Número 48, agosto 2013
CAÍDO DEL ZARZO
 
To fly or not to fly
 
Elkin Obregón S.

 
Contra lo que muchos suponen, no fue Christopher Reeve el primer Supermán del cine. Ni tampoco George Reeves, su antecesor en una serie televisiva. El primero fue Kirk Alyn, quien encarnó al personaje para dos seriales de la Columbia, en 1948 y 1950. (Los seriales eran películas de metraje largo –unas tres horas–, partidas en episodios de quince o veinte minutos, que se iban proyectando semana tras semana. Herederas de los viejos folletines, cada una de sus entregas terminaba en una situación de peligro inminente para el héroe; nuestro interés no era el saber si se salvaba, sino el cómo).

Siempre hubo en el cine los llamados efectos especiales, pero, enfrentados a los de hoy, los de aquellas épocas eran precarios. Para hacer volar a Supermán los realizadores optaron por un recurso feliz; al iniciar su vuelo, se convertía en un dibujo animado; y su trayectoria aérea era muy rápida, para no empañar la ilusión. Ilusión o no, el superhéroe dibujado volaba como nadie nunca pudo hacerlo después. Ni mis recuerdos ni Google me dejan mentir.

Alyn murió en 1999, casi nonagenario, rodeado del afecto de sus viejos fans, quienes siempre lo consideraron –lo consideramos– el Supermán por excelencia; el auténtico hombre de acero, libre de arandelas psicológicas y de secuelas cada vez más pérfidas.

Una cuestión me inquieta a veces cuando pienso en esta persona de doble cara, y es saber cuál de las dos es la verdadera. Muchas veces se ha dicho que la patria de un hombre es su infancia. Clark Kent se crió y se educó en un pequeño pueblo norteamericano, allí tuvo raíces, creció, aprendió un idioma; solo en su adolescencia supo su inicial origen, y aceptó la misión de ser un héroe. Queda pues la duda de saber cuál es el auténtico. Sospecho en ocasiones que el verdadero es Kent, y que su otro yo, con todos sus poderes, es apenas un disfraz, un simulacro. Y que el mayor anhelo de este hombre es consolidarse como un eficaz periodista, llegar a algo con Lois Lane, colgar en el clóset su traje inconsútil y leer un buen libro al calor del hogar. ¿Leer qué? Tal vez a Nietzche, tal vez a Bradbury, tal vez a Gay Talese.

 

Elkin Obregon

 
CODA

En su entrega anterior publicó Universo Centro una crónica de Juangui Romero, "El camión de la familia". El protagonista del relato es su padre, camionero de profesión, y narra su amor por todos los vehículos que tuvo –y tiene–, en especial por uno de ellos, ese "Ford 56, de color azul y carrocería de estacas en tono marfil" que lo acompañó durante 24 años. Entre líneas quedan sus otros amores, a su familia, a su esposa, a sus hijos, el entorno del hogar. Entre líneas, porque el autor deja a los lectores la misión de descubrirlos. Es un texto lleno de afecto, que fluye sin énfasis ni estridencias; comienza en tono menor, y en tono menor concluye, desoyendo sabiamente las normas, hoy tan en boga, que invitan a lo contrario. La crónica es la primera de un libro, Vidas de feria, que publicará Eafit, y que espero tener pronto en mis manos, ojalá dedicado.UC

 

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