Número 107, junio 2019

Rodrigo D en Cannes
Juan Fernando Ramírez Arango. Fotografías: Guillermo Melo

Fotografías: Guillermo Melo

A propósito del Festival de Cine de Cannes, que terminó el pasado 25 de mayo, en 1990 Rodrigo D: No Futuro no pararía de ser aplaudida en la cuadragésima tercera edición de ese certamen, en el que, además de ser la única película en español compitiendo por la Palma de Oro, era la primera colombiana en hacerlo.

Las buenas nuevas acerca de esos aplausos a Rodrigo D se conocerían en Colombia apenas el domingo 13 de mayo, Día de la Madre, en las portadas de periódicos como El Mundo o El Espectador, a través de titulares como “Aplausos a No Futuro en Cannes” y “Más aplausos para Rodrigo D en Cannes” respectivamente. Titulares que pasarían inadvertidos, ya que esas dos portadas y las del resto de diarios del país se las robaban los tres carrobombas que habían explotado el día anterior: dos simultáneos en Bogotá, en los centros comerciales Niza y Quirigua, y el tercero en Cali, en la zona de Invanaco, dejando un saldo total de 26 muertos y más de 200 heridos, y titulares doloridos en letras de molde: “La mafia enlutó el Día de la Madre”.

Esa misma semana luctuosa de 1990 saldrían a la luz varios artículos de la crítica cinematográfica mundial acerca de Rodrigo D: en el primero, publicado el 12 de mayo, a cargo de Luis Alberto Álvarez, los colombianos leyeron, entre otras cosas, lo siguiente: “La manera como quedan plasmadas en imágenes las calles, las casas, las personas, es el primer testimonio fílmico importante de nuestra realidad urbana… Ahora podemos decir que ha surgido una imagen cinematográfica nuestra con dimensión artística y con toda la presencia realista y de verosimilitud que el cine confiere”. Unas imágenes cinematográficas tan nuestras que, un día después, el 13 de mayo de 1990, en el periódico La Marseillaise, en un artículo titulado “Las motos de Medellín”, los franceses leyeron: “Esta película no es de nosotros. No es nuestro universo. No es nuestra cultura. Esta película no cuenta nada. Es un signo de interrogación en el curso del festival… ¿Qué es esta película? ¿Un documental? ¿Una película de suspenso? Todo y nada a la vez. A medida que se desarrolla, se percibe, entonces, la intención del realizador: filmar sin cliché visual el no futuro, suerte cotidiana de la gente humilde de Medellín. En la película, las motos dejan rastros en las noches de esa ciudad, pero ya no tienen nada que llevar: ni civilización ni juventud. Estos muchachos no son ángeles del infierno. Son los niños de la nada y ya no tienen más tristeza. Es difícil comprenderlos. Es difícil verlo. Es por esto que había que hacer una película y hacerla así”.

Ese mismo 13 de mayo, pero en el periódico Il Tempo, Lo Spettacolo, en un artículo titulado “Colombia: Morir a los 16 años”, los italianos leyeron: “No existe un hilo conductor, los episodios se interceptan el uno al otro bajo la insignia aparente de la improvisación, pero existe un orden narrativo en todo y una controlada lógica dramática, se siente que el director no solo está mirando, sabe también narrar, tomando esa realidad que conoce muy de cerca. ¿Convence siempre? De pronto insiste mucho en los detalles, multiplica los personajes alrededor hasta llegar a crear cualquier desorden, interrumpe la desenvoltura de los ritmos saliéndose del tema, pero los resultados a los que aspiraba los logra: el infierno gris de esa juventud sin futuro llega a describírnoslo con las tensiones justas y, sobre todo, logra crear verdaderos personajes salidos de una tragedia actual”.

También el 13 de mayo, pero en el diario ABC, los españoles leyeron: “Los jóvenes hablan con la boca pastosa, visten los retales del punk, se atronan con la música de Siniestro Total y deambulan esquivando a la muerte, o no esquivándola. Gaviria ha instalado la cámara por allí y ha metido en ella a sus habitantes, a quienes recoge a golpes de secuencias entrecortadas, de hipos narrativos: no tienen futuro, ni historias que contar, ni palabras que decir, están ahí solo para que los mires y sepas que allí se madruga a las gentes sin que nadie llore, o que el contenido vacío de una letra de Sid Vicious puede llenar todo un día, o que no tienen más cosa que hacer que liarse lo que les queda de selva y fumársela, y esperar tranquilitos a que alguien los acueste”.

Un día después, el 14 de mayo de 1990, en la revista Time, en un artículo titulado “Lights! Camera! Murder!”, los estadounidenses leyeron: “La actitud de no futuro es el credo dominante entre los jóvenes de Medellín, Colombia, la capital mundial del asesinato: en 1989 fueron asesinadas 4033 personas en esa ciudad, 70% de ellas estaban entre los 14 y 19 años de edad. El 95% de sus victimarios, por su parte, no superaban los 21… Como deja claro el guión de No Futuro, los niños asesinos están emulando a héroes locales de Medellín como Pablo Escobar Gaviria (no relation to the director). Ramón Correa, coguionista de la película, dijo: ‘Pablo Escobar comenzó robando carros, justo como yo, luego se convirtió en el jefe de todo. Él es nuestro modelo a seguir’… Seis de los nueve actores principales han sido asesinados desde que se terminó de filmar la película en diciembre de 1986, entre ellos Carlos Mario Restrepo, quien murió el mismo día que Rodrigo D fue aceptada para concursar en el Festival de Cine de Cannes, a manos de tres adolescentes que le pegaron varios tiros en la cara con una escopeta recortada. Esa generación más joven, dijo Wilson Blandón, alias el Alacrán, uno de los protagonistas de la película, ‘está mucho más loca que nosotros’. Y puede que tenga aún menos futuro por delante”.

Finalmente, un mes después, en junio, en la edición 433 de la legendaria Cahiers du Cinéma, los cinéfilos del mundo leyeron: “Si Rodrigo D escapa a todo perfil tipo, es menos, sin embargo, por exceso de originalidad que por falta de estructuración. De cara a la errancia cotidiana de los jóvenes desesperados de Medellín, Víctor Gaviria no quiso jugar al golpe de las imágenes. Su película capta los estallidos de vida, a veces sin brillo, a veces violentos, a veces simplemente bellos (una mirada, una luz, un sonido metálico de música punk, un pedazo de cielo: se llega casi a la abstracción), sin intentar darle impacto de flashes, recomponiendo lo real. Rodrigo D es una película en bruto que, más allá de toda organización metódica y eficaz del material, encuentra su cometido en la frontera de la contemplación y de la acción. Este extraño acercamiento del cine desorienta pero, por poco que uno se deje llevar por la corriente eléctrica de esta película, ella fascina como un viaje dentro de un nuevo fantástico. Víctor Gaviria tiene la franqueza y la sinceridad de no crear problemas demagógicos (¿cómo salvar a estos adolescentes, qué futuro construirles?) y de conservar una mirada personal. Él mira, él toma el pulso de la vida y, a su manera, el revés de las cosas. Él reencuentra el camino de las historias verdaderas que ya han sido contadas. Víctor Gaviria filma con una naturalidad que es la marca discreta de una verdadera naturaleza de cineasta”.

Fotografías: Guillermo Melo

Posdata 1: Un mes después, el 24 de julio de 1990, en un artículo publicado en el periódico La Prensa, Rafael Chaparro Madiedo, sí, el de Opio en las nubes, escribiría, entre otras cosas, lo siguiente: “Una cosa ha quedado clara con Rodrigo D, el cine colombiano no es el mismo antes y después de esta realización”.

Posdata 2: Un día antes, el 23 de julio de 1990, abriendo el VII Festival de Cine de Bogotá, en el Teatro Colsubsidio, por fin se estrenaría Rodrigo D en Colombia. A la entrada se presentarían disturbios, causados por cientos de punks del sur de Bogotá, de Kennedy, Luna Park y La Fragua, que intentaban entrar sin invitación. En el camino, en un muro, dejarían este grafiti, simbiosis irónica entre el lema del discurso de posesión presidencial de César Gaviria y el título de la película: “Con César bienvenidos al futuro, con Víctor no futuro”.

Posdata 3: A la salida del Teatro Colsubsidio, el genial Carlos Mayolo declararía lo siguiente: “Rodrigo D es una película hiperrealista, que sobrepasa el devaneo con lo sociológico y penetra en la poesía del caos, y en la poesía en sí. Rebasa la poesía del testimonio, que es lo que a muchas cinematografías les costó mucho trabajo por andar sociologizadas. Rodrigo D es un trabajo que trata sobre la sociedad pero sobre una poesía que la misma podredumbre de la sociedad genera. Es un grito de humor negro, es un escándalo lo que produce, deja un sabor amargo y cambia el concepto de los distintos sabores de otras películas. Es una nueva sensación lo que produce y muestra una faceta distinta de un cine que debió haber sido más urgente antes, y no se hizo por bagajes literarios y por otras cosas de nosotros los cineastas”. UC