Número 76, junio 2016

Hace cuarenta días se encontraron nueve toneladas de coca en la finca Nueva Colón, en Turbo. Un acopio que no se veía en Colombia hace años. Esa tierra buena, que puede ser principio o fin a muchas penas, también es hoy la sede de nuestra embajada cubana y de los consulados de Etiopía, Nepal y Nigeria. Razón tenía el visionario Leopoldo III de Bélgica que se aventuró hasta esa promesa en 1956.

Turbo, de príncipes y mendigos
Hernando González. Fotografías: Sergio González

I

Turbo: 5 a.m.

Las calles permanecen oscuras, dormidas, excepto por el movimiento larvario del Wafe. El olor a podrido ha menguado, sí, pero no ha desaparecido del todo. El Wafe, así llaman al muelle, en memoria, dicen, de un famoso hotel o estadero que existió allí hace tiempos. El olor a podrido ha menguado. Años atrás era peor. Un vaho nauseabundo dominaba el lugar. No era una pestilencia originada por los desechos químicos. No. En Turbo no hay fábricas. En Turbo, en el Wafe, era el miasma exacerbado, la pudrición de las aguas, de las basuras, de los microbios marinos, de todo. Era un aire podrido.

El vaho maloliente ha disminuido pero no ha desaparecido. Las pangas atracadas en el muelle, los voceadores gritando: “Triganá, Capurganá”; los buses que parten para Montería, Apartadó, Mutatá; los cafés recién abiertos. Una procesión de evangélicos, conformada en su mayoría por mujeres de avanzada edad, recorre las calles haciendo bulla con el megáfono, lanzando admoniciones apocalípticas. Semejan una fantasmagoría, un desfile zombi. Una familia que ha hecho el viaje desde Medellín en el mismo bus que yo, se embarca en una de las pangas. Los envuelve un nimbo de aventura, de recreo. ¡El mar! Orino en el café de la esquina y subo a una buseta con destino a Uveros. No es tan paradisíaco como Capurganá o Triganá. En compensación, es el reino de mis lares.

Dos horas y media de viaje por una carretera sofocante (el sol sale y abrasa desde temprano), con tramos destapados donde la buseta da bandazos y levanta nubes de polvo, con una escala en Necoclí (donde se levantó San Sebastián de Urabá, la primera población fundada por los españoles en el golfo) y su calle sucia bordeada de robustas casias. ¡Casias! Necoclí tiene mar, pero no puedo verlo desde la buseta detenida en la plaza. Debo esperar hasta Uveros para sentir el murmullo de las olas. La ventura me sonríe de Necoclí para allá, despliega ante mi vista la ensoñada abundancia de los robles florecidos. Rosado ensueño. Llego a Uveros y el mar me acoge con los brazos abiertos. No falta el lunar a esta dicha: el pueblo carece de agua corriente. De vez en cuando llega un carro cisterna y reparte su alivio. Es todo un acontecimiento. La gente corre a llenar los chócoros.

II

En 1885, en la Conferencia de Berlín, convocada por Francia y el Reino Unido, liderada por Bismarck, canciller alemán, las potencias europeas se repartieron el continente africano. El llamado Estado Libre del Congo nació bajo la soberanía de la Asociación Internacional del Congo y la propiedad de Leopoldo II, rey de los belgas, quien cedió las tierras a su país en 1908.

Cuando Leopoldo III visitó Urabá, a comienzos de 1956, decía con deleite que esta región le recordaba al Congo. Leopoldo III llegó a Urabá con el propósito de realizar excavaciones en Santa María la Antigua del Darién, la primera ciudad fundada por los españoles en tierra firme. En unos textos aparece Vasco Núñez de Balboa como su fundador, y en otros se menciona a Martín Fernández de Enciso. Sobre el año de fundación no hay duda, 1510. Santa María la Antigua era la capital de la Gobernación de Castilla de Oro. Tuvo breve existencia. Pedrarias Dávila, al ser encargado del mando del territorio, decapitó a Vasco Núñez y trasladó la capital a Panamá, que él mismo había fundado en 1519. A Santa María la Antigua, como a los personajes de Rivera en La vorágine, se la tragó la selva.

Casi treinta años después, al morir Leopoldo III en 1983, en las paredes de su castillo de Laeken permanecían colgadas las fotografías tomadas en Urabá, y en su escritorio estaba desplegado el mapa de Santa María la Antigua del Darién.

Leopoldo llegó a Barranquilla. Tres aviones lo llevaron junto con su comitiva (y sus equipos de caza y pesca) hasta Turbo. Se hospedó en el hotel principal, reservado exclusivamente para él y sus acompañantes. Le acompañaron su esposa, Lilian Baels, princesa de Réthy, un primo y el arqueólogo venezolano José M. Cruxent, quien ya había viajado con el soberano en una excursión por el Amazonas. Un decreto expedido por el alcalde de la localidad designó a Leopoldo huésped de honor.

La prensa de la época hizo el cubrimiento del suceso con la ceremonia y la novelería del caso. En su delirante xenofilia el cronista de El Colombiano, en la sección Ecos y Comentarios, tildó de magnífico el hotel donde se hospedaría Leopoldo y afirmó que su alteza disfrutaría de los deleites de la cocina universal. Y uno se pregunta cómo puede ser magnífico un hotel en esos barrizales y qué cocina universal podrá brindar una región con monocultivos de plátano y coco y una actividad pesquera de subsistencia. Es de suponer que el personal del hotel se desviviría por servir al monarca, pero esto no lograba ocultar el hecho de que Turbo era un pueblo sin agua ni alcantarillado, un olvidado caserío del Urabá antioqueño.

Una foto muestra al real personaje en la entrada de la alcaldía de Turbo: un cincuentón de piel blanca y aspecto distinguido, con ropa de lino y sombrero y una cámara fotográfica colgada al cuello. En otra foto Leopoldo aparece junto a su esposa, él en un correcto vestido de gala; ella en un traje más casual, con pañoleta en la cabeza. El encabezado entrega su versión: “el ex-rey Leopoldo y su esposa… de turismo en Urabá”.

¿Qué trajo realmente a Leopoldo a Urabá? Se dice que era un viajero incansable, un políglota, un investigador de las diferentes culturas. También se comenta que, como descanso de sus tareas de arqueólogo, pensaba organizar un safari y cazar un tigre en las selvas. Pasaba de la delicada brocha al rifle. Sin embargo, es sabido que apenas se llevó los carapachos de dos armadillos, obsequios de un nativo. En cuanto al producto de sus excavaciones en Santa María la Antigua, se dice que solo halló restos de cerámica indígena y española. Afirma un estudioso del tema que Leopoldo buscaba a Santa María la Antigua con un criterio de monumentalidad que nunca tuvo: solo habían

construcciones de madera y palma, y un poco de ladrillo cocido en el piso de algunas edificaciones. Rojas Pinilla le impidió continuar sus excavaciones so pretexto de que Leopoldo había hallado y ocultado importantes tesoros al gobierno colombiano.

En medio de los recorridos de Leopoldo por la región, los lugareños bautizaban fincas y restaurantes con los nombres de Bélgica, Bruselas, Amberes.

Casi en el mismo tiempo en que Leopoldo confesaba su agrado por la comida típica y la cultura colombiana, en Leopoldville, la capital del Congo, Patrice Lumumba, líder nacionalista, era encarcelado por sus actividades contestatarias. La lucha de Lumumba consiguió su objetivo y el Congo logró su independencia en 1960. Bélgica concedió la autodeterminación al Congo con la infamante cláusula de que el país heredara la deuda externa dejada por los belgas. El Congo nació a la vida autónoma endeudado, pagando un préstamo no recibido y afrontando una grave crisis económica como consecuencia del abuso usurero. Lumumba fue el primer presidente electo del Congo, pero solo duró unos meses en el poder. Tras un golpe de Estado orquestado por los Estados Unidos y los belgas colonialistas, el general Mobutu usurpó el gobierno. Lumumba fue capturado y ejecutado en 1961.

III

Uveros, el reino de mis lares. Urabá. Vecino a Uveros hay un pueblo llamado Damaquiel. Una de las veredas de Damaquiel tiene un nombre que expresa toda la sublime y mísera imaginería de estas regiones: Bochinche.

Un bochinche se forma en Uveros la tarde de mi llegada. Un perro lastrado ofrece un espectáculo conmovedor: se desplaza por la pedregosa calle arrastrando sus dos patas posteriores, las cuales se ven aplastadas, secas, muertas. Con las patas delanteras imprime a su cuerpo una atormentada dinámica.

¿De dónde habrá salido este perro? Fisgoneando entre el corrillo, me digo que este animal lacerado semeja una burla o una amenaza de Dios. No tengo tiempo de preguntarme si sufrirá mucho. Un tipo con cara de mandamás saca un revólver, al tiempo que hace apartar a todo el mundo. De manera expedita, una bala manda al perro a mejor vida.

Así es por acá, me explica un pariente, refiriéndose al modo autoritario con que el tipo ha sacrificado al animal. Ellos imponen la ley. Ya estoy aburrido acá, me dice mi interlocutor. Quiere irse de mula a los Estados Unidos. Con unos kilos de cocaína a cuestas, se embarcaría de polizón en Turbo. Se deslizaría en la bodega de uno de los barcos que transportan banano. Iría dispuesto a todo, a matar, si fuera necesario. El asunto es sobrevivir.

¿Qué puede uno pensar frente a esa filosofía brutal a la cual la miseria aboca a la gente? Uno mismo es casi un mendigo. Uno viene de Medellín huyéndole al estrés, a los desaires de la vida. Un chapuzón en el mar tal vez tenga un efecto lustral. La sal tiene propiedades medicinales. Sal es lo que hay en el mar. Dejo a mi pariente puliendo su plan redentor en la proa de una canoa varada en la playa y, quitándome la camisa, corro hacia las olas.


 

Fotografías: Sergio González

Leopoldo III a su llegada a Turbo.

IV

Bélgica se independizó del Reino Unido en 1830. Leopoldo I fundó la casa real de Bélgica en 1831. La historia de sus monarcas es breve. Después de Leopoldo I vienen Leopoldo II, Alberto I, Leopoldo III, Balduino, Alberto II y Felipe, el rey actual, que se posesionó en 2013.

Hijo de Alberto I, Leopoldo III, nació en 1901. Él y Ernest Hemingway eran contemporáneos. Mientras el escritor de Illinois puso término a su existencia en 1961 (casualmente, el año en que Patrice Lumumba fue asesinado), Leopoldo llegó a los 82: murió apaciblemente en su castillo de Laeken. Quizás en aquellas tardes de comienzos de 1956 en Turbo, sobrellevando con buen ánimo las penurias del clima y la sevicia del jején, Leopoldo sospechaba que moriría dulcemente, en su castillo de Bruselas, como les había ocurrido a sus ancestros. Así fue.

En su temperamento había un don acomodaticio, una liviandad que lo llevó a ordenar a su pueblo deponer las armas ante la invasión alemana en la Segunda Guerra Mundial, y más tarde, en 1951, a abdicar en favor de su hijo Balduino. Era este Balduino quien gobernaba Bélgica cuando ejecutaron a Lumumba.

Leopoldo se tomaba la vida con carácter deportivo. Por su actitud pasiva ante la agresión alemana fue tachado de traidor. El gobierno se fue al exilio en Inglaterra y él permaneció en su palacio como un prisionero ilustre de los alemanes. Luego de la guerra el país se dividió entre partidarios y detractores de Leopoldo III. Acostumbrado a huirle a las grandes disyuntivas Leopoldo dejó la corona a su hijo que recién cumplía la mayoría de edad. Entonces, como Hemingway, se dedicó a los viajes por geografías exóticas, a la pesca mar afuera, a la caza de bestias descomunales.

No pudo cazar su anhelado tigre en las selvas de Urabá. Rojas Pinilla se puso pesado y coartó las ilusiones aventureras de Leopoldo. Mientras Hemingway pescaba un monstruo del mar, Leopoldo tuvo que contentarse, según los cronistas, con los restos de dos gurres que él ni siquiera había cazado.

Se amañaba en estas tierras. Al parecer tenía una piel resistente al jején, como la concha de los armadillos que se llevó a Bélgica. Pero es que así eran los colonialistas. Exploradores, soldados, agentes comerciales, eran gente contumaz. Endiabladamente metalizada. Es cierto que el paludismo hizo de las suyas entre sus huestes. Sin embargo, se sobrepusieron a las plagas y fundaron sus imperios de ultramar. A la postre, burlaron al jején.

V

Me quedo diez días en Uveros y regreso a Medellín vía Turbo. En Turbo me quedo veinticuatro horas saludando familiares. Me hospedo en el estadero de una tía. Tiene piezas para turistas. Una cama de cemento con su colchón y su almohada, un cuartito de baño interno, ventilador de aspas en el cielorraso, foco, espejo, mesa.

En la tarde visito la biblioteca municipal y me entretengo leyendo El viejo y el mar.

Me pregunto por qué Hemingway se empeñaba en demostrar la superioridad del hombre sobre el pez, por qué Leopoldo anhelaba cazar un tigre en el Darién. Y reflexiono que el ario en las selvas vírgenes nos remite a Tarzán. Hemingway y Leopoldo tenían algo de Rey de los Monos. Causaban sensación entre los animales y las tribus de la jungla. Como a Tarzán, los adoptaban y los trataban con mimos.

La expectativa de la llegada de Leopoldo llevó al paroxismo a los nativos de Turbo, que lo aguardaban con ansiedad, entretejiendo la espera con esa ingenua fantasía propia de las razas dominadas. Le dedicaron festejos, versos y canciones. Siendo un rey depuesto, lo trataron como un rey en propiedad.

Tal vez no sabían nada de la dudosa imagen de Leopoldo en su propio país, donde se le culpó de colaboracionista con el régimen nazi. Tal vez no sabían nada de la explotación del Congo (que entre 1971 y 1977 se llamó Zaire) y de la muerte de Patrice Lumumba. Tal vez olvidaban que, mientras algunos no tienen un pedazo de tierra en que morirse, un solo hombre puede poseer una extensión de tierra del tamaño de un país, como fue el caso de Leopoldo II con el llamado Estado Libre del Congo. Olvidaban que el apuesto y gentil Tarzán acaba reintegrándose a la civilización, dejando la jungla librada a su propio destino. Que su rutilante paso por la selva es una suerte de capricho de un ser acostumbrado a ser mimado.UC


Fotografías: Sergio González

Fotografías: Sergio González


 
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