Número 94, febrero 2018

A dos minutos del apocalipsis
Guillermo Cardona. Ilustración: Tobías Arboleda

 

Ilustración: Tobías ArboledaEl Boletín de Científicos Atómicos (BAS, por sus siglas en inglés) saludó el 2018 adelantando treinta segundos el Doomsday Clock, algo así como el Reloj del fin del mundo, del Apocalipsis o del Juicio Final, a juicio del lector.

El año pasado nuestra civilización estaba a dos minutos y medio de la medianoche, pero el incremento de los arsenales nucleares de China, India y Pakistán; las pruebas con misiles balísticos intercontinentales en las que se empeña el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, pese a las protestas de la comunidad internacional; las declaraciones completamente impredecibles que lanza por Twitter el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, jactándose de que su botón es más grande; y hasta los efectos cada más severos del cambio climático motivaron a los científicos a ubicar el Doomsday Clock a dos minutos justos.

El terrible veredicto lo anunció el BAS en Washington en los últimos días de enero, luego de someter el asunto a consideración de su comité de expertos, un selecto equipo editorial donde se incluyen diecinueve Premios Nobel.

Contrario a lo que podría pensarse, en razón de la calidad de sus promotores, no se trata de un sofisticado aparato tecnológico. El Doomsday Clock es más bien un reloj incompleto, un fragmento de reloj análogo, simple y cotidiano, diseñado en 1947 por la pintora Martyl Langsdorf, esposa del físico del Proyecto Manhattan, Alexander Langsdorf. En su primera aparición en la portada del BAS marcó siete minutos para la medianoche.

Las motivaciones para adelantar o retrasar las manecillas del reloj hasta la fatídica medianoche que representa la oscuridad, tampoco responden a abstrusas elucubraciones físicas y cuánticas, ni la decisión está soportada por cálculos o ecuaciones matemáticas. Los responsables de tomar la decisión para el BAS son, obviamente, personas con los más altos pergaminos en los más diversos campos de la ciencia, pero su decisión está sujeta sobre todo a un asunto de percepción, en la que se sopesan no fórmulas y variables, sino la situación política internacional, las diversas guerras que se están librando al momento en diferentes partes del globo, el talante de sus gobernantes y, para este 2018, el incremento de las emisiones de carbono.

El que sabe, sabe

Eso no significa, naturalmente, desconocer la gravedad del anuncio y mucho menos las calidades científicas de quienes toman la decisión.

El reloj se creó, justamente, al final de la Segunda Guerra Mundial, por iniciativa de un grupo de científicos que diseñaron las primeras bombas atómicas y que pudieron comprobar en Hiroshima y Nagasaki la devastación que un arma con tal poder podría significar para la vida en nuestro planeta.

Desde entonces, este tipo de armas han proliferado. Hoy se estima que existen en poder de las grandes potencias y algunos otros países entre trece mil y catorce mil bombas nucleares, suficientes para destruir la Tierra unas tres o cuatro veces. El noventa por ciento de dicho arsenal lo acaparan Rusia y Estados Unidos, pero otros países están en capacidad de desatar el infierno; en orden descendente según su capacidad militar nuclear figuran Francia, China, Reino Unido, Pakistán, India, Israel y Corea del Norte.

Eso sin contar que en el mundo funcionan 447 reactores nucleares repartidos en treinta países, y sesenta reactores más están en proceso de construcción en otros quince. La realidad del cambio climático, las dificultades para producir energías limpias y la escasez y lento agotamiento de los combustibles fósiles han elevado las expectativas del uso de energía nuclear con fines pacíficos. Actualmente, el once por ciento de la energía eléctrica del mundo tiene su origen en plantas nucleares. Un motivo adicional de preocupación, considerando los accidentes ocurridos en Chernóbil en 1986 y en Fukushima en 2011.

Como dijo a los medios la presidenta del BAS, Rachel Bronson, el Doomsday Clock “es un símbolo y lo que queremos decir es cuán cerca o lejos estamos de destruir la vida en la Tierra tal como la conocemos”.

Las manecillas del reloj

Desde su creación, las manecillas del Doomsday Clock han sido ajustadas en unas veinte ocasiones, con márgenes que van de los dos a los diecisiete minutos.

Han estado no tan cerca como ahora en 1949, luego del primer ensayo nuclear de la Unión Soviética. O a los mismos dos minutos, como en 1953, cuando tanto la Unión Soviética como los Estados Unidos hicieron sus primeras pruebas con armas termonucleares.

En 2018, estamos más cerca de la medianoche incluso que en 1962, cuando a raíz de la Crisis de los Misiles en Cuba, se mantuvo a siete minutos de la hora final pese a que muchos consideraron que el reloj debió haberse adelantado.

En 1991, con la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, además de los acuerdos para la reducción de armas suscritos por Washington y Moscú, el reloj alcanzó su mayor distancia de la hora final: diecisiete minutos.

Lo cierto es que ningún país, luego de Estados Unidos en Japón, ha utilizado sus arsenales con fines militares. Sin embargo, basta que a algún dirigente de los nueve países con poder nuclear se le ocurra prender la mecha para que se desate el armagedón.

¿Qué será de nosotros luego de una hecatombe nuclear? Albert Einstein dijo: “No sé con qué armas se luchará la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta se peleará con palos y piedras”. O quizá podríamos también recordar a la impertinente y siempre sensata Mafalda quien, luego de leer en la prensa las declaraciones de un experto que aseguraba que entre el arco y la flecha y los misiles teledirigidos era realmente sorprendente lo mucho que la humanidad había avanzado en ciencia y tecnología, se arrellanó en el sillón para concluir: “Y deprimente lo poco que han cambiado las intenciones”.UC

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