Número 112, diciembre 2019

Leer un libro escrito detrás de la mirilla de un francotirador de las Farc es un reto. Miradas más allá de la verdad de las comisiones. Relatos para la curiosidad o el rencor. El segundo capítulo del libro X: El francotirador rebelde, escrito por el periodista español José Fajardo, es una pequeña autobiografía de un joven de veintitrés años, con unos semestres de ingeniería de sistemas en Villavicencio y una militancia que llegó con la cédula. Gatillo de un farcotirador.

 

El francotirador de las Farc

José Fajardo. Fotografías Camilo Rozo

 

Fotografías: Camilo Rozo


Miss Pavlichenko’s well known to fame; Russia’s your country, fighting is your game; The whole world will love her for a long time to come; For more than three hundred nazis fell by your gun. Woody Guthrie, Miss Pavlichenko

Es el 28 de septiembre. A la luz del día. Los monstruos han tomado la ciudad. De alguna manera... Aún sigo viva Jill Valentine, en Resident Evil 3: Nemesis

No es agradable disparar a una persona.
Si hay alguien que dice lo contrario, solo hay dos opciones: o miente o nunca lo ha hecho. La tercera posibilidad es que esté loco.

Mi diario de vida como francotirador de la guerrilla de las Farc consistía en salir al terreno para una misión, hacer inteligencia, acercarme al enemigo para observar qué hacía y dónde estaba. Y, de vez en cuando, disparar.

Es muy feo estar vigilando a un ser humano para después emprender una acción contra él. Es más fácil un combate alocado, porque entonces no se ve ni a quién se le dispara. Pero cuando se está detrás de alguien, mirándolo bañar, comer, reír... Y así cada segundo durante varios días, entonces tener que disparar es muy duro.

Todavía siento escalofríos. Lo peor es avanzar en una operación a la luz del día. En cualquier momento aparece el enemigo. Hay que andar por la jungla muy despacio. Cada paso es un peligro: hay hojas que crujen, ramas secas, los animales se asustan.

Cuando apuntaba a un objetivo trataba de no pensar en nada, dejar la mente en blanco. Como si fuera una diana. Como si fuera un juego. Siempre me repetía: es una diana, es una diana. Algo en el fondo me decía: no, es un ser humano. Y entonces yo respondía: pero es malo. Y jalaba el gatillo. Es malo.

También pensaba en acertar para que no sufriera.

Esto que voy a contar es bastante fuerte. Cuando uno apunta a un objetivo vivo trata de dirigir el primer disparo a los puntos vitales: el corazón, el cerebro. Pero no puedes apuntar siempre a la cabeza porque no son buenos tiros, ahí siempre fallas. El buen tirador sabe que hay una línea en el cuerpo del objetivo, alrededor del centro del torso, que es apropiada.

Nunca he dudado al jalar el gatillo. Cuando tuve que hacerlo, no dudé. Esa es la verdad.

***

Llegué a las Farc a finales de 2012 a la zona del Guaviare, en el suroriente de Colombia. Tenía veintitrés años. Hacía unos meses nuestros comandantes habían empezado los diálogos de paz en La Habana con el gobierno de Juan Manuel Santos, pero los enfrentamientos con el Ejército y los paramilitares seguían siendo muy duros.

Durante mi tiempo allá nos estuvimos desplazando a pie por los departamentos del Guaviare, el Meta y el Caquetá.

La caminata es fea porque el terreno es abrupto: toca atravesar junglas, cruzar ríos, avanzar por el barro y subir laderas. Y todo eso cargando con más de treinta kilos a la espalda.

Hay algunas zonas que son terriblemente selváticas, especialmente en los márgenes de los ríos. Lejos del agua hay praderas y terrenos más amplios y despejados para el pastoreo.

¿Qué recuerdo del primer día? Que me recibió una chica. Estaba esperando ver gente con armas, como en una película. Vino una muchacha en una canoa. Era bonita, me pareció cordial. Así fue como empezó todo.

Lo primero que le dicen allá a uno es que va a estar unos días con una comisión que está fuera del campamento guerrillero. Después usted tiene que ir al curso básico de combate, que se divide en dos partes.

Una es militar, con el orden cerrado: marchar, desfilar y hacer figuras con armas, como prestar la guardia; y el orden abierto, que son tácticas de combate, cortinas, desplazamientos, emboscadas...

Y la otra es política. Son los principios del Partido Comunista en la clandestinidad: qué es, el porqué de las cosas, por qué hay que luchar, sus ideales... Hay muchos libros a escoger, allá lo ponen a leer a uno.

Casi sin darme cuenta, un día ya me había graduado.

***

Yo pertenecía al movimiento desde los dieciocho, mucho antes de ingresar oficialmente. En esa primera temporada estuve dos años. Había épocas que me llevaban con ellos y me iban enseñando cosas. Vas a la selva y a las montañas a sus campamentos, y luego te vuelves a casa.

La segunda vez me demoré cuatro años. Mi hermana pensaba que estaba muerto porque no pude hablar con la familia en todo ese tiempo. En esa época si llamabas por el celular te costaba la vida. Si te conectabas a cualquier aparato con una señal donde te pudieran localizar y te descubrían, hasta le podían fusilar a uno. Sentía que me estaban vigilando. Me daba terror porque siempre alguien se iba a enterar y te podías meter en problemas.

Cuando entré a la guerrilla avisé a una persona de confianza que vivía fuera, en la ciudad: si llegan a pasar tantos días y no aparezco, dígale a mi familia que es por esta razón. Cumplió al pie de la letra, era un amigo mío. Habló con mis padres y con mis hermanos. Somos ocho contándome a mí: cinco hombres y tres mujeres. Yo soy el penúltimo.

Fue duro para ellos, sé que fue duro.

***

Al entrar en la guerrilla pensaba que mi aporte iba a ser intelectual. Mi perfil era distinto a la mayoría: completé varios semestres de Ingeniería de Sistemas en Villavicencio. Haber estudiado en la universidad es algo muy raro allá, una excepción. Y era urbano, como ellos dicen, porque venía de la ciudad. Pensaba que me iban a usar para las doctrinas políticas.

Pero no fue así. En la guerrilla hay muchas cosas que le sorprenden a uno. Piensas que vas a aportar por un lado y resulta que tienes una habilidad desconocida.

Ya había disparado antes, pero realmente no sabía que tenía tanta puntería. Solo había usado pistolas y escopetas contra objetivos sin vida para aprender.

Cuando empecé a usar armas lo primero que me preocupó fueron los dolores de hombro. Mierda, esas máquinas pesan mucho.

Cuando terminas el curso básico hay que hacer unos polígonos. Me fue bien, fui el mejor de muchos. No fallaba ni un tiro.

Comienzas disparando armas cortas. Después de la pistola pasas al fusil y, dependiendo del puntaje, van seleccionando a los mejores.

Tras acabar la formación, ellos se dan cuenta de que tienes aptitudes. La mayoría de la gente salió a descansar y a mí me metieron en otro curso de tiradores, solo para especialistas. Fue interesante porque hacía cosas distintas a los demás.

Mi puntería llegó a aterrar a algunos compañeros al principio.

“Esto no es normal. ¿Y usted dónde ha practicado, cómo es que es tan preciso?”, me decían.

Si no hubiera entrado a través de un contacto con un alto mando guerrillero, yo creo que me hubieran fusilado ese mismo día. Pensaban que era un infiltrado.

No sé, realmente fue algo sorprendente. Las personas que nunca han disparado ese tipo de fusiles de largo alcance casi siempre fallan. Les ponen el objetivo, un dibujo en cartón, y le dan a la tierra. Los que aciertan lo hacen a distancias cortas.

Yo disparé y acerté. Y, después, seguí disparando más lejos y más lejos y siempre acertaba. Me parecía fácil.

“¿Y cómo lo hace?”, insistían.

“Pues no sé, apunto y disparo. Y ya. La verdad, no sé, no sé por qué es”.

***

Un buen tirador no es fuerte, es sutil. La gente lo que suele hacer al momento de disparar es apretar muy duro el gatillo. La mayoría de los hombres en las Farc son musculosos por el esfuerzo físico que uno hace al ser guerrillero. Cuando jalan el gatillo, lo hacen sin cuidado y terminan no acertando.

Una persona que me entrenó decía que yo tenía buena puntería por eso, por la sutileza. De pronto es porque soy una persona delgada y jalo el gatillo con suavidad. Me concentro en la respiración. Me decían: “Haga esto”. Y lo hacía, no me parecía difícil. Pienso que es por eso, por mis condiciones físicas.

Lo otro es la visión, tengo buena visión. Nunca me puse nervioso.

Una de las mejores tiradoras de la historia es una mujer: Liudmila Pavlichenko. Mató a más de trecientos nazis en la Segunda Guerra Mundial. Ella combatió a Hitler junto a las tropas soviéticas. La llamaban la Dama de la Muerte.

Yo también he luchado contra la injusticia y la desigualdad.

Cuando uno está en la guerra sueña con un país donde no sea necesaria la violencia para cambiar las cosas. En Colombia, si usted quiere transformar el sistema desde la legalidad, lo más probable es que acabe muerto. El ejemplo es que hay muchos políticos a los que han asesinado en este país de mierda, tan violento. Hasta candidatos a presidente los han matado. Y no ocurrió nada.

Entonces le toca a uno coger un arma y luchar para construir otra sociedad.

Me gusta pensar que somos parecidos, Liudmila y yo.

***

En esos días, cuando ingresé, las Farc eran muy combativas. No se pensaba mucho en política, había que estar atentos a la guerra.

En mi frente había un francotirador veterano cuando llegué, era un señor ya de edad, a sus cuarenta y muchos llevaba veinticinco años en las Farc. Tenía un pupilo al que le tenían como tirador. Era un pelao muy joven y un día lo mataron, cuando yo estaba recién llegado.

Poco después el viejo se desmovilizó y ocurrió algo muy chistoso. Él cargaba un Remington que había robado a un soldado al que mató, un francotirador enemigo. Antes de volarse dejó el rifle en mi caleta. Yo no lo quería, esa arma cargaba con muertos, estaba maldita porque al que la portaba se la quitaron. Entonces mi superior me dijo: “¿Pero cómo así? Ahorita es suya y prepárese porque va a tener su primera misión”.

Ahí arrancó mi historia como francotirador.

En las misiones siempre iba con el mismo muchacho: el observador, quien ayuda al tirador a calcular la distancia que hay hasta el objetivo, las condiciones meteorológicas, el estado del terreno; todos esos factores que determinan si un disparo es un éxito o un fracaso.

Ese chico murió en combate cuando apenas estaba en sus dieciocho años. No fue en las salidas que hizo conmigo, sino otra vez que lo mandaron a hacer una inspección. Allá uno estaba muy sujeto a los rangos superiores. Llegaba alguien y le decía: “Necesito una persona, vaya usted”. Los que tenían poder, ni preguntaban. A él lo mandaron a una cosa y lo pelaron. Ya no lo vi nunca más.

Mi primera misión fue al terminar 2013. A partir de ahí, no paré: estuve dos años participando en combates. A finales de 2015 cesaron los bombardeos del Ejército sobre nuestros campamentos y la guerra se volvió otra cosa, empezamos a sentir la paz.

De ser nadie cuando entré, en apenas un año ya estaba en mi primera misión como francotirador. No me lo creía.

Otros compañeros me habían contado que los combates abiertos donde hay mucha gente son peligrosos. Algunas veces te hieren los mismos guerrilleros, gente que se queda atrás y dispara con miedo.

Hay cosas que te favorecen. Allá llegué sabiendo un poco de tecnología, entonces se me hacía fácil mirar el terreno, usar GPS, leer un mapa, orientarme, dibujar, hacer maquetas... Todo influye cuando estás en una situación de enfrentamiento con enemigos reales.

Es una locura. Yo casi recién llegadito me estrenaron por allá en un combate en el Guaviare. Fue pesado. Había soldados de los más experimentados acá en Colombia. Y había hartos.

Fue muy duro: gente corriendo por todos lados, mucha bala. Pero salimos bien de eso.

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Fotografías Camilo Rozo

Las Farc han tenido francotiradores en todas las regiones del país. En cada frente hay un equipo de especialistas. Por ejemplo, están los de comunicaciones, el que maneja los explosivos, los médicos y nosotros, los tiradores.

La experiencia decide si eres bueno. Hay gente que destaca en los ejercicios, pero luego en el combate real se paraliza. No es lo mismo disparar a una cartulina con una cara dibujada que pegarle un tiro a una persona. La persona que tenga alma guerrera lo hará sin dudar. Quien tenga escrúpulos y una mente sana no va a disparar.

Es la práctica la que hace al maestro. Todos los frentes tienen tiradores, al menos cuatro o seis. Pero un francotirador es alguien que tira a distancia y no falla. Usted está en esta parte del río y le dicen: “Vaya y péguele al enemigo, al otro lado del cauce”. Toca acertar sin pensarlo. Gente como esa había poquitos.

He conocido tiradores que se quedaron mochos, otros tenían ataques de pánico, algunos murieron siendo unos pelaos. También hubo quien desertó.

¿Dónde va a haber francotiradores? En un terreno muy quebrado o una zona con cordilleras. De una montaña a otra disparas. ¡Pum! Y adiós al enemigo.

En Colombia hay regiones propicias por la geografía. Por ejemplo, en el Catatumbo hay compañeros que han estado años dando plomo. Allá siempre va a haber tiradores.

Algunos frentes le permiten a uno entrenar tranquilo, porque el enemigo allá no se mete. En otros no pueden darse ese lujo: si está el Ejército patrullando a todas horas no vas a estar disparando porque se darán cuenta.

***

La gente tiene el concepto erróneo de que la guerra es solo dar plomo. Las películas sobre francotiradores son todas una mentira.

El tirador no es solo alguien que dispara desde largas distancias tras permanecer horas escondido. Lo que de verdad uno hace es tomar fotos y videos, observar al enemigo. Ese es el primer error de los guiones de Hollywood: la misión no consiste en matar, sino en hacer espionaje; es más bien una estrategia defensiva y de inteligencia.

Los francotiradores somos artilleros graduados, sabemos cómo funciona una ametralladora, un mortero, un lanzacohetes... Hay que conocer antes la artillería para destruirla. Con un solo disparo puedes debilitar al enemigo. Hacer daño sin arriesgar es la estrategia más económica y eso es esencial para la guerrilla.

Imagina un combate en el que te están atacando con una ametralladora. Si eres lo suficientemente bueno, apuntas al que la controla y lo neutralizas. Y ya está, se acabó.

***

Cualquier persona que se mantenga en este cuento de la guerra sabe que no debe dar papaya, como decimos aquí en Colombia cuando alguien llama la atención. Para eso está la cartografía: dónde usted se puede colocar y dónde no. Hay que conocer bien el área. Quien se quiera meter en tu zona se la lleva, porque allá está usted observando listo para actuar.

Por ejemplo, hay un pueblo al lado de una montaña y el enemigo entra despreocupadamente. Hombre, usted tiene que saber que ahí hay francotiradores. No vaya al pueblo.

O igual sucede en una población junto a un puerto, al lado del río. El tirador desde el otro lado del cauce le pega un tiro y ya. Y qué va a hacer el enemigo, ni siquiera sabe de qué parte le han disparado porque el río con su misma corriente se lleva el sonido.

A veces siente uno que se enfrenta con gente un poco pendeja.

Pero también me he encontrado con enemigos temibles. Un tirador casi me mata. Estaba avanzando por una llanura y un disparo me pasó rozando la cabeza. Todavía tengo la marca, por ahí no crece más el pelo. Calculo que por el sonido del tiro y lo que tardó en impactarme debía estar escondido a más de un kilómetro. Era muy bueno, pero no me mató.

***

A mí me enseñaron que la misión del tirador es quebrantar al enemigo mentalmente. En esa guerra psicológica me gustaba disparar a los cascos de los soldados cuando los dejaban en el suelo para descansar. Así sabían que los estábamos observando.

Muchas veces uno quería que el enemigo solamente retrocediera de la zona, que no molestara. Entonces, cuando ellos daban papaya, había momentos para eso.

Recuerdo una vez que nos enviaron a una misión contra el Ejército. “Maten a uno y devuélvanse”. Esa fue la orden: péguenles una buena asustada y, cuando logren una baja, se regresan al campamento.

En este tipo de operaciones lo más normal es que vayan dos. Yo era el tirador y otro me acompañaba como observador para vigilar mientras apuntaba. Es importante ir en parejas, porque uno se puede pasar horas seguidas mirando a través de la mirilla el mismo punto, sin saber lo que sucede alrededor. El compañero te avisa si identifica cualquier peligro.

Llegamos a un sitio y los descubrimos. Eran varios soldados, estaban cerca de una casa abandonada. Ellos se sentaron a descansar un rato y tomar agua. Uno puso su casco en la esquina de un piso entablado. En esos momentos pensé: la idea es sacarlos corriendo, si disparo y le pego en el casco no voy a herir a nadie, se van a llenar de miedo y van a retroceder. Desde donde estábamos observando hasta el objetivo había seiscientos metros. Disparé y acerté, le di al casco. Los tipos se fueron.

Casi me cuesta la vida.

Cuando volví con mi superior, había incumplido una orden y eso en la guerrilla es complicado. En esos días el consejo de guerra era bastante común. Si al comandante no le gusta lo que uno ha hecho, se organiza un juicio y hasta te pueden fusilar. Las razones son muchas: porque crean que uno es un sapo del gobierno o de los paras, porque haya traicionado los ideales de las Farc, porque haya puesto en peligro a sus compañeros, por cualquier cosa. Yo casi me lo gano. Lo único que me salvó es que mi acción fue efectiva: los tipos retrocedieron, cambiaron el curso que tenían, trazaron otra ruta y desaparecieron.

Algunos soldados tampoco querían matarnos. Ellos están en el Ejército colombiano es por el sueldo, no tienen por qué ser malos. Están ahí porque no saben hacer otra cosa en la vida. Ellos y la guerrilla proceden del mismo sitio, somos hermanos. Comparten un origen humilde, se alistan solo por la plata, no han tenido otra oportunidad en la vida. Claro que estaría dispuesto a hablar con un soldado ahora, incluso podríamos llegar a ser amigos, ¿por qué no?

Los paramilitares son gente distinta. Pican a las personas en pedacitos. Uno no se va a sentir igual a la hora de disparar y dar de baja a uno o a otro. No es lo mismo. Va a pesar menos la muerte del paramilitar que la de un soldado. Uno siente al matarlos que hace algo bueno, ¿sí entiende? Por lo malos que son, porque son repulsivos...

En las zonas donde nos movimos había paramilitares. No pasaban de ciertos puntos porque allí hay partes que son muy abiertas y quedaban muy expuestos. Ese terreno la guerrilla lo conoce muy bien.

Contra los paramilitares disparé varias veces. Tuvieron bajas y no me importó. No siente uno peso porque son gente horrible, por así decirlo, gente despreciable. Están ahí es porque quieren matar, comer del muerto, cometen masacres, violaciones.... Entonces no siente uno mucha tristeza por haberlos detenido, por haber aguado sus planes

Recuerdo una acción muy peligrosa. Había seis de ellos, disparé y acerté a uno, el tiro fue limpio. No sentí nada, si acaso me puse contento. Como si hubiera disparado a un animal. No, es mentira. El animal me hubiera dado pena: al menos ellos no saben lo que hacen, actúan por instintos, pero tienen sentimientos nobles. El ser humano es más cruel que las bestias, porque tiene sentido de la razón y no lo usa. Ellas matan es por necesidad, el hombre lo hace hasta por placer.

Días después la cabeza me decía: “Mierda, por muy malo que fuera, era un ser humano”.

Fotografías: Camilo Rozo

***

Llegué a pensar que la guerra era como jugar videojuegos.

No es lo mismo disparar a un muñeco de plastilina que a alguien que fuma un cigarrillo.

Los videojuegos me gustan, pero no solo los de disparar, sino los que hay un enredo y tienes que resolver un problema. Mis preferidos son los de acción, de estrategia y de terror: Duke Nukem, Doom, Metal Gear Solid, Syphon Filter, Silent Hill... Incluso algunos infantiles, disfruto jugando con mis sobrinos. Pero nada de fantasía ni esas cosas como Final Fantasy.

Resident Evil 3: Nemesis es mi favorito. Es interesante esa mezcla de terror y supervivencia. Jugaba mucho cuando era adolescente. Después, en la guerra, para pasar el rato me imaginaba que las selvas de Colombia eran Raccoon City. Yo era como el personaje de Jill Valentine, pero mi misión no era matar zombis, sino seres humanos. Esa es la verdad.

Cuando eres francotirador tienes mucho tiempo libre. Estás solo en la naturaleza. La imaginación es buena.

En el juego para PlayStation, la corporación Umbrella tiene armas como el lanzallamas, el Linear Launcher Anti-BOW y el lanzaminas.

En la guerrilla no había esas armas, claro, pero usé muchísimas otras. Allá la moda es la AK-47, un fusil de asalto. En una emboscada sales corriendo y lo puedes meter por el barro, le puede entrar agua y aun así sigue disparando. Resiste los caños y los charcos sin trabarse, no se desajusta. Es un arma hecha para la guerra.

Si hay dos fusileros disparando con AK-47 suena como si hubiera dos ametralladoras por la potencia de fuego, por eso le tienen terror. Además, es muy liviano. Si le pones una mira telescópica y un alza ajustable, también sirve como francotirador.

En mi caso cambiaba mucho de armas, pero mi favorita era el fusil suizo SIG SG 550, un arma muy coqueta. Es precisa, fácil de limpiar y mantener. Pesa unos tres kilos. Resulta muy útil porque la puedes configurar para distintas funciones, ya sea como francotirador o como una semiametralladora. Escupe balas que da miedo.

La gente dice que son frágiles y muy largas, la de francotirador mide un poco más de un metro. Yo las he usado y sé que son buenas. Si alguien quiere luchar en las selvas colombianas, las recomendaría.

Además de las AK y el SIG, en combate hice dos tiros con Remington, armas americanas muy precisas, ideales para un francotirador. Pero no creo que sean adecuadas para el conflicto en Colombia, son hermosas pero delicadas y lentas. En la selva no es útil cuando tienes que disparar rápido y moverte en un entorno hostil. Son más apropiadas para ciudades en las que hay tiempo para disparar, como en las películas, cuando el francotirador está escondido en un campanario.

En las prácticas de tiro también usé el fusil M40, el de los francotiradores de 112los marines en Estados Unidos. Y el IMI Tavor israelí, el fusil de comando de las fuerzas especiales; es una preciosura. Sin embargo, tengo un mal recuerdo. Usé uno en una pelea que hicimos y se trabó: me metí por el agua, se metió una hojita, porque en esos charcos y lagunas siempre hay hojas, y ya no pude disparar.

Uno ha tenido malas experiencias. El arma es el único aliado con el que cuentas en algunas situaciones. Si no responde, quizá no vivas para contarlo.

En un combate real todo cambia. Para acertar a un objetivo a más de un kilómetro depende mucho del terreno y de las horas a las que se utilice el arma. Lo óptimo es con la luz del mediodía, si el enemigo está de frente a campo abierto, dando toda la figura. Es más difícil al atardecer o al amanecer, si está en una ladera o entre árboles o hay nubes. En la geografía de Colombia hay mucha bruma que dificulta los disparos.

Los fusiles que robábamos eran el M16 o el Galil, el fusil de infantería del Ejército. Es de origen israelí, pero también se fabrica acá en Colombia. El Galil lo tuve en mis manos y no me gusta, se oxida mucho y hay que estar limpiándolo casi todos los días. Se desajusta muy fácil: lo configuras para disparar y si se da un golpe o se te cae hay que volver a calibrarlo. Sucede lo mismo con los M16, unos fusiles americanos. En una situación de combate con la guerrilla, uno tiene que correr, cae al piso. Necesitas un arma que te dé confianza si te encuentras con el enemigo de frente.

El favorito de las tiradoras en la guerrilla es el AR-15, uno de los fusiles de asalto más vendidos en Estados Unidos, similar al M16. Esos sí son geniales porque no se traban tanto, técnicamente son mejores. Permiten todas las variantes del calibre 5,56 mm, deja quemar cualquier tipo de balas: explosivas, trazadoras... Esas mierdas son bien resistentes.

A las mujeres les gustan porque son livianos y precisos. Conocí a una muchacha en las Farc que usaba AR-15 y disparaba como un demonio. Tenía que verla usted, tan bonita y tan guerrera. Ella tenía un refrán: “Que no le coma el tigre”. Fue una premonición porque en una emboscada del Ejército fue ella quien me ayudó a escapar cuando me hirieron.

Al recordar todo lo que hecho tengo una sensación rara. Soy un hombre entre los hombres: he luchado contra los que se dicen más fuertes de Colombia y les gané varias veces.

¿Será por eso que tengo pesadillas, oigo voces y no puedo dormir? Querer cambiar el mundo es un problema. A veces pienso que el problema soy yo. UC

X: El francotirador rebelde

X: El francotirador rebelde
José Fajardo
Editorial: Tusquets
2019