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     Número 42 - Febrero de 2013


BOCAS DE CENIZA

BOCAS DE CENIZA
Instrucciones para morir
Camilo Jiménez

Mortalidad

Christopher Hitchens,
Mortalidad,
Barcelona, Debate, 2012.
Traducción de Daniel Gascón.

En este pequeño gran libro Christopher Hitchens relata su paso del país de los sanos al país de la enfermedad. Es una metáfora que recorre los ocho capítulos, publicados originalmente por entregas más cortas en la revista Vanity Fair. Sabiendo que va a morir de cáncer en el esófago, decide caminar hacia la muerte con lo mejor que tiene, que es su inteligencia. En estas páginas hay humor y tristeza, rabia y alegría, compasión, dolor y resignación. Hitchens es un guía que nos va mostrando lo que pasa por la cabeza y por el corazón de un hombre inteligente ante el Gran Momento. Por eso es un libro inestimable, porque nos dice cómo se muere.

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El nuevo país es bastante acogedor a su manera. Todo el mundo sonríe para darte ánimos y parece que no hay absolutamente nada de racismo. Prevalece un espíritu en general igualitario y es obvio que quienes dirigen el lugar han llegado hasta allí a base de mérito y trabajo duro. Frente a eso, el humor es algo flojo y repetitivo, parece que casi no se habla de sexo y la comida es peor que la de cualquier destino que haya visitado nunca. El país tiene un idioma propio —una lingua franca que consigue ser insulsa y difícil y contiene nombres como ondansetrón, un medicamento contra las náuseas—, así como algunos gestos perturbadores a los que hay que acostumbrarse. Por ejemplo, un funcionario que acabas de conocer puede hundir abruptamente sus dedos en tu cuello. Así descubrí que el cáncer se había extendido a mis nódulos linfáticos, y que una de esas bellezas deformes —situada en mi clavícula derecha— era lo bastante grande como para verla y tocarla. No es del todo bueno que tu cáncer resulte "palpable" desde el exterior.

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No me veo golpeándome la frente conmocionado ni me oigo gimotear sobre lo injusto que es todo: he retado a la Parca a que alargue libremente su guadaña hacia mí y ahora he sucumbido a algo tan previsible y banal que me resulta incluso aburrido.

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A la pregunta estúpida de "¿Por qué yo?" el cosmos apenas se molesta en responder "¿Por qué no?".

La negociación oncológica es que, a cambio de al menos la oportunidad de unos cuantos años útiles más, aceptas someterte a la quimioterapia y luego, si tienes suerte con eso, a la radiación e incluso la cirugía. Así que ahí va la apuesta: te quedas por aquí un tiempo, pero a cambio vamos a necesitar unas cosas tuyas. Esas cosas pueden incluir tus papilas gustativas, tu capacidad de concentración, tu capacidad de digerir y el pelo de tu cabeza.

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El asunto de tratar con la muerte y preservar la vida también me ha vuelto extrañamente asexuado. Estaba bastante hecho a la idea de perder el pelo, que empezó a caerse en la ducha a las dos semanas de iniciado el tratamiento, y que guardé en una bolsa de plástico para que ayudase a llenar una presa flotante en el golfo de México. Pero no estaba preparado para el modo en que la cuchilla de afeitar se deslizaría de repente sin sentido por mi cara, incapaz de encontrar un rastrojo. O para el modo en que mi recientemente suave labio superior empezara a tener el aspecto de haber pasado por la electrólisis, haciendo que me pareciera a la tía soltera de alguien. (El pelo en el pecho que fue la alegría de dos continentes todavía no se ha marchitado, pero ha habido que afeitar tantas partes para efectuar incisiones hospitalarias que se ha convertido en algo bastante irregular.) Me siento perturbadoramente desnaturalizado. Si Penélope Cruz fuera una de mis enfermeras, ni siquiera me daría cuenta. En la guerra contra Tánatos, si hemos de llamarla guerra, la pérdida inmediata de Eros es un enorme sacrificio inicial.

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A menudo sentía que el fatalismo y la resignación me conquistaban sombríamente mientras intentaba combatir mi inanición general. Solo dos cosas me salvaron de traicionarme y dejarme ir: una esposa que no quería oírme hablar de esa manera aburrida e inútil, y varios amigos que también hablaron libremente. Oh, y el analgésico de rigor.

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Si me convierto será porque es preferible que muera un creyente a que lo haga un ateo.UC