Número 117, agosto 2020

EDITORIAL

Coaliciones y colisiones

 

Todo comenzó con unas pocas alternativas. Alguna razón hizo que la ciudad relegara sus asuntos públicos, aplazara discusiones políticas, olvidara la fragilidad de ciertas ventajas presupuestales. La carrera electoral de octubre pasado fue entonces la más simple de las discusiones en una ciudad cada vez más compleja. No hubo un liderazgo cierto desde ningún sector y las mayores audacias de los candidatos surgieron de un juego actoral para mover un video en redes. Medellín tiene mucho de ciudad embelesada con sus gracias, confiada con los aplausos a sus mandatarios y en los mitos regionales. Fue revelador que las figuras políticas que mayor relevancia nacional ejercen desde Medellín (Uribe y Fajardo) fueran solo una sombra durante las elecciones para la alcaldía. Al final fue una decisión un poco a ciegas entre un candidato con una casilla heredada, Alfredo Ramos, y otro con un perfil que apenas se intuía, una incógnita que dejaba ver el empaque, Daniel Quintero. Y el diablo entró, y escogió.

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Editorial

La campaña del elegido fue avalada por 53 000 firmas que supuestamente confirmaban el nombre de su movimiento: Independientes. Pero detrás de las firmas estaba la tarea de su hermano Miguel Quintero, amigo de las alcancías propias y sus ranuras, quien trabajó en la gobernación de Luis Pérez y lo acercó a esa aventura electoral. También llegaron agazapados algunos políticos liberales con audiencia en Bogotá y otros más con votos en Medellín: Simón Gaviria, David Luna, Óscar de Jesús Hurtado y faltan datos de otros municipios. Los godos se escondieron menos pero pidieron más. Ahí estaban Carlos Andrés Trujillo y León Mario Bedoya quienes han tenido la clientela de Itagüí desde hace años, y Oscar Iván Palacio a quien bien se le pagó con el Área Metropolitana para su hijo. Pero no solo estaban las dos banderas partidistas tradicionales. También algunos negociantes por cuenta propia como Gabriel Jaime Rico quien ya tiene fichas en varias dependencias, la secretaría de gestión territorial por decir algo. Pero faltaba algo para el Centro Democrático y por eso un puesto para de Johny Jaramillo, un jugador polifuncional que también ha tenido tarjetón de La U y campaña con los liberales. Para jugar por todas las puntas le dieron el Inder. Luego de la posesión llegó la ayuda de Cambio Radical para llenar las vacantes en la junta de EPM. Quintero se eligió con el aval de un grupo significativo de ciudadanos y con los votos de un grupo significativo de políticos de viaja data. La data y el clientelismo son sus dos fuertes, tecnología y maquinaria.

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Nadie puede negar que el alcalde fue elegido con un buen número de votos de opinión. Ser una opción con posibilidades de triunfo frente al candidato más conservador y marcado con el sello del CD empujó a muchos votantes a marcar al “independiente”. Además, Quintero supo vender su faceta de político rebelde y contestatario, esa fue siempre su cara en medios y redes al tiempo que medraba en las sedes políticas y los escampaderos burocráticos. Federico Gutiérrez había dejado suficientes bravatas autoritarias y señales a la derecha para animar a mucha gente hasta la otra orilla. Una de las grandes calidades del candidato ganador fue su embozo luego de una larga temporada en la capital. Muy pocos conocían en realidad sus mañas de político profesional. Pero muy rápido decepcionó a una buena porción de sus electores ajenos a los intereses de puestos y contratos: la entrada del Esmad en la U. de A., los visos despóticos en sus anuncios frente a la pandemia (cortes de energía, abuso frente al derecho a la intimidad, obligación de conectar cámaras de vigilancia privada al circuito de la policía, pretensiones de imponer mentalidad de informantes entre vecinos), el seguimiento en redes a sus críticos y opositores que demuestra algo de paranoia y descalificación, los intentos por comprar con pauta oficial contenidos a su antojo en medios de comunicación.

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Hacia adentro las cosas no fueron mejores. Tres pedidos de facultades extraordinarias al Concejo en solo siete meses. Primero para mover plata a su antojo entre todas las dependencias; después para hacer restructuración administrativa de la administración, nuevas obligaciones en sillas para sus patrocinadores; y por último, para tener la posibilidad de cambiar el objeto social de EPM y convertirla en una gran miscelánea. Digamos que un político que nunca había sido elegido pretendiera hacerlo todo solo con su firma. También bajó el listón de las exigencias para cargos directivos en entidades municipales y el Área Metropolitana. Era importante abrir campo para quienes venían y no cabían por falta de requisitos académicos, experiencia o formación relacionada con el cargo. En EPM las cosas se hicieron visibles, era inevitable, el tamaño de la compañía hace que todo tenga una dimensión distinta. Dijo como alcalde electo que estaría dispuesto a renunciar a nombrar gerente para dar mayor autonomía a la junta y al gerente. Luego nombró tres miembros de junta, designó al gerente y comenzó a trabajar por su cuenta. Ni juntas ni Concejo. Pretendía un grupo de firmones que le dieran aval y legitimidad a sus decisiones personales. Para saldar los estragos de la renuncia los señaló de vendidos a la empresa privada y contrarios a los intereses de las Empresas Públicas de Medellín. Lo demás fue intentar conformar una junta directiva que diera confianza, pero fue imposible. Tan mal estuvo el alboroto que el presidente Duque mandó un avión de la policía para llevarlo a Bogotá, en compañía del gerente de EPM, y decirles que la situación era grave, que los líos creados en EPM comprometían a Colombia en muchos sentidos. Pero no los pudieron detener. No debe ser fácil recibir un consejo de Iván Duque.

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Lo último ha sido encontrar nuevos aliados y una narrativa para fingir un pulso frente al establecimiento. Llegó Vargas Lleras, los liberales en Bogotá sostienen la caña ante los medios, las casas políticas locales cierran filas y piden pista. El alcalde “independiente” depende cada vez más de las maquinarias que son ahora su único salvavidas. Pero el alcalde no conoce el sectarismo y le ha sumado algo de populismo al extremo partidismo, porque no es fácil juntar a Cambio Radical, el Liberalismo, los concejales del Centro Democrático, los glotones conservadores y los olvidados de La U con la Colombia Humana de Gustavo Petro. Todos contra el fantasma del Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), una organización maligna que saqueaba a una empresa pública que a pesar de todo le entregó más de cinco billones de pesos al municipio de Medellín en los últimos cinco años, el 20 % de sus ingresos.

Algo hay que reconocerle a Daniel Quintero, revolvió las aguas de la política local, se quitó la máscara muy pronto, armó coaliciones impensables tanto a favor como en contra, despertó un cierto interés por asuntos públicos que parecían resueltos, recordó que el Concejo ha sido por muchos años el cortejo del alcalde y sentó las bases para una nueva saga, la guerra de la falacias.UC

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