Número 71, noviembre 2015

EDITORIAL
Epidemia paranoide

Una razón política basada en riesgos electorales y recatos religiosos, una apelación premeditada al temor irracional de los padres de familia, una estrategia de control social para dar poder extorsivo a los policías, un miedo a los humos, a los polvos, a las raíces, a los hongos, a los moños, a las pipas. Todo se aprovechó para armar una historia de terror con redactores políticos acompañados de alguaciles paranoicos. La droga –un genérico absurdo, una simplificación de inspector– se convirtió entonces en el enemigo número uno de las sociedades libres y las sociedades vigiladas. La más famosa de las historietas policiales alcanzó a escribir en la portada de una de sus revistas: “Marihuana asesina de jóvenes”. Una edición más reciente habló de “la mata que mata”. Siempre se ha dicho que unos se la fuman y a otros les cae pesada. Luego la coca los aceleró un poco más y llegaron las imposiciones disfrazadas de convenciones internacionales. Un consenso moral comenzó a hablar de epidemia y la histeria se hizo racional, vigilada, estudiada y sangrienta. Ahora la “epidemia” se vive en las calles y en las cárceles. Crecen el consumo y los presos por delitos relacionados con el tráfico de sustancias prohibidas. Se multiplican los problemas.

Una publicación reciente del Instituto de estudios para el desarrollo y la paz (Indepaz) asegura que entre 2009 y 2014 han sido capturadas 481.858 personas en Colombia por delitos estipulados en la Ley 30 de 1986, nuestro “código” madre en el tema. Capturas que además de una dosis mínima de condenas dejan unas líneas de corrupción y regueros varios. Pero los procesos y las condenas no son un mal menor. De modo que las cárceles se han ido llenando de vendedores de pacotilla, consumidores a cielo abierto, tramitadores tenebrosos, campesinos raspaos y políticos, policías, jueces y militares con espíritu emprendedor. Desde el año 2000 hasta el 2014 el número de presos creció 136% en Colombia, mientras el número de condenados y juzgados a la sombra por la Ley 30 de 1986 creció 269%. Hay 60.000 familias cocaleras, un buen puñado de jíbaros en las capitales haciendo mandados, una cantidad de mujeres en el transporte y almacenamiento –más del 40% de las mujeres en la cárcel en Colombia están bajo letra de Ley 30– y algunos políticos en labores administrativas y legales. Uno de cada cinco encanados en Colombia está en la mala por su juego con las plazas, los jefes de finanzas, los duros, los jíbaros alfa o los parches de sople. No contemos los muertos que nos complicamos.

Estados Unidos fue el principal guionista del cuento y es consecuente: tiene 2’300.000 presos y 500.000 están por delitos relacionados con pacos, bolsas, arrumes, caletas, cobros, túneles y mulas. Desde 1975 la lucha antidrogas comenzó a dar sus frutos en presos. En 1980 tenían apenas 40.000 encerrados por consumo, tráfico, posesión y demás conspiraciones turras, en 25 años han multiplicado por 12 la cosecha. Estados Unidos mantuvo desde 1925 hasta 1975 un promedio cercano a 110 presos por cada 100.000 habitantes, hoy tienen 751 por cada 100.000. Y comienzan a buscar otras hierbas como remedio. Hay que decir que toda América Latina ha jugado con juicio esta especie de seguimiento. Hemos ido detrás en la histeria prohibicionista y en el temeroso tanteo de otras alternativas. Pero al negocio y a la guerra les falta historia. Noriega dejó un camino. Por hoy no queremos hablar de la casa.

Se mueve la política y se mueve esa compleja mesa de juego en el continente. Colombia subió su siembra en el último año pero cada vez es más una primera etapa en ese largo viaje de escalas. Vamos a terminar en la pura agricultura. Nuestros cocaleros ya no cocinan, raspan y entregan; nuestros narcos son regentes de las etapas intermedias del tráfico y algunos de sus mejores hombres están en la minería. Y el comercio “regulado” puede cambiar tanto como el libre. En Perú se produce casi la misma coca que en Colombia y cae solo un 20% de lo que se hunde por aquí. Hace poco el ministro de gobierno peruano dijo que comenzarán a bombardear avionetas sospechosas de llevar coca hasta el techo. Y Venezuela ha terminado siendo la ruta del 30% de la coca colombiana –si se le pregunta a los expertos– y más del 50% si se le pregunta a los funcionarios gringos. Veremos si una firma con las Farc podría mover un poco más el negocio.

Cuando se miran los números de los consumidores todo el alboroto adquiere una dimensión un poco más modesta. Según las encuestas recientes el 2.4% de los gringos dice haber metido coca al menos una vez en el último año. Eso son más o menos ocho millones de los 321 que se calculan viven hoy en la USA. Los países más huelengues son España y Argentina, donde apenas el 2.6% de sus habitantes entre 15 y 64 años los que dicen haber buscado el calambre de la cocaína. Esos son los extremos de la epidemia. Pero los peores efectos de la alucinación se viven en otras ollas.UC

 
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