Número 60, octubre 2014

Sobreviviente de tres guerras, todas perdidas, el General Rafael Uribe Uribe vino a morir en las afueras del capitolio, hace cien años, cuando ya era un hombre de paz, aunque odiado por sus adversarios que anunciaban su muerte en cartas y panfletos varios meses antes de que Galarza y Carvajal lo derribaran a golpes de hachuela. Menos conocidas que sus manifiestos políticos son las cartas que escribía a su esposa Tulia. En cuatro de ellas, escritas mientras andaba en Nueva York buscando apoyo para su lucha, se revela un hombre enternecido por los primeros pinitos de su nieta, inquieto porque las mujeres antioqueñas adopten modas más cosmopolitas. Antes de regresar al país para intentar su última escaramuza desde Venezuela, el general sugiere para sus hijos ocupaciones menos ingratas que la política, como la mecánica y la electricidad. Cartas abiertas de un liberal.
 

Las cartas del General
Selección de Martha Lía Giraldo

 
 
 
Nueva York, mayo 12 de 1901

Querida Tulia:
Ojalá que las niñas hagan y adornen su propia ropa blanca. Esta se usa aquí muy delgada y ceñida al cuerpo, en vez de esas inmensas enaguas de tela gruesa y de dimensiones estrafalarias que allá acostumbran y que por añadidura, se ponen dobles y hasta triples. Que lo hagan las flacas, vaya que gracia, aunque haya que recordar aquello de Juan de Mena: “Ave de tanta pluma, tiene poco qué comer”. Pero que consientan las gordas en aumentar más aún sus voluminosas humanidades, con dos o tres arrobas de género blanco “oreja de toro” u otro por el estilo, es lo que no merece perdón de Dios.

Volvamos sobre el envío de los niños. Yo lo que sé es que me parece mala distribución tener tú allá seis y yo aquí ninguno. Lo justo fuera que partiéramos por mitad, pero a lo menos quédate con cuatro y mándame dos. No seas monopolista. Te quedó mal hilado el argumento de que no cabe término medio entre establecerme aquí del todo y traer la familia íntegramente, o no establecerme y no traer ninguno. Porque me sea imposible, a lo menos por ahora, educar aquí todos los niños, ¿no se ha de educar ninguno? Es indispensable que sea una misma suerte la de todos? ¿Por qué no hacer el esfuerzo con los hombres, que necesitan una educación más sólida y que si yo llego a faltar, podrían ser el sostén de sus hermanitas? Duro te parece separarte de los niños, pero a ello deber resignare, recordando que esa es nuestra suerte, la suerte de todos los padres: criar y educar los hijos para que una vez crecidos, se nos desprendan, por los viajes, el matrimonio u otras causas. Separarse de ellos para educarlos es el más soportable de todos esos sacrificios, y si nunca lo hicieran los padres, jamás educarían hijos. Llama lista de madres colombianas y pregúntales cuáles quieren mandar sus hijos a educarse en los Estados Unidos, a ver cuántas se apresurarán a aceptar no solo resignadas sino gozosas, teniendo aquello como una buena suerte, y dime cuántas por egoísmo maternal o por temores pueriles, se denegarían. Te considero lo bastante inteligente para no colocarte entre las segundas. Además, si los niños fueran a quedar aquí en manos de extraños, alguna razón tendrías, pero viendo a mi cuidado, no creo que me hagas la ofensa de decir que están mejor allá contigo que aquí conmigo.

Las luchas en las cuales yo he sobresalido son las estériles de la política, impuestas por la dureza de los tiempos y en las que yo nunca me he complacido, pero que están destinadas a cesar o a modificarse para la época en que nuestros hijos sean hombres, para ser reemplazadas por las luchas del trabajo industrial. Armar a nuestros hijos para que salgan victoriosos en ese género de combates es lo que exigen el bien entendido amor paternal y la más elemental previsión. Y luego, ¿te parece que yo he sido muy feliz con esa educación colombiana que tan buena parece? “Porque no has querido”, vas a contestarme. Como si hubiera podido sustraerme a mi tiempo, al turbión de los sucesos, a las pasiones de los hombres, a todo el medio ambiente en que me ha sido forzoso vivir. ¡Ni haciéndome ermitaño! Pero por eso, precisamente por eso, porque no quiero que a mis hijos les vaya a pasar lo mismo que a mí, quiero educarlos fuera de su país, educarlos en una lengua extranjera, e imponerles una profesión que los mantenga alejados de la política. Si por ésta no hemos podido tú y yo ser tan felices como lo merecíamos, ayúdame a que mi triste experiencia les sea útil a ellos siquiera.

Yo he pensado hacer del uno un mecánico y del otro un electricista, si para ello resultan con disposiciones. Tengo la esperanza de que por la naturaleza de esas profesiones y habiendo crecido y educándose respirando otra atmósfera que la de nuestro desgraciado país, no caerán en la tentación de tomar cartas en la política y así podrán dedicarse al servicio positivo del progreso y a labrar su propia felicidad. Y esto que digo de los hombres, es aplicable en su mayor parte a las mujeres.

Adiós. No te quejarás de que te escribo corto. Te abraza estrechamente tu Rafael.

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Nueva York, mayo 25 de 1900

Adorada Tulia:
Fatigado de escribir en máquina vuelvo a la pluma, mientras descanso. Pronto tendré una máquina mejor y entonces te escribiré largamente.

Muy triste estaba por no recibir carta tuya, hasta que anoche me trajeron la del 30 de marzo, muy bonita, muy sentida y muy expresiva. Por ahí te metiste en una imagen que revela colaboración. En todo caso, esos son tus sentimientos, y yo siempre te he estimado por tus obras, no por tus palabras.

Cómo me agrada saber que estás alegre, a lo menos hasta el punto en que eso es posible estando separados. Pero, en fin, no hay duda que este es un mal inferior al de los peligros de la guerra. Y como yo fui a ella a exponer el pellejo, pues para cuidarlo me habría quedado en casa, razón tenías tú para temer que de un momento a otro me sacaran del medio, o que una señora fiebre cargara conmigo. Por supuesto que celebro haber escapado. Nunca he desconocido que mis deberes para contigo y para con mis hijos son anteriores y superiores a los de la política. Si a veces he aparecido como posponiendo aquéllos a éstos, ha sido arrastrado por la fuerza de los sucesos a los cuales no he podido sustraerme.

Pero en cuanto puedo dominar mi suerte, pongo todo mi afán en pagar con amor todo el tiempo perdido y en concretarme a mis obligaciones de esposo y padre. Lo que importa es que pruebes tu buen ánimo cambiando tu vida quieta por una más activa. Cuídate de la gordura y rejuvenécete. Pena me da oírte decir que ya a lo que aspiras es “a pasar una vejez tranquila a mi lado”. Eso serás tú; lo que es por mi parte, estoy muy muchachito, comenzando a vivir. Y ¿cómo es que siendo yo mayor que tú, de vida más trabajada y de menos buena salud, esté más joven? Proviene de qué hago mucho ejercicio. Si tú hicieras lo mismo retrocederías varios años, con la piel tersa y sonrosada, los ojos brillantes, el andar elástico y el humor bien dispuesto. Hazlo, hazlo, querida, ahora que todavía es tiempo. Aquí detestan la gordura. No he visto una sola americana obesa: todas delgadas, ágiles, musculosas y elegantísimas. ¡Y qué tez! Ni las setentonas tienen arrugas: se mantienen frescas y sonrosadas, y más apetitosas que las de 30 en Colombia.

No quepo en mí de satisfacción por lo que tú y Paulina me dicen de la buena salud, aplicación, juicio y buen carácter de mis muchachitos. Me llena de ternura lo que me cuentan de Juliancito, de su amor por ti, de su consagración y formalidad. Hay en eso un peligro que es bueno prevenir: el exceso de estudio y de quietud. Limítenle estrictamente las horas de estudio y luego no le permitan quedarse encerrado en la casa; oblíguenlo a salir a correr y jugar en los parques. Pero lo mejor es que me lo manden con Carlos. Repito que es una injusticia que me nieguen ese consuelo. Los tendría conmigo unos meses, mientras aprendían Inglés, cosa que a su edad se hace rápidamente, y luego los ponía en la escuela pública (hay una en cada manzana) o los metía internos en uno de tantos buenos establecimientos como hay fuera de las ciudades.

Para toda mi bendición. Para ti los besos de Tu Rafael.

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S.F.

Siempre querida Tulia:
Ayer recibí tu cariñosa cartica del 28 de abril, cuya lectura me produjo la misma emoción que todas las tuyas de Paz, con toda seguridad le sacarás punta a la situación como la mía produce el tener cartas del hogar tan lejano.

Muy quejumbrosa me ha parecido. Ahora que ya no estoy en la guerra, buscas el modo de atormentarte por otro camino. Al principio me dijiste que estabas entusiasmada y contenta, con solo saberme fuera de la lucha. Pero al presente, si no halagüeño, por lo menos tolerable, te esfuerzas por amargarlo con memorias del pasado y con previsiones siniestras del porvenir. Te digo que así no hay dicha posible en este mundo, ni vida que no sea un tormento. Es preciso que aprendas a tener filosofía. Tu mayor afán consistía en no saber si yo había de volver a la guerra; pero después de que leas el Manifiesto de Paz, con toda seguridad le sacarás punta a la situación para tener como sufrir. Es lo del refrán antioqueño: al que por su gusto se muere, hasta la muerte le sabe. Ya vuelve a haber en mucho tiempo o nunca; y de que a Colombia y a la política tampoco volveré mientras no sucedan ciertas cosas que tiene trazas de tardarse, si es que alguna vez han de venir. Tranquilízate, pues, una vez por todas.

El Manifiesto ha sido en lo general mal acogido, dentro y fuera del país y aun tergiversados los motivos que me indujeron a expedirlo. Se me insulta y calumnia a destajo, y no puede menos de dolerme tanta perfidia y tanta estupidez. Aunque estoy absolutamente convencido de la razón que me asiste, tarde será cuando se me haga justicia.

Habrás sabido que a mis hermanos Tomás y Julián los tienen presos en Cali, porque no quisieron firmar una declaración reconociendo como legítimo el gobierno de Marroquín y protestando contra las guerrillas; como si la legitimidad de ese gobierno fuera mayor o menor por lo que dijeron los liberales a la fuerza, o como si las guerrillas se acabaran con firmas.

Adiós, con un abrazo de tu marido. Rafael.

 

 

 

Tijuaca, abril 14 de 1907

Queridas mujercitas:
Bajé ayer a Rio en busca de mi correspondencia. Que cerro hallé! Entre las cartas dos de ustedes, fechas 7 y 13 de Febrero. Por cierto que entre las dos estaba el aniversario de mi matrimonio con Tulia y ella no se acordó.

No me ha gustado el modo frio como me dan la noticia de que mi nieta ya camina. Por ahí perdida entre otros detalles sin importancia, está el gran suceso. Yo que hubiera querido que nada menos un cable para avisármelo! Que me importa a mi la Duma Rusa, ni si es macho o hembra lo que le nazca al Rey Alfonso, ni las visitas que se hacen entre sí los soberanos, ni la publicación de los papeles del P. Montaginini, ni todos los demás telegramas que diariamente leo. Pero me habría hecho brincar de alegría en mi despacho: “Nena caminando”. Y ustedes no hacen párrafo aparte. No comienzan por un albricias! bien grande. Me comunican el hecho histórico con la indiferencia de quien dice: anoche llovió. Verdad es que el fenómeno no se produjo de un momento a otro, hubo solitos, ensayos, desgraciados unos y felices otros, evolución, en Fin. Pero de todos modos, el coronamiento de la empresa si sobrevino de repente. Echó a andar! Y ustedes no narran el acontecimiento con calor. No hacen uso de admiraciones (¡!), ni hacen letra grande ni subrayan, ni por otros signos de escritura declaran su pasmo. Verdaderamente son ustedes muy simples. La autolocomoción ahí es nada. Pues en la cara de la nena no se reflejaba toda la alegría del triunfo y satisfacción de una gran conquista, de un enorme progreso alcanzado? Ella ha acabado de entrar a sí en posesión de si misma, ha sacudido la tutela de las cargueras, y queda en disposición de aprender el dominio del mundo. Poca cosa, comenzar a andar. Pregúntenle al Doctor que sintió cuando su hijita salió a recibirlo caminando por su propia cuenta! averígüenle por qué le redoblaba el corazón como un tambor, y todo el ser de le lleno de una suavidad infinita. Vamos, que son muy simples, ni la tal Tulita que otras veces se ha lucido, supo en esta lo que se pescaba. Más bien la abuela transmite sus impresiones con algún entusiasmo, cuando pinta la gorda, crespa y alegre que es su nieta y lo bien que le sientan sus mitones. Protesto también contra lo que dicen que parece “un repollo andando”; yo la veo desde aquí esbelta y elegantísima. Otra cosa es que por lo diminuto de sus pies que han de ser como los que pintaba Campoamor “que cabían en el cáliz de una rosa”, tardara en caminar. Yo bien les decía que no era miedo, si no resultado de sus matemáticas: la base no correspondía a la masa, y así no podía acomodar el centro de su gravedad en estación vertical. si no lo decía así era por falta de vocabulario. El que Tulita apunta, compuesto apenas de ocho palabras, no le alcanza para expresar su pensamiento. Pero de que razonaba respondo. Lila pondera el color, y se extasía ante el cachumbo que ya se le puede hacer en la frente; pero también se vale de una comparación ofensiva y deprimente, que rechazo indignado dice que al andar parece “un renacuajo”. Aténgase de eso déjela crecer no más, y verán su abuela, madre y tías no se ven desairadas ante ese garbo y garabato Ole! Caballeros españoles chapados a la antigua, le tenderían sus capas para las honrase pasando por sobre ellas.

A todas ustedes las beso, y las abrazo, las pellizco y las estrujo, menos a mí egregia nieta a quien bendigo, RAFAEL UC

 

 

Hijos de Rafael Uribe Uribe. Fotografía Rodríguez, 1892. Archivo BPP

Hijos de Rafael Uribe Uribe
Fotografía Rodríguez, 1892
Archivo BPP

 
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