Dos historias de ausentes
Moral y religión de los chibchas.
Epítome de Gonzalo Jiménez
de Quesada
Juan Friede
La vida moral de estos indios y policía suya es de gente de mediana razón, porque los delitos hechos, los castigan muy bien, especialmente el matar y el hurtar y el pecado nefando, de que son muy limpios, que no es poco para entre indios. Y así hay más horcas por los caminos y más hombres puestos en ellas, que en España. También cortan manos, narices y orejas por delitos no tan grandes, y penas de vergüenza hay para las personas principales, como es rasgarles los vestidos y cortarles los cabellos, que entre ellos es gran ignominia. Es grandísíma la reverencia que tienen los súbditos a sus caciques, porque jamás les miran a la cara, aunque estén en conversación familiar de manera que si entran donde está el cacique han de entrar vueltas las espaldas hacia él, reculándose hacia atrás; y ya sentados o en pie, han de estar de esta manera, que en lugar de honra, tienen siempre vueltas las espaldas a sus señores.
En el casarse no dicen palabras ni hacen ceremonias ningunas, mas de tomar su mujer y llevársela a casa. Cásanse todas las veces que quieren y con todas las mujeres que pueden mantener, y así uno tiene diez mujeres y otro veinte, según la calidad del indio; y Bogotá, que era rey de todos los caciques, tenía más de 400. Les es prohibido el matrimonio en el primer grado, y aun en algunas partes del dicho Nuevo Reino, en el segundo grado también. Los hijos no heredan a sus padres sus haciendas y estados, sino los herederos, y si no hay, los hijos de los herederos muertos, y a éstos tampoco no les heredan sus hijos, sino sus mismos sobrinos o primos.
Viene a ser todo una cuenta con lo de acá, salvo que estos bárbaros que van por estos rodeos, tienen repartidos los tiempos de meses y año, muy al propósito: los 10 días primeros del mes, comen una hierba que en la costa de la mar llaman hayo, que los sustenta mucho y les hace purgar sus indisposiciones. Al cabo de estos días, limpios ya del hayo, traen otros días en sus labranzas y haciendas, y los otros 10 que quedan del mes, los gastan en sus casas, en conversar con sus mujeres y en holgarse con ellas. En uno y en otro repartimiento de los meses, se hace en algunas partes del Nuevo Reino de otra manera: hacen de más largo y de más días cada uno de estos repartimientos.
Los que han de ser caciques o capitanes, así hombres como mujeres, métenlos cuando pequeños en unas casas encerradas. Allí están algunos años, según la calidad del que espera heredar, y hombre hay que está 7 años. Este encerramiento es tan estrecho, que en todo este tiempo no ha de ver el sol, porque sí lo viese, perdería el estado que espera. Tienen allí con ellos quien les sirva, y danles muchos y terribles azotes, y en esta penitencia están el tiempo que he dicho. Y salido, ya puédense horadar las orejas y las narices para traer oro, que es la cosa entre ellos de más honra. También traen oro en los pechos, que se los cubren con unas planchas. Traen también unos capataces de oro, a manera de mitras, y también los traen en los brazos. Es gente muy perdida por cantar y bailar a su modo, y estos son sus placeres.
Es gente muy mentirosa, como toda la otra gente de Indias, que nunca sabe decir verdad. Es gente de mediano ingenio para hacer cosas artífices, como en hacer joyas de oro y remedar las que ven en nosotros, y en el tejer de su algodón, conforme a nuestros paños, para remedarnos; aunque lo primero no lo hacen tan bien como los de la Nueva España, ni lo segundo, tan bien como los del Perú.
Cuanto a lo de la religión, digo que en su manera de errar, son religiosísimos. Porque allende de tener en cada pueblo sus templos, que los españoles llaman allá santuarios. Tienen fuera del lugar, asimismo muchos, con grandes carreras y andenes, que tienen hechos desde los mismos pueblos a los mismos templos. Tienen sin esto infinidad de ermitas en montes, en caminos y en diversas partes. En todas estas cosas de adoración tienen puesto mucho oro y esmeraldas. Sacrifican en estos templos con sangre y agua y fuego de esta manera: con la sangre, matando muchas aves y derramando la sangre por el templo, y todas las cabezas dejándolas atadas en el mismo templo colgadas. Sacrifican con agua así mismo, derramándola en el mismo santuario y echando ciertos sahumerios. Y a cada cosa de estas tienen apropiadas sus horas, las cuales dicen cantadas. Con sangre humana no sacrifican sino y en una de dos maneras: la una, que es, si en la guerra de los panchas, sus enemigos, prenden algún muchacho que por su aspecto se presuma no haber tocado a mujer, a éste tal, después de vueltas a la tierra, lo sacrifican en el santuario, matándolo con grandes clamores y voces.
La otra es, que ellos tienen unos sacerdotes muchachos para sus templos, cada cacique tiene uno y pocos tienen dos, porque estos están muy caros, que los compran por rescate en grandísimo precio.
Llámanles a estos mojas. Van los indios a comprarlos a una provincia que estará treinta leguas del Nuevo Reino que llaman la Casa del Sol, donde se crían estos niños mojas. Traídos acá al Nuevo Reino, sirven en los santuarios como está dicho; y estos, dicen los indios, que se entienden con el sol y le hablan y reciben su respuesta. Estos que vienen siempre de 7 a 8 años al Nuevo Reino, son tenidos en tanta veneración que siempre los traen en los hombros. Cuando estos llegan a la edad que les parece que pueden ser potentes para tocar mujer, mátanlos en los templos y sacrifican con su sangre a los ídolos; pero si antes de esto, la ventura del moja ha sido tocar a mujer, luego es libre de aquel sacrificio, porque dicen que su sangre ya no vale para aplacar los pecados.
Antes que vaya un señor a la guerra contra otro están los unos y los otros un mes en los campos, a la puerta de los templos, toda la gente de la guerra cantando de noche y de día, si no son pocas horas que hurtan para comer y dormir, en los cuales cantos están rogando al sol y a la luna y a los otros ídolos a quien adoran, que les dé victoria. Y en aquellos cantos están cantando todas las cosas justas que tienen para hacer aquella guerra. Y si vienen victoriosos, para dar gracias de la victoria, están de la misma manera otros ciertos días, y si vienen desbaratados, lo mismo, cantando como en lamentación su desbarato.
Tienen muchos bosques y lagunas consagradas en su falsa religión, donde no dejan cortar un árbol ni tomar un poco agua, por todo el mundo. En estos bosques van también a hacer sus sacrificios y entierran oro y esmeraldas en ellos; lo cual está muy seguro que nadie tocará en ello, porque pensarían que luego se habían de caer muertos. Lo mismo es en lo de las lagunas, las que tienen dedicadas para sus sacrificios, que van allí y echan mucho oro y piedras preciosas que quedan perdidas siempre. Ellos tienen al sol y a la luna por creadores de todas las cosas, y creen de ellos que se juntan como marido y mujer, para tener sus ayuntamientos. Además de estos, tienen otra muchedumbre de ídolos, los cuales tienen como nosotros acá a los Santos, para que rueguen al sol y a la luna por sus cosas. Y así, los santuarios y templos de ellos está cada uno dedicado al nombre de cada ídolo. Además de estos ídolos de los templos, tienen cada indio, por pobre que sea, un ídolo particular y dos y tres más, que es a la letra lo que en tiempo de gentiles llamaban lares. Estos ídolos caseros son de oro muy fino, y en el hueco del vientre muchas esmeraldas, según la calidad de oro en su casa, tiénelo de palo, y en lo hueco de la barriga pone el oro y las esmeraldas que pueden alcanzar. Estos ídolos caseros son pequeños, y los mayores son como el codo de una mano. Y es tanta la devoción que tienen, que no irán a parte ningún, ora sea a labrar a su heredad, ora sea a otra cualquier parte, que no lleven en una espuerta pequeña, colgado de brazo. Y lo que más es de espantar, que aun también su ídolo, especialmente en la provincia de Tunja, donde son más religiosos.
En lo de los muertos, entiérranlos en dos maneras: métenlos entre unas mantas muy lindas, sacándoles primero las tripas y lo demás de las barrigas, y echan en ellas de su oro y esmeraldas, y sin esto les ponen también mucho oro por de fuera, a raíz del cuerpo, y encima todas las mantas liadas, y hacen unas como camas grandes, un poco altas del suelo, y en unos santuarios, que solo para esto de muertos tienen dedicados, los ponen y los dejan allí encima de aquellas camas, sin enterrar, para siempre; de lo cual después no han habido poco provecho los españoles. La otra manera de enterrar muertos es en el agua, en lagunas muy grandes, metidos los muertos en ataúdes, y de oro sí tal es el indio muerto, y dentro del ataúd el oro que puede caber, y más las esmeraldas que tienen puestas allí adentro del ataúd con el muerto, lo echan en aquellas lagunas muy hondas, en lo más hondo de ellas.
Cuanto a la inmortalidad del alma, créenla tan bárbara y confusamente, que no se puede, de lo que ellos dicen, colegir si en lo que ellos ponen la holganza y descanso de los muertos, es el mismo cuerpo o el ánima, pues lo que ellos dicen es que el que acá no ha sido malo sino bueno, que después de muerto tiene muy gran descanso y placer; y que el que ha sido malo tiene muy gran trabajo, porque le están dando muchos azotes. Los que mueren por sustentación y ampliación de su tierra, dicen que éstos, aunque han sido malos, por sólo aquello, están con los buenos, descansando y holgando. Y así dicen que el que muere en la guerra y la mujer que muere de parto, que se van derecho a descansar y a holgar, por sólo aquella voluntad que han tenido de ensanchar y acrecentar la república, aunque antes hayan sido malos y ruines. De la tierra y nación de los panches, de que alrededor está cercado todo el dicho Nuevo Reino, hay muy poco de su religión y vida moral que tratar, porque es gente tan bestial que ni adoran ni creen en otra cosa sino en sus deleites y vicios, y a otra cosa ninguna tienen aspiración. Gente que no se les da nada por el oro ni por otra cosa alguna, sino es por comer y holgar, especialmente si puede haber carne humana para comer, que es su mayor deleite. Y para este solo efecto hacen siempre entradas y guerras en el Nuevo Reino.
Fuente: Juan Friede, Descubrimiento del Nuevo Reino de Granada, pp. 256 y ss.
Dos historias de ausentes
Moral y religión de los chibchas.
Epítome de Gonzalo Jiménez
de Quesada
Lucas Fernández de Piedrahita
Determinados ya los españoles a seguir la demanda de las esmeraldas y no olvidados de que el Cacique de Bojacá, poderoso en vasallos, se había excusado de visitarlos, habiéndolo hecho todos los demás Caciques de la Sabana, salieron de la Corte de Bogotá y torciendo el viaje marcharon a Bojacá, poco distante, y apenas lo supo su Cacique cuando puesto en huida dejó la ciudad y vasallos al arbitrio de las armas extranjeras; con que los españoles, libres de oposición y mal contentos de los moradores, dieron a saco la ciudad, encontrando en ella grandes cantidades de mantas y túnicas de algodón, y tomando quinientos indios para cargueros, continuaron su jornada volviendo a seguirla derechamente por aquellas grandes poblaciones de Engativá, Techo, Usaquén, Teusacá y Guasca, admirados de ver dondequiera que llegaban infinita muchedumbre de naturales, cuyos Caciques y Gobernadores los salían de paz y recibían con ceremonias extrañas de respeto y urbanidad; y cuanto más penetraban la tierra, descubrían más poderosos pueblos que los referidos, como se reconoció más bien en el de Guatavita, donde se extremaron en recibirlos con dones y demostraciones amigables; porque imaginan los que una vez perdieron la libertad, que ó mudando el dominio mejoran de fortuna ó cortejando diferente dueño vengan su primer agravio: como si la opresión no creciera mientras se multiplican nuevos administradores de la tiranía. Juzgó nuestra España que agasajando a los romanos se desahogaba de los cartagineses, y doblóseles el yugo: recurrió a los Vándalos y Godos y quedó para destrozo de muchas naciones.
Ejemplo infeliz y más moderno puede ser Guatavita, Corte ilustre de Príncipes, cuya grandeza no cedía a Bogotá, y en la entrada de los españoles ciudad populosa, de gran fuerza de gentes guarnecida y habitada; y al presente por la mudanza de los dominios pueblo tan corto, que solo conserva las reliquias de lo que fue en el nombre, y poco más de ciento y cincuenta vecinos [...]
Poco se detuvo allí el campo español, pues al día siguiente, habiendo sesteado en Sesquilé, descubrieron a Chocontá, grande por su fábrica de casas y copioso número de vecinos, y aumentada con presidios como frontera de los Reinos del Zipa contra las invasiones del Tunja: pusiéronle por nombre la ciudad del Espíritu Santo, por haber celebrado en ella su pascua. Aquí sucedió un caso gracioso, aunque por lo extraño de mucho pesar para todos mientras ignoraron la causa; y fue, que en uno de los días que allí se detuvieron perdió improvisamente el juicio un soldado llamado Cristóbal Ruiz, con demostraciones tan furiosas, que causó general compasión y que se convirtió luego en miedo y asombro, viendo que al cerrar de la noche experimentaban el mismo delirio en otros cuatro soldados. Turbó este nuevo suceso grandemente el ánimo del General Quesada, y vacilando toda aquella noche en discurrir el motivo, la pasó desvelado, hasta que a la mañana supo que más de cuarenta soldados estaban también locos como los primeros: y aquí fue cuando, creciendo la admiración y el espanto, temió con los demás que fuese algún particular juicio de Dios en castigar aquel pequeño ejército con tan extraordinario azote, y más, viendo que cada hora crecía el achaque en otros muchos; pero templóse el temor a la noche y al día siguiente, con ver que iban todos cobrando el juicio, unos antes y otros después, conforme al tiempo en que lo habían perdido. Refiérelo así el mismo General Quesada al capítulo séptimo de su primer libro del compendio historial, donde añade estas palabras: “Y quedaron más locos que antes, pues andaban entendiendo en hacer tan gran locura como era arrebatar las haciendas que no les pertenecían y despojando gentes que vivían a dos mil leguas de España, lo cual pudieran justificar en mitad de la conquista, si quisieran tener paciencia para ello”.
La causa de la dolencia pasada se originó de que las indias que iban violentadas en servicio de los españoles, echaron en la comida cierta yerba llamada tetec, y vulgarmente borrachera, que causa los efectos conformes al nombre que tiene, sin que pase a más daño que al referido; é hiciéronlo con el fin de poderse huir al tiempo que sus dueños estuviesen fuera de sí, como en efecto lo consiguieron muchas. Pero libres ya los nuestros del susto, y pasada la festividad, prosiguieron su marcha, y entrando por los términos del Zaque ó Rey, de Tunja, llegaron a Turmequé, no menos poblado y numeroso que Chocontá, porque poco distante de la Corte del Zaque y frontera suya contra el Zipa de Bogotá.
Fuente: Lucas Fernández de Piedrahita, Historia
General de las Conquistas del Nuevo Reino de Granada,
capítulo II.