Número 66, junio 2015

Los bancos ingleses llegaron a la Nueva Granada luego de las primeras guerras de independencia. Muy pronto sus intereses apuntaron a las minas y a mediados del siglo XIX ya eran dueños de la Frontino and Bolivia Company. Los campamentos se confundían con los pueblos y la empresa terminó donando parte de la tierra para la fundación del municipio de Segovia. Cuando el cura le dio la bendición al pueblo y un decreto le entregó su sello oficial en 1885 celebraron sus cerca de 3000 habitantes. Entre ellos estaban algunos Blair, White, Cock, Gartner y Hill. Algo menos de 500 extranjeros vivían en Antioquia en la primera década del siglo XX.

En una de esas primeras camadas inglesas nació Michael Hill Davey, en el campamento de la mina Marmajito. Fue geógrafo y naturalista, cazador de orquídeas y de historias en las trochas de Zaragoza y de Guacharacas. Hill Davey fue amigo y guía de innumerables expedicionarios, curiosos y naturalistas incluido Richard Evans Schultes, hombre conocido en las frondas del Jardín Botánico de Medellín. Michael Hill Davey habló siempre un español tortuoso, digno de campamento minero, pero aprendió a contar con la gracia de los arrieros con media de guaro encima. La muchacha del circo hace parte de su libro Oro y Selva.

 
>Michael Hill Davey  
 
Oro y selva

Relatos del nordeste
Michael Hill Davey
Fondo Editorial Biblioteca Pública Piloto 1998
 

La muchacha del circo
Michael Hill Davey. Ilustraciones: Elizabeth Builes
 

La primera guerra mundial había terminado dejando un mundo cansado y con grandes problemas económicos. En algún momento de esta vacilante época de la posguerra en los años veinte, en Hamburgo, Alemania, nació una niña a quien le pusieron el nombre de Erika, hija de la familia Heckner que era una familia típica de la clase media de la Alemania de aquella época.

La niña recibió una excelente educación en un colegio privado de Hamburgo pero como vivía en las afueras de la ciudad, cerca de un club ecuestre, desde muy niña se apasionó por los caballos. Todo lo que tenía que ver con caballos la embelesaba y al poco tiempo estaba montando ponis en el club. Con el correr de los años se convirtió en una excelente jinete y ganaba premios en las ferias que se organizaban.

En un viaje a Inglaterra con sus padres fue a una presentación del famoso circo Olimpia de Londres y allá vio la actuación de magníficos caballos especialmente entrenados y la forma tan armónica y graciosa en la cual los jinetes hacían piruetas y toda clase de difíciles pruebas sobre ellos.

Le llamó especialmente la atención el repertorio de una niña no mucho mayor que ella, vestida con un bello traje de lentejuelas, que hacía malabarismos y saltaba a través de arcos sobre un magnífico corcel. Quedó fascinada y con una profunda impresión que marcó toda su vida. Decidió que ella también iba a ser jinete del circo y cosecharía los más grandes y estruendosos aplausos del público.

En 1935, ya como niña prodigio de la disciplina ecuestre en un prestigioso circo alemán de Berlín, tuvo que ingresar en el movimiento juvenil nazi que era obligatorio para todo joven alemán de aquella época. Allá la adoctrinaron en la política nazi enseñándole la superioridad de su raza, el periodo del Tercer Reich y la inferioridad de las minorías étnicas. Se le enseñó que Alemania iba a conquistar y ser dueña del mundo durante mil años.

Después de algún tiempo, Erika, quien cambió su nombre a ‘Kira’ con fines profesionales para sus presentaciones ecuestres en los circos, empezó a actuar en otros países europeos con el fin de hacer sus números, los cuales eran fantásticos y recibían los más grandes aplausos de la multitud que asistía a estos eventos. En ocasiones, cuando viajaba a países como Inglaterra, Francia, Austria, Checoslovaquia, Polonia y Rusia, el gobierno de Hitler le encomendaba hacer algunas averiguaciones sobre asuntos en los que estaba interesado. Ella, muy discretamente, hacia las averiguaciones y luego presentaba informe a sus superiores en el movimiento juvenil.

Para sus presentaciones Kira utilizaba un ceñido traje blanco con lentejuelas nacaradas. Este traje terminaba en una cortísima y ancha falda con pliegues. Fijaba su largo pelo rubio con una diadema blanca que tenía relucientes piedras, sus zapatos también eran blancos del tipo que utilizan las bailarinas de ballet, en sus manos cargaba largos fuetes también blancos. Siempre montaba finísimos corceles blancos de pura sangre. La muchacha del circo era apuesta, impecable en la actuación. El público se enloquecía cuando montaba sobre su bello corcel, hacía traquear los largos y brillantes fuetes, como para amenazar y domar el brioso caballo sobre el cual cabalgaba.

En poco tiempo Kira se volvió una de las más apreciadas y famosas actrices de circo, mundialmente renombrada y buscada por todos los circos del mundo. En 1939, al empezar la segunda guerra mundial, Kira se encontraba actuando en el famoso circo Taire en un país centroamericano. Debido a su fama y al hecho de que los países centroamericanos y suramericanos no estaban en guerra contra Alemania, Kira no tuvo ningún problema y siguió viajando con el circo. Con el tiempo el circo Taire, muy conocido en Colombia y admirado por todos los colombianos, extendió sus presentaciones para que no solo incluyera las ciudades sino también los pueblos.

Recuerdo que cuando era niño en Segovia los hombres hablaban en voz muy baja y muy cerca a los oídos de las dotes y las maravillas de Kira, ‘La Muchacha del Circo’, de su cortísima falda de pliegues, de sus hermosas piernas esbeltas y largas, de su insuperable belleza y su agilidad de amazona montada sobre un brioso corcel. Entre todos los hombres del pueblo se creaba tremenda lujuria con todas estas fantasías.

Llegó el día, en algún momento entre 1939 y 1942, cuando el circo Taire anunció su visita para hacer varias presentaciones en Segovia. Recuerdo que se anunció con un afiche a todo color de Kira con sus atrayentes y comentadas extremidades plantadas sobre un ejemplar equino de color palomo. Un afiche similar a los que se utilizaban para anunciar las corridas de toros de la época.

Resulta que en aquellas púdicas épocas cuando las faldas no mostraban más que los tobillos so pena de causar un escándalo en todo el pueblo, el párroco de Segovia era el padre Yepes, conocido por sus feligreses como el ‘Padre Ratón’ por su pequeña estatura, delgada contextura física y rapidez de mente y movimiento. Era producto del Seminario de Yarumal, oriundo de Santa Rosa o de Donmatías y había sido ordenado por nadie menos que por monseñor Miguel Ángel Builes quien en esos años se respetaba casi como si fuera un santo en vida.

Al padre Yepes le disgustó muchísimo la idea de que el circo Taire fuera a presentarse en su pueblo y la perspectiva de Kira montada en su caballo blanco como la paloma del espíritu santo, debió haberle causado desvelo y náuseas.

Todos los días arremetía desde el púlpito y por el altoparlante de la iglesia parroquial contra el circo y su pecaminosa estrella, atribuyéndole cualidades que le hubieran traído famas y atribuciones en una de las cantinas de bombillito rojo en el barrio La Montañita de la población, donde con el reparto de sus atributos podría haberse enriquecido con el oro de los feligreses.

Este párroco bien indignado consignaba el circo al eterno candeleo del infierno, tildando a su mujer estrella de ramera experta en la profesión y de conocido reparto a nivel mundial. Declaraba que las presentaciones serían impúdicas, pecaminosas, y que echarían a perder las buenas y respetuosas costumbres del pueblo. Mandó a Kira al infierno a abrasar al complaciente diablo y proclamó que los parroquianos que llegaran a asistir a semejantes bacanales serían excomulgados en forma fulminante. Estos arrebatos, claro está, estaban respaldados por las ancianas, beatas y solteronas del pueblo, quienes en Segovia, por alguna extraña razón, siempre han sido más bien pocas.

Tanta fue la inquietud y el afán del bien intencionado padre que reunió al alcalde y a todo el concejo municipal en la iglesia, donde expuso sus ideas y renegó contra el circo anunciando una gran maldición, cosa que no le pareció rara a los habitantes de Segovia acostumbrados durante largo tiempo a peores brujerías. Terminó la reunión con una amonestación para el alcalde y los concejales, y una exhortación a que no permitieran las infernales presentaciones del circo Taire.

El alcalde y los concejales se fueron muy disgustados para un caramanchel de cantina de mala muerte que existía en la Calle Real, y después de reunir mesas esmaltadas y taburetes férreos pidiendo botellas de guaro, se pusieron a discutir los acontecimientos de la iglesia en medio de comentarios comparativos en los cuales salieron bien librados los roedores de las alcantarillas del pueblo.

Entre más discutían más se acaloraba la sesión y más vociferantes se volvían las exposiciones de cada participante, llegando hasta el punto de que para mayor claridad varios vaciaban verbalmente su alta sabiduría a un mismo tiempo, todos expresaban que estaban inconformes con las tesis expuestas por el párroco aguafiestas. Ni por el diablo iban a echar a perder la exhibición de Kira y su elenco: se expondrían al desprecio de los machos del pueblo y se echaría por “fa” su reelección en los próximos comicios.

Todos los varones del pueblo estaban a la expectativa de la presentación de Kira y no se podían defraudar sus anhelos de observar las cualidades carnosas de La Muchacha del Circo. Ya una multitud del pueblo se aglomeraba en las puertas de la cantina, comentando, riendo y aplaudiendo las sabias decisiones de sus líderes. Finalmente llegaron las doce de la noche y se fueron juntos, con todo el mundo, a palpar y saborear los misterios y deleites de la peligrosa y concurrida vida nocturna de La Montañita.

Al siguiente día la administración proclamó que el pueblo no podía seguir en el atraso material que tenía frente al resto del mundo, por consiguiente se tenía que actualizar y modernizar en el campo de las artes culturales. Se empezaría este trascendental progreso con la presentación definitiva del famoso circo Taire en el Teatro Municipal de Segovia, escenas que tendrían lugar a las nueve de la noche y que serían sana diversión para el pueblo.

El párroco se enfureció con esta decisión, la cual, se dio cuenta, era irrevocable. Redobló sus esfuerzos desde el púlpito y por el altoparlante de la iglesia condenó al alcalde y a los concejales, proclamó que prohibía la asistencia de menores de dieciocho y damas de bien. Finalmente le echó una enorme maldición al pueblo asegurando que no tenía redención y que definitivamente tendría una condena atroz dirigida personalmente por el diablo.

No sé cómo el circo Taire logró traer sus actores, equipo, caballos y tres o cuatro feroces leones por la Trocha de Guacharacas a Segovia, pues aun no existía la carretera a Medellín ni el ferrocarril a la estación de Sofía, tampoco existía el aeropuerto regional de Otú. Seguramente el circo también hizo presentaciones en el camino en Barbosa, Cisneros, Yolombó, Yalí y Remedios.

Todo el elenco se debe haber venido a mula a través del monte, por los barriales y los canalones hondos y angostos que era la Trocha de Guacharacas en aquella época. Seguramente a los bravos y altivos leones los transportaron en jaulas en forma de turega sobre dos o cuatro mulas. Se habla de llevar leña para el monte, pues así debió haber sido la cargada de los leones a través de las selvas del nordeste antioqueño. Nos imaginamos el terror y desconcierto de las mulas al olfatear el hedor de su temerosa carga y oír sus espantosos rugidos. Además ¿cuál sería la reacción y los pensamientos de los arrieros a quienes les tocó guiar esa extraña recua a través de los montes, y cuál habrá sido la actitud de los animales nativos al contemplar la temerosa simetría de estos extraños y majestuosos animales salvajes a través de los barrotes de sus miserables jaulas?

Ya cerca a Segovia el circo paró para hacer varias presentaciones en Remedios, donde fueron muy bien recibidas por los hombres de aquella población y muy repudiadas por su furioso párroco. Finalmente la cabalgata y su recua, todos sucios, empolvados, enlodados, sudorosos y cansados, hicieron su entrada triunfal a Segovia, cruzando las vegas del Guananá, cruzando en forma muy irreverente frente al monumento a la Virgen y subiendo al pueblo por la calle de La Banca. Al lado de la vía se hicieron los curiosos, niños, jóvenes, hombres, mujeres y ancianos, para ver pasar tan singular y vulgar espectáculo, para luego disfrutar de comentarios y relatos durante el resto de la tarde y hasta altas horas de la noche. Cansados mineros aun descamisados, con atuendo de parumas de cuero, botas de caucho embarradas, cascos aún con sus lamparitas de carburo apagadas, llegaban a sus casas en Guananá, La Banca y el pueblo para bañarse y gozar con los nuevos chismes que saltaban de boca en boca: leones, corceles blancos como la nieve, fornidos jóvenes rubios, misteriosos aparatos y personajes con caras alegres y bocas chistosas y muchas cosas más eran los dichosos comentarios que recorrían las calles y las casas del pueblo. “¡Llegó el circo!”. “¡Llegó el vulgar y pecaminoso circo Taire!”. “¡Llegaron los peones con los leones!”. Llegó, sobre todo, llegó la soñada y sublime hermosa Kira con cinco de sus fuertes, altivos y hermosos caballos blancos capaces de poner en ridículo el famoso padrón de Mr. Simpson, jefe de vigilancia de la compañía. Anticipaban con dicha los hombres los exquisitos deleites visuales que sabían ofrecía el circo y que con la derrota del cura estaban seguros de disfrutar.

Llegaron los cansados viajeros a las modestas comodidades que ofrecía el Hotel Segovia de Heriberto Sereno, quien pulcro y tranquilo atendía todas sus necesidades y caprichos. Baño, descanso y comida eran las necesidades inmediatas. Los equipos los descargaron en el salón del llamado Teatro Municipal y fueron encomendados a un vigilante. A los leones en sus jaulas se los llevaron de vuelta a Guananá y fueron puestos al lado del matadero donde el olor a carne y sangre los mantuvo rugiendo toda la noche causando un aterrador desvelo a todo el infortunado vecindario que conocía los caprichos de estos animales en las películas de Tarzán que se presentaban en el teatro. Los hombres del pueblo se desvelaban más bien pensando en las sensuales piernas de la bella Kira.

El Teatro Municipal de Segovia, en aquella época, quedaba en el interior de la alcaldía, sobre el costado norte de la plaza principal. Estaba hecho en bahareque y era de dos pisos. Debió haber sido en otra época una enorme casona con un gran patio empedrado en su interior, donde se resguardaban, cargaban y descargaban las enormes recuas de mulas que llegaban al pueblo. El patio era rodeado por un gran balcón de madera que sobresalía en el segundo piso, tipo de construcción bastante común en el nordeste antioqueño. Este patio, más tarde, había sido cubierto con una gran estructura de madera que soportaba un techo hecho con hojas de zinc. Esto creó un enorme salón que servía de día como recinto para las sesiones del concejo municipal y de noche como teatro. La alcaldía y la cárcel funcionaban en los cuartos que rodeaban el patio en ambos pisos. Los presos ansiaban las presentaciones del circo tanto como los hombres del pueblo, ya que las rejas les permitían una visión al interior del teatro.

Al siguiente día llegó el elenco del circo al teatro a armar sus aparatejos. Hubo mucha trepada a los balcones para armar cuerdas y alambre, se pusieron potentes reflectores y se tendió una maraña de cables eléctricos. Hubo arrumada de rejas para jaulas y tendida de telones, hubo ensamblada de una pista redonda en el suelo y la cubierta de éste con aserrín. Finalmente se tendieron cortinas para formar camerinos y se cuadraron todo tipo de bancas y asientos alrededor de la pista, luego se le hizo el debido aseo al piso y todo quedó listo para la noche del debut en Segovia del famoso circo Taire. Las boletas para la presentación se habían agotado desde la noche anterior, acaparadas por los muy machos del pueblo y hubo reventa con poca oferta y mucha demanda.

 

Ilustraciones: Elizabeth Builes

A las seis de la tarde hubo desfile de matronas y niñas desde la iglesia dirigido por un furioso cura, quien entonaba el rosario y escuchaba el murmullo de responsos mientras piadosos dedos recorrían los bien gastados rosarios. Entre responso y responso el buen padre maldecía el circo Taire, a sus leones y a Kira sobre todo, a quien tildaba de prostituta extranjera y a los hombres del pueblo por dejarse llevar de la lujuria. Volvió a maldecir todo el pueblo: alcaldía, alcalde y concejales y al fin se internó en la iglesia con su tropel de feligreses.

“¡Que viva el circo!”, “¡que viva Kira!”, “¡que vivan los leones!”. Llegaron los mineros en ambiente festivo, cada cual con sus botellas de aguardiente terciadas y tomando a pico de botella, listos para el gran espectáculo a pierna pelada.

Pocos años antes había visto la presentación completa del circo Taire en Medellín, con su gran carpa de cuatro mástiles y tres pistas, su magnífica orquesta uniformada que tocaba marchas patrióticas de aquella época de guerra; conocí su multitud de animales, leones, tigres, cebras, elefantes, jirafas, chimpancés, perros amaestrados; sus actores, los trapecistas, los malabaristas, los payasos, los domadores y por supuesto a la bella Kira y sus magníficos caballos. También había visto el famoso circo Olimpia en Londres y años después iba a ver el más famoso de todos, una presentación de Wringling Brothers y Barnum and Baily en Nueva York. En realidad lo que había llegado a Segovia no era ni sombra del circo Taire, sino un grupo de sus actores y animales.

El estreno del circo en Segovia no me tocó pero me imagino que debió ser tremendo espectáculo para un pueblo de ese tamaño, tanto en la pista como entre la borrachera y la lujuria del público asistente, y en el parque frente a la alcaldía donde se reunió el párroco con lo que quedaba de sus protestas. Los comentarios del día siguiente fueron favorables, llenos de grandes elogios para Kira y sus maravillosas piernas, su pequeña falda brillante y sus relucientes calzones blancos que apenas se podían ver momentáneamente durante piruetas sobre los caballos.

Pocas noches después fuimos los niños a la presentación del circo, al fin y al cabo éramos los hijos de los demonios ingleses, ateos a quienes no cobijaban las maldiciones del cura. Nosotros ni siquiera nos dimos cuenta del problema habiendo visto circos en otras partes.

El estreno del circo en Segovia no me tocó pero me imagino que debió ser tremendo espectáculo para un pueblo de ese tamaño, tanto en la pista como entre la borrachera y la lujuria del público asistente, y en el parque frente a la alcaldía donde se reunió el párroco con lo que quedaba de sus protestas. Los comentarios del día siguiente fueron favorables, llenos de grandes elogios para Kira y sus maravillosas piernas, su pequeña falda brillante y sus relucientes calzones blancos que apenas se podían ver momentáneamente durante piruetas sobre los caballos.

Aunque era niño, recuerdo bien el interior del Teatro Municipal en aquella noche: primero la tanteada para sillas o bancas en la semi oscuridad, luego la prendida y el baile de los rayos de los reflectores sobre los balcones, la pista reluciente y las trompetadas de la Banda Municipal que amenizaba la velada. Los payasos en la pista haciendo sus chistes y dándose sus sorpresivos golpes para hacer reír a un público alegre. Los acróbatas que en lo alto, casi al nivel de los balcones, se columpiaban temerariamente por los aires, y los aplausos de la bancada de chiquillos. Los malabaristas con sus extrañas botellas de palo en el aire que nunca dejaban caer, el redoblar de los tambores en los momentos críticos cuando todo el mundo contenía el aliento, la armada de la jaula de leones sobre el piso de aserrín y el guapo y sudoroso domador que los hacía saltar con su y látigo de un puesto a otro, brincar de un lado a otro y sobre todo abrir la boca, mostrar los temibles colmillos y rugir. Aplausos y más aplausos, silbidos y gritos de la borracha bancada.

lFinalmente después de más payasos y risas, con estampida de pies, silbatos, aplauso y gritos de aprobación, la diamantina Kira con sus albinos y perfectos caballos. La pequeña hada alemana de esbeltas piernas manejaba sus largos látigos a la perfección, haciendo correr sus cinco caballos alrededor de la pista. Chasqueando el látigo les indicaba la orden para parar, reversar su briosa carrera o arrodillarse. Todos estos movimientos al son de los trompetazos de la Banda Municipal.

Llegó el momento culminante y hubo nuevos aplausos, gritos, silbidos y estampilladas de pies en la gran barra de borrachos jubilosos. Kira, ágilmente, saltó al lomo de un corcel en movimiento parándose en él mientras los demás caballos seguían su carrera alrededor de la pista. Sobre las ancas de la bestia hacía chasquear sus largos látigos mientras guardaba el equilibrio con la gracia de una bailarina de ballet con bata corta y cucos al público. Hubo gran manifestación de aprobación y entusiasmo de la bancada de los borrachos. Luego Kira empezó a hacer saltos mortales sobre el lomo del caballo en movimiento lo cual causó locura entre la bancada de borrachos admiradores. Como punto culminante Kira hizo saltos mortales de una bestia a otra hasta completar los cinco del ruedo. Esto causó absoluto delirio y mucha empinada de codos y botellas de aguardiente entre los románticos e ilusionados de la barra. Kira mandó guardar sus caballos e hizo múltiples venias de agradecimiento al público que enloquecido hacía retumbar el teatro a gritos y aplausos de entusiasmo: “¡Otra!”, “¡otra!”, “¡otra!”, repetían y repetían, y Kira los complació con muchas otras esa noche. Finalmente el persistente cura y sus beatas desocuparon la plaza, los niños se fueron para el campamento de la empresa, Kira y su elenco bien custodiado se fueron para su hotel, la banda que ya estaba borracha y los felices borrachitos se fueron a armar bacanal en el barrio La Montañita. Al fin reinó la paz y la tranquilidad en la plaza principal del pueblo quedando como único ruido en el silencio el zumbido de los grillos.

Muchas veces he reflexionado sobre la pequeña alemana. Me pregunto cómo se sentiría actuando en un pequeño pueblo metido en la selva colombiana después de haber actuado ante emperadores, reyes, zares y toda la nobleza europea, además de presidentes y dignatarios de los países de América. ¿Estarían sus pensamientos en su niñez de Hamburgo? ¿En sus padres? ¿En los tremendos bombardeos y depravaciones que sufría la Europa de entonces? ¿Se sentía desterrada por no poder volver a Europa en medio de una guerra? Me preguntaba si sabía cuál era su popularidad en los pequeños teatros de los pueblos, la atracción que ejercía en sus admiradores delirantes. Y fundamentalmente, ¿cuál era su razón de hacer largos, duros y hasta peligrosos viajes a estos pequeños y, en el contexto mundial, casi desconocidos pueblos de Suramérica? Más adelante sabría la respuesta a esta última pregunta.

De Segovia el elenco siguió por la trocha de Zaragoza donde una noche se les escapó uno de los leones. Debe haberle ido muy mal en el monte pues se encontró con un par de sorprendidos jaguares que nunca habían visto o soñado a semejante bestia. Entre los dos le dieron una enorme paliza escuchada por el aterrorizado elenco. Ya al siguiente día el león muy maltratado y mordido amaneció en su jaula abierta, arrepentido de su corta escapada.

Presentaciones en Zaragoza, San Marcos, Mompox, El Banco y Magangué fueron repeticiones de los escenarios presentados en Segovia. Finalmente en Barranquilla se unieron con el resto del circo Taire y viajaron para República Dominicana. Posteriormente hicieron un tour en Venezuela siguiendo a Willemstad en Curazao. Allá embarcaron otra vez para Colombia y navegando hacia Santa Marta, el buque fue torpedeado frente a la costa de La Guajira por un submarino alemán y hundido, perdiéndose el gran circo Taire y parte de su elenco. Kira sobrevivió y después de llegar a Barranquilla desapareció de la escena por algún tiempo.

Más tarde apareció en primera página de la prensa colombiana el titular: “Espía alemana muerta en la Ciudad de Panamá”. Y procedía a informar que el FBI había matado a Kira, en su cuarto, en un prestigioso hotel de Ciudad de Panamá, que se trataba de la famosa domadora de caballos que había viajado por toda Latinoamérica. Informó además que era quinta columnista del partido nazi quien, disimulada como actriz de circo, había mostrado siempre gran interés en bases militares y aéreas, buques navales y movimientos de buques comerciales, planos de aeropuertos, ferrocarriles y carreteras. Finalmente siempre buscaba la amistad de los políticos importantes y los altos mandos militares de los países que visitaba. La información la mandaba en clave a Berlín a través de radiotransmisores que tenían otros quinta columnistas en Latinoamérica.

La habían seguido cuando estaba espiando las esclusas de Miraflores del canal de Panamá y la base aérea de Allbrook del comando sur norteamericano de la zona del canal. Así terminó la vida de una pequeña alemana rubia, lejos de su nativa Hamburgo y su hogar. Otra víctima de doctrinas fanáticas y estúpidas, producto del medio ambiente que le asignó el destino en su niñez. Los viejos verdes de los pueblos y algunos de nuestras ciudades todavía sollozan y se llenan de anhelos cuando recuerdan a Kira, La Muchacha del Circo.

Pocos años después en el barrio Aranjuez, en Medellín, hubo un antioqueño muy pero muy varado, mejor dicho, en la olla, así como nos ha tocado a todos los antioqueños en un momento u otro. Este antioqueño hambriento y deshilachado se pasaba días y noches enteras echando cabeza sobre cómo volverse millonario, así como la pasamos haciendo todos nosotros. Finalmente después de reventar cabeza se le prendió el bombillo y se puso las pilas. Primero compró un pedazo de linóleo flexible, confeccionó un rodillo especial con un viejo rodillo de panadería, luego encontró una horqueta vieja de bicicleta y la amplió de tal manera que le cupo el rodillo. Sobre la lámina de linóleo del mismo ancho del rodillo cortó y dejó en alto relieve la figura de Kira, La Muchacha del Circo a quien había visto actuar una noche en Marinilla, su pueblo natal. La recortó mostrándola sobre su brioso corcel con falda muy cortica y piernas muy lindas. Está parada sobre las ancas del caballo saltón y en sus manos tiene los látigos largos que está haciendo chasquear. Terminada la obra de arte, envolvió y pegó la lámina de linóleo alrededor del rodillo, de tal manera que cuando se metía el rodillo en un charol de pintura para luego aplicarla en un papel, empujándola hacia adelante, dejaba repetidas y bellas imágenes de la esbelta Kira en el circo.

En aquella época de guerra la pintura era escasa y aún no se había inventado el vinilo. Los antioqueños todavía acostumbraban empapelar las paredes interiores de sus casas pues consideraban los diseños elegantes. Muy bien para los ricos que compraban fino papel con bellas estampas traído de Estados Unidos o Europa. Pero a la gente humilde también le gustaba estar de moda y anhelaba paredes estampadas con figuras. Pues nuestro genio antioqueño viajó por todo el departamento y tal vez a otras partes del país decorando con la estampa de Kira miles de paredes y hasta cielo rasos, dejando huellas más perdurables que la vida para esta brillante alemana.

Me he encontrado con Kira, La Muchacha del Circo, en infinidad de casas y hoteles de pueblos antioqueños, gracias a este ingenioso que debió haberse vuelto rico con su rodillo.

Muchas veces cuando me recuesto en algún humilde cuartico de hotel de pueblo y miro alrededor, resalta la alegre figura de Kira quien cabalga airosa alrededor de las paredes y hasta en el cielo raso en una eterna repetición de figuras. Inmediatamente mis pensamientos regresan a la presentación de la mujer en el Teatro Municipal de Segovia, luego apago la luz y en mis sueños veo otra vez la magnífica figura cabalgada de Kira.

Había en el hotel Unica Intercontinental cinco cucarachas de Bolombolo y Kira bailando en su caballo palomino alrededor de las paredes. Pero pintaron los muros y ahora Kira cabalga bajo vinilo blanco. Años después, otro antioqueño fracasado, con ganas de plata, aprendió a pintar palmeras, todas exactamente iguales. Contrataba la pintada de una de sus grandes palmeras sobre cada una de las paredes de los cuartos, en este caso encontramos a Kira, La Muchacha del Circo, repetidas veces, infinidad de veces, cabalgando detrás de las palmeras del pintor. UC

 
Ilustraciones: Elizabeth Builes
 
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