Número 113, febrero / marzo 2020

Armado en México

Silvio Bolaño Robledo

 

A las costureras de Caldas, que me enseñaron a fumar el peche apañado, o sea hacia adentro

 

Archivo BPP
Producción de cigarrillos Pielroja en la Compañía Colombiana de Tabaco.
Gabriel Carvajal Pérez, 1957. Archivo BPP.

Mi Pielroja es mexicano, luego ya no es. Lo había soñado un par de meses antes de la emboscada: encontraba una canasta con peches en un supermercado. Los paquetes estaban abiertos y tenían pocos cigarrillos. A un lado decía: Hecho en México. No los compré en mis sueños. No soy de ir a supermercados ni en la vigilia: analizo que en el paisaje onírico el almacén soy yo. Algo de mí ha sido comprado, imitado y ahora importado. Algo de mí ya no es la mitad de lo que fue.

Hubo una época en la que los viajeros eran recibidos en Medellín por un monumental indio pielroja que coronaba la plaza de toros La Macarena. Símbolo del matrimonio productivo entre el antioqueño agricultor y el industrial, la mirada altiva del indio significaba que en esta tierra sucedían cosas. Un indio de western americano —porque no es chibcha ni embera pero indio, al fin y al cabo— coronaba la Plaza de Nuestra Señora. El rompepechos me ha acompañado desde 1999; ante mi compañero quiebro esta lanza ante la derrota del gusto de lo propio.

En el mercado internacional de cigarrillos sin filtro el Gauloises es aburridor; el Nazionali, seco; el Romeo y Julieta, negro; el Camel, aguapanela; y el Lucky, una Pepsi. Además de ovalado y de arroz dulce, el Pielroja lleva (llevaba) tabacos perfumados de Santander: el buen peche deja los labios dulces y una que otra rama en los dientes. La ausencia de filtro lo hace ecológico. Es usado por quienes saben para la salud de las plantas. En las selvas colombianas es un valioso material de trueque. Su emblema es obra del maestro Rendón, del movimiento de Los Panidas, que eran trece antes de su suicidio. Hay quien afirma que el poeta León de Greiff sintió culpa por sus versos suicidas: “…cambio mi vida, vendo mi vida / de todos modos la llevo perdida…”; lo único cierto es que no dejó de fumar Pielroja tras la partida de su amigo. El aura romántica del indio huérfano está impregnada en el papel de arroz que ahora es mexicano.

Nuestro peche hoy “es como el hacha de Rivadavia, a la que primero le cambiaron el mango y después el filo”, como dice Alejandro Dolina. Primero compraron la Compañía Colombiana de Tabaco, luego cerraron producción, acabaron las fábricas, dejaron de comprarles tabaco a nuestros campesinos y empezaron a producir los peches en México. Cuentan que en su momento de gloria el divino Joan Manuel Serrat fue raptado por las musas de este cigarrillo cuyas pacas debían enviarle a la Ciudad Condal. Hoy las estilizadas siglas de la CCdeT que aún coronan el paquete de Pielroja mexicano son una fantasmagoría.

Papel célebre en la bohemia, el hampa y las movidas marihuaneras de Medellín desde que tomara el lugar de los Victoria y los Pierrot por 1924. A los camajanes, ahora neas, a veces les da por fumarse los baretos en el papel del peche; y esto desde que existen las neas, la marihuana y los cigarrillos sin trofil, qué le vamos a hacer. Barba Jacob y Epifanio Mejía no desarmaban propiamente margaritas, sino los antecesores de los peches. Cuando no hay cueros es eso o conspirarse la Biblia. Mejía Vallejo, como yo, a veces negaba dar un peche para ese fin: “Fumátelo en pipa, güevetas, que no disfrutás ni el papel ni...”. Daniel Santos, el Patrón, se perdía en los templos de las calles empinadas al amparo de hinchas del DIM, el humo del peche y la dama de los cabellos ardientes. Hasta el presidente Belisario Betancur hizo pública su afición por el indio, y era más godo que Fernando VII. Recuerdo que también los fumaron Gonzalo Arango y Raúl Gómez Jattin, así como para ahondar en el humo del clisé (y dejo una idea de tesis ahí de gratis: De la presencia del Pielroja en el arte del siglo XX, concepto y objeto).

Durante los años que estuve por fuera de Colombia la gente que me quería no dejó morir mi relación con el pielroja. Era un ritual. Quien iba a visitarme llevaba consigo una ofrenda de peches y de guaros. Cierro los ojos y veo a mis amigos y familiares hacer esfuerzos por complacer mi vicio, por complacer los sabores que más falta me hacían, y veo de qué manera el peche ha sido una excusa para establecer vínculos, fortalecer promesas, para el arte de la amistad. Primero las pacas venían con un fino papel que usaba para escribir poemas y cartas de amor: este peche fue testigo. He dejado versos en Pielrojas en todas las ciudades a las que he ido. Cuando los jinetes del neoliberalismo llegaron y la Philip Morris compró al indio se les hizo caro seguir pagando ese hermoso papel y las pacas comenzaron a ser envueltas en plástico. Antes progreso hoy retroceso, pero el pueblo siempre quiere arte.

Una vez, en una tabaquería del aeropuerto de Frankfurt, al regresar de un congreso de traducción de poesía, encontré que vendían Pielroja para liar, para armar, como se fuma el tabaco de manera compulsiva en el resto del mundo. Recuerdo que me animé por un futuro más comercial de mi compañero, y adquirí el producto. No es tan bueno ni tan malo como el Pueblo, la marca más popular entre perroflautas y punkabestias. Pero nunca será un peche. Hace unas décadas un imponente indio pielroja saludaba a los viajeros desde La Macarena antes de aterrizar en el campo de aviación, hoy aeropuerto Olaya Herrera. Ya solo es una marca que se produce en México y se lía en Bruselas. El último Pielroja colombiano lo fumé el 12 de enero de 2020 y ahora firmo esta memoria con un fantasma en los labios, con miedo a que también nosotros seamos comprados para volvernos a hacer.UC

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Universo Centro N°113

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