Número 71, noviembre 2015

No solo las esquinas se disputan el protagonismo de los barrios de Medellín. En las curvas ascendentes y descendentes y en las mitades de cuadra sus habitantes hacen gala de sus aptitudes para la socialización, los homenajes y la fiesta. Aquí presentamos tres postales que hacen parte de El libro de los barrios, proyecto de la Secretaría de Cultura Ciudadana en coedición con Universo Centro que verá la luz en diciembre.
 

Barrio Guayabal La Colinita
Zona de turbulencias

Redacción UC. Fotografías: David E. Guzmán y Archivo BPP

 
 

Fotografías: David E. Guzmán y Archivo BPP

 

No es Afganistán, pero parece. Desde las seis de la mañana, a los seis mil habitantes del barrio La Colinita los sobrevuelan aviones de hasta cuarenta toneladas que pasan a escasos quince metros de techos y terrazas antes de aterrizar en el Olaya Herrera. “El ruido es ensordecedor, la casa se estremece… Llevo más de veinte años viviendo aquí y no me acostumbro”, dice Lilia, una de las fundadoras del barrio. Su casa está en una de las partes más altas y es la base de una edificación de tres pisos. En las terrazas de La Colinita se tiene la sensación de que estirando el brazo se puede tocar la barriga de un avión.

Aunque en 1985, un año antes de que se fundara el barrio, el Olaya Herrera redujo sus actividades casi hasta desaparecer, hoy es una de las terminales aéreas con mayor movimiento en el país: cada año moviliza cerca de un millón de pasajeros y ocho mil toneladas de carga. Cifras que se traducen en ruido para niños, jóvenes y viejos del barrio, que en la parte más alta de Guayabal sienten el rugido de turbinas y motores por lo menos ochenta veces al día.

Los impactos más leves se perciben en las conversaciones interrumpidas, bien sea por teléfono o personalmente. “Esperá que está pasando un avión” es una frase común, aunque a veces no es necesario decir nada y basta una mirada entre tendero y comprador. Pero también hay consecuencias mayores que nadie ha logrado medir. Ya han dicho especialistas que a su paso por aquí los aviones registran alrededor de noventa decibeles, y el nivel máximo permitido en una zona urbana residencial es de 65 decibeles.

En contraste, la vista desde La Colinita es un lujo cotidiano. Los vecinos más apocalípticos no descartan que un mal día un avión de esos se estrelle contra una plancha, “diosnoloquiera”. Nunca ha pasado, no hasta ahora. Lo más grave, cuando pasan los aviones grandes, es el tremor tenue de un muro y el sonido de una olla al chocar contra otra en un rincón de la cocina.UC

 
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