Número 82, diciembre 2016

No saben cuántas cosas pueden hacer
con un pedazo de cartón y algo de tinta.
 

Activismo y despecho
Ronal Castañeda. Fotografías por el autor

 
 

“This is America!”. Estados Unidos de América, un país de contradicciones. Lo mejor de lo peor y lo peor de lo mejor. Su presidente electo, Donald Trump, es producto de esa contradicción. Y gústele a quien le guste, sigue siendo un país ineludible.

En medio de una protesta contra Trump, pocos días después de haber ganado las elecciones, alrededor de doscientas personas se enfrentaban en la Trump Tower a dos hombres blancos, ciudadanos norteamericanos defensores de Trump. No hubo agresiones, no hubo insultos. “This is America!”, gritó uno de ellos. Desde la primera enmienda de su Constitución, el país declaró su defensa acérrima de la libertad como valor más alto, cosa que no parece muy clara en todos los países. En la palabra y la acción, cada ciudadano construye ciudadanía. He conocido muchos inmigrantes latinos residentes, ciudadanos e indocumentados. Los inmigrantes indocumentados son quienes más temen retaliaciones del nuevo gobierno. No hay desesperación pero tampoco esperanza. Es una calma chicha, mirada con mofa y despecho: al día siguiente el chiste era qué tipo de maleta sería mejor comprar para el viaje de regreso a casa y si alcanzaban el Black Friday para agarrar buenos descuentos. Estas manifestaciones y protestas públicas dejan ver la incomodidad de inmigrantes de todo el mundo que temen por su futuro y el de sus países.

Expresiones políticas

El subway de Nueva York, un mito en sí mismo, transporta más de ocho millones de pasajeros diarios, diez veces más que el metro de Medellín. Tiene un departamento dedicado exclusivamente al arte, el MTA Arts & Design, cuyo fin es incrementar la experiencia del usuario con los lugares a los que llega. Así, te topas con las increíbles esculturas del artista Tom Otterness en la 14th St. con la 8th Av., una mirada caricaturesca de la política y la corrupción en Nueva York cuando se construyó el subway hace más de un siglo. En el subway te encuentras con mosaicos, esculturas, breakdancers, músicos, grafitis. Justo en la estación 14th St. Union Square, una de las que más movimiento artístico tiene, se encuentra el muro que Donald Trump no esperaba. Miles de post-it con mensajes de ira, frustración, esperanza y amor, dirigidos al multimillonario; una especie de muro de confesiones y lamentos, imaginado por el artista Matthew Chávez, Levee, con miles de mensajes de personas que expresan lo que sienten en un pequeño papel de pegatina. Se volvió un lío y no había muro para tanto mensaje. “Los musulmanes, mexicanos y mujeres no son nuestro enemigo. Somos uno”. La gente empezó a replicar el muro en otras estaciones. “Amor + acción: cambio”. “Este es el muro que importa”. “Las cabezas más frías pueden prevalecer”.

No sé si este muro se podría siquiera imaginar en Medellín. Hace poco el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, también puso su papelito e insistió en las libertades individuales de los neoyorkinos y los inmigrantes. Un arrebatado gesto en un momento político donde la angustia y la zozobra empiezan a calar, en un país con más de 55 millones de habitantes latinos, es decir, el diecisiete por ciento de la población.

Así, aparecieron propuestas de todo tipo. Fue como supe de Indecline, un colectivo anónimo de artistas, grafiteros y activistas políticos con toda una cantidad de proyectos provocadores. Su trabajo se concentra en las injusticias sociales, económicas y políticas de los gobiernos, las corporaciones y lo que llaman las “fuerzas del orden”. Este es su panorama: “A pesar de lo que hayan tomado, continuamos peleando por lo que queda”. Anarquía fresca.

A principios del año pasado, el colectivo rompió el récord mundial del grafiti ilegal más grande del mundo, pintado en una pista militar abandonada en el desierto de Mojave, California, el mensaje: “This land was our land”. Para octubre de ese mismo año, en respuesta a varias declaraciones de Trump acerca de que los mexicanos eran violadores, el colectivo irrumpió con un mural en la frontera con México, cerca al aeropuerto de Tijuana, que decía: “Rape Trump”. Uno de los miembros anónimos decía: la controversia funciona mejor.

Hace tres meses, el colectivo hizo una serie de réplicas a escala humana de Trump desnudo, barrigón, varicoso, con el rostro constipado y con un diminuto pene sin bolas. La estatua fue llamada The emperor has no balls, título tomado irónicamente del cuento de Hans Christian Andersen The emperor’s new clothes. Fueron ubicadas las réplicas en diferentes ciudades de Estados Unidos, una de ellas Nueva York, en Union Square Park, donde estuvo durante unas cuantas horas hasta que las autoridades del parque la retiraron. Se han hecho varias réplicas desde entonces y, actualmente, desde su sitio web el colectivo recibe donaciones a cambio de estas estatuas a escala humana. Trump apoyando la causa.

Discusión pública

En el sótano de la Metropolitan Baptist Church en Harlem hubo una discusión pública sobre cómo resistir contra Trump dirigida por la organización internacional Socialist Alternative. Allí se reunieron estudiantes, profesores, trabajadores y personas interesadas en construir una agenda pública contra la ola sexista, racista y xenófoba que se ve cada vez más en las calles.

Pareciera un arcaísmo hablar de socialismo en una de las ciudades del mundo más monopolizadas por el mercado. Los asistentes hablaban sobre cómo hacer una oposición activa a Donald Trump. Uno de ellos se paró en frente de los asistentes y dijo: “Si quieren unirse, únanse; pero si no se quieren unir, propongan otra organización. Lo importante es que no nos quedemos parados”.

Ese era James D. Hoff, profesor de inglés y literatura de The City University of New York, quien luego me comentó de tres reuniones que habían tenido en Nueva York esa misma semana en Brooklyn, Queens y ahora en Harlem. Para él lo más sorprendente fue la marcha de más de seis mil personas el día después de la elección por Union Square. “Lo que yo dije fue que no es suficiente luchar solo contra Trump, un personaje creado por el sistema capitalista. Cuando el capitalismo está en crisis o declinando, y lo vemos a lo largo del mundo, la gente tiene dos direcciones para escapar de ello. Y eso es lo que estoy diciendo que está pasando ahora en Estados Unidos. Todo el mundo piensa que la gente votó por Trump; la verdad es que todos ellos están hartos del establecimiento, del neoliberalismo”.

Involucrarse. Unirse. Construir. “Sabemos que en este momento lo más importante es movilizar”, decía Sandy Arias, joven estudiante estadounidense de padres mexicanos, quien además hace parte de Alternative Socialist, una de las organizaciones líderes en la actualidad de construir una agenda en contra de Trump.

Lo indiscutible es que han incrementadolos ataques contra musulmanes, inmigrantes, mujeres y grupos LGBTQ (y todas las siglas que falte inventar). Las olas de protestas han sido proporcionales al tono desafiante del presidente electo. Es un principio de la sicología humana que cuando se habla y se hace visible algo que permanecía oculto, hay tendencia a que suceda muchas más veces.

Y tal vez esa sea la razón principal por la que el movimiento Black Lives Matter ha crecido y se nombra tanto en las calles. El movimiento nació hace cuatro años con el interés de defender las vidas de los negros, luego del asesinato impune de un joven afroamericano.

En la película Nightcrawer (2014) el editor le dice al reportero que no quiere tomas de latinos o negros muertos, quiere tomas de personas blancas asesinadas. Esa es la noticia, es lo que importa. No es un secreto, pero en términos generales, ha habido discriminación judicial, desinterés mediático e invisibilización política en contra de los negros. Tal vez no sean acciones deliberadas, pero suceden.

Porque toda vida importa... aparentemente. No muy alejado de la realidad, en la agenda política y mediática se ha moldeado y esquivado, un término por otro: All lives matter. Sofismas de distracción. Ese suave balanceo de términos, sa moldura moral que disfraza lo ético en un “todos importamos”, desvía la atención principal: #BlackLives- Matter. Generalización como pérdida del detalle. Como decía un tuitero, decir #AllLivesMatter es como ir al doctor por una fractura en el brazo y este te dice: todos los huesos importan.

 

Fotografía: Ronal Castañeda

Ejercer la ciudadanía

Una de las opiniones públicas más escuchadas actualmente en los Estados Unidos es la del documentalista Michael Moore, reconocido mundialmente por abordar los temas más polémicos de la sociedad norteamericana actual: globalización, 9/11, el sistema de salud, economía, guerra y, más recientemente, Donald Trump. Como profeta inesperado, predijo la victoria de Trump desde julio de este año con un artículo llamado: “Cinco razones por las que ganará Trump”. Luego, el día después de las elecciones posteó en su cuenta de Facebook una “lista de cosas para hacer después de elecciones”, y hasta el momento que se escribe este artículo más de doscientas mil personas lo habían compartido y más de veinte mil lo estaban comentando. Léanlo.

En una entrevista para LA Times, Michael Moore rechaza que se le acuñara como activista. “No soy activista, soy un ciudadano. Es redundante decir que soy activista. Todos deberíamos ser activos”. A través de su perfil de Facebook abre una ventana pública a las decisiones ciudadanas. Le escribe a Obama, a Trump, invita a recoger firmas para el reconteo de votos, y hace sus temerarias “listas de cosas para hacer”.

Por estos días había llegado el documentalista a la Trump Tower en la 59 St. Columbus Circle Station en una de sus clásicas puestas en escena donde él es el protagonista, con su gorra deportiva, talante bonachón, sujeto pasivo, inofensivo, pero como ciudadano con cara de interrogante e inquisidor. La fórmula Moore le ha funcionado muy bien y le ha dado el reconocimiento que tiene hoy, por su efectividad y precisión, aunque a veces se pasa de rockstar. Véanlo.

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En la ciudad desde la que escribo este artículo, Nueva York, los ciudadanos se manifiestan activamente en los espacios públicos, las expresiones políticas emergen de cualquier parte: marchas, protestas, seminarios, discusiones públicas, las llamadas “interrupciones sociales intencionales”, jornadas grafiteras y hasta jam sessions, para organizarse en contra de las políticas y agenda de un presidente que la mayoría de sus ciudadanos no quiere y que, por un sistema electoral antediluviano, fue elegido. No saben cuántas cosas pueden hacer con un pedazo de cartón y algo de tinta: “Love Trumps hate!”, “Not my president!”, “My body, my choice; her body, her choice”, “Pussy grabs back”, “Sauron will fall”.

Durante todo el año ha habido miles de manifestaciones en todo el país en contra de Donald Trump. En un día después de las elecciones pude contar 37 manifestaciones en diferentes lugares de Manhattan, y de todo tipo: sindicalistas, trans, estudiantes, hipsters, músicos, afros, inmigrantes, emigrantes, latinos, ciudadanos, ilegales. Casi todos están preparando nuevas marchas y protestas el próximo 20 de enero, cuando tomará posesión el nuevo presidente de los Estados Unidos.

Poderoso, imprevisible, showman, arrogante y, ante todo, temerario. Donald Trump es un fenómeno. Desde que empezó a sonar su nombre para ser presidente de los Estados Unidos han corrido aguas sucias en la política. Sobre la marcha quedaron atrás grandes líderes, la batalla final fue entre un multimillonario que nunca ha ocupado un cargo público y la primera mujer en la historia del país que podría llegar al Despacho Oval, un reality preciso para dirigir el país más poderoso del mundo. ¿Tendrá algo nuevo para contar House of Cards?

Cada comentario de Trump es una bomba. El dólar se disparó cuando ganó las elecciones. Cada vez que el futuro presidente comenta algo desde su cuenta de Twitter propicia un nuevo tema para una manifestación. De algún modo Trump es irresistible, es una carta abierta no al activismo político, sino a ejercer como ciudadanos, implacables.UC

Fotografía: Ronal Castañeda

 

 
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