Número 105, marzo 2019

Tríptico de parlache
Juan Fernando Ramírez Arango. Ilustraciones: Samuel Castaño

1. Metrallo

Ilustraciones: Samuel Castaño

Trece años después de que se popularizara el término “aldea global”, Medellín haría su debut en Newsweek, al ser declarada por ese semanario la ciudad más peligrosa del mundo. Ese año, 1981, el índice de homicidios por cada 100 mil habitantes de la ciudad más peligrosa del mundo fue 56, 24 más que, por ejemplo, Nueva York, siendo el año más violento de la historia de La Gran Manzana, como quedaría reflejado en el título de la tercera película de J. C. Chantor, A most violente year, de 2014, pero que transcurre, obviamente, en 1981. Cinco años después, en 1986, el índice de homicidios por cada 100 mil habitantes de la ciudad más peligrosa del mundo sería 123. Como si ese 123 hubiera sido una llamada de emergencia, ya que esa cifra de inflexión inauguraría el homicidio como primera causa de mortalidad general en Medellín, ese año haría su aparición el primer registro escrito de Metrallín, sí, el acrónimo entre Medellín y metra, acortamiento de metralleta, en Manrique’s micros y otros cuentos neoyorquinos, del nadaísta Jaime Espinel. Allí, en el prólogo, Espinel escribe: “Estos cuentos conforman un fresco de pompas fúnebres que desde 1702 hasta hoy muestran una ciudad siempre iluminada por un alba negra: Metrallín; aldehuela cuyos embriones se macromanriquean hasta alcanzar el diámetro de mi Manhattan del alma para demostrar que mi generación fue la primera que se asomó a los balcones del planeta del lenguaje”. Posteriormente, en el cuento que cierra el libro, titulado “Suelo ser inmortal”, añade: “Aquel Chicago de los años veinte, el de Al Capone, frente al Metrallín de ahora es un kínder”… Curioso que Espinel haya comparado a Metrallín con Nueva York y Chicago, par de metrópolis que también tienen apodos despectivos, atravesados por la semántica de la hiperviolencia: la primera, en 1975, hundida entre las dos crisis del petróleo, fue rebautizada como Fear City. La segunda, en 2009, cuando sus muertes violentas superaron a las de la guerra de Irak, fue rebautizada como Chirak… Un año después, en 1987, aparecería el primer registro escrito de Metrallo, acrónimo entre Medallo y metra. Lo haría en un artículo dominical de El Tiempo titulado, precisamente, “De Medallo a Metrallo”, en el que, además, saldría a la luz por primera vez en negro sobre blanco la desautomatización negativa del slogan más conocido de Medellín, esto es, “ciudad de la eterna balacera” en lugar de “ciudad de la eterna primavera”. Allí, Metrallo es descrito como si fuera el Detroit de Robocop, distopía de acción estrenada ese año, 1987, ambos azotados por la violencia y la economía: “A medida que el costo de vida se incrementa, el de la vida, como tal, se redujo: “hasta diez mil pesitos por muertecito”, según declaraciones de un pistoloco en un documental que en la actualidad se realiza en la ciudad. Las estadísticas, por su parte, indican que el índice de homicidios de Medellín es 90.3% mayor que el de Estados Unidos, pero igual dicen que hay 17% de desocupados y ni el campo ni la ciudad son capaces de absorber estos brazos. Por el contrario, cada año impulsan más personas hacia los suburbios”. Situación que contrastaba con la construcción de edificios suntuosos en los barrios privilegiados, que había crecido cien veces en una década, y con la aparición de la llamada “clase emergente”, con la que “la ciudad y sus costumbres cambiaron en forma radical. Las fiestas celebradas por ciertos personajes hicieron época. La gente ahora habla de los mafiosos como quien evoca una fábula dorada. Muchos viven de un pasado mítico de fortunas derrochadas o ganadas por un golpe de suerte y borracheras de una semana. Hasta las chicas del Moulin Rouge de París fueron llevadas a Medellín para animar una noche. Y ni se diga de cantantes y orquestas de talla internacional”. Mientras tanto, las pandillas juveniles de los barrios populares se apoderaban de la cuadra: Los Monjes, Los Alacranes, Los Murder, Los Escorpiones, etc. Estos últimos habían acabado de cometer uno de los crímenes más indignantes de 1987, al liquidar a una niña de 11 años en el barrio Santa Lucía, a manos de su jefe y dos de sus compinches. El artículo, por supuesto, no omitiría a la pandilla juvenil más famosa de Metrallo, la que tomó su nombre de aquella serie televisiva protagonizada por unos comandos acusados por un crimen que no cometieron, comandos que escaparon del presidio y se instalaron clandestinamente en Los Ángeles, sí, Los Magníficos. Uno de sus integrantes declaró lo siguiente: “Hay que tener apartamento y Montero antes de los 20 años. Yo prefiero morirme ya, a los 18, que morirme viejo y líchigo”. Finalmente, como para aumentar el alcance del cañón de Metrallo, en la Universidad de Antioquia circulaba clandestinamente un casete de “Amor por Medellín”, un grupo ultraderechista conformado por 600 individuos, en el que anunciaban que iban a “limpiar la ciudad de indeseables: Pronto comenzaremos a matar a todos aquellos que no sean decentes, o tengan negocios indignos”… Por ese artículo, que cerraría con una frase escrita en un Circular Coonatra, “Si es verraco, viva en Medellín”, Elizabeth Mora, su autora, a pesar de no nombrarlo, fue amenazada de muerte por Pablo Escobar, y desde entonces vive exiliada en Nueva York: “De Medallo a Metrallo degeneró en el sobrenombre por el que mi ciudad ha sido reconocida a donde quiera que voy. Ese reportaje también me costó el destierro. La nota no fue del agrado de Pablo, como se conocía en Medellín a Pablo Escobar. Pablo prometió darle fin a mi vida si él volvía a verme en la ciudad. Amenaza de tomar muy en serio y que cumplió repetidas veces con víctimas en los medios, la política, la ciudadanía, enemigos personales y los agentes de seguridad del Estado”. Tal vez por esa amenaza ejemplar, el siguiente registro escrito de Metrallo se encuentra justo después de la muerte del capo, en La Virgen de los sicarios, publicada en 19941: “Dije arriba que no sabía quién mató al vivo pero sí sé: un asesino omnipresente de psiquis tenebrosa y de incontables cabezas: Medellín, también conocido por los alias de Medallo y de Metrallo lo mató”. Con la muerte de Pablo Escobar Medellín dejó atrás los peores tres años de su historia, 1991, 1992 y 1993, el primero, según Decypol, con 7081 homicidios, y los otros dos no muy por debajo de esa cifra dantesca. Muerte que trasladó el poder narco a Cali, rebautizándola, como quedaría registrado en un artículo de El Espectador publicado en 1995 bajo el título “Hasta las ciudades cambian de nombre”: “Primero fue Medellín, después Medallo y en épocas de crisis, cuando el narcotráfico hizo de las suyas, todos le decían Metrallo. Ahora es Cali: algunos todavía le dicen La sultana del Valle, pero cuando quieren aludir a ciertos carteles prefieren llamarla Calibre. Solo dos ejemplos para comprobar la maravillosa dinámica del lenguaje, que se contamina, se transforma, juega y hasta se burla de nuestras propias crisis”.

Posdata 1: Entre 1989 y 1993 el cartel de Medellín puso tantas bombas en Medellín, alrededor de cien entre las que estallaron y las que fueron desactivadas, que en ese lapso dicha necrópolis pudo haber llevado el alias de Medeboom, así como, por razones similares, entre 1947 y 1965, durante el Movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, Birmingham, Alabama, fue conocida como Bombingham.

Posdata 2: En 2006, tanto Metrallín como Metrallo ingresarían por primera vez a un diccionario, sí, el Diccionario de parlache, en donde compartirían la misma definición: “(Combinación de Metralleta y Medellín). s. Insulto. Se usa para referirse a la ciudad de Medellín en forma despectiva, por su violencia”.

1 Antes, en 1990, en una entrevista en vivo en el Noticiero de las 7, Pilar Castaño, su presentadora, se refirió despectivamente a Medellín como Metrallín, por lo que, pese a haber ofrecido posteriormente disculpas públicas por haber emitido ese insulto masivo en televisión nacional, fue declarada persona non grata en esa ciudad anómica.

2. Parcero

Ilustraciones: Samuel Castaño

En 1985, primer año en que el índice de homicidios por cada cien mil habitantes de Medellín superaría la centena, esto es, 101, aparecería, curiosamente, el primer registro escrito de “Parcero”, sí, la forma de tratamiento para referirse a un amigo cercano, en el título de la última entrega de “S.O.S desde Bellavista”, la legendaria pentalogía de crónicas de Ricardo Aricapa publicada en El Mundo del 10 al 15 de febrero de 1985. “Un Parcerito del cuarto y una Chica del noveno”, es el título de esa quinta entrega. Registro que se repetiría en uno de los pie de foto, el de la imagen a la derecha del título: “Carlos Robeiro Valencia Gómez, alias El Parcerito, uno de los duros del patio cuarto. Tiene más entradas a Bellavista que años de edad”. Tenía 17 años y 22 entradas, todas por robo, era de Manrique, el mayor de ocho hermanos huérfanos de padre.

- ¿Y tu mamá qué dice?
- Ella no dice nada, ya está acostumbrada. Ella es muy pobre, trabaja por ahí en las casas de los ricos. La primera vez que robé fue porque no tenía trabajo y estábamos aguantando hambre.

A continuación, El Parcerito contaría que acababa de salir de la Guayana, tras pasar 21 días en esa zona de castigo, conocida como el infierno de Bellavista, por haber apuñalado a un interno del patio de menores que le robaba cosas del “mercaito” que la mamá le llevaba los domingos. Con ese ajustaba 6 apuñalados en sus 22 entradas. Le quedaban 3 meses de los 20 a los que había sido condenado.

- ¿Aquí te han violado?
- No, mijo, primero muerto que violado.
- Pero, ¿has visto violar pelaos? ¿Cómo lo hacen?
- ¡Uf! Cada rato. Cuando uno llega aquí le dicen: hombre paisanito, yo le regalo una cobijita, un camarotico para que se acueste, es lo único en que le puedo servir, entiende. Entonces le dan un chorro de chocolate, un tinto, la trabita si a uno le gusta, y después se los tiene que dar, o si no lo chuzan y lo destierran del patio…

Aunque Aricapa, lamentablemente, no le preguntaría a Carlos Robeiro Valencia Gómez por qué lo apodaban El Parcerito, hay dos teorías para el origen de “Parcero”: 1) Que es una aféresis de “Aparcero”, vocablo que, según el DRAE, es “Compañero, amigo”, en Argentina, Bolivia y Uruguay. Y 2) Que viene de “Parceiro”, un préstamo léxico del portugués de Brasil que se dio por el contacto entre trabajadores de ese país y de la comuna Nororiental de Medellín en Tranquilandia, sí, aquel gigantesco complejo de diecinueve laboratorios para el procesamiento de cocaína sito en plena selva del Caquetá. Esta segunda teoría la avalan, por ejemplo, Luz Stella Castañeda y José Ignacio Henao, autores del Diccionario de parlache. Y no les faltarían testimonios de habitantes de la Nororiental trabajando en Tranquilandia, uno de ellos, por ejemplo, el de Doña Nena, publicado en La génesis de los invisibles: historias de la segunda fundación de Medellín: “Llegamos en un avión Curtis al que le traquiaba hasta la pintura… En Tranquilandia los caminos los construyeron con canecas porque el terreno es fangoso. Tenían plantas eléctricas, plantas para purificar el agua, casas con gran cantidad de dormitorios y hasta una casita para nosotras las cuatro empleadas de la cocina. Por donde voltiaba, hasta en el corral de los animales, había sofisticación… Yo llegué sana, así como va la res al matadero sin que nadie le diga adiós, pero la incertidumbre me llegó cuando miré la cocina de cocaína, sus vapores apestosos y me sentí en el infierno. En ese momento renegué de mi esposo como nunca lo había hecho, por primera vez le dije: ¡Hijueputa! ¿Por qué tengo que estar aquí, y no al pie de mis hijos?”. Era 1984, el salario mínimo colombiano de 11.298 pesos, y Doña Nena ganaba 23 veces esa cifra, o sea 260 mil al mes sin contar bonificaciones y propinas de los pilotos por servirles la mejor comida y lavarles la ropa. Sí, Doña Nena es la que dos años después haría de Madre de Carlos Mario Restrepo en Rodrigo D, la que sale a fumar mariguana con él la noche que suena Wish you were here, de Pink Floyd, en el velorio de Johncito.

Precisamente Rodrigo D, filmada entre el 26 de octubre y el 30 de diciembre de 1986, prueba que el uso de “Parcero” no estaba muy extendido para entonces: allí no se pronuncia ni una vez, ya que “Loco” era la forma de tratamiento para referirse a un amigo que estaba en boga: la escupen 103 veces en esa película. Sin embargo, tres años después, en Yo te tumbo, tú me tumbas, el documental de la ZDF de Alemania protagonizado por los pistolocos de Rodrigo D que seguían vivos, entre ellos Carlos Mario Restrepo, pasa todo lo contrario: “Loco” no se pronuncia ni una vez, en tanto que “Parcero” se escupe 11 veces, tres de ellas en diminutivo, en forma de “Parcerito”. Un año después, 1990, en No nacimos pa’semilla, “Parcero” sextuplicaría a “Loco” en uso: 18 frente a 3, incluido el primer registro escrito de “Parce”, el acortamiento de “Parcero”: como si fuera la repetición de la entrevista que sostuvo Aricapa con alias El Parcerito cinco años atrás, ocurre en Bellavista y en el último tema que tocaron ambos, esto es, el del modus operandi de las violaciones en esa cárcel: “cada pelado que entra nuevo lo inauguran. Primero se lo camellan, que venga para acá, que aquí queda bien parcerito. Pura carreta, que vacano, que empeñemos esos tenis y el domingo que me traigan un billete los sacamos. Llega el domingo, uy, que falla, parce, no cayó nada. A todo el que llega le montan la carretiada y si no les come el cuento, lo cuñan pa robarlo y por ahí derecho se lo papean”. Un año después, en 1991, en Historias de la calle, libro cuya portada es un fotograma de Carlos Mario Restrepo en Yo te tumbo, tú me tumbas, año fatídico en el que Medellín alcanzaría su máximo histórico en homicidios, 7081, como si se hubiera normalizado la locura a través de “Parcero”, este le daría la última estocada en uso a “Loco”: 47 frente a 1, la mayoría, en forma de “Parce”. Normalización que se confirmaría dos años más tarde, en 1993, al hacer “Parce” su primera aparición en un diccionario, sí, el Diccionario de las hablas populares de Antioquia, donde sería definido como sinónimo de “Loco”, esto es, “Parce: m. Amigo fiel, camarada. Sin. Loco”. Además, sumaría una segunda acepción: “Fórmula de tratamiento para establecer comunicación con desconocidos: “parce, ¿me puede decir la hora?””.

Posdata 1: Entre 1985 y 1993, o sea entre la primera aparición escrita de “Parcero” en “S.O.S desde Bellavista” y la inclusión de “Parce” en el Diccionario de las hablas populares de Antioquia, se registraron 36.769 homicidios en Medellín.

Posdata 2: En 1993, en Lingüística y literatura # 24, en el primer estudio del parlache, titulado “El parlache: una variedad del habla de los jóvenes de las comunas populares de Medellín”, se cuenta que hasta último momento se barajó la posibilidad de llamar a ese fenómeno parceñol, sin embargo, a uno de los informantes del estudio se le apareció en un sueño un amigo que había sido asesinado días atrás y le dijo: “Sabe qué, parcero, el nombre para nuestra manera de hablar es el parlache”. Sí, parlache: cruce entre parlar y parche.

Posdata 3: Exactamente 30 años después de la primera aparición escrita de “Parcero” en “S.O.S desde Bellavista”, un ron llamado PARCE fue declarado el mejor del mundo en los World Spirits Competition del 2015, celebrados en San Francisco, California. Según sus creadores, los estadounidenses Jim Patrick y Brian Powers, lo nombraron así porque PARCE “expresa el espíritu de Colombia, donde los amigos saben compartir buenos momentos”.

3. Bazuco

Ilustraciones: Samuel Castaño

En la primera canción de Nasir, de Nas, uno de los álbumes más esperados y decepcionantes del 2018, titulada “Not for Radio”, tras referenciar a Pablo Escobar en la primera línea, “Escobar season begins”, se escucha esto en la trigésima séptima: “Colombians created crack”. Creación made in Colombia que se puede comprobar, por ejemplo, a través del siguiente aparte de “La droga del diablo: 40 años en las calles y sigue siendo un enigma”, reportaje publicado por Semana el 17 de marzo de 2017: “A finales de los 1970 se detectó que había quienes querían fumar cocaína en vez de inhalarla. Aparecieron dos caminos para hacerlo: el crack, que es la cocaína misma, pero "patraseada", es decir, convertida en un polvo que se puede quemar, y el bazuco, un estadio previo a la cocaína. El primero pegó en los laboratorios de Chocó, y de ahí llegó a Panamá y luego a Miami, desde donde se regó por todo Estados Unidos. El segundo se quedó para abastecer el mercado interno…”. Un párrafo previo a ese aparte, la versión electrónica de dicho reportaje ofrece un enlace que remite al primer artículo de Semana acerca del bazuco, publicado el 15 de agosto de 1983 bajo el título “Bazuco, el vicio del diablo”. Allí, además de haber popularizado el uso de ese acrónico de base de coca con “zeta”, sí, acaso por ser la droga de más bajo presupuesto, explican cómo se introducía en Medellín: “A Medellín llega proveniente de Urabá y diversas zonas del Chocó, y las grandes cantidades que entran son rápidamente subdivididas y repartidas por puestos y bares de la Carrera 70 y aun por las residencias de los barrios elegantes de la ciudad”. Sin embargo, ese no es el testimonio más antiguo del bazuco en Medellín, para hallarlo hay que retroceder dos años, hasta 1981, cuando se publicó Bacano Llave, de Alberto Piedra: desconocido ejemplar de la oralitura colombiana que, a la manera de un libro almanaque, relata las desventuras de Bacano Llave Restrepo: un nomen nescio de la comuna noroccidental de Medellín, del barrio Robledo, el tercero de cinco hijos de Jesús Llave, un expartidario de la Anapo muerto en una balacera mientras ejercía su oficio de celador, y de Rosalba Restrepo, ama de casa impedida laboralmente por la variz... Antes de ser encarcelado durante 60 días en Bellavista por mariguanero y vago reconocido, Bacano prueba el bazuco:

- Vea y perdone la pregunta: ¿quera lo que tenía el otro varillo que usté nos dió?
- Eso es bazuca. ¿Ninguno la ha probado?
- No, yo en vida había oído hablar de eso.
- Es base de coca y es lo que está dando palo ahora.

A continuación, ya que se volvió adicto al diablito, o sea a los cigarrillos de mariguana mezclados con bazuco, Bacano describe el tratamiento de desintoxicación que le recomendó su madre, Doña Rosalba Restrepo, sí, tratamiento que remite a aquella inolvidable propaganda radial, al aire a partir de 1983, “Paisa, paisa, no fume bazuco, hombre, que le acaba el cerebro, lo enloquece y lo mata”: “La cucha cada que podía me echaba cantaleta: que si no iba a dejar de fumar… Lo último que se le ocurrió fue que oyera por el radio el programa de unos manes que fueron dizque más viciosos quel putas y que ahora se volvieron buenos por obra de Dios. Los programas eran los sábados por la mañana. Yo me hacía el loco y me iba pa la cancha. Y si es por lo de Dios yo a la final creo en Dios y en la Virgen pero a mi manera, o sea sin comerle cuento a los curas. ¿Los curas? Una manada de maricas que no hacen sino vivir del pueblo a punta de carreta. ¿Sostenerlos? ¡¡¡La chimba!!!”.

Desde el punto de vista sociolingüístico el aparte anterior es importante porque es el primer registro escrito de la locución adverbial y la negación enfática más usadas de lo que 12 años después denominarían el parlache, esto es, “a la final” y “la chimba”, respectivamente. Ambas, por supuesto, no hicieron parte un año atrás, en 1980, del Diccionario de los mariguaneros, publicado por los poetas Germán Suescún y Hugo Cuervo, luego, el bazuco y su intenso pero efímero golpe de efecto en el sistema nervioso central de Medellín, fue uno de los principales combustibles que dio origen al parlache.

Posdata 1: En el referido testimonio de Doña Nena consignado en La génesis de los invisibles: historias de la segunda fundación de Medellín, ella dice lo siguiente acerca del bazuco: “Todo cambió en el barrio cuando llegó el bazuco. Sentimos el olor de otra química, que desencadenó la agresividad de los muchachos, ya no se respetaba la vida, ni los bienes de la gente. Para mí el momento clave es cuando se inició el consumo de diablitos, una mezcla de mariguana y bazuco que descomponía hasta el mejor corazón. Ese vicio acentuó la ansiedad de una cantidad de jóvenes que andaban a la deriva, sin Dios ni ley, sin creer en nada ni en nadie. Ellos querían tener la dicha, o la felicidad, o la fortuna de un solo golpe, de un solo soplo. El bazuco les daba el espejismo de esa dicha, pero para poder mantenerla había que fumar uno y otro, uno tras otro. Y tras la dicha venían las depresiones de arañados, las angustias punzando el hígado. El afán de más vicio, el afán de fierro para conseguir el vicio, y después el fierro se convirtió en otro vicio, y se aprendió a matar, y matar se volvió una adicción. Otros muchachos se armaron para defenderse, esa generación se engatilló. La dicha que todos buscaban se convirtió en un desfile de muerte”.

Posdata 2: A propósito de canciones de rap del 2018, mientras el alcalde de Medellín insiste en desaparecer la nefasta historia de Pablo Escobar y sus manifestaciones en la cultura pop de un plumazo, haciéndole una lobotomía a la memoria de esa ciudad anómica, y mientras un grupo de colombianos en Francia recoge firmas para clausurar un bar llamado “Medellín, París”, inaugurado en noviembre del 2018, y cuyo concepto es Pablo Escobar, el video de la canción titulada “Narcos”, de Migos, ya supera las 115 millones de reproducciones en YouTube, sí, video que finaliza con una balacera, balacera que, como si fuera un santo y seña a la dualidad plata o plomo, inicia no bien se menciona a Medellín: “going straight to Medellin”. Sí, canción cuyo coro alude a Pablo Escobar: “Trapping like a narco (narco) / Got dope like Pablo (Pablo) / Cut your throat like Pablo (cut throat) / Chop trees with the Draco (Draco) / On the North, got the Ye (Go) / Saying Hasta luego (luego) / We rep the kilos / Snub nose with potatoes…”. Canción que, además, ya es disco de platino en Estados Unidos, certificación que se alcanza al vender más de un millón de copias. UC