Número 99, agosto 2018

Echando paja
Oscar Domínguez

 

El día del “yo con yo” fue el pasado siete de mayo,
pero yo no pude escribir estas notas porque
tenía ocupada la mano con que escribo.
El autor

 

Cinturón de castidadDe carambola, una decisión del presidente Bill Clinton que convirtió en oral su Despacho Oval de la Casa Blanca dio origen al día mundial del “yo con yo”.

Diccionarios como el de la Real Academia tomaron muy a pecho el lapsus de Freud y hermanaron una cosa con otra. La mayoría de los diccionarios en inglés trae la doble definición de la palabra onanismo: masturbación y coitus interruptus.

Para el cineasta Woody Allen “masturbarse es hacer el amor con alguien que amas demasiado”. Y agrega Allen que, si fuera mala la ancestral práctica, “Dios nos habría hecho los brazos más cortos”. Otro hombre de cine, Billy Wilder, tiene su propia jurisprudencia: “Cuarenta y cinco años masturbándome, y sigo sin tener fuerza en la mano”.

Don Francisco de Quevedo y Villegas habla de los “amancebados con la mano” y advierte sobre los riesgos del pecado, o vicio solitario. Y un contemporáneo poeta anónimo escribió: “Un mico enamorado de sí mismo se entregó con furor al onanismo y tras meses en la ímproba tarea acabó el infeliz como una oblea. Moraleja: Mala cosa es el opio, ¡pero mucho peor el amor propio!”.

García Márquez no se quedaría atrás y en uno de sus cuentos un mico se complace a sí mismo al ver empelotarse a una mujer. Furioso, el marido de la maja desnuda despacha al mico por la vía rápida del balazo.

El filósofo Fernando González pone en idénticas cabriolas a un gato. En El libro de los viajes o de las presencias describe con pelos y señales el modus operandi del felino. “Y su aura es de temor, de pecado, de vergüenza”, escribe el Brujo.

Al escritor Héctor Abad, su taita lo sorprendió sacándole “brillo y esplendor” a su arma de dotación sexual. “Perdón, no sabía que estabas ocupado”, se disculpó el doctor Héctor, y dejó al vástago en su soledad en compañía. Lo cuenta en El olvido que seremos.

Tomás de Kempis, en La imitación de Cristo —traducción de Fray Luis de Granada—, se ocupa de ese pequeño tsunami erótico, a la manera de un místico: “Lo primero que ocurre al ánima es solo el pensamiento, luego la importuna imaginación, después la delectación y el torpe movimiento”.

Roma locuta
El catecismo de la Iglesia católica, promulgado bajo el papado de Juan Pablo II, lo ve con malos ojos: “Tanto el magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado”.

Hay que anotar que la masturbación no se encuentra explícitamente prohibida en la Biblia, aunque algunos exégetas —tanto católicos como judíos— están de acuerdo en que a ella, sin mencionarla, se refiere Jesús en el Sermón de la Montaña cuando dice: “Y si tu mano derecha te hace caer en pecado, córtala y arrójala lejos de ti; mejor es que pierdas una sola parte del cuerpo y no que todo él sea arrojado al infierno”. El problema actual es que ya no tendríamos a dónde arrojarla porque, según el papa Francisco, el infierno no existe.

El señor Google, esa cosiánfira que de todo sabe, informa que “en 1710, un médico inglés de apellido Becker decidió apoyar la prédica eclesiástica contra las actividades sexuales no dirigidas a la reproducción, como la masturbación, y publicó un libro titulado Onania y el pecado atroz de la autocomplacencia. Medio siglo más tarde, el médico suizo Tissot tronó contra el pecadillo que rotuló, sin que le temblara la útil mano, como ‘la más mortífera y siniestra de las prácticas sexuales’”.

A los niños que hoy peinamos canas (cuando nos queda pelo) nos hacían bullying teológico por esa manualidad. Nos advertían que era pecaminoso y que su reincidencia podía secarnos la mano o hacernos crecer pelos en la palma. Y, claro, que el infierno estaba a la vuelta de la esquina para los amangualados con la diestra. O la siniestra, según la predilección del practicante. La muchachada, en ausencia de las páginas centrales de la revista Playboy, se inspiraba en la sota de bastos para sus fantasías. ¡Qué infiel era la sota!

De asuntos relacionados con el sexo no se hablaba con los padres. Era la época en que el Niño Dios era el Niño Dios, no el papá, y la incipiente televisión — en blanco y negro— empezaba a llegar a las casas de los pudientes de la cuadra.

En la escuela, era tabú menearlo. Los maestros desconocían las repuestas a lo que sucedía, al igual que los padres, muchos de los cuales llegaban vírgenes e ignorantes al “mártirmonio”. Sobre todo las mamás, que se tenían prohibido el placer sexual —era pecado— y se dedicaban a “criar hijos para el cielo”, siguiendo el mandato bíblico.

Temprano en la vida, con los amiguitos de la barra nos reuníamos a arreglar el mundo. A veces, la pregunta de fondo era: ¿Y vos, cuántas veces te la hiciste esta semana? Los tiempos cambian y, en asuntos de sexo, se acabó el misterio. Una niña de cinco años le notificó a su madre: O me explicás qué es un orgasmo, o lo busco en Google. Felizmente, la educación sexual desde las primeras emboscadas del sexo llegó para quedarse.

Clinton, el inspirador
Dicho está que cuando Dios no viene manda al muchachito. En este caso se valió del entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, quien, como lo sabe hasta el policía de la esquina, mantuvo relaciones con la becaria Monica Lewinsky mientras estaba en el poder.

Clinton acabó siendo el inspirador de la efemérides de una forma un tanto anómala. Se lució al nombrar a la doctora Joycelyn Elders como la primera mujer afroamericana para el cargo de secretaria de Salud. No duró mucho en la chanfa, porque a la Elders se le ocurrió decir en una entrevista que, para evitar el sida, era conveniente acudir a la masturbación “como alternativa al sexo, heterosexual u homosexual”.

Y agregó: “La masturbación es algo que forma parte de la sexualidad humana y tal vez debería enseñarse en las escuelas”. Suficiente para que Clinton —anticipándose a los you are fired en masa que haría el millonario y tuitero Donald Trump— despidiera a la pediatra Elders. Borró con el codo lo que la señora había hecho con la mano.

La fulminante destitución le encendió los bombillos a la multinacional Good vibrations (fabricante de cachivaches eróticos) para instituir, hace veinticuatro años, el Día Mundial de la Masturbación, que se celebra en mayo.

En muchos países, la ocasión se aprovecha para hablar sin tapujos sobre el tema de la sexualidad. La circunspecta BBC de Londres reporta en sus páginas que, en su momento, causó polémica en España una campaña de educación sexual en Extremadura, “orientada a los adolescentes, que los anima a la masturbación y al uso de juguetes eróticos”.

Bajo el título “El placer está en tus manos”, la Junta de Extremadura ofrece, a través de su Consejo de la Juventud y del Instituto de la Mujer, una serie de talleres de dos horas en los que se exploran diversos aspectos de la sexualidad y se tratan temas como la anatomía y fisiología sexual, la identidad de género y la autoestima. El ejemplo ha cundido. Hace tiempos la sexualidad dejó de ser tabú. Está en todos los menús educativos.

En alguna ocasión, el tema irrumpió en plena campaña política. El candidato ultraderechista Jean-Marie Le Pen les aconsejó a las mujeres la masturbación para prevenir los embarazos indeseados. La propuesta la hizo en un debate en el Instituto de Ciencias Políticas de París. La galería lo abucheó y el electorado le negó su apoyo. Lo mismo ocurriría si algún candidato osara mencionar el tema en Colombia durante las campañas políticas, en las que a los aspirantes se les obliga a hablar de lo divino y lo humano.

La verdad del término onanismo
El pasatiempo erótico más viejo de la humanidad, la masturbación, metió entre los palos a Onán, por el error de Freud —fundador del sicoanálisis— que le adjudicó la paternidad del inventico.

No le fue bien a la familia del calumniado Onán: cuenta la Biblia, en el Éxodo (capítulo 38: 8-10) que Er, primogénito de Judá, casado con Tamar por escogencia de su padre, “fue malo a los ojos de Yahvé, que le hizo morir. Entonces Judá dijo a Onán: Cásate con la mujer de tu hermano y cumple como cuñado con ella, procurando descendencia a tu hermano. Onán sabía que aquella descendencia no sería suya, y así, si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba en tierra, evitando así dar descendencia a su hermano. Pareció mal a Yahvé lo que hacía y le hizo morir también a él”. Queda claro que Onán no practicaba el hoy mal llamado onanismo, sino el coitus interruptus, como se le bautizó después.

Se había pasado por la faja la ley del levirato (del latín levir, hermano del esposo), consignada en el Deuteronomio (capítulo 25: 5-10). La norma buscaba proteger los derechos de propiedad del difunto por medio de la continuación de su descendencia. El primogénito del juntamiento por levirato tenía los mismos derechos, como si hubiera sido engendrado por el difunto esposo de su madre.

Judá, el padre de los dos, sin darse cuenta resultó ser el padre de la hija de su yerna que se quedó esperando a Selá, el tercer hijo. La insólita historia se puede leer completa en el Génesis. Y colorín colorado… El resto es paja.UC

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