Número 78, agosto 2016

Redobles de selección
Ricardo Lagoueyte
(1928-2016)

Pascual Gaviria.
Fotografía: Juan Fernando Ospina

Fotografía: Juan Fernando Ospina

En 1985 el fútbol colombiano entregó una pequeña alegría en las canchas de Paraguay. El torneo Juventudes de América disputado en Asunción, clasificatorio al mundial de Rusia, pasó desapercibido en el continente pero se celebró como una hazaña en Colombia. El juego de los juveniles, menores de veinte años, valió más que cualquier título y llevó al presidente Belisario Betancur hasta la escalinata del avión en El Dorado para el abrazo de rigor. También llegaron cartas de felicitación de los candidatos en ciernes. Los pelaos trajeron una medalla de bronce, un cupo a Rusia y una nuev idea sobre la selección. La era de Gabriel Ochoa Uribe en la de mayores iba llegando a su fin. Todo era alegría en un comienzo de año con punteros que eran equilibristas de raya, mediocampistas tocadores, defensas que iban y volvían y un arquero arriesgado hasta la ofensa. Aún no se intuía el lodo sobre Armero ni los tanques contra el Palacio de Justicia.

Ese equipo, que le dio la última gloria a la camisa zapote, tenía debajo una camisa a rayas horizontales verdes y blancas. Seis de sus titulares venían de vestir el saco lanudo de la selección Antioquia: René Higuita, Edison Álvarez, Felipe Pérez, Carlos Álvarez, William James Rodríguez y Jhon Jairo Tréllez. En el banco se sentaba una especie de psicólogo natural, un técnico con ínfulas de filósofo, un profesor digno de los tableros. Luis Alfonso Marroquín acostumbraba definir a sus “discípulos” según cualidades esenciales, una palabra era suficiente para entender cómo tratar, aleccionar, entrenar o amonestar a sus dirigidos. Cuando Marroquín cogió el equipo colombiano camino a Asunción venía de ganar cuatro títulos consecutivos con Antioquia. Luego de veintidós días bajo su mando y doce goles a favor en Asunción las selecciones nacionales comenzaron a jugar de otra forma, también en los camerinos se empezó a hablar distinto, no se trataba de un acento sino de una forma de pensar los partidos y los rivales, de concebir las alineaciones, de enfrentar a la prensa. Ya vendría Francisco Maturana y la Copa América del 87. Pero no era solo el “estilo Marroquín”, también Maturana había vestido la casaca antioqueña bajo la dirección de otro técnico histórico de la casa, Humberto ‘el Tucho’ Ortíz, porque no todo puede ser la herencia de Zubeldía y Bilardo.

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Marroquín puso parte de la letra, el verso de un momento importante de la selección Antioquia, pero la música, los redobles durante más de veinte años estuvieron a cargo de Ricardo Lagoueyte, el preparador físico que hacía las veces de consejero espiritual, acudiente, vigilante de concentraciones, dietista, consultor de modales y tutor en la cancha, la pista atlética y la calle. Lagoueyte vino de una familia de deportistas de manual y dedicó toda su vida a jugar en serio: waterpolo, voleibol, fútbol, ciclismo, baloncesto, lanzamiento de martillo y salto con garrocha. Pero sus grandes habilidades fueron para transmitir, para inspirar, para moldear. El profe Lagoueyte –Laguay según la pronunciación que se le dio siempre a su apellido francés en tierra paisa– tenía una extraña mezcla entre el militar que dirige el regimiento y el humorista que lleva la batuta en las conversaciones de amigos.

Llegó a la primera selección Antioquia en 1968, venía de trabajar en Apolo, un equipo que representaba a la empresa metalúrgica que lo patrocinaba y al Barrio Antioquia de donde eran la mayoría de sus jugadores. Tenía menos de 25 años y también había hecho sus pinitos como jugador comodín –el banco siempre fue lo suyo– y preparador físico en el Liceo Antioqueño. Su primer viaje con la selección fue a un torneo nacional en Pasto en el 69: “Nos fuimos en bus una semana antes, los ejecutivos y el técnico, Tucho Ortíz, llegaron un día antes del primer partido en avión”. Del viaje a Pasto recuerda que cuidaba el balcón para que sus dirigidos no se volaran en busca de las aventuras que se comentaban entre los futbolistas argentinos: “Los jóvenes en esa época miraban era para Argentina. Se copiaba lo bueno y sobre todo lo malo. Y el Charro Moreno era uno de los referentes”.

Desde siempre Lagoueyte tuvo una conexión distinta con los jugadores, una facilidad para transmitir el orgullo de vestir una camiseta y al mismo tiempo enseñar a pararla con el borde externo: “Porque yo no era solo de cronómetro, yo era un preparador técnico, de fundamentación, de enseñar cómo se juega con la pelota”. Aunque nadie lo crea, un jugador tosco, un hombre “rudo, duro”, como se definía en su época de las batallas en waterpolo, fue capaz de pulir a los jugadores finos, ágiles; así son las mejores limas.

 

La camiseta de Antioquia comenzaba a adquirir las características de las casacas de los soldados y las insignias de los místicos. El regionalismo empujaba y el himno antioqueño parecía no ser suficiente para acompañar los viajes en bus y el olor a linimento en los camerinos. Alguna vez a Lagoueyte lo echaron del hotel ABC en Bogotá, llegando con una selección de atletismo, por decir en la recepción que venía de la “República de Antioquia”. Entonces comenzaron los cantos menores: “Venimos de Medellín y venimos a jugar / y si acaso les ganamos, no se vayan a enojar / vamos Antioquia a ganar, vamos, vamos a ganar…”. Ese fue un ensayo que quedó solo en el recuerdo del Ricardo Lagoueyte, pero en 1970 se comenzó a entonar – a gritar es más preciso–, por las diferentes selecciones Antioquia, una tonadilla que se convirtió en himno de batalla, en canto inspirador, en una clave para el ánimo de los elegidos. Bella ciao, el canto partisano que de los soldados italianos de la resistencia pasó al nazismo, terminó convertido en canción de vestuario y tribuna para la selección Antioquia. Lagoueyte fue el “compositor”, y en ese hecho se entiende su vena de soldado y humorista, de motivador y capitán de vestuario. De modo que las estrofas del canto partisano:

Una mañana me desperté.
Bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao
Una mañana me desperté
Y encontré al invasor.
¡Oh! Partisano, llévame contigo.
Adiós bella, adiós bella, adiós bella, adiós, adiós.
¡Oh! Partisano, llévame contigo
Porque me siento morir.
Y si yo muero de partisano.
Adiós bella, adiós bella, adiós bella, adiós, adiós.
Y si yo muero de partisano
Tú me debes enterrar.

Se convirtieron en “La chaua”, una traducción similar a la de Lagoueyte por Laguay.

Soy antioqueño... toda la vida...
Ah, de la chaua, de la chaua, de la chau chau chau.
Soy antioqueño, toda la vida…
y por Antioquia he de morir.
Soy antioqueño, toda la vida…
y por Antioquia he de morir...
Y con los pases y con los goles.
Ah, de la chaua, de la chaua, de la chau chau chau.
Y con los pases y con los goles
siempre el triunfo obtendré.
Y con espacios y con deseos.
Ah, de la chaua, de la chaua, de la chau chau chau.
y con espacios y con deseos
siempre a (nombre del rival) yo venceré.

Cuando le preguntaban por algunos nombres inolvidables que pasaron por sus mañas, Lagoueyte recordaba un medio campo con Arley Rodríguez (tío de James), Néider Morantes, Juan Guillermo Villa (quien murió asesinado) y Gerardo Bedoya, en una selección que dirigió Luis Fernando Montoya. Y tal vez la lista del onceno titular que dictó hace unos años, sea la selección Antioquia ideal más cierta y más inspiradora: Rene en el arco, Gildardo y Chonto marcando las puntas, Andrés Escobar e Iván Ramiro como pareja de centrales, Leonel y Chicho Serna cuidando el medio, Néider Morantes y Hernán Darío Herrera armando desde adelante del círculo central, Carlos Andrés Vásquez (goleador histórico de la selección) y Ponciano Castro en el ataque. Para el banco también dejó lo suyo: Bedoya, Diego Osorio, Arley Rodríguez, Víctor Aristizábal y Juan Pablo Ángel.

La Chaua, que comenzó a sonar en los setenta en la voz de la selección femenina de voleibol, que parecía solo el estribillo escolar compuesto por un profesor fuerte y bullanguero, se sigue cantando en la ruta del camerino a la cancha, se entona con el sentimiento de siempre, hace que los profesionales en ciernes sientan que representan una tierra, que todavía hay unos colores más importantes que el resplandor de los últimos guayos Nike, que una hinchada los mira y una historia los vigila. Profe ciao.UC

Adaptación de "Vitrina de la primeras copas" del
libro De ida y vuelta. 85 años de historias.
Liga Antioqueña de Fútbol

 
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