeros de las mejores calidades de las licorería europea.
En uno de sus viajes a Venezuela, don Hipólito Londoño se encontró con la novedad de que en los bares y cafés de Caracas se vendía el pocillo de tinto en vajilla de porcelana y a precio mínimo, entonces resolvió hacer lo mismo en La Bastilla, con un precio inicial de dos centavos por pocillo. Hasta ese momento el tinto en la ciudad era expendido en los parques, plazas y puertas de iglesia por muchachos que lo llevaban en termos, y en canastas, vajillas de porcelana; en la otra mano llevaban una olla con agua para lavar los pocillos.
De todas las tertulias la más famosa fue la de Tomás Carrasquilla. La de los Panidas, equivocadamente atribuida a La Bastilla, funcionó en un café que había empezado en la calle Bomboná, enseguida de la Farmacia Junín.

2. El edificio Parisina recibió ese nombre después del 9 de Abril, porque antes en ese lugar estaba el Respin, que era una especie de charcutería con su propia fábrica de enlatados, fábrica que siguió y se fortaleció después del histórico 9 cuando la turbamulta destruyó La Bastilla, el Cardesco y el Respin.

3. El Morabar fue un café que tenía servicio de billares en la parte posterior, uno de los poquitos cafés visitado por una cierta clase media que comprendía ingenieros, contadores, ganaderos, etc. Eran famosos los juegos de cara y sello que allí se disputaban, pues los señores Ochoa —los tíos de los del clan Ochoa —, que eran ganaderos, todas las mañanas tiraban carisellazos mínimo de 5.000 pesos, lo que era una barbaridad, ¡eso valía una casa!
El Morabar fue el lugar predilecto de un pintor llamado Gallardo, que se ganaba la vida haciendo retratos al pastel o la sanguina a los concurrentes del lugar; la revista Humboldt, una de las más exclusivas de Alemania, alguna vez le dedicó ocho páginas a todo color a Gallardo y su obra.

4. Al frente del Café había unos localitos. En uno (a) funcionó mucho tiempo El Colombiano, hasta el 8 de agosto de 1936, cuando fue quemado durante una manifestación que celebraba el cincuentenario de la Constitución de 1886. Enseguida (b) estaba la imprenta en la que Fernando González imprimía la Revista Antioquia, y de allí en adelante, hasta el número 5, estaban ocupados por barberías. En estas barberías fue donde se empezó a usar, por parte de los hombres, el manicure y el servicio de afeitada con masaje eléctrico, a todas luces un ritual bastante sofisticado para la época.

5. El Bar de los Moras, curiosamente propiedad de un González, don Roberto, era una versión criolla de un pub inglés, con baños de agua caliente, mesas de mármol y mostrador de caoba, además de un atractivo para los niños de los clientes: monedas de cuatro o cinco naciones hechas de chocolate y envueltas en papel dorado. Las toallas que entregaban estaban precintadas con fajas de papel que garantizaban su esterilidad, y la mayor parte de las operaciones de la bolsa se hacían desde sus teléfonos, ya que por el salón corrían las últimas informaciones del comercio y la industria haciendo subir y bajar las acciones.
La clientela de ese lugar era siempre de la más alta sociedad, aquellos a los que en sus casas, por el número de hijos, no les alcanzaba el agua caliente para bañarse. Por esta razón, todas las mañanas tenía clientela el bar.

6. En el segundo piso de este local estuvo funcionando un teatro llamado Cinelandia, propiedad de un señor Velásquez, el mismo que todas las noches cerraba el teatro, recibía lo recaudado y preparaba las películas del día siguiente. Cierta noche lluviosa, a punto de cerrar, subió por las escaleras del teatro una mujer hermosa y bien vestida a pedirle que la dejara pasar la noche en cualquier lugar del teatro, pues no tenía un centavo para pagar dormida; junto con sus compañeros la habían echado del hotel donde se quedaba porque la compañía en que trabajaban quebró. El señor Velásquez, muy caballero, terminó sus oficios y la llevó al Hotel Nutibara, la invitó a comer y le consiguió habitación. Así ocurrió por varios días hasta que la compañía partió de Medellín; la dama en cuestión se llamaba Sarita Montiel.

7. Esquina noroccidental del cruce de la calle Colombia con Junín. Este edificio antes fue una residencia lujosa que, a causa de la lenta moralización del sector, devino en el almacén Flores de Niza, el paraíso para las señoras aficionadas a la costura.

8. La residencia de don Félix Gaitán, padre de tres famosos Gaitanes, era una de las casas más lujosas que tenía Medellín. El menor y el mayor de dichos Gaitanes organizaron una banda de jaladores de carros, y el de la mitad fue un hombre culto, buen negociante y de gran prestigio que no duro mucho pues un infarto terminó con su vida.

9. Sastrería de Jorge Puerta R., en la esquina noroccidental del cruce con Junín. Este señor fue célebre en toda la ciudad por su novedoso sistema de ventas, que consistía en que a la persona que le llevara 10 clientes para un vestido, le daba uno gratis. Todo el mundo se desvivía por conseguir los clientes, y fue tal el éxito que los competidores le hicieron cerrar el sistema por competencia ilegal.

10. La Economía era un almacén de artículos religiosos que, sin embargo, todos los años, desde noviembre, exhibía un Papá Noel más grande de lo normal, que mediante electricidad movía a cabeza y hacía sonar una campanita; semejante Papá Noel era el referente de navidad para toda la chiquillería de la ciudad. De los dueños de La Economía se recuerda que los llamaban Los Batatos. Bien se sabe que los apodos acaban con los nombres.

11. Juan Pablo González fue un comerciante de muy poca instrucción porque a él no le gustaba estudiar sino negociar. Empezó llevando pequeñas pacotillas a los pueblos vecinos, más tarde puso la cacharrería de Juan P. González y terminó dominando mucha parte del negocio en Guayaquil. Se hizo famoso a raíz de la caída y la muerte de Salvita porque fue el que facilitó el dinero para el globo.

12. En Junín entre Ayacucho y la Plazuela Uribe Uribe quedaba un hotel que se hizo importante por alojar a los artistas que venían al Teatro Bolívar. Carlos Julio Ramírez, por ejemplo, frecuentaba el garito del tercer piso, y en el segundo vivían Espinosa y Bedoya.

13. Donde se encuentra Pichincha con Junín, esquina nororiental, estaba la panadería de la ñata Baena, una de las panaderías más apetecidas de Medellín.

14. A todo el frente de la Plazuela Uribe Uribe estaba El Terminal de la Sal, un expendio de sal yodada. Y no era raro ese nombre pues antes de ser Uribe Uribe se llamaba Plazuela de la Sal.

15. En la salida de la zeta de Bomboná quedaba la Casa Aspriella, especialista en el suministro de pistachos, almendras, canela, canelón, camarones y toda clase de comida exótica.

16. El Edificio Rosita tuvo su cuarto de hora de fama cuando lo volvieron propiedad horizontal. El apartamento del segundo piso lo compró una dama de apellido Uribe, lesbiana que celebraba reuniones gay; en una de esas reuniones se formó una pelea por celos y hubo muertos.

17. Academia de Baile Danubio Azul, propiedad de un extranjero gay que, por serlo, le daba seguridad a los maridos celosos que querían que sus hijas y esposas aprendieran a bailar. UC

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