Número 46, junio 2013

Celulares, bolsos, dinero; al mediodía, en la noche, por la mañana. Los ladrones se explayan en el valle. En el Estadio, en el Centro, en Laureles; en motos, en carros, a pie; con puñales, con fierros, con puntas. Atracos y atracos. Ese es el panorama en Medellín y ya perdimos la cuenta del tiempo que venimos siendo comidilla de ratas. Lo que sí sabemos con certeza es que en el 2011 el colectivo artístico Papabomba se inventó "Me robaron y punto", un proyecto de creación colectiva que invita a que las víctimas de atraco cuenten su historia.

La cohorte digital de Universo Centro se unió a Papabomba para decirle, a usted posible atracado en potencia, que ayude a alimentar esta iniciativa de protesta y escritura. Si lo roban marque el punto en el mapa que hay en nuestra página web y mande su historia a merobaronypunto@gmail.com

Otros ya lo han hecho: la chica que tiene ladrón propio en el Parque Berrío, la señora a la que se le meten al taxi, los que "perdieron" en La 70, el conductor atracador... todas estas historias, simples pero reveladoras, se pueden leer en www.universocentro.com...

Pero por ahora, ya que estamos aquí, lo invitamos a degustar la vinagre revancha de un compañero de causa.

 

 

Historia de un atraco
Me robaron y… qué
 
Pedro Correa Ochoa. Ilustración: Carolina Escobar
 

 

"Qué". Así dijo la ñarria esa. Me miró soberbio a los ojos. Sentí, por milésimas de segundo, que su cuerpo era el mío. Creí la fuerza de mi mano empuñando la navaja. Imaginé la respiración de ese cuerpo delgado agitada como liebre. Sentí ensanchadas de amedrentamiento las pupilas para someter al que tenía en frente, o sea, a mí.

Pero ese "qué" potente, altanero, me devolvió a mi propio cuerpo. Levanté las manos y los hombros, al tiempo, como quien comprende que no hay nada qué hacer. Di media vuelta para seguir mi camino y encontré el rostro solidario de un anciano. "Vea, ni Policía a quién llamar", dijo. Respondí con piloto automático, con un gesto complaciente. Mi mente, como supongo que debe pasarle a todas las víctimas de robos, estaba ya ocupada en lo que "pudo ser".

Pudo ser que en vez de entregar tan servilmente el teléfono móvil, hubiera enfrentado a los dos hombrecillos –sí, a esos enclenques, tan enclenques como yo–. En ese caso, pudo ser que usted no estuviera leyendo este texto en este momento, porque su autor posiblemente sería una estadística de homicidios de Medellín. Y las estadísticas no escriben.

Pudo ser que yo hubiera corrido antes de que me alcanzaran. Desde que me percaté de su presencia, intuí para qué me seguían. "Ey mono, una moneda", me dijo la ñarria esa (adelante Furia mía, desahógate: sí, ñarria, pobretón, inculto, muerto de hambre de barrio pobre, drogadicto amurado que nunca leerá esto porque ni siquiera sabrá leer. ¡Tu mamá es una puta!).

—Nada hermanito, no hay —dije yo, mirándolo de reojo y sin detenerme.

¡Carajo!, vaya usted a saber de dónde putas he sacado yo la idea de que usar expresiones como "hermanito" genera empatía con el gamín o presunto ladrón. Según mi ingenuo postulado, un vínculo verbal de afecto neutraliza su negro asecho. Ahora que lo pienso, es una bofetada a la benevolencia de mi único hermano que yo llame a estos pobres diablos de esa forma. De ahora en adelante los llamaré "amiguito", como lo hace uno de mis amigos ex mejores.

De reojo vi que ante la negativa decidieron seguirme. Sentí en la nuca su olfato de ladronzuelos. Aligeré el paso y ellos lo hicieron. Pensé estrategias: correr hasta la portería de la Universidad de Antioquia, a unos cincuenta metros. Pero no, me imaginé protagonista de esas escenas en las que el ladrón acuchilla a su víctima en movimiento. 

Sí, en tan pocos segundos uno puede pensar tanta mierda. "¿Y si me lanzo a la calle Barranquilla?", me dije. En ese momento el semáforo estaba en rojo. "Atropellado mientras huía de un atraco", imaginé el titular en el Q'hubo. Entonces, no.

 
 
 

 

Me robaron y punto
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Ilustración: Carolina Escobar

Tampoco sirvió la esperanzadora presencia de los caminantes que venían en dirección opuesta a nosotros, unas cinco personas, entre ellas el anciano. "Venga mono", dijo uno de los ladrones mientras me agarraba la mochila. Habían logrado arribarme. Con la otra mano sacó la navaja. "Entregue el celular", dijo el otro, una impúber ñarria, una sabandija desnutrida que parecía no haber comido en meses y, en cambio, haber consumido toda la marihuana producida en meses en Medellín (¡Quieta Furia!). Así que yo, cual venadillo presuroso, saqué del bolsillo de mi jean el teléfono. Mientras lo hacía, imaginé con nitidez el cuchicheo dentro de los automóviles y buses que, ahora sí, se agolpaban sobre la calle. Imaginé la lástima de las señoras, o el obvio "están atracando a ese muchacho" de algún pasajero. Incluso consideré absurdo que justo en las afueras de Ruta N, el ícono de innovación y tecnología de esta ciudad, me estuvieran rapando un teléfono de baja monta.

Los pilluelos dieron marcha atrás. Los miré de nuevo y fue en ese momento en el que me encontré con el "qué" de la ñarria esa. Ellos caminaron tranquilos hacia la carrera Carabobo y yo absorto por la calle Barranquilla, hasta el puente peatonal. "Me acaban de robar", imaginaba que podían leer los demás en un letrero pegado en mi frente. Y eso me avergonzó. Y me avergonzó sentir, por un momento, la negra necesidad de empuñar esa misma navaja y girarla lenta y repetidamente dentro del pecho de la ñarria esa. Y decirle: "qué".  UC

Me robaron y punto
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