Número 73, febrero 2016

El Niño que ayudamos a crecer
Alexander Correa-Metrio*. Ilustración: Tobías Arboleda

El Niño consiste básicamente en un calentamiento extremo de la zona oriental del Pacífico tropical, cerca de las costas de Suramérica. Ese calentamiento ocasiona anomalías en la circulación atmosférica a nivel planetario, cuya principal consecuencia es una redistribución de las lluvias en las zonas continentales. La duración e intensidad de la sequía en Colombia durante El Niño depende de la severidad de la anomalía oceánica, la cual durante las últimas décadas se ha podido monitorear con mucha precisión gracias a la tecnología satelital.

El calentamiento de las aguas oceánicas produce un aumento en su volumen y en consecuencia, la superficie del océano se eleva unos cuantos centímetros. Gracias al monitoreo satelital de la Nasa sabemos que el área “levantada” en el Pacífico en el mes de enero de este año es de unos seis millones de kilómetros cuadrados aproximadamente, casi el doble de la registrada en 1998, lo que posiblemente implica un fenómeno con consecuencias más graves para la zona continental, es decir, una sequía peor.

Otro parámetro que se utiliza para evaluar la intensidad del fenómeno es qué tanto se calienta en promedio el área oceánica afectada por El Niño, y en 1997 (año del fenómeno más fuerte desde que se tiene registro instrumental) ese calentamiento fue de 2.3 grados centígrados por encima del promedio. Hoy tenemos un calentamiento de la misma magnitud (con un promedio tomado entre noviembre de 2015 y enero de 2016), pero según las predicciones podríamos superar esa marca en el actual trimestre, entre diciembre de 2015 y febrero de 2016.

Alimentando a un gigante

Existe evidencia geológica que sugiere una mayor incidencia de El Niño bajo temperaturas globales más elevadas. Dado que en la actualidad estamos atravesando justamente por un proceso de calentamiento global, la ocurrencia de dicho fenómeno, aunque impredecible, es mucho más probable. Y el calentamiento no es precisamente un asunto del azar, es una consecuencia directa de la devastación humana de los sistemas naturales. Hace poco visité mi pueblo natal al norte de Antioquia y a simple vista se puede observar que las montañas donde antes había bosques de niebla, hoy solo tienen potreros improductivos y matorrales de lo que mi abuela llama helecho marranero. Digo esto porque los sistemas naturales tienen capacidad de recuperarse frente a disturbios climáticos naturales como lo es un fenómeno de El Niño cada tres o siete años, que se supone es su ciclo natural, pero cuando la presión es constante y de la magnitud que han sido la deforestación y las explotaciones agroindustriales y mineras en Antioquia, en Colombia y en toda Latinoamérica, hay un punto de quiebre a partir del cual no hay vuelta atrás. Y creo que los bosques de niebla de mi pueblo cruzaron ese punto hace rato.

La historia de El Niño

Como decía antes, la fuerza de El Niño se mide por el grado de calentamiento promedio del Pacífico tropical. Cuando este cuerpo de agua alcanza temperaturas de 0.5 grados centígrados por encima del promedio, se considera que se ha desarrollado un fenómeno de El Niño; si el aumento de temperatura está por encima de los 1.5 grados se le conoce como un evento fuerte o Mega Niño. Otra cosa son las condiciones permanentes de El Niño: se trata de periodos, desde lustros hasta siglos, en los cuales El Niño es el modo climático dominante, es decir, años consecutivos bajo El Niño. La evidencia geológica sugiere que estas condiciones se han presentado usualmente asociadas a temperaturas globales elevadas; un riesgo adicional del calentamiento que vivimos.

Las consecuencias de estos eventos en términos del desarrollo social y cultural son inevitables, dado que desde la perspectiva de los sistemas productivos cualquier desorden de los regímenes de lluvias resulta catastrófico. A la sequía se suman los incendios forestales, que a su vez causan más liberación de gases a la atmósfera. A esto se le conoce como un circuito de retroalimentación positiva en la medida que el efecto (liberación de CO2) potencia la causa (mayor calentamiento del planeta y como consecuencia mayor probabilidad de desarrollo de condiciones para la ocurrencia de El Niño), imagínense entonces cómo parar ese tren.

El asunto puede ser de vida o muerte. Los antropólogos reportan reducciones muy importantes de las poblaciones humanas en la Amazonía asociados con Mega Niños que ocurrieron aproximadamente en los años 500, 1000, 1300 y 1600 de nuestra era. También los recorridos humanos pueden cambiar bajo la influencia de esos Niños extremos. La llegada de migrantes polinesios a la Isla de Pascua alrededor del año 1000 de nuestra era, al parecer estuvo asociada a un cambio en la circulación del viento causada por el Mega Niño de ese año. Esos Mega Niños que reportan los antropólogos dejaron a vastas regiones del norte de Suramérica y el sur de Centroamérica en largos períodos de intensa sequía que causaron desde transformación de bosques en sabanas hasta el colapso de grupos culturales tecnológica y socialmente establecidos. Y para no ir ni muy atrás ni muy lejos, algunos analistas sugieren que la caída del gobierno de Alberto Fujimori en Perú, independientemente de cualquier acusación que se le hiciera, fue el resultado de la recesión económica causada por El Niño en 1997/1998; muchas cosas se perdonan, menos la escasez de agua, o el exceso en el caso de las costas peruanas.

Dada la incertidumbre respecto a las predicciones de los modelos climáticos globales, es difícil en este momento estimar la posibilidad de que se desarrollen condiciones similares en el futuro cercano. Lo que sí es cierto, insisto, es que bajo el escenario de cambio climático que enfrentamos se va a dar una mayor probabilidad de ocurrencia de condiciones climáticas extremas, tanto para El Niño como para La Niña.

Independiente de las consecuencias en el corto plazo, como la escasez de agua por la que atravesamos, el desarrollo de estas condiciones extremas plantea un dilema moral: muchos de los cambios ambientales que se están presentando son consecuencia de las actividades humanas y van a redundar en la desaparición masiva de especies. Muchos científicos afirman que estamos atravesando una extinción a gran escala cuya dimensión solo ha sido experimentada en la Tierra en cinco ocasiones en los últimos quinientos millones de años. El punto es que, aunque pudiéramos sobrevivir como civilización, estamos condenando a la desaparición a miles de especies que también pertenecían a este planeta, y estamos privando a las generaciones futuras de los beneficios potenciales de la existencia de dichas especies.

 
 Tobías Arboleda

Predicciones climáticas

Para los próximos dos meses se espera que los efectos de El Niño se intensifiquen, es decir, persistencia de calor y sequía en Colombia, para debilitarse hacia abril y mayo. Sin embargo, existe mucha incertidumbre con respecto a las predicciones en términos del desarrollo del fenómeno y su recurrencia. La evidencia histórica sugiere que El Niño tiene un tiempo de retorno natural de entre tres y siete años, aunque la evidencia geológica muestra que se han presentado periodos durante los cuales El Niño estuvo presente casi cada dos años (por ejemplo al rededor del siglo X). También se ha demostrado que durante periodos con temperaturas globales un par de grados centígrados más elevadas, se dieron casos de hasta seis años consecutivos en los cuales El Niño fue el estado habitual del sistema climático. Pese a esa incertidumbre, el reporte científico de 2013 sobre cambio climático, que se supone es la base para las decisiones que toman los gobiernos respecto al tema (los gobiernos nos dan dinero para investigar y después no escuchan nada de lo que decimos), permite afirmar con un alto grado de confianza que en las próximas décadas El Niño seguirá siendo el agente más importante de variabilidad climática interanual.

La consecuencia más obvia del fenómeno de El Niño es la disminución dramática de la precipitación, la cual es muy grave para la sociedad dado el desabastecimiento de agua para consumo, agricultura y producción de electricidad, y un aumento sustancial en la cantidad de incendios. De particular importancia son los efectos que este asunto tiene sobre los ecosistemas, la presencia de condiciones climáticas irregulares genera mucha presión sobre las poblaciones autóctonas. Se supone que los ecosistemas están en equilibrio con el clima, y en la medida que El Niño ha sido parte de la variabilidad climática del planeta por lo menos durante los últimos seis mil años, entonces no se supone que debería representar una amenaza sustancial. Sin embargo, el problema es que la presión que ejerce la sequía prolongada se suma a factores de estrés ecológico que antes no estaban presentes y que se han convertido en elementos crónicos. El principal y más grave es la fragmentación y simplificación del paisaje por parte de las actividades humanas que se desarrollan con poca o ninguna planificación. Entonces, a los efectos obvios sobre las poblaciones humanas, se suma la contracción y posible desaparición de poblaciones y ecosistemas, y la vulnerabilidad a las plagas y enfermedades dadas esas condiciones extraordinarias de estrés.

Qué hacer

En términos de la defensa de la biodiversidad es muy importante el establecimiento de áreas efectivas de conservación. La subsistencia de la biodiversidad es la salvaguarda del patrimonio colectivo, sea tangible o intangible. En términos de lo social, la mejor manera de ayudar es modificar los hábitos de consumo: hay que tratar de discernir sobre todo lo que consumimos en la cotidianidad, pensar qué parte es prescindible, y prescindir de ella. Es importante consumir menos plástico, reciclar, usar menos el auto particular, entre otras medidas que por mínimas que sean, cuando se suman en un esfuerzo colectivo resultan significativas. Por último, es necesario un ejercicio informado y consciente de la política con respecto a lo ambiental. Necesitamos gobernantes que se involucren con los temas ambientales y que incorporen entre sus prioridades la promoción del uso responsable de los recursos naturales; no podemos seguir apoyando como sociedad a los políticos que privilegian el interés económico individual y corporativo sobre los intereses ambientales colectivos.UC

*Investigador del Instituto de Geología de la Universidad Nacional Autónoma de México. Experto en la evolución del clima y los ecosistemas tropicales durante el último millón de años.

 
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