Número 73, febrero 2016

EDITORIAL
Pasado el ruido

Dos escándalos sexuales seguidos constituyen una aberración. Defensor y general en posiciones curiosas forman un dueto malicioso. Tal vez fue demasiado para tan poco. Histeria exponencial lo llamarían los profesores. El primer ruido surgió por una supuesta cita del general hace diecisiete años. Un chisme de cuarteles. Un arreglo hombre con hombre. Una rutina de cuarteles. La prometedora investigación era estéril. Pero los tombos seguían revoloteando contra el micrófono.

Investigar uniformados atrae siempre lo que llaman la inteligencia. Detectives de carro, teléfono y computador. Y la policía ha demostrado muchas veces ser mejor tapando que descubriendo. Se cruzaron filtraciones y chuzadas. Las periodistas eran seguidas e informadas del seguimiento. Las obligaron a entrar al reparto. A la manera natural de los funcionarios que convierten las críticas en un duelo personal como una manera de inhabilitar. Al final tuvieron más sangre fría los acusados y los informantes que las fiscales.

Para el público fue un postre. Para quienes publicaron la escena de siete minutos fue una alegría personal y profesional. El público está ávido del escarnio, del ultraje, de la mofa. El material era perfecto. Pero el público también está sediento de juzgar, de llenar una encuesta sobre quién es culpable y quién inocente. Los encargados de juzgar el poder no tienen inmunidad, apuestan todos los días, acusados por exceso o por defecto.

La opinión pública que era una sustancia abstracta tras los números de una encuesta de audiencia, ahora es un auditorio que contesta minuto a minuto, que responde a un ping-pong siempre desequilibrado. Entonces tiene fuerza lo que Jesús Silva–Herzog llamó los “sobornos de la simpatía”. Los medios pueden ser críticos de lo irrelevante, pueden investigar por fastidiar, pueden criticar para el aplauso. La complicidad con los clientes es siempre un riesgo del periodismo.

El desprestigio siempre es una posibilidad. Gobiernos y sociedad han coincidido muchas veces, desde orillas distintas, en sus dudas frente a la prensa. Los periodistas pueden terminar siendo tan dudosos como su contraparte. Los gobiernos siempre alentarán esa idea contra sus amigos y sus enemigos en las redacciones. La pérdida de credibilidad los hará más baratos o más inofensivos. Cuando la opinión pública y el gobierno coinciden en el desprecio al periodismo, aparece una directiva oficial, una ley, una protección al ciudadano inocente. Un poder debe regular los peligros propios y los ajenos. Los censores del día a día, lectores indignados, oyentes, televidentes, nunca escogen los censores de largo plazo.UC

 
UC
 
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