Número 107, junio 2019

CAÍDO DEL ZARZO

ENMASCARADOS DE ANTES
Elkin Obregón S. 

 

El sainete llegó a América, como tantas cosas, en los barcos de los colonizadores. En Colombia, al parecer, se afincó sobre todo en tierras antioqueñas. Sabiamente, su estructura teatral (uno a uno, los actores recitan sus parlamentos desplazándose en círculo sobre una superficie abierta) le permite desplazarse por casas, escuelas, plazas, fincas de veraneo. Renuncia este cronista, por miedo a repetirse, a intentar la descripción del sainete. Te remite, lector, al Testamento del paisa, de Agustín Jaramillo Londoño, quien, por cierto, incluyó el texto de varios en aquel libro emblemático.

Siempre ha admirado este servidor ese género, rabiosamente popular, aunque lo cierto es que solo de niño tuvo ocasión de verlo y oírlo, en la finca familiar donde pasaba las vacaciones; pero recuerda bien esa tropa ambulante que montaban, apenas para diciembre, unos cuantos campesinos de la vereda. Aquellas figuras enmascaradas, ataviadas con trajes de colorines, aquellas voces engoladas, despertaron en ese lejanísimo niño miedo primero, después fascinación. Hace mucho tiempo llegó a mis arcas, no sé por cuales vías, el comienzo de un sainete. Al abanderado corresponde, por así decirlo, alzar el telón:

Yo soy el abanderado
Que viene de la Turquía
A ver si me dan permiso
De entrar con mi compañía (…)
Y con esos o parecidos versos se inicia la función.

Casi ha desaparecido el sainete, pero aún se oficia, al menos, en dos lugares: una zona de San Cristóbal, y San Andrés, vereda de Girardota. San Andrés, reducto afro, se erige curiosamente como fiel sostenedor de esta antiquísima tradición hispánica. Un grupo de estudiosos, encabezados por la investigadora Ángela Sosa y la antropóloga María Teresa Arcila, logró escribir unas semblanzas, por fuerza precarias, de aquellos que dieron allí impulso y fuerza a tan añeja fiesta (el trabajo, admirable, no omite una advertencia: “…sigue siendo un enigma cómo un género teatral del Siglo de Oro español se arraigó en una comunidad campesina y cómo se apropió de él, adaptándolo a su medio). Publicó este estudio Ediciones La Libretería, en un lindo formato que hace poco llegó a este zarzo. Las funciones, como siempre, serán en diciembre. Me propongo ir, si las cosas se dan.

Elkin Obregon

CODA

En mis épocas, el adulto que confesara su afición a los cómics despertaba la curiosidad o el desdén de la gente seria, y solo unos pocos alimentábamos ese vicio secreto. Hoy las cosas cambiaron, por fortuna; no obstante, aún son casi invisibles los que se deciden a escribir sobre el asunto. Una feliz excepción es Felipe Ossa, autor de varios libros pioneros; el más reciente, Cómic. La aventura infinita, acaba de salir del horno. Es una especie de guía, si así puede decirse, de este arte más que centenario; y a lo largo de sus páginas Ossa prodiga su pasión, y reaviva la nuestra. Por lo demás, la edición es impecable y abunda en ejemplos gráficos; pero en ese punto los adictos somos insaciables. UC