Número 74, abril 2016

Dos semanas en Sudán
Diego Mesa Puyo. Fotografías por el autor

Diego Mesa PuyoCamino Meroe

¿Cuánto tiempo va a estar en Jartum? —le pregunto al señor que está sentado a mi lado en el avión que nos lleva de Doha a la capital sudanesa, en un vuelo de casi tres horas que cruza la península arábiga y el mar rojo para llegar al continente africano. Es un hombre de contextura gruesa, bigote tupido, canoso y con anteojos cuadrados. aunque tiene rasgos árabes, lleva puesto un traje europeo.

—¡Veinte horas y 44 minutos! — me responde el viejo libanés al instante, explicando que va a una reunión de negocios y que su deseo es regresar a Beirut lo más pronto posible. Continua diciendo que este viaje lo hace varias veces al año y me deja claro que tiene minuciosamente calculados sus movimientos en Jartum para minimizar el tiempo que debe permanecer allí. Vivió en esa ciudad por más de dos años, cuando le fue encomendada la tarea de abrir una sucursal del banco para el cual trabaja. Luego me anima a pedirle un “té escocés” a la azafata, en una clara alusión a un whisky, antes de que entremos al espacio aéreo sudanés y la ley islámica se imponga rigurosamente en todo el territorio de este país mayoritariamente musulmán donde, por supuesto, el alcohol es ilegal e inmoral.

Así me daba la bienvenida Sudán, un país complejo y de muchos contrastes que acaparó la atención del mundo occidental en 2004 por el brutal conflicto que estalló en la región de Darfur. Sin embargo, después de dos semanas en Sudán, y tanta tinta y sangre derramada en esa tragedia étnica, política y humanitaria, creo más interesante escribir las historias y las visiones que me cautivaron durante mi estadía.

***

Sudán fue una preciada colonia británica hasta mediados de los años cincuenta y desde su independencia hasta hace cinco años, quizás como resultado de una ambiciosa delimitación inglesa, ostentó el título de ser el país más grande de África. En 2011, después de la firma de un tratado de paz que en su momento la comunidad internacional calificó como exitoso, el sur del país, con una población mayoritariamente cristiana y negra, proclamó su independencia tras décadas de una guerra étnica y religiosa con el gobierno de Jartum.

Pese a haber perdido un tercio de su territorio con la secesión del sur, incluyendo sus yacimientos petroleros más prolíficos, Sudán sigue siendo poseedor de una biodiversidad única en el continente. El país está estratégicamente situado en la intersección entre África del Norte y África Subsahariana, donde las grandes sabanas africanas, con sus jirafas, leones, búfalos, elefantes y rinocerontes, se mezclan con los infinitos y desérticos paisajes del Sahara en el que apenas sobreviven algunas tribus nómadas con sus toldos, sus camellos y sus cabras.

Como complemento a estos dos parajes geográficos, Sudán también alberga en su territorio al mar Rojo, que en realidad es profundamente azul y cuyos alucinantes arrecifes coralinos conoció el mundo gracias a las legendarias expediciones de Jacques Cousteau en las aguas de Puerto Sudán, en la provincia de Al-Bahr al-Ahmar. Finalmente, Sudán es atravesado de sur a norte por el gran río Nilo, con sus cauces cambiantes provenientes de Uganda y Etiopía, que también atraviesan a Egipto antes de desembocar en el Mediterráneo.

***

La historia política y religiosa de Sudán, la cual había investigado en las semanas previas a mi viaje, incrementaba mi curiosidad por este país ajeno a las guías turísticas internacionales. La religión ha tenido un papel clave en Sudán: desde los largos procesos de cristianización y posterior islamización a principios del milenio pasado; pasando por las administraciones seculares que gobernaron al país tras su independencia del imperio británico en 1956; y terminando con el fanatismo islámico introducido a la fuerza a principios de los años ochenta, y que hoy continúa vigente, aunque más moderado.

Hasta la introducción de la ley islámica en 1983, Sudán era considerado uno de los países musulmanes más liberales de la región. Los ingleses habían dejado un servicio público educado, y los miembros de la élite sudanesa que estudiaban en las mejores universidades europeas y norteamericanas, por lo general regresaban al país a compartir su conocimiento. Luego de la independencia Jartum se posicionó como una de las capitales más refinadas de África. Uno de los legados más importantes de esta época fue la Universidad de Jartum, la cual contaba con una nómina de profesores digna de los claustros europeos. Inclusive, en los años sesenta no era raro encontrar jóvenes ingleses en la facultad de medicina que tras cinco o seis años de estudio regresaban a ejercer a Gran Bretaña y competían de igual a igual con los médicos recién egresados de las universidades del viejo continente.

Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar durante el gobierno de Yaafar al Nimeiri, quien inspirado por la revolución socialista que libraba el general Nasser en Egipto, y en alianza con el partido comunista, llegó al poder a través de un golpe de Estado en 1969. Una vez en el poder, Nimeiri se dedicó a erradicar a sus opositores. Las primeras víctimas fueron los miembros de un movimiento religioso islamista que lideró varias demostraciones en contra del gobierno en 1970. La respuesta de Nimeiri a los opositores fue atacar su base espiritual ordenando un feroz asalto aéreo sobre la isla de Aba, en el que contó con el apoyo de cazabombarderos liderados por el joven jefe de la fuerza aérea egipcia de la época, un tal Hosni Mubarak. Años más tarde la izquierda sudanesa empezó a desligarse de Nimeiri y a cuestionar sus polémicas actuaciones. Nimeiri cambió gradualmente su discurso y terminó aliándose con grupos religiosos como los Hermanos Musulmanes y el Frente Nacional Islámico, a quienes invitó a conformar un gobierno de reconciliación nacional a finales de los años setenta. La alianza con estos movimientos, que contaba con el apoyo del joven líder de la revolución libia, el coronel Muamar Gadafi, marcó un punto de quiebre en la historia moderna de este país africano.

Uno de los personajes más influyentes en la historia política de Sudán, Hassan al-Turabi, ingresó al gobierno de Nimeiri en 1979 como fiscal general de la joven república. Turabi era un reconocido jurista y académico, doctor en derecho de la universidad de La Sorbona de París, con estudios en Londres y Estados Unidos, y miembro destacado de la organización de los Hermanos Musulmanes. En sus escritos siempre se mostró como un pensador democrático y progresista, pero sin esconder su devoción por el islam. Sin embargo, sus posiciones políticas y religiosas se fueron radicalizando a medida que crecía su poder al interior del gobierno. En septiembre de 1983, Nimeiri, probablemente bajo la influencia de Turabi, introdujo súbitamente la ley islámica en todo el territorio nacional, obligando a los habitantes del sur del país a cambiar sus nombres cristianos por musulmanes e instaurando el árabe como legua oficial. Con la introducción de la ley islámica las mutilaciones y las ejecuciones de apóstatas y opositores del régimen se volvieron corrientes a lo largo y ancho del país.

Nimeiri creía tener controlado al pueblo y a la clase política, pero malos manejos económicos, desacuerdos con los partidos de la coalición de gobierno, y una devastadora pero evitable hambruna en la región de Darfur, terminaron por tumbar al régimen en 1985. El nuevo golpe de Estado desembocó en un corto régimen militar y el llamado a elecciones parlamentarias en 1986.

Entre 1986 y 1989 Sudán tuvo quizás el único gobierno realmente democrático de los últimos cincuenta años. Desafortunadamente este periodo duró poco, pues Turabi se las ingenió para dar un nuevo golpe e instalarse en el poder por interpuesta persona. El 30 de junio de 1989, se proclamó como presidente de Sudán el brigadier-general Omar al-Bashir. El nuevo presidente era en realidad la cabeza visible de un concejo militar que secretamente había jurado alianza y obediencia a Turabi y a su Frente Nacional Islámico.

El nuevo régimen les abrió las puertas del país a islamistas radicales bajo la sombrilla del naciente Congreso Popular Árabe e Islámico, que celebró su primera reunión en Jartum en 1991. Los principales miembros del Congreso, del cual Turabi era el secretario general, incluían a Hezbolá del Líbano, la Organización para la Liberación de Palestina, el grupo yihadista Hamás y el Frente de Salvación Islámico de Argelia. Además de estos grupos, el Congreso también atrajo a muchas personas que simpatizaban con la ideología islamista pregonada por el nuevo régimen de Jartum. De estos “ilustres” personajes, hubo uno en particular que entabló muy buenas relaciones con el régimen, en especial con Turabi. Se trataba del descendiente de una acaudalada y poderosa familia saudí, conocida por sus grandes inversiones en construcción y propiedad raíz, de nombre Osama Bin Laden y quien terminó estableciéndose en el país por varios años.

Las oscuras relaciones del nuevo régimen, sumadas a dos incidentes internacionales que incluyeron un ataque con explosivos en el sótano de las torres gemelas de Nueva York y un atentado contra el presidente egipcio en Adís Abeba, llevaron a Estados Unidos a incluir a Sudán en la lista de estados auspiciadores del terrorismo en 1993.

Esto desencadenó una serie de sanciones económicas y políticas que aún continúan vigentes. A raíz de las sanciones el país sufrió un aislamiento económico y diplomático que llevó al gobierno y al Frente Nacional Islámico a expulsar a Turabi de sus filas. Omar al-Bashir demostró ser un dirigente más pragmático y actualmente continúa dirigiendo Sudán, pese a ser el primer presidente en ejercicio condenado por la Corte Penal Internacional por las atrocidades cometidas en Darfur.

***

Con este marco histórico como telón de fondo, bajé las escalerillas que conectaban la puerta del avión con la pista del aeropuerto internacional de Jartum. Eran aproximadamente las doce y media de la noche de un martes de finales de enero, y una agradable brisa, fresca y serena, saludaba a los pasajeros que descendíamos de la aeronave. Una vez en tierra identifiqué a un hombre de baja estatura que sostenía un cartel con mi nombre y me invitó a abordar una pequeña buseta que nos conduciría al terminal aéreo para efectuar los trámites migratorios.

Para mi sorpresa, la buseta nos condujo a una pequeña edificación localizada a un costado de la terminal principal. Al bajarnos, mi amable anfitrión, Mohamed, me pidió que pasara a una sala de espera mientras él se encargaba de gestionar mi entrada al país. En la sala, un camarero me ofreció una variada selección de cafés, tés y una bebida tradicional sudanesa, carcadé. Fiel a mi naturaleza curiosa, pedí un vaso de esa bebida roja, agridulce y refrescante, que más tarde me daría cuenta era ubicua en Jartum. Cuarenta y cinco minutos más tarde regresó Mohamed con mi pasaporte sellado y nos dirigimos al terminal principal para reclamar el equipaje. Abordamos un vehículo conducido por un joven sudanés también llamado Mohamed, y anduvimos la cuadra y media que separaba las dos terminales del aeropuerto. Con solo un par de horas en Jartum, la primera impresión que registré fue la de un aeropuerto congestionado donde a pesar de las sanciones económicas gringas, todos los pequeños carros que empujaban los maleteros llevaban un gran cartel publicitario de Coca-Cola.

Con el inicio del boom petrolero en 1999, Jartum se posicionó como el espejo de las grandes urbes que se erigían en el golfo pérsico. En poco tiempo se levantaron edificaciones de gran altura, dándole a la ciudad un aire de modernidad poco común en África. Por otro lado, las construcciones coloniales habían sido en su mayoría bien conservadas, creando un cautivador panorama arquitectónico, que a su vez es adornado por la confluencia del Nilo Azul, procedente de Uganda, y el Nilo Blanco procedente de Etiopía. Una de estas impresionantes edificaciones era el hotel en el que me hospedaría en Jartum. El Burj Libia, más conocido como el hotel Corinthia, fue inaugurado en 2008 y se calcula que su construcción, financiada por el gobierno libio, costó aproximadamente 130 millones de dólares. Con sus 18 pisos y un diseño arquitectónico ultramoderno, el hotel guarda una semejanza con el Burj Al Arab de Dubái, considerado el hotel más lujoso del mundo. Sin embargo, en los corrillos locales se refieren a él como “el huevo de Gadafi” por su forma ovalada y vertical, y su color blanco resplandeciente que lo hace sobresalir desde cualquier punto de la ciudad. Aparte de las comodidades de un hotel de este tipo, quizá lo mejor que tiene el Corinthia es una inigualable vista de las tres metrópolis que conforman la capital sudanesa: Jartum, Omdurmán y Jartum Norte. Desde los últimos pisos se pueden observar perfectamente estas tres urbes, sus edificios modernos y coloniales, el sistema de puentes que las unen, y la Isla Tuti que las separa y que parte al Nilo Azul en dos, antes de juntarse con el Nilo Blanco. Como recordatorio de las sanciones económicas, y no obstante la elegancia del Corinthia, en la recepción hay una placa que avisa a sus huéspedes que las tarjetas de crédito son un concepto foráneo en Sudán, y por lo tanto el hotel solo recibe efectivo en moneda extranjera o local.

En Jartum visité el Museo Nacional y sus imponentes exhibiciones de todo tipo de ruinas, esculturas y pinturas de la época faraónica, y de los periodos de cristianización e islamización del país. También recorrí el antiguo palacio presidencial, convertido en museo desde que los chinos, como es su costumbre en este continente, le obsequiaron a Sudán un palacio más grande y moderno. El antiguo palacio, de corte colonial, tiene un espacio especial en la historia del país. Fue allí donde el mayor general y gobernador de Sudán, Charles George Gordon, fue derrotado y decapitado en 1885 por los seguidores del Mahdi, un líder religioso musulmán que se había autoproclamado califa. Los seguidores del Mahdi exhibieron victoriosos la cabeza de Gordon a la entrada del palacio por varios días, provocando la ira del imperio británico. En 1898 un gran batallón británico proveniente de Egipto y comandado por el legendario Herbert Kitchner, mundialmente conocido por su posterior rol protagónico en la Primera Guerra Mundial, invadió Omdurmán y atacó la casa del califa y la tumba del Mahdi, reconquistando a Jartum y al resto del país. La hermosa casa del califa, que cuenta con varios pisos y numerosos espacios cerrados y al aire libre, y con vista directa a la tumba del Mahdi, está muy bien conservada y es una de las principales atracciones turísticas de la ciudad.

La misma suerte no corrió el barco de guerra con cañones de gran alcance en el que Kitchner navegó desde el mediterráneo hasta Jartum para librar la gran batalla de Omdurmán, y que casualmente encontré abandonado en las inmediaciones de un club de vela. En los años ochenta, el famoso Melik, como se conocía al barco en épocas de guerra, se encontraba anclado y en muy malas condiciones en el muelle del club cuando una gran inundación lo expulsó del río, quedando encallado en tierra firme y salvado de hundirse para siempre en el Nilo y en la historia de Sudán.

Jartum exhibe otros dos lugares que son un imán para la brújula de cualquier forastero: el mercado de Omdurmán y el gran complejo comercial de compra y venta de oro. El primero es muy popular los sábados en la mañana y allí se pueden encontrar desde televisores baratos importados de la China hasta sillas de montar para camellos o espadas de acero que alguna vez pertenecieron a los yanyauid, unas tenebrosas milicias árabes que se hicieron famosas por sus atroces ataques al lomo de rápidos camellos y caballos en el conflicto de Darfur. El segundo es un edificio desteñido con una infinidad de locales comerciales donde solamente se comercializa oro y plata. Después de la secesión del sur, y como un premio de consolación otorgado por el destino, Sudán encontró oro en grandes cantidades para reemplazar la pérdida de sus reservas petroleras. Como la mayoría de la producción aurífera proviene de mineros artesanales que operan de una manera rudimentaria en los bancos del río Nilo, el mercado local ha crecido exponencialmente en los últimos cinco años y terminó por concentrarse en este gran complejo en Jartum.

Para ir a estos dos mercados y no ser un simple espectador es necesario comprar libras sudanesas a alguno de los tantos agentes de cambio independientes que merodean por las calles de Jartum. Como el gobierno mantiene una tasa de cambio fija, existe un mercado paralelo donde los dólares son pagados a un precio que casi dobla la tasa oficial. En el hotel me cambiaban dinero a la tasa oficial de seis libras sudanesas por dólar, mientras que en la calle a mi amigo Mohamed le cambiaban el mismo dólar por once libras con treinta centavos. Mohamed pasó rápidamente de ser un amable guía turístico a un eficiente asesor cambiario.

***

Después de varios días en Jartum emprendí el viaje hacia las ruinas del antiguo reino de Meroe, uno de los principales objetivos del viaje. Para poder visitar este milenario lugar, declarado patrimonio de la humanidad en 2011, es necesario obtener una autorización escrita por parte del ministerio de relaciones exteriores. El viaje desde Jartum se hace por la única vía que conecta a la capital con el norte del país y con Puerto Sudán, la cual fue pavimentada en la década de los noventa por una de las tantas compañías que tenía Bin Laden en el país. El paisaje a lo largo del recorrido, que tarda unas tres horas y media, es monótono excepto por unos extensos parajes de montañas rocosas que dan la impresión de que alguien hubiera apilado centenares de piedras gigantes una encima de otra.

Finalmente, al llegar a Meroe uno se encuentra con un panorama extraordinario. Esta ciudad, que data del año ochocientos antes de Cristo, estaba compuesta por un sistema de pirámides de mediana altura, construidas sobre tumbas en la mitad del desierto. El sitio tiene tres espacios diferentes que decidí recorrer sobre el lomo de un manso camello. El primero es una sección donde se encuentran las tumbas de antiguos reyes y personajes nobles de la época, el segundo es una serie de templos religiosos y el tercero es la zona donde residía el común de la población. Uno puede acceder a varias de estas pirámides, las cuales están adornadas con dibujos de animales, jeroglíficos y manuscritos en el alfabeto meroítico. Pese a la majestuosidad del lugar, solo me topé con cuatro visitantes durante las seis horas que permanecí contemplando las ruinas.

Al regreso de Meroe decidimos desviarnos de la carretera principal para visitar la sexta y última catarata del río Nilo, ubicada en un pequeño paraje rural llamado Sabaloga. Aunque este accidente geográfico no le hace honor a su nombre, pues en realidad es más un rápido de corrientes flojas que una catarata, el contraste entre la tierra desértica y el verde y la vegetación espesa de las vegas del Nilo es sorprendente. No hay ningún tipo de transición entre los dos paisajes, y en un instante uno pasa de un camino polvoriento a extensos cultivos de hortalizas y árboles frondosos.

***

El regreso de Meroe marcaba el fin de mi excursión a Sudán y no puedo negar que me generaba ilusión poder volver a beber una taza de “té escocés” o, mejor aún, una cerveza helada. Sentado una vez más en la sala de espera del aeropuerto de Jartum, traté de encontrar, entre las memorias del viaje, lo que más me había impactado en las dos semanas en ese extraño país. A pesar de los largos y penosos conflictos que han sufrido, y contrario a lo que se infiere de los cables de las agencias de prensa internacionales, los sudaneses son amables, cálidos y pacíficos. Hasta el más humilde de los pobladores exhibía una actitud protectora y desprendida, digna de un generoso anfitrión. Inclusive, en varias ocasiones me tocó rogarle a los guías o a los taxistas para que aceptaran una merecida propina. El talante de la gente había sido una de las grandes sorpresas. Por otro lado, las confluencias que tienen lugar en Sudán habían marcado cada trayecto del viaje, convirtiéndolo en una experiencia sorprendente: la intersección entre África y el Medio Oriente; las costumbres de un pueblo cristianizado y posteriormente islamizado; residuos coloniales británicos y asomos de la nueva China expansionista; y, por supuesto, la unión del Nilo Azul y el Nilo Blanco en Jartum que le da vida al río más largo del mundo.UC

 

Diego Mesa Puyo
Aeropuerto

Diego Mesa Puyo
Cambiando dólares

Diego Mesa Puyo
Corinthia

Diego Mesa Puyo
Meroe

Diego Mesa Puyo
Jartum

Diego Mesa Puyo
Casa Califa

Diego Mesa Puyo
Meroe

 
blog comments powered by Disqus