Número 74, abril 2016

Guanteros, leyenda de arrabal
Alejandra Montes, Ilustración: Daniel Gómez
 

Daniel Gómez

El barrio de Guanteros fue ficha clave en la fundación en Medellín. De él subsisten historias de lo íntimamente popular, intelectual y festivo que vivió la ciudad durante el siglo XIX y principios del XX, y bien habría podido ser un reducto que insinuara lo que es hoy La Candelaria en Bogotá, por dar una idea, si el empujante desarrollo del Centro no hubiera llevado a sus habitantes y a su ronda hacia las laderas. Perdió el aire una calle que ahora llamarían “distrito cultural”.

Niquitao, por ejemplo, que hacía parte de Guanteros y que hoy está lleno de inquilinatos, casonas de valor arquitectónico y patrimonial, habitadas por familias en condiciones precarias, tuvo su época dorada. Su agonía empezó bien entrado el siglo XX, pero desde los años setenta la administración no ha encontrado una estrategia de recuperación acorde con su importancia. Guanteros, leyenda de arrabal Siempre se encargaron de “corregirlo”, sin éxito, para adaptarlo al gusto urbanístico que impone el plan electoral.

Guanteros abarcaba el sector que comprende lo que hoy es la Plazuela de San Ignacio y se internaba hacia el sur casi hasta la glorieta de San Diego. Estaba formado concretamente por la que hoy es la calle Maturín, por el Camellón de La Asomadera, hoy Niquitao, por la Barranca de Caleño, lo que era San Félix y hoy es la Oriental, y por la Barranca de San Antonio, más o menos lo que hoy es la calle San Juan. Sin descuidar que entre la calle del Zanjón, hoy Bomboná, y la plazuela de San Francisco, hoy San Ignacio, estuvo la famosa calle de Las Peruchas.

Autores como Jairo Osorio, Heriberto Zapata Cuéncar, Rafael Ortiz, Carlos Escobar, Uriel Ospina, por citar algunos, dan sus versiones. Casi coinciden en que se llamó así porque allí vivieron unas hermanas, hijas de un tal don Perucho, e insinúan que quizá fueron celestinas de amores furtivos y las mejores guisanderas de sancochos, tamales y embutidos del contorno. El callejón que inauguraron las dichas Peruchas, según Ospina, en su tiempo fue “una especie de ‘Préaux- Clercs’ en versión tropical para los que aprendían latines, retórica, religión cristiana, hermenéutica, algo de música y trivium y quadrivium”, aunque según Escobar no era más que un “zanjón hediondo y peligroso”.

uanteros fue un lugar complejo más allá de que los cronicones antiguos lo engalanaran como típicamente festivo y variopinto, y de que Tomás Carrasquilla lo nombrara como “lugar nefando y tenebroso de los bailes de garrote, de los aquelarres inmundos y de las costumbres hórridas”.

Fue el primer barrio de clase baja, el límite suroriental de la ciudad, sobre la vía que conducía al sur del Valle de Aburrá, adonde llegaron los indígenas, libertos, mestizos y mulatos que el Cabildo desplazó en el siglo XVIII de la Plaza Mayor, que era el Parque Berrío, y donde luego se asentó el resto de la masa popular, artesanos, obreros, pequeños comerciantes, estudiantes, viajeros, militares y uno que otro intelectual llegado de los pueblos aledaños. Un lugar de confluencia. De ahí que las fondas no demoraran en abrir sus sedes, lo mismo que las fritanguerías, cafetines, prostíbulos, tertuliaderos, alambiques, bailaderos y otros tantos.

Y tenía dos vecinos con otras reglas: curas y militares. En los albores del siglo XIX fray Rafael de la Serna puso la primera piedra de la capilla franciscana, en la que era la plazuela de San Francisco. Después de las guerras de independencia y de que el complejo franciscano —capilla, convento y colegio— pasara a ser cuartel militar en 1876 y 1885, el Estado les concedió el terreno a los jesuitas y se convirtió en la plazuela de San Ignacio. No queda claro, pues, al menos no en crónicas concretas, cómo hicieron para convivir la moral de los godos y la de los bohemios.

Algo se sabe de un Padre Gómez que junto a su sacristán y unos devotos, cuando el ejército desocupó la plaza llenó de agua bendita cada esquina de su templo, como quien dice lo exorcizó, pero más por los desmanes de un militar liberal, Timoteo Zapata, que por las obras de borrachos y pendencieros. Al parecer Guanteros era el anidadero underground donde pasaba de todo y nadie decía nada, porque lo que hay es material para desplegar la imaginación.

 

Algunas de las historias más representativas de Guanteros giran alrededor del cementerio de San Lorenzo, el primero de la ciudad. En su cercanía destacaba una cantina que un intelectual bautizó como “El puerto de la eternidad”, por ser la estación donde se sacaba al muerto de su tarimón mortuorio para subirlo a cuestas al cementerio, donde luego los familiares del finado se tomaban unos tragos en su honor. 

Coinciden los cronistas en que los bailes populares eran cosa de todos los días y muchas veces terminaban en los afamados bailes de garrote, porque un tal don Martín Saldarriaga llegaba con un esclavo a las fiestas más licenciosas, apagaban los candiles y encendían a garrotazos a todas las almas pecaminosas que se encontraban a su paso.

En esas calles fueron famosas las residencias de estudiantes en las que vivieron muchos de los líderes más reconocidos de Antioquia, que se lucieron más de una vez volándose de los sagrados aposentos de su institución, hoy el Paraninfo, para buscar noches de juerga y desvirgue.

A Guanteros llegaban intelectuales de la talla de Gregorio Gutiérrez González, nuestro Virgilio, que probó la sazón de Las Peruchas, o Tartarín Moreira, el ilustre trovador bohemio que era asiduo de El Blumen —la cantina del músico Manuel Ruiz, integrante del dueto Blumen y Trespalacios— donde los mejores intérpretes de la época cantaban bambucos, pasillos y danzas hasta el amanecer, en la esquina de Niquitao con Bomboná. Otros de los famosos visitantes pueblerinos eran Efe Gómez, León Zafir, Augusto Duque Bernal y el mismo Carrasquilla que tanto lo criticó.

Nacieron y se criaron en Guanteros Pelón Santamarta y su secuaz Adolfo Marín, que llevaron su música a todas partes. Compartieron sus miserias con Barba Jacob y Marco Tobón Mejía en Cuba, y cuando fueron a probar suerte en México su música impactó a tal punto que se desprendió un género de bambuco yucateco. De cuenta de este par de guantereños Colombia conoció la primera grabación fonográfica de la historia de la música del país, y el hit musical en todos los países de Centroamérica que recorrieron fue El enterrador, así la referencia más precisa para los paisas sea Antioqueñita

No es de extrañar, como recuerda Zapata Cuéncar, que Ñito Restrepo en su Cancionero de Antioquia dijera que Guanteros “fue comparado por D. José María Samper, en una novela que escribió de oídas sobre Antioquia, con los Percheles de Málaga o las Ventillas de Toledo”.

En las primeras décadas del XX María Cano armaba las tertulias más polémicas en Guanteros. A su casa de la carrera 41, entre Maturín con San Juan, asistían intelectuales como Luis Tejada, Antonio José Cano, Abel Farina, Eladio Vélez o Tomás Uribe Márquez. Sin dejar de mencionar que las sesiones de espiritismo de su hermana María Antonia, la Rura, causaban revuelo y furor en el barrio.

Cuenta Rodrigo Carvalho en Historia del barrio Niquitao que para 1935 ya de esos compositores, cantores, poetas y demás componentes de la vida callejera pocos quedaban, apenas dos casas donde se continuaban los afamados bailes con otro tipo de clientela, no precisamente de la mejor estampa: “La Asomadera y el Camellón de Guanteros, dejaron de ser sede de artistas. Otros sitios ocuparon su lugar, el bar La Bastilla de Junín con La Playa; la Calle el Codo, Guayaquil”.

Lo cierto es que hoy ninguna imagen de Niquitao le hace honor a su pasado, y las crónicas no tienen más que insinuaciones de una época lejana que parecía mejor.UC

 
Daniel Gómez
 

• La Pascasia •
Camellón de Guanteros. Cra 42 #46-46

Casa de músicos e inventores para honrar la calle. Casa de totumo en el patio. Casa vieja, casa en ciernes, casa de dos ventanas. Casa en la calle Pascasio Uribe, campanero mayor de la plaza.
Desde el 14 de abril Música Corriente, Grupo Hangar y Universo Centro seremos anfitriones de La Pascasia. Ambiente familiar. El ICBF es nuestro vecino. Cualquier cosa, menos quietos.

 
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