Número 105, marzo 2019

EDITORIAL
PENSAR LA CRÓNICA ROJA

Ciudad:
La sombra del soldado se alarga
Sobre los adoquines

José Manuel Arango
 

En Medellín las propuestas sobre seguridad han marcado buena parte de las últimas campañas electorales. La promesa se repite y aparecen las cámaras de vigilancia, el aumento del pie de fuerza, el helicóptero que sobrevuela. Pero al parecer las dinámicas de violencia en la ciudad no obedecen al número de cámaras de seguridad ni al discurso retador a la delincuencia ni a la captura de cabecillas listados en los organigramas de la policía. Las causas son variables en cada territorio, muchas veces inmunes a los esfuerzos oficiales y casi siempre ligadas a la estabilidad del control ilegal en los barrios.

La extorsión ya casi abarca la ciudad completa. Un estudio hecho entre 2014 y 2015 por la Secretaría de Seguridad en 247 barrios y 61 veredas mostró que en 80% de los territorios visitados se hacen cobros extorsivos. La práctica comenzó a finales de los ochenta con la consolidación de las milicias en algunas comunas de la ciudad, lo llamaban impuesto de guerra, “para mantener el barrio limpio”, y lo cobraban sobre todo al sector formal. Luego los paras y más tarde las bacrim fueron ampliando el control, las modalidades de cobro y las puertas en las que se cobra el “tributo”. Los combos se hacen cargo de la logística. Los más jóvenes pasan cobrando el aporte “voluntario” por seguridad. Se hacen rifas forzadas, se venden productos forzados, se cobra por dirimir peleas de vecinos, se imponen multas por violencia intrafamiliar, se consolidan monopolios para la venta de arepas y huevos en las tiendas. Hay que pagar por la seguridad del carro o la moto, por la reforma de una casa, por tener un perro… Una violencia soterrada recorre los barrios, advierte, señala, demarca, intenta mostrar una cara cívica mientras impone un orden que al final promete el destierro o la muerte.

En 2015 la ciudad tuvo la cifra de homicidios más baja en los últimos cuarenta años. Desde ese año Medellín no aparece en la lista de las cincuenta ciudades más asesinas del planeta, pero llevamos tres años consecutivos con homicidios al alza (al parecer vamos para el cuarto con 15% de aumento en el primer trimestre de este año) y la presencia de organizaciones delincuenciales de alcance nacional recorre los bordes de la ciudad y nos convierte en una especie de cluster ilegal. Medellín recibe los espasmos de una guerra mafiosa en el Bajo Cauca, Urabá y el Nordeste, y sufre sus propios temblores por rentas y dominios menores en los barrios. En ocasiones esos pleitos mayores y menores se cruzan, se alimentan, se confunden.

Solo una discusión más compleja e informada sobre nuestra violencia hará tangible una mayor posibilidad de exigir como ciudadanos, de pensar aportes más allá de las administraciones, de reconocer avances y señalar estancamientos y retrocesos. En Universo Centro queremos aportar a ese diálogo un poco más allá de la exaltación, los llamados al linchamiento o el silencio que deja la impotencia. Pensar la crónica roja” será un foro de dos días y nueve charlas sobre homicidio y crimen organizado en Medellín y otras ciudades colombianas. A continuación, una pequeña muestra de tres lentes para que se animen al diálogo que tendremos el 10 y 11 de abril en la Universidad Eafit y la Biblioteca Pública Piloto.

Las cincuenta ciudades más violentas del mundo

México tiene su peor momento dentro del ranking en los últimos diez años. Tijuana repitió en 2018 como la ciudad (con más de 300 000 habitantes) con la más alta tasa de homicidios del mundo. México tiene 15 en el listado general, en 2015 tenía 5, y por primera vez en nueve años superó a Brasil en ese triste liderato. De las 5 ciudades más violentas, 4 son mexicanas: Tijuana (138/100 000 habitantes), Acapulco, Juárez y Victoria (87/100 000 habitantes). Brasil tiene 14 en el listado de 50 y Estados Unidos aporta 4 (Saint Louis, Baltimore, Detroit y New Orleans), dos de ellas con una tasa igual que las dos colombianas que figuran en la lista: Palmira en el puesto 27 y Cali en el 31. La buena noticia del año para Colombia fue que Cúcuta salió del grupo. Caracas, con grandes vacíos en los datos, es tercera con una tasa de 100 homicidios por 100 000 habitantes. Para hacerse una idea, Medellín cerró el año pasado con una tasa de 24,75/100 000 habitantes, lejos de New Orleans que cerró el registro de 50 con 36,87 homicidios por 100 000 habitantes.

Medellín 2019

Los tres primeros meses del año han presentado más homicidios frente al mismo periodo del año anterior. El aumento de asesinatos ya roza el 15% y el occidente de la ciudad acumula el mayor porcentaje de casos. Altavista (14), San Cristóbal (11), Robledo (15), La América (17) y San Javier (12) concentran más de la mitad de los homicidios y en la mayoría de los casos aumentos mayores al 100% respecto al primer trimestre de 2018. Los homicidios de mujeres continuaron bajando, algo más de 30% el año pasado y 33% este año, donde se han presentado 6 casos. Solo 6 territorios de los 20 que suman comunas y corregimientos han disminuido el número de homicidios en lo corrido de 2019. La violencia sigue variando según pequeños pactos entre bandas u órdenes más claras desde los grandes jefes delincuenciales, al menos 13 de las 21 grandes empresas criminales tienen presencia en Medellín.

El Centro de la ciudad

El Centro de Medellín es desde hace décadas la comuna que más suma homicidios en la ciudad. Es lógico dado su tamaño y el millón doscientas mil personas que lo transitan todos los días. Pero 2019 parece marcar un hito contra esa lógica. En los primeros tres meses del año se han presentado casi los mismos homicidios en Altavista, un corregimiento con 18 000 habitantes, que en el Centro, la llamada Comuna 10. La América tiene más homicidios que el Centro y Robledo y Belén están muy cerca. La Comuna 10 o La Candelaria completó casi 40 días sin homicidios, el mayor periodo desde que el Sistema de Información para la Seguridad y la Convivencia (SISC) comenzó a entregar cifras en 2003. En el Centro se presentaron 103 homicidios en 2017 y 108 en 2018, eso constituye cerca del 17% del total de muertes violentas en la ciudad. Este año van 15 homicidios en el Centro, un poco más de la mitad de los sucedidos en los tres primeros meses del 2018 y menos del 10% del total de la ciudad hasta el 31 de marzo. Algo está pasando en el Centro, ¿un desplazamiento de la violencia, un “enérgico” control ilegal, una efectiva vigilancia en los puntos críticos (Villanueva, Estación Villa, Prado, Barrio Colón), una atención distinta a los habitantes de calle que son víctimas recurrentes en la zona? A diferencia de lo que ocurre en el resto de la ciudad, las muertes en el Centro son provocadas en su mayoría por armas cortopunzantes (67%). Una señal de las riñas como factor clave de las muertes en el Centro y de las mañas de los combos para disfrazar sus crímenes selectivos de casualidades colectivas. Según fuentes oficiales, tres casos fueron producto de riñas, dos por reacción a hurtos, uno en procedimiento de la Fuerza Pública y uno más “asociado a Grupos Armados Organizados”.

La violencia, a pesar de ser tema permanente en las calles y esporádico en los medios, poco se trata de una manera profunda e informada en espacios abiertos a toda la ciudadanía. Medellín tiene que hacerse sus preguntas más difíciles en escenarios públicos, oír a quienes han investigado nuestra historia reciente de ilegalidad. Para no dejar que los temas más relevantes sean solo comidilla de los periódicos que ruedan en taxis y cafeterías, invitamos a estos dos días de reflexión sobre causas, escenarios, acuerdos, intentos institucionales, fracasos e historias de ficción alrededor de los homicidios que se cometen en nuestras calles. UC

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