| Las leyes que imponen los Estados                            para impedir el comercio y el consumo                            de estimulantes o depresores de nuestra maraña cerebral siguen siempre                            empeños morales y prejuicios,                            costumbres sociales y taras mentales.                            Si el gusto de los hombres puede                            ser caprichoso y retorcido, la lógica                            de las prohibiciones estatales no se                            queda atrás en su condición de veleta                            indescifrable. Casi siempre el miedo                            de las mayorías es el mayor narcótico                            contra el sentido común.                             Lo que pasa en África, Oriente y Europa                           con el qat, una hierba que comparte                            una de sus ramas con las anfetaminas,                            es una muestra interesante                            de la manera como los gobiernos y                            las sociedades pueden tratar un hábito                            social alrededor de un arbusto                            cualquiera. Los habitantes de Yemen,                            Etiopía y Somalia son los principales,                            por no decir los exclusivos, consumidores                            de las hojas de la Catha Edulis.                            Las postales de Yemen, patria chica                            de la Reina de Saba, muestran a sus                          ancianos con una bola de hojas en el carrillo, masticando el qat con la elegancia                            de sus hermanos los camellos y buscando                            un pequeño oasis de quietud en                            medio de una conversación. La mastican                            los ministros, los soldados, los vagos, los                            ancianos, los jóvenes, las mujeres, los                            vendedores de las temidas dagas curvas,                            los ladronzuelos del soco y los religiosos.                            Dicen que incita a la charla y la inactividad,                              que los hace más tranquilos e imaginativos,                            que sirve para cerrar los tratos y                            olvidar los trotes. El 70% de los yemeníes                            lo consumen y gastan entre tres y cuatro                            horas en su gusto de herbívoros aletargados.                            En Somalia y Etiopía es también                            una costumbre social pero algo menos extendida que en Yemen.                             Pero no todo es color de rosa. Los críticos                            del eterno masticar dicen que las familias                            gastan buena parte de su dinero                            en esa "legumbre" amarga y se olvidan                            del pan de cada día, además se quejan de                            la modorra ambiente que afecta la productividad,                            del excesivo gasto de agua,                            un bien lujoso en Yemen, en el riego de                            los extensos sembrados de la hierba y                            de los daños ambientales que significan                            las bolsas plásticas, esas sí color de rosa,                            que se extienden como una plaga por los                            campos y las ciudades del país. Sin embargo,                            prohibir el qat no es una posibilidad                            que discutan las autoridades políticas                            y religiosas. |  | En el siglo XVI un Imam                            mueco expidió una fetua prohibiendo                            el consumo de la mata que deja boquiabierto                            al pueblo yemení. Poetas, sufíes,                            juristas y sus mismos colegas respondieron                            con escupitajos verdes y el mandato                            se anuló muy pronto. Hoy en día, cuando                            en Yemen hasta los pacifistas andan con                            un Kalashnikov colgado al hombro, esa                            prohibición significaría una guerra generalizada.                              La pobre Yemen se convertiría                            en un país de traficantes y drogadictos.                            Los inmigrantes de los países consumidores                            de qat en Europa han suscitado                            discusiones interesantes. La hierba todavía                            no ha construido prejuicios ni temores                            para los ciudadanos europeos ni                            para sus autoridades. Por lo tanto la discusión                            ha sido más pragmática y reflexiva.                            Inglaterra es el ejemplo modelo en el                            tratamiento del asunto. Londres tiene                            sus enclaves somalíes y etíopes y varias                            veces por semana llega un cargamento                            de qat como si fuera cualquier especie                            de mercado árabe, canela por decir algo.                            En el 2006 un parlamentario conservador                            propuso la prohibición de esa planta                            letárgica y comenzó la discusión. Se                            hizo un estudio especializado sobre la                            peligrosidad de las drogas (el qat quedó                            en el puesto 20, la marihuana en el 11,                            el alcohol en el 5 y el tabaco en el 9)                            y se le consultó el tema a las comunidades                            consumidoras (el 49% de los somalíes                            dijo apoyar la prohibición). La                            decisión fue no prohibir. Actualmente                            se presentan algunos problemas por                            el abuso entre los inmigrantes desempleados                            y el descontento de las                            mujeres ante la pasividad laboral de                            sus compañeros. Sobre la actividad                            sexual de los esposos no se presentaron                            quejas. Problemas tratables comparados                             con lo que causaría la prohibición:                            una mafia inmigrante que                              vendería la planta a 300 euros el kilo                            (precio en los países europeos donde                            está prohibido) y obligaría a sus consumidores                            al delito mayor para mascar                            en recovecos en lugar de hacerlo                            en la sala de sus casas. Actualmente                             un manojo de qat vale 3 libras esterlinas                            en los mercados de Londres y                            los conflictos con los consumidores                            tienen que ver más con la inserción                            cultural y económica que con la violencia.                            Uno de los mascadores de qat                            en la capital del Reino Unido resume                            bien las razones para estar en contra                            de la prohibición: "El qat es nuestra                            cerveza y el mafreg (el lugar de reunión                            para mascar) es nuestro pub". Los unos mascan como dromedarios,                            los otros beben como camellos. Y                            todo más o menos bien.  |