Número 76, junio 2016

El lenguaje carcelario está disparado unos kilómetros adelante del lenguaje común. Decir, por ejemplo, “mi mamá viene el domingo a las trece”, quiere decir que al patio acaba de llegar un sujeto con trece gramos de cocaína metidos en dedos rellenos hechos con condones, embuchados en el estómago, y que en menos de una hora, cuando vomite, se podrá vender la droga entre la gente de las celdas. Quien no entiende se jode y se queda sin merca. El lenguaje de la prisión es tema literario. Si se quiere sobrellevar la vida, hay que aprender a decir las cosas para que entiendan solo quienes tienen que entender, así todos escuchen.
 

El día que me caí
Selección de Andrés Delgado. Ilustración: Mónica Betancourt

Ilustración: Mónica Betancourt

Casi muere el Thermo King
Por José Granada

A las siete de la noche, de un 28 de septiembre, me encontraba en mi casa cuando tocaron la puerta. Era el novio de mi hermana. Me llamó y me dijo:
—Cuñado, vamos a hacer una vuelta, es un carro de Colanta que viene de Betulia con ochenta millones.—Aguanta, y ¿cómo es?
—Nos vamos en el carro de un amigo, él tiene un Mazdita, nos vamos con él y el parcero de Colanta, que conoce el carro.
—Y el fierro ¿qué?
—¿Cuñado qué pasa?, ya lo tengo.
—Vamos —le dije entusiasmado—, ¿cuándo?
—Ya, salimos en media hora.

Y así fue. Llegamos al lugar a las once de la noche. Era plena carretera y nos quedamos a oscuras, dentro del carro, los cuatro personajes. Siendo las cuatro de la mañana, bajaba un furgón de trompa naranjada. Era un 350 de placas: LCB044 de Itagüí. Cuando vimos que bajaba, le atravesamos el carro y el señor paró y yo le llegué hasta la puerta del camión:
—Quieto, bájese rápido, pirobo —y le apunté.
Y el señor asustado se bajó del furgón. Y volví y le dije:
—La plata o lo mato.
Yo, dándole la cara, le gritaba. El conductor me dijo que la plata estaba ahí, en el carro, en la caja fuerte, pegada del chasis.
—Tiene clave y no me la sé, solo la saben algunas personas en la empresa.

Le pegué un cachazo, lo requisé, le quité la comunicación, les dije a los muchachos que lo amarraran y lo montaran al furgón y le echaran candado.
—Vamos a tumbar esa caja fuerte a Medellín.

Arranqué en el camión de Colanta con el chofer y la plata encerrados y con el parcero que trabajaba en Colanta, el que cantaba los fletes.

En las partidas, por Concordia, el muchacho que venía conmigo se bajó, dijo que venía azarado y se fue. Yo seguí en el furgón. Llegué a Caldas y llamé al cuñado, que supuestamente iba atrás, en el Mazda, pero nada, esos manes resultaron en Santa Fe de Antioquia.

Pero seguí con ese cucho amarrado atrás. Iba para un garaje en La Floresta. Subía por la calle Colombia, más arriba de la Cuarta Brigada, cuando se me atravesaron dos motos de la policía, apuntándome. Me ordenaron detenerme y que me bajara del camión. Pidieron que abriera el candado del furgón. Antes de abrir pude ver un hueco, en un lateral del camión, un hueco de un tamaño como para meter una mano. Abrí el candado y la compuerta del furgón. El señor estaba desmayado, tenía hipotermia. Él traía prendido el thermoking a dos grados bajo cero.

El señor con ganas de vivir se había desamarrado y había hecho un hueco para voliar la mano, un taxista lo vio y me entregó. Los policías me esposaron y llamaron una ambulancia. Llegaron carros de la policía y me llevaron para la estación de Laureles y luego a la URI, para luego ser trasladado a Bellavista. Así me caí.

Recordé a Leonardo Dicaprio
Por Lucky

Ese miércoles en la tarde estaba en mi casa viendo tv. Cuando tocaron la puerta no me asomé por la ventana como siempre lo hago, sino que bajé de mi habitación y atendí el llamado. Al abrir la puerta y ver dos sujetos desconocidos, mi intuición me lo dijo: “Vida hijueputa, me caí”. Me pidieron firmar un recibo de una notificación. Aún no se habían identificado. Al extender mi brazo para recibir dicho documento, ambos me sujetaron por las muñecas y trataron de sacarme al andén. Forcejeamos un poco, hasta que uno de ellos sacó su pistola y el carnet que lo acreditaba como policía de la Sijín.

Lo que siguió a ese momento fue temor, incertidumbre y análisis.

Al momento de presentarme ante la fiscal, ya sabía el porqué de aquel tropiezo. Nada pude hacer para justificarme. Recordé aquella vez que intentaba sustraer dinero de una entidad bancaria, suplantando la identidad de alguien más. Ya estaba todo listo para que la cajera me diera el dinero, pero notó algo raro en la cédula falsa.

Llamó a otra funcionaria. Supe que tenía problemas y debía salir de allí. En un descuido de ambas, dejé aquel lugar, pero en mi interior sabía que al dejar esa cédula solo era cuestión de tiempo para que me ubicaran, tenía antecedentes por este delito.

Recordé a Leonardo Dicaprio en la película Atrápame si puedes, en la que suplantaba ante entidades financieras, públicas y privadas la identidad de diferentes personajes para poder robar el dinero.

Cuando tuvimos el forcejeo, en el andén, yo sabía que no los podía dejar entrar a mi casa. En una caleta, en mi cuarto, tenía doce cédulas falsas, con mi fotografía y más de veinte tarjetas de crédito y débito falsas. Solo sé que extraño a mi familia y el tiempo perdido no lo paga el dinero obtenido.

¿Cómo me caí?
Por Kawasaki

¿Cómo me caí en la cárcel? Por güevón, no mentiras, o sí. Era el 9 de diciembre del 2015 cuando llegaron Jaraba y Sebas, yo recuerdo que estaba en la esquina con los pelados, fumándome un bareto. Y ellos montados dentro del carro, Sebas manejando y Jaraba al lado. Se me acercaron y me dijeron:
—¿Nos vamos a camellar?
—¿Con este guayabo? —les dije.
Eran como las 8:30 de la noche.
—No, hágale socio, vamos y compramos unos gramos en el Barrio y patrullamos a ver qué se ve. Si se puede lo hacemos y si no, normal.

Bueno, me insistieron hasta que me subí. En el camino compramos pepas, chorro y perico, porque ya habíamos cobrado. Ese fue el error más grande, porque cuando uno va a camellar tiene que ser en sano juicio; además el día anterior nos había ido muy bien y, como se dice, ya teníamos pal fresco.

Íbamos subiendo por la canalización cuando se nos apagó el carro.
—Ay, marica, verdad, no le echamos gasolina.

No habíamos cogido el primero y yo les digo:
—Demos la vuelta y nos vamos para la casa.

Nos tocó ir por gasolina en una bolsa. Arrancamos de nuevo. Bajando, vimos dos personas sentadas fumando. Dijimos, vamos a coger a esos dos. Ahí está el fresco. Los cogimos y nos les llevamos todo. Cuando nos subimos al carro, nos empezaron a seguir dos motos, eran las 10:30 de la noche. “Paren maricones”, nos gritaban. Les pelamos los fierros, sin bajarnos del carro, y no los volvimos a ver. Como a los quince minutos, íbamos por la autopista, cuando nos volvieron a salir unos tombos. Nos bajamos del carro y nos cogieron todo, el fierro y lo que habíamos robado. Y aquí estoy, pagando las consecuencias de las cosas mal hechas.UC

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