Número 111, octubre 2019

Siempre escapista. Ladrón de bancos en sus primeras portadas. Contrabandista por caminos varios. Narco por mérito propio. Socio fundador de una mafia que conserva su liderazgo. Un bautizo de pólvora para Medellín. Quinta entrega de la serie Medellín lado B.

 

Ramón Cachaco

Juan Fernando Ramírez Arango. Fotografías: Archivo Universidad de Antioquia

 

Fotografías: Archivo Universidad de Antioquia


El 18 de julio de 1973, el mismo día que el Banco de la República anunciaba el lanzamiento de una moneda de 1500 pesos para conmemorar su medio siglo de existencia, los periódicos de mayor circulación del país reseñaban la muerte de Ramón Antonio Aristizábal Ramírez, alias Ramón Cachaco, el ladrón de bancos más famoso de la Medellín sesentera, acaso el primer asesino de la moto en esa ciudad y uno de los pioneros del narcotráfico en Colombia.

De ladrón a narco

Sobre la fama de Ramón Cachaco como ladrón de bancos ya daba cuenta la edición 507 de Sucesos Sensacionales, publicada el 21 de enero de 1967, a través de un artículo titulado, irónicamente, “Que lo dejen trabajar…”, en el que se dice que cada vez que se presentaba una ola de atracos en Medellín, como la ocurrida en diciembre de 1966, el F2 lo detenía de manera preventiva: “Por lo que respecta a nuestro personaje, el dicho ese de que crea fama y échate a dormir no reza con él, porque precisamente su fama es la que no lo deja dormir”. Fama transformada en intranquilidad que Ramón Cachaco expresaría en las siguientes palabras que servían de pie de foto a una típica imagen suya, siempre de traje y corbata: “No sé por qué me buscan cuando hay un atraco. Pierden su tiempo conmigo y descuidan a los que deben perseguir”. En esa ocasión las autoridades presumían que era el autor del reciente robo al Banco Industrial Colombiano del Parque de Bolívar, pero Ramón Cachaco lograría demostrar a través de una dudosa coartada que el día del atraco se encontraba visitando a unos familiares en Cali. Esa habilidad para eludir a la justicia era marca registrada de Ramón Cachaco, y así lo haría saber El Espectador el 18 de julio de 1973: “Pese a ser reconocido activamente como integrante del hampa criolla, estuvo libre casi siempre. En pocas oportunidades se consiguió probar su participación en atracos y en otras actividades al margen de la ley”. Una de esas pocas oportunidades ocurriría en 1970, cuando Ramón Cachaco sería encarcelado por asaltar el banco de La América, de donde, junto a alias el Mono Caldas y el Cejón, disfrazados de policías, sustrajeron 137 mil pesos. Sin embargo, según El Colombiano del 18 de julio de 1973, gracias a su amante saldría de la cárcel de La Ladera rápidamente: “Su compañera, de solvencia económica, le consiguió los mejores profesionales del derecho y fue poco tiempo el que permaneció detenido”. Poco tiempo de detención que sería suficiente para que Ramón Cachaco coincidiera en La Ladera con don Alfredo Gómez y trabara amistad con él. Sí, don Alfredo Gómez, alias el Padrino, millonario contrabandista de cigarrillos, electrodomésticos, whisky, telas y porcelanas, cuyo poder sería descrito en La parábola de Pablo en estos términos: “Lo recibían casi como jefe de Estado cuando visitaba Panamá, Honduras y El Salvador, países donde tenía grandes inversiones. En Colombia le hacían venia los políticos y los generales, que incluso le prestaban sus soldados para escoltar sus caravanas de contrabando y para que sirvieran de albañiles en la construcción de su casa en el barrio Santa María de los Ángeles, en El Poblado”. En Familia, la novela amoral de Antioquia, se dice que el Padrino simpatizó con Ramón Cachaco por su “servilismo de camarero”. Le simpatizó tanto que, al salir de La Ladera, lo vincularía a su organización contrabandista. Momento en el que Ramón Cachaco bajaría su perfil delincuencial, a tal punto que, cuando reseñaron su muerte, El Tiempo y El Espectador omitirían esa etapa, saltando directamente de la anterior como ladrón de bancos a la siguiente en condición de narcotraficante: El Espectador: “Desde hacía años había dejado de figurar en las planas policivas de los periódicos como autor de atracos bancarios y se había dedicado al tráfico de drogas”. El Tiempo: “Tomó parte en varios asaltos bancarios y uno perpetrado contra la Transportadora de Valores, entidad a la cual robaron casi un millón de pesos con saldo de varias víctimas. Últimamente Ramón Cachaco se había vinculado a una banda de traficantes internacionales de droga”. Tendrían que pasar veintidós años para que, el 25 de julio de 1995, a través de un artículo titulado “Adiós a los grandes capos”, El Tiempo incluyera esa etapa omitida en la hoja de vida criminal de Ramón Cachaco y se supiera que, entre ladrón y narco, había sido contrabandista: “Un tronco importante del narcotráfico proviene de los contrabandistas. En los años sesenta la organización más importante la dirigía Alfredo Gómez, llamado el Padrino… De ese grupo se desprendieron personas que se vincularon al tráfico de cocaína. De ellas la más notoria en la primera época fue Ramón Cachaco, un activo atracador de la ciudad, proveniente del mundo camaján, que se vinculó a las mafias de contrabandistas y de traficantes. Al momento de su muerte en 1973, contaba con la infraestructura necesaria para importar base de coca de Ecuador y exportar cocaína por la vía de Panamá utilizando empresas ficticias”.

Posdata: Diez años después de la muerte de Ramón Cachaco, en “Un fin de semana con Pablo Escobar”, crónica de Juan José Hoyos escrita en 1983, pero que solo saldría a la luz veinte años más tarde, en la edición 44 de El Malpensante, el capo di tutti capi lo recordaría así, después de que dicho periodista le dijera que quería escribir un libro sobre los inicios del narcotráfico en Colombia: “Entonces vas a tener que contar la historia de Ramón Cachaco y de todos esos asaltantes de bancos de los años sesenta. Ellos fueron los primeros pistoleros. Muchos de ellos trabajaron para don Alfredo Gómez, el Padrino… Para hablar de Ramón Cachaco hay que contar que asaltaba bancos él solo, a punta de pistola, y que siempre usaba vestidos de paño verde y zapatos blancos, y que le gustaba montar en carros Ford y Chrysler de rines cromados… Cuando evocó al bandido, Escobar recordó un asalto en el que se escapó de la policía armando un bochinche espectacular, tirando billetes a diestra y siniestra por las calles”. Un párrafo después de esa evocación el capo di tutti capi le haría esta propuesta a Juan José Hoyos: “Cuando íbamos por el camino, Pablo Escobar dijo algo que me dejó helado: —Escribí el libro. Salite del periódico. Yo te doy una beca”. Ese libro, sin embargo, nunca sería escrito.

La Pesada

A diferencia de lo dicho por Pablo Escobar, Ramón Cachaco no asaltaba bancos él solo, sino, según El Espectador del 18 de julio de 1973, como una de las cabezas que lideraba La Pesada, la banda que “atemorizó por mucho tiempo a la capital antioqueña con sus osados asaltos, especialmente a bancos”. La otra cabeza de La Pesada era Néstor Trejos Marín, alias el Mono Trejos, quien al momento de la muerte de Ramón Cachaco era prófugo de la justicia, que lo había condenado en consejo verbal de guerra a treinta años de prisión por el secuestro y posterior asesinato de don Diego Echavarría Misas, septuagenario filántropo de Medellín, hijo del cofundador de Coltejer. El Mono Trejos se había escapado de la cárcel de La Ladera el 8 de diciembre de 1972, según El Patrón: vida y muerte de Pablo Escobar, “entre unos bultos de hilaza, y cuando de su rastro nada se sabía, fue detenido en Nueva York con tres kilos de cocaína”. En ese libro, al igual que en Medellín, tragedia y resurrección, se especula que Pablo Escobar participó en dicho secuestro y que, por lo tanto, pertenecía a La Pesada: “En los corrillos del hampa se dijo siempre que Escobar había sido uno de los protagonistas del plagio de don Diego, que era hombre de confianza de Trejos y que ahí comenzó su larga carrera de secuestrador y miembro de las élites del crimen organizado. También decían que esa fue una de las primeras demostraciones de su habilidad para eludir a la justicia. Desde entonces se le bautizó como el Doctor Echavarría”. Más allá de esa especulación, lo cierto es que, como señaló El Espectador el 18 de julio de 1973, con la huida del Mono Trejos y con la muerte de Ramón Cachaco “desaparece casi totalmente la tristemente célebre banda La Pesada”.

La muerte

Según se supo a través de un artículo titulado irónicamente “Una dama despidió con serenata a Ramón Cachaco”, publicado por El Colombiano el 25 de julio de 1973, o sea nueve días después de ser borrado del mapa, a Ramón Cachaco le habían dado el beso de la muerte de manera muy sui generis, mediante una serenata a cargo de Los Pamperos: “La tarjeta que se acostumbra dejar por debajo de la puerta del homenajeado, decía: ‘De Margarita a Ramón’”. Tarjeta que incluía la siguiente lista de canciones, finalizando con un literal último adiós: “Amanecer bebiendo”, “Tengo miedo”, “Llévame” y “Adiós”. También se supo que tres horas antes de su muerte Ramón Cachaco había regresado de Cali, donde estuvo hospedado el fin de semana en el hotel Americano, en compañía de una mujer, con la que regresaría a Medellín ese fatídico lunes 16 de julio de 1973. Antes de partir hacia la cita con la siempreviva, Ramón Cachaco visitaría a Argemiro Rodríguez en su residencia, situada en el suroriente de la ciudad, donde permanecería cerca de dos horas. De allí saldría en un vehículo de propiedad del segundo, un Nissan Patrol de placas distópicas: KC 1984. Nissan Patrol que pronto le pediría combustible, por lo que, alrededor de las 10 p. m., lo estacionaría en la bomba de gasolina de Alí Bar, sobre la autopista sur, donde, en tanto le llenaban el tanque, caería abatido “con la cabeza destrozada por la acción de cinco proyectiles blindados de pistolas 7.65 y 9 milímetros”. Junto a Ramón Cachaco perdería la vida Julio Castaño Castaño, alias Marranga o Murrianga, un conductor de camión que bailaba al lado del Nissan, que tenía la casetera encendida: “A este los impactos de las armas disparadas por los mafiosos le destrozaron la columna vertebral”. El Espectador, erróneamente, lo identificaría como “un compañero de fechorías de Ramón Cachaco”, El Tiempo, por su parte, como “alguien que nada tenía que ver en el asunto”. Además, resultaría herido Natanael Moreno Zapata, de 28 años, trabajador de la gasolinera.

¿Quiénes le dispararon? “Estos casos, como se ha podido observar, quedan en la impunidad, puesto que nadie se atreve a declarar así haya presenciado el incidente”. Aunque nunca se sabría a ciencia cierta quiénes fueron, los cronistas de El Colombiano ponderarían la enorme destreza de los responsables: “La habilidad de estas gentes llega a tal extremo, que lograron engañar a Ramón Cachaco, hombre de vasta experiencia en estas cuestiones y de agilidad pasmosa, tanto que ni siquiera le dieron tiempo de desenfundar su Beretta de nueve milímetros”. Y es que lo sorprenderían mientras estaba mirando un documento que sería atravesado por una de las balas: “Cuando Ramón Cachaco se doblegó y cayó para morir a los pocos segundos, quedó con tal documento en la mano”. Era un documento en blanco que, al final, tenía dos sellos notariales: “Seguramente se trataba de algún hecho delictivo que se pretendía llevar a cabo”. Nueve días después se sabría que estaba firmado por Isabel Uribe de Villegas, responsable de la Notaría de Segovia, y por Luz Estela Restrepo Restrepo, quien “no aparece por parte alguna”.

En el bolsillo de la chaqueta le encontrarían otro documento, una carta especial de recomendación firmada por un representante a la Cámara que El Colombiano se abstendría de identificar: “Iba dirigida a un cónsul de determinada capital del país, pidiéndole le ayudara a este, pues se proponía viajar a Nueva York. Ya sabía que no debía permanecer por más tiempo en Medellín”. Por esos días antes había puesto en venta su posesión más preciada, un Chevrolet Corvette avaluado en 1 300 000 pesos, o sea en unos 847 millones de pesos de hoy. Según El Espectador, Ramón Cachaco dejaba una fortuna estimada en alrededor de cinco millones de pesos.

Posdata: El Nissan Patrol de placas distópicas, propiedad del mencionado Argemiro Rodríguez, diez días antes, el 6 de julio de 1973, había estado presente en el lugar de unos hechos por poco fatales, esto es, en el semáforo de San Juan con Carabobo: “Paró la marcha el Nissan Patrol en espera de la luz verde. Allí iban Mario Osorio Ossa, alias el Largo Mario, y Argemiro Rodríguez. Desde una motoneta en marcha, dos individuos hicieron descargas de arma de fuego, logrando hacer blanco en el Largo Mario, a quien le atravesaron la mandíbula”. El Largo Mario, anteriormente ladrón de bancos y por entonces contrabandista, sería trasladado de urgencia a la clínica Soma, donde, tras ser sometido a una intervención quirúrgica, el parte médico lo declararía fuera de peligro.

Motivos y autores

En “El bandido amigo de los nadaístas”, relato de Jaime Espinel publicado en 2009, en la edición 17 de Ciudad: Revista de asuntos urbanos, y posteriormente, en 2019, incluido en el libro Nadaísta bandido, se dice que a Ramón Cachaco lo asesinó Antonio Medina, alias Toñilas, “ladrón robinhudezco de bancos y un seductor de colegialas y mujeres en general… El último de nuestros bandidos románticos… En uno de sus ingresos a la cárcel de La Ladera fundó, como todo buen lector anarquista, la biblioteca Fernando González, dentro del penal”. Según Espinel, Toñilas tenía una cuenta pendiente con Ramón Cachaco y dos de sus hombres, quienes lo invitaron a saldarla en Alí Bar, “un umbrío estadero con bosquecillos de bambú e iluminado por tímidas luces de neón en la autopista sur, cerca al aeropuerto Olaya Herrera”. La invitación sería hecha telefónicamente:
—¡Vení al Alí Bar pa que nos matemos! — lo retó Ramón Cachaco.
—¡Esperáme que ya voy, gran hijueputa! —y Toñilas colgó el teléfono.
Cuadras antes de llegar al sitio pactado, Toñilas se percató de que los dos hombres de Ramón Cachaco lo estaban esperando en la carretera para emboscarlo, entonces se bajó del carro y buscó una ruta alternativa que lo llevara a Alí Bar. ¿Cuál? La canalización del río, “que corría de sur a norte a menos de una cuadra del bar de encuentro”. La recorrió y, al cabo, cruzó la autopista sur hasta la parte trasera de Alí Bar. Entró, se escondió en los bosquecillos de bambú y sorprendió a Ramón Cachaco: “Toñilas, incapaz de matar a un hombre por la espalda, gritó: ¡Aquí estoy, Ramón Cachaco hijueputa! Ramón Cachaco se levantó y dio la cara empuñando un revólver, pero las pistolas de Toñilas lo arrojaron contra la mesa con sus impactos. Los escoltas, al oír los tiros, salieron disparados en busca de su jefe, pero Toñilas los recibió a plomo. ¡Así era el hombre!”. A lo mejor así era Toñilas, pero, si se contrasta esta versión de los hechos con la del apartado anterior, o sea con la de los periódicos, así no fue la muerte de Ramón Cachaco, quien, por ejemplo, no fue asesinado al interior de Alí Bar, sino al interior del Nissan de placas distópicas en la estación de gasolina aledaña a ese establecimiento. Además, antes de que lo mandaran a dormir el sueño eterno, Ramón Cachaco no iba acompañado por dos escoltas, estaba solo. Luego, es evidente que Espinel se tomó muchas licencias literarias en el mencionado relato.

Seis años después de la publicación del relato de Espinel saldría a la luz, en 2015, Familia, la novela amoral de Antioquia, de Jairo Osorio Gómez. Allí, finalizando el capítulo sexto, mientras se narran unos hechos muy ajustados a la versión de los periódicos, se dice que a Ramón Cachaco lo asesinó un tal Jairito, también conocido como Jairo Metra, que se desempeñaba como entrenador de sicarios. Jairito, al igual que Toñilas, alcanzaría su objetivo tras deslizarse por la canalización del río Medellín: “Ramón esperó sin descender de su Nissan. Despreocupado, miraba entretenido una escritura que ya tenía las firmas del notario y los sellos correspondientes, pero con los espacios del comprador en blanco. La música estridente de la radio no lo dejó escuchar la llegada de Jairito, que se deslizaba indiferente por la canalización. Mirándole a los ojos vació el proveedor entero de su ametralladora Ingram MAC-10, con balas 9 mm. La sorpresiva presencia del intruso no le dio tiempo a Ramón para sacar su pistola de la gaveta del carro”. Un párrafo después se cuenta que acerca de la muerte de Ramón Cachaco se tejieron tres versiones: a) Que lo mandó a matar su amante de siempre, alias la Sin Calzones, pues Ramón se iba a casar a fin de mes con una bailarina del Ballet de Medellín. b) Que lo mandó a matar el Padrino cuando descubrió que Ramón Cachaco era el extorsionista que le remitía cartas anónimas en las que lo amenazaba con secuestrar a su hija Teresita. c) Que lo mataron los contrabandistas en medio de la guerra que libraban en Medellín por el mercado del Marlboro. Ninguna de estas tres versiones, sin embargo, coincide con la que publicaron los periódicos en aquel entonces, esto es, que se trataba de una venganza entre narcotraficantes, reseñada así por El Espectador: “Fue al parecer su muerte una consecuencia del extravío de un reciente despacho de cocaína. Las autoridades indicaron que Ramón Cachaco fue eliminado por sus propios compañeros de mafia”. El único denominador común de las cuatro versiones, por lo tanto, la impunidad.

El asesino de la moto

En una conversación que sostuvo Germán Castro Caicedo con Pablo Escobar en 1987, y que sería publicada siete años después, el 7 de noviembre de 1994, por la revista Cromos bajo el título “Las balas que matan en Colombia”, el capo di tutti capi coincide con la tercera versión tejida sobre la muerte de Ramón Cachaco, esto es, que lo asesinaron los contrabandistas en medio de la guerra del Marlboro, cuando inundaron las calles de Medellín con esos cigarrillos. Promediando el artículo Pablo Escobar cuenta que, en 1972, Ramón Cachaco, a quien llama “el más teso de Antioquia”, ya era un narcotraficante independiente que traía personalmente la coca del Ecuador en su avioneta monomotor: “Su avioneta fue la primera aeronave que salió de este país por droga. Todo le pareció tan fácil que volvió y volvió y se hizo cada vez más rico”. Riqueza acelerada que, sin embargo, no sería suficiente para que Ramón Cachaco dejara atrás su pasado reciente en el mundo del contrabando, como expondría Pablo Escobar en una suerte de cátedra exprés de microeconomía del mercado negro: “Salía el cigarrillo al mercado y como la saturación en las esquinas era cada día mayor, aumentaba la competencia, el precio se iba abajo y todos perdían plata. Entonces vinieron los primeros balazos. Como consecuencia, esto se puso candela y estando Ramón Cachaco ya en el negocio de la coca, fue muerto por haber andado metido antes en el negocio del cigarrillo”. Los detalles sin filtro de esa versión, según Familia, la novela amoral de Antioquia, son bastantes simples, a Ramón Cachaco los contrabandistas de turno le tendieron una trampa clásica, lo atrajeron hasta las inmediaciones de Alí Bar con el canto de una sirena con sed de vendetta, que le puso una cita en ese establecimiento: “Para la cita perentoria se prestó la viuda de Evelio Giraldo, a quien Ramón le tiraba los perros sin ningún escrúpulo después del asesinato de su marido”. Y ya se sabe cómo terminaría la supuesta cita, con cinco caricias de 7.65 y 9 milímetros en la cabeza de Ramón Cachaco. Ahora bien, ¿quién era Evelio Giraldo? El 28 de septiembre de 1972, un día después de haber sido borrado del mapa, El Colombiano, en un artículo titulado “Asesinado a quemarropa un contrabandista”, lo describiría así: “La víctima fue identificada como Evelio Antonio Giraldo Gutiérrez, de 26 años, cédula de ciudadanía número 33.117 de Medellín, de donde además era oriundo. Según los primeros informes estaba vinculado a una organización dedicada al contrabando”. Pasadas las siete y quince minutos de la noche, en la calle 55 con la carrera 51, o sea en Perú con Bolívar, dentro de su flamante Thunderbird del 63, avaluado en 350 mil pesos, Evelio Giraldo sería asesinado de “cinco impactos de arma de fuego en la cabeza con orificio de salida en su mayoría y desplazamiento de masa encefálica”. ¿Los motivos? “Se trata de una venganza entre una organización de contrabandistas y elementos que trafican con narcóticos”. Motivo que confirmaría Pablo Escobar quince años después en su conversación con Germán Castro Caicedo: “Ese fue el primer muerto de la coca. Anótelo porque es una historia que no sabe nadie en este país”. Y así lo había hecho saber El Colombiano el 25 de julio de 1973: “Desde ese momento, cuando cayó abatido a tiros en la cabeza Evelio Antonio Giraldo Gutiérrez, un miércoles 27 de septiembre de 1972, irrumpió fuertemente la mafia en Medellín”. ¿Quién lo mató? Según esa misma edición de El Colombiano, el asesinato de Ramón Cachaco estaba vinculado con el de Evelio Giraldo: “Se afirma que el caso de Ramón Aristizábal tiene mucho que ver con la muerte de Evelio Giraldo”. Tanto tenía que ver una muerte con la otra que, en Familia, la novela amoral de Antioquia, se dice que a Evelio Giraldo lo mató Ramón Cachaco: “El primer muerto por ajuste de cuentas entre la mafia de Medellín se le endosó a Ramón. Ocurrió el miércoles 27 de septiembre de 1972. En vida respondía al nombre de Evelio Antonio Giraldo, otro contrabandista joven asesinado dentro de su carro… Cachaco lo baleó sobre seguro con su instinto criminal, desde una moto Lambreta azul en medio de la calle concurrida”. Además, dos párrafos más adelante, se añade que así, con ese hecho fatal, se inauguraba el sicariato en Medellín, o, lo que es lo mismo, que Ramón Cachaco fue el primer asesino de la moto de esa ciudad. Sin embargo, tres testigos citados por El Colombiano no refirieron ninguna moto, pero sí a un supuesto asesino de gabardina negra con la solapa levantada para cubrirse el rostro, que huía a pie por Barbacoas con dirección a Palacé.

Posdata 1: En Medellín, tragedia y resurrección también se considera que la muerte de Evelio Giraldo fue la primera perpetrada por el asesino de la moto, y no se descarta la posibilidad de que Pablo Escobar hubiese tenido participación directa en el asunto: “Algunos han atribuido a Pablo Escobar la innovación, por lo menos en Medellín, de matar desde una moto, uno conduciendo y otro operando el arma. Según Escobar mismo, el primer asesinato de este estilo se perpetró en 1972 o 1973 todavía en el contexto de la guerra del Marlboro, aunque a su vez figura como el primer muerto del tráfico de cocaína en la ciudad. La víctima fue Evelio Antonio Giraldo, asesinado con balas tipo Dum-Dum… Si se lee con atención lo que ha dicho Escobar al respecto, no se puede excluir la posibilidad de que él mismo hubiera participado en la eliminación: ‘…Mire una cosa. A mí me tocó ver, por ejemplo, cómo fue la matada del primer hombre desde una moto’”.

Posdata 2: En “Company Town”, polémico artículo de la revista Rolling Stone publicado en abril de 1989, que sería amenazado de demanda por Juan Gómez Martínez, por entonces alcalde de Medellín, se dice lo siguiente sobre Pablo Escobar con respecto al asesino de la moto: “Lo supe por dos detectives de la policía en Medellín, que habían hecho la tarea de investigar a los sicarios. Escobar, dijeron los detectives, era en su tiempo un sicario especial. Fue pionero en el método de matar que hoy es una marca registrada del sicario: el asesino de la moto, muerte desde la parte trasera de una motocicleta, mientras otro conduce. Escobar era un experto en cualquier asiento”.

Posdata 3: En la conversación que sostuvo con Germán Castro Caicedo, Pablo Escobar dice que el protagonista de esta historia murió con gesto de alegría, esbozando su habitual sonrisa de camaján: “Le dieron en el momento en que estaban echándole gasolina al Nissan Patrol, con el pasacintas a todo volumen, bailando salsa en el piso. Y cuando cayó, porque el primer balazo lo mandó de culo para atrás, así de poderoso es el impacto de esa bala recortada, no quedó con un gesto de dolor, ni de miedo, ni de tragedia, mi hermano: Ramón Cachaco quedó sonriendo. Quedó, como decían entonces, con la salsa que escuchaba en ese momento untada en la cara”. UC

Fotografías: Archivo Universidad de Antioquia

Universo Centro N°111

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