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Número 26 - Agosto de 2011  

Artículos
El matiz de Impunity
Andrés Colorado
 

El matiz de Impunity

En Colombia, país de guerras, guerritas, batallas y batallitas, y por tanto productor de un fango de envidias, celos e intereses políticos —mezcla de sangres derramadas, lágrimas de los deudos, esfuerzos vanos de los mártires, sevicia de los guerreros y tozudez del dinero—, se erige, cada tanto, un personaje que encierra en su figura todos los odios y los amores; un personaje en torno al cual derrotados y triunfadores esgrimen las más variadas armas y estratagemas, para untar con el propio fango el rostro ajeno o para ungir con el fango ajeno el dolor propio. De allí que, aclamado por algunos como "destacado periodista y activista por los derechos humanos" y vilipendiado por otros por "guerrillero, sapo y apátrida", el siempre en contravía Hollman Morris se erija como otro personaje que posibilita a verdugos y víctimas untar o ungir odios y amores.

Después de los 252 capítulos de la serie periodística televisiva Contravía, que permitió ventilar las pasiones entre los extremos a la luz de las crónicas, reportajes, entrevistas y debates en torno al conflicto colombiano, está aquí la última salida de Morris al escenario político: Impunity, un documental codirigido por él y el cineasta colombo-suizo Juan José Lozano que aparece como un "grito por la justicia, en nombre de las víctimas". Sin duda alguna el lodazal viajará de un extremo al otro cuando se repitan las cifras que ha arrojado la Ley de Justicia y Paz, que, como se recalca en el documental, ofreció entre 5 y 8 años de cárcel por la verdad y ha terminado con el 98 % de los casos en la impunidad. A julio del 2010 solamente 960 familias habían recibido los restos de sus familiares, de un total de 48 mil desaparecidos.

No obstante, el día de la premier de Impunity en Medellín, en la sala del Teatro Lido, salió a la luz una posición que bien podría ubicarse en medio de los extremos en disputa. "Hay un balance que nosotros hacemos fuera de las leyes. Nosotros sentimos que la sociedad colombiana hoy todavía no abraza a sus víctimas", dijo Hollman Morris el día de la presentación de Impunity en Bogotá, en el Teatro México de la Universidad Central; la tozuda realidad de la calle lo confirma cada día. Pero si el estreno del documental en la capital causó conmoción —más de 2.000 personas asistieron al evento, razón por la cual la Universidad Central decidió transmitir una segunda función y el Lido de Medellín tuvo un lleno total—, el matiz, avivado con la frase de Hollman, emerge en medio de la sala y, para desgracia de las víctimas, pocos lo perciben en la oscuridad del teatro.

En el exordio del documental, una mujer víctima del conflicto, tras recordar entre lágrimas cómo ella y su madre tuvieron que cargar, doce años atrás, el cuerpo y la cabeza de su hermano menor de edad decapitado por los paramilitares, dice: "¿Con qué se va a reparar esto? No hay con qué reparar". Y agrega que no hay sicólogo ni psiquiatra que pueda curar la pena que se siente. Impunity avanza entre clímax y anticlímax, causas y efectos, exponiendo su tesis central con la juiciosa recopilación de las voces de las víctimas del paramilitarismo en los pueblos más recónditos del país; voces que exigen justicia y verdad, con las imágenes de las fosas comunes y los argumentos del sector político y judicial. Hasta que a la mitad de su transcurrir cobra brillo el matiz: una sicóloga del CTI aparece en escena explicándole a un par de mujeres —que piden asesoría para dar respuesta a las preguntas que un menor realiza en torno a la desaparición de su madre— que lo que se debe hacer es responder con la verdad, sin eufemismos. Acto seguido, recomienda echar mano de la sabiduría nuestra —haciendo alusión a las mujeres— para afrontar lo que podría llamarse el momento del dolor y de la pena, y decirle entonces, al menor, que su madre ha sido llamada por Dios para estar en el cielo, porque Él consideró que era una mujer buena, tanto, que la quería tener a su lado. Un murmullo, casi general, surge en la sala —abarrotada de estudiantes y profesionales de las ciencias sociales— tras la memorable actuación de la sicóloga. Pero no es suficiente para percibir en la oscuridad del teatro la revelación del matiz. Impunity llega al final con el relato de una mujer que recuperó el cadáver de su ser querido, y es en ese momento del cierre, en el foro, que la sicóloga emerge nuevamente en la sala.

En medio de las continuas preguntas realizadas por los hombres asistentes a la premier, Hollman Morris pide la intervención de las mujeres y le recuerda al público que ellas son un subtexto en Impunity: es la madre, la hija, la sobrina, la cuñada víctima, la abogada, la juez… "¡La sicóloga!", dice una mujer del público entre las risas de algunos de los presentes. Sí, la mujer es un subtexto que desde varias ópticas se suele relevar, y que está expuesto, en el caso de la literatura por ejemplo, en ese pueblo recóndito de la ficción: Macondo. Mas la sicóloga —he ahí el matiz— representa el rol social que los llamados científicos sociales están desempeñando en el país de las guerras, guerritas, batallas y batallitas. Pues con contadas excepciones — Morris es una de ellas—, sicólogos, sociólogos, antropólogos y trabajadores sociales, enredados en sus estudios de posgrado, en el aprendizaje de una lengua extrajera —si acaso conocen la propia— y ocupados por sacar del camino a la competencia y por seguir al pie de la letra el guión que les escriben sus jefes de la Administración de turno, no acuden a otras fuentes para leer y comprender las vicisitudes de la realidad política, económica y social. En fin, atareados en reproducir ciegamente en una escala micro todos aquellos males que critican y pretenden corregir en los demás, se pasean a la vera del río de sangre, en torno al fango, con un costalado de talleres inicuos y dinámicas innocuas, cual vendedores de baratijas, y no logran abrazar a las víctimas ni comprenderlas en su dolor.

Dice Eugenio Serna, campesino víctima de una mina antipersonal: "Después de que me llegó la prótesis, me mandó —el médico— mis primeras terapias. También estuve donde la sicóloga, pero yo terminé dándole clases; sabía que la vida seguía y tenía que seguir adelante". Entre tanto, Eugenio, la academia sigue ahí, empeñada en hablar otro idioma y en graduar doctores con múltiples publicaciones, pasaportes con sellos de todos los colores, sueldos con el mayor número de ceros a la derecha y por posicionarse en los primeros lugares del ranking de universidades. UC

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